Esta es la historia de una batalla que nunca se lleva a cabo, después
de una preparación que involucra a naciones enteras. La historia del
último intento de Satanás por la supremacía, y después un vistazo al
gran trono blanco y el Juicio final. Luego el hermoso cielo, que para
el pueblo de Dios, es preparado. La historia del fin del pecado y de
la vida en la tierra nueva. Una historia que nos hace querer estar
allí.
Todos los tesoros del universo estarán abiertos al estudio de los
redimidos de Dios. Libre de las cadenas de la muerte, volarán
incansables a lejanos mundos. Con gozo indecible, los hijos de este
mundo entrarán en el gozo y la sabiduría de los seres no caídos. Esta
es la historia de la vida en la tierra nueva–una historia en la cual
queremos participar.
¡Qué contraste entre ellos y los que resucitaron en la primera
resurrección! Los justos estaban revestidos de juventud y belleza
inmortales. Los impíos llevan las huellas de la enfermedad y de la
muerte.
Todas las miradas de esa inmensa multitud se vuelven para contemplar
la gloria del Hijo de Dios. A una voz las huestes de los impíos
exclaman: "¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!" No es el
amor a Jesús lo que les inspira esta exclamación, sino que el poder de
la verdad arranca esas palabras de sus labios. Los impíos salen de sus
tumbas tales como a ellas bajaron, con la misma enemistad hacia Cristo
y el mismo espíritu de rebelión. No disponen de un nuevo tiempo de
gracia para remediar los defectos de su vida pasada, pues de nada les
serviría. Toda una vida de pecado no ablandó sus corazones. De serles
concedido un segundo tiempo de gracia, lo emplearían como el primero,
eludiendo las exigencias de Dios e incitándose a la rebelión contra
El.
Cristo baja sobre el Monte de los Olivos, de donde ascendió después de
Su resurrección, y donde los ángeles repitieron la promesa de Su
regreso. El profeta dice: "Vendrá Jehová mi Dios, y con El todos los
santos." "Y afirmaránse Sus pies en aquel día sobre el monte de las
Olivas, que está frente de Jerusalem a la parte de oriente: y el monte
de las Olivas, se partirá por medio . . . haciendo un muy grande
valle." "Y Jehová será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová
será uno, y uno Su nombre." Zacarías 14:5, 4, 9. La nueva Jerusalén,
descendiendo del cielo en su deslumbrante esplendor, se asienta en el
lugar purificado y preparado para recibirla, y Cristo, Su pueblo y los
ángeles, entran en la santa ciudad.
Entonces Satanás se prepara para la última tremenda lucha por la
supremacía. Mientras estaba despojado de su poder e imposibilitado
para hacer su obra de engaño, el príncipe del mal se sentía abatido y
desgraciado; pero cuando resucitan los impíos y ve las grandes
multitudes que tiene al lado suyo, sus esperanzas reviven y resuelve
no rendirse en el gran conflicto. Alistará bajo su bandera a todos los
ejércitos de los perdidos y por medio de ellos tratará de ejecutar sus
planes. Los impíos son sus cautivos. Al rechazar a Cristo aceptaron la
autoridad del jefe de los rebeldes. Están listos para aceptar sus
sugestiones y ejecutar sus órdenes. No obstante, fiel a su antigua
astucia, no se da por Satanás. Pretende ser el príncipe que tiene
derecho a la posesión de la tierra y cuya herencia le ha sido
arrebatada injustamente. Se presenta ante sus súbditos engañados como
redentor, asegurándoles que su poder los ha sacado de sus tumbas y que
está a punto de librarlos de la más cruel tiranía. Habiendo
desaparecido Cristo, Satanás obra milagros para sostener sus
pretensiones. Fortalece a los débiles y a todos les infunde su propio
espíritu y energía. Propone dirigirlos contra el real de los santos y
tomar posesión de la ciudad de Dios. En un arrebato belicoso señala
los innumerables millones que han sido resucitados de entre los
muertos, y declara que como jefe de ellos es muy capaz de destruir la
ciudad y recuperar su trono y su reino.
Entre aquella inmensa muchedumbre se cuentan numerosos representantes
de la raza longeva que existía antes del diluvio; hombres de estatura
elevada y de capacidad intelectual gigantesca, que habiendo cedido al
dominio de los ángeles caídos, consagraron toda su habilidad y todos
sus conocimientos a la exaltación de sí mismos; hombres cuyas obras
artísticas maravillosas hicieron que el mundo idolatrase su genio,
pero cuya crueldad y malos ardides mancillaron la tierra y borraron la
imagen de Dios, de suerte que el Creador los hubo de raer de la
superficie de la tierra. Allí hay reyes y generales que conquistaron
naciones, hombres valientes que nunca perdieron una batalla, guerreros
soberbios y ambiciosos cuya venida hacía temblar reinos. La muerte no
los cambió. Al salir de la tumba, resumen el curso de sus pensamientos
en el punto mismo en que lo dejaran. Se levantan animados por el mismo
deseo de conquista que los dominaba cuando cayeron.
Satanás consulta con sus ángeles, y luego con esos reyes,
conquistadores y hombres poderosos. Consideran la fuerza y el número
de los suyos, y declaran que el ejército que está dentro de la ciudad
es pequeño, comparado con el de ellos, y que se lo puede vencer.
Preparan sus planes para apoderarse de las riquezas y gloria de la
nueva Jerusalén. En el acto todos se disponen para la batalla. Hábiles
artífices fabrican armas de guerra. Renombrados caudillos organizan en
compañías y divisiones las muchedumbres de guerreros.
Al fin se da la orden de marcha, y las huestes innumerables se ponen
en movimiento—un ejército cual no fue jamás reunido por conquistadores
terrenales ni podría ser igualado por las fuerzas combinadas de todas
las edades desde que empezaron las guerras en la tierra. Satanás, el
más poderoso guerrero, marcha al frente, y sus ángeles unen sus
fuerzas para esta batalla final. Hay reyes y guerreros en su comitiva,
y las multitudes siguen en grandes compañías, cada cual bajo su
correspondiente jefe. Con precisión militar las columnas cerradas
avanzan sobre la superficie desgarrada y escabrosa de la tierra hacia
la ciudad de Dios. Por orden de Jesús, se cierran las puertas de la
nueva Jerusalén, y los ejércitos de Satanás circundan la ciudad y se
preparan para el asalto.
Entonces Cristo reaparece a la vista de sus enemigos. Muy por encima
de la ciudad, sobre un fundamento de oro bruñido, hay un trono alto y
encumbrado. En el trono está sentado el Hijo de Dios, y en torno Suyo
están los súbditos de Su reino. Ningún lenguaje, ninguna pluma pueden
expresar ni describir el poder y la majestad de Cristo. La gloria del
Padre Eterno envuelve a Su Hijo. El esplendor de Su presencia llena la
ciudad de Dios, rebosando más allá de las puertas e inundando toda la
tierra con su brillo.
Inmediatos al trono se encuentran los que fueron alguna vez celosos en
la causa de Satanás, pero que, cual tizones arrancados del fuego,
siguieron luego a su Salvador con profunda e intensa devoción. Vienen
después los que perfeccionaron su carácter cristiano en medio de la
mentira y de la incredulidad, los que honraron la ley de Dios cuando
el mundo cristiano la declaró abolida, y los millones de todas las
edades que fueron martirizados por su fe. Y mas allá está la "grande
muchedumbre, que nadie podía contar, de entre todas las naciones, y
las tribus, y los pueblos, y las lenguas . . . de pie ante el trono y
delante del Cordero, revestidos de ropas blancas, y teniendo palmas en
sus manos." Apocalipsis 7:9. Su lucha terminó; ganaron la victoria.
Disputaron el premio de la carrera y lo alcanzaron. La palma que
llevan en la mano es símbolo de su triunfo, la vestidura blanca,
emblema de la justicia perfecta de Cristo que es ahora de ellos.
Los redimidos entonan un canto de alabanza que se extiende y repercute
por las bóvedas del cielo: "¡Atribúyase la salvación a nuestro Dios,
que está sentado sobre el trono, y al Cordero!" (Vers. 10.) Angeles y
serafines unen sus voces en adoración. Al ver los redimidos el poder y
la malignidad de Satanás, han comprendido, como nunca antes, que
ningún poder fuera del de Cristo habría podido hacerlos vencedores.
Entre toda esa muchedumbre ni uno se atribuye a sí mismo la salvación,
como si hubiese prevalecido con su propio poder y su bondad. Nada se
dice de lo que han hecho o sufrido, sino que el tema de cada canto, la
nota dominante de cada antífona es: Salvación a nuestro Dios y al
Cordero.
En presencia de los habitantes de la tierra y del cielo reunidos, se
efectúa la coronación final del Hijo de Dios. Y entonces, revestido de
suprema majestad y poder, el Rey de reyes falla el juicio de aquellos
que se rebelaron contra Su gobierno, y ejecuta justicia contra los que
transgredieron Su ley y oprimieron a Su pueblo. El profeta de Dios
dice: "Vi un gran trono blanco, y al que estaba sentado sobre él, de
cuya presencia huyó la tierra y el cielo; y no fue hallado lugar para
ellos. Y vi a los muertos, pequeños y grandes, estar en pie delante
del trono; y abriéronse los libros; abrióse también otro libro, que es
el libro de la vida: y los muertos fueron juzgados de acuerdo con las
cosas escritas en los libros, según sus obras." Apocalipsis 20:11,
12.
Apenas se abren los registros, y la mirada de Jesús se dirige hacia
los impíos, éstos se vuelven conscientes de todos los pecados que
cometieron. Reconocen exactamente el lugar donde sus pies se apartaron
del sendero de la pureza y de la santidad, y cuán lejos el orgullo y
la rebelión los han llevado en el camino de la transgresión de la ley
de Dios. Las tentaciones seductoras que ellos fomentaron cediendo al
pecado, las bendiciones que pervirtieron, su desprecio de los
mensajeros de Dios, los avisos rechazados, la oposición de corazones
obstinados y sin arrepentimiento—todo eso sale a relucir como si
estuviese escrito con letras de fuego.
Por encima del trono se destaca la cruz; y como en vista panorámica
aparecen las escenas de la tentación, la caída de Adán y las fases
sucesivas del gran plan de redención. El humilde nacimiento del
Salvador; Su juventud pasada en la sencillez y en la obediencia; Su
bautismo en el Jordán; el ayuno y la tentación en el desierto; Su
ministerio público, que reveló a los hombres las bendiciones más
preciosas del cielo; los días repletos de obras de amor y
misericordia, y las noches pasadas en oración y vigilia en la soledad
de los montes; las conspiraciones de la envidia, del odio y de la
malicia con que se recompensaron Sus beneficios; la terrible y
misteriosa agonía en Getsemaní, bajo el peso anonadador de los pecados
de todo el mundo; la traición que le entregó en manos de la turba
asesina los terribles acontecimientos de esa noche de horror—el preso
resignado y olvidado de Sus discípulos más amados, arrastrado
brutalmente por las calles de Jerusalén; el hijo de Dios presentado
con visos de triunfo ante Anás, obligado a comparecer en el palacio
del sumo sacerdote, en el pretorio de Pilato, ante el cobarde y cruel
Herodes; ridiculizado, insultado, atormentado y condenado a
muerte—todo eso está representado a lo vivo.
Luego, ante las multitudes agitadas, se reproducen las escenas
finales: el paciente Varón de dolores pisando el sendero del Calvario;
el Príncipe del cielo colgado de la cruz; los sacerdotes altaneros y
el populacho escarnecedor ridiculizando la agonía de Su muerte; la
obscuridad sobrenatural; el temblor de la tierra, las rocas
destrozadas y los sepulcros abiertos que señalaron el momento en que
expiró el Redentor del mundo.
La escena terrible se presenta con toda exactitud. Satanás sus ángeles
y sus súbditos no pueden apartar los ojos del cuadro que representa su
propia obra. Cada actor recuerda el papel que desempeñó. Herodes, el
que mató a los niños inocentes de Belén para hacer morir al Rey de
Israel; la innoble Herodías, sobre cuya conciencia pesa la sangre de
Juan el Bautista, el débil Pilato, esclavo de las circunstancias; los
soldados escarnecedores; los sacerdotes y gobernantes, y la
muchedumbre enloquecida que gritaba: "¡Recaiga Su sangre sobre
nosotros, y sobre nuestros hijos!"—todos contemplan la enormidad de su
culpa. En vano procuran esconderse ante la divina majestad de Su
presencia que sobrepuja el resplandor del sol, mientras que los
redimidos echan sus coronas a los pies del Salvador exclamando: " ¡El
murió por mí!"
Entre la multitud de los rescatados están los apóstoles de Cristo, el
heroico Pablo, el ardiente Pedro, el amado y amoroso Juan y sus
hermanos de corazón leal, y con ellos la inmensa hueste de los
mártires; mientras que fuera de los muros, con todo lo que es vil y
abominable, se encuentran aquellos que los persiguieron, encarcelaron
y mataron. Allí está Nerón, monstruo de crueldad y de vicios, y puede
ver la alegría y el triunfo de aquellos a quienes torturó, y cuya
dolorosa angustia le proporcionara deleite satánico. Su madre está
allí para ser testigo de los resultados de su propia obra; para ver
cómo los malos rasgos de carácter transmitidos a su hijo y las
pasiones fomentadas y desarrolladas por la influencia y el ejemplo de
ella, produjeron crímenes que horrorizaron al mundo.
Allí hay sacerdotes y prelados papistas, que dijeron ser los
embajadores de Cristo y que no obstante emplearon instrumentos de
suplicio, calabozos y hogueras para dominar las conciencias de su
pueblo. Allí están los orgullosos pontífices que se ensalzaron por
encima de Dios y que pretendieron alterar la ley del Altísimo.
Aquellos así llamados padres de la iglesia tienen que rendir a Dios
una cuenta de la que bien quisieran librarse. Demasiado tarde ven que
el Omnisciente es celoso de Su ley y que no tendrá por inocente al
culpable de violarla. Comprenden entonces que Cristo identifica Sus
intereses con los de Su pueblo perseguido, y sienten la fuerza de Sus
propias palabras: "En cuanto lo hicisteis a uno de los más pequeños de
estos Mis hermanos, a Mí lo hicisteis." Mateo 25:40.
Todos los impíos del mundo están de pie ante el tribunal de Dios,
acusados de alta traición contra el gobierno del cielo. No hay quien
sostenga ni defienda la causa de ellos; no tienen disculpa; y se
pronuncia contra ellos la sentencia de la muerte eterna.
Es entonces evidente para todos que el salario del pecado no es la
noble independencia y la vida eterna, sino la esclavitud, la ruina y
la muerte. Los impíos ven lo que perdieron con su vida de rebeldía.
Despreciaron el maravilloso don de eterna gloria cuando les fue
ofrecido; pero ¡cuán deseable no les parece ahora! "Todo eso—exclama
el alma perdida—yo habría podido poseerlo; pero preferí rechazarlo.
¡oh sorprendente infatuación! He cambiado la paz, la dicha y el honor
por la miseria, la infamia y la desesperación." Todos ven que su
exclusión del cielo es justa. Por sus vidas, declararon: "No queremos
que este Jesús reine sobre nosotros."
Como fuera de sí, los impíos han contemplado la coronación del Hijo de
Dios. Ven en las manos de El las tablas de la ley divina, los
estatutos que ellos despreciaron y transgredieron. Son testigos de la
explosión de admiración, arrobamiento y adoración de los redimidos; y
cuando las ondas de melodía inundan a las multitudes fuera de la
ciudad, todos exclaman a una voz: "¡Grandes y maravillosas son Tus
obras oh Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son Tus caminos,
oh Rey de los siglos!" Apocalipsis 15:3. Y cayendo prosternados,
adoran al Príncipe de la vida.
Satanás parece paralizado al contemplar la gloria y majestad de
Cristo. El que en otro tiempo fuera uno de los querubines cubridores
recuerda de dónde cayó. El, que fuera serafín resplandeciente, "hijo
de la aurora," ¡cuán cambiado se ve, y cuán degradado! Está excluido
para siempre del consejo en que antes se le honraba. Ve ahora a otro
que, junto al Padre vela su gloria. Ha visto la corona colocada sobre
la cabeza de Cristo por un ángel de elevada estatura y majestuoso
continente, y sabe que la posición exaltada que ocupa este ángel
habría podido ser la suya.
Recuerda la mansión de su inocencia y pureza, la paz y el
contentamiento de que gozaba hasta que se entregó a murmurar contra
Dios y a envidiar a Cristo. Sus acusaciones, su rebelión, sus engaños
para captarse la simpatía y la ayuda de los ángeles, su porfía en no
hacer esfuerzo alguno para reponerse cuando Dios le hubiera
perdonado—todo eso se le presenta a lo vivo. Echa una mirada
retrospectiva sobre la obra que realizó entre los hombres y sobre sus
resultados: la enemistad del hombre para con sus semejantes, la
terrible destrucción de vidas, el ascenso y la caída de los reinos, el
derrocamiento de tronos, la larga serie de tumultos, conflictos y
revoluciones. Recuerda los esfuerzos constantes que hizo para oponerse
a la obra de Cristo y para hundir a los hombres en degradación siempre
mayor. Ve que sus conspiraciones infernales no pudieron acabar con los
que pusieron su confianza en Jesús. Al considerar Satanás su reino y
los frutos de sus esfuerzos, sólo ve fracaso y ruina. Ha inducido a
las multitudes a creer que la ciudad de Dios sería fácil presa; pero
ahora ve que eso es falso. Una y otra vez, en el curso de la gran
controversia, ha sido derrotado y obligado a rendirse. De sobra conoce
el poder y la majestad del Eterno.
El propósito del gran rebelde consistió siempre en justificarse, y en
hacer aparecer al gobierno de Dios como responsable de la rebelión. A
ese fin dedicó todo el poder de su gigantesca inteligencia. Obró
deliberada y sistemáticamente, y con éxito maravilloso, para inducir a
inmensas multitudes a que aceptaran su versión del gran conflicto que
ha estado desarrollándose por tanto tiempo. Durante miles de años este
jefe de conspiraciones hizo pasar la mentira por verdad. Pero llegó el
momento en que la rebelión debe ser sofocada finalmente y puestos en
evidencia la historia y el carácter de Satanás. El archi engañador ha
sido desenmascarado por completo en su último gran esfuerzo para
destronar a Cristo, destruir a Su pueblo y apoderarse de la ciudad de
Dios. Los que se han unido a él, se dan cuenta del fracaso total de su
causa. Los discípulos de Cristo y los ángeles leales contemplan en
toda su extensión las maquinaciones de Satanás contra el gobierno de
Dios. Ahora se vuelve objeto de execración universal.
Satanás ve que su rebelión voluntaria le incapacitó para el cielo.
Ejercitó su poder guerreando contra Dios; la pureza, la paz y la
armonía del cielo serían para él suprema tortura. Sus acusaciones
contra la misericordia y justicia de Dios están ya acalladas. Los
vituperios que procuró lanzar contra Jehová recaen enteramente sobre
él. Y ahora Satanás se inclina y reconoce la justicia de su
sentencia.
"¿Quién no Te temerá, oh Señor, y glorificará Tu nombre? porque Tú
solo eres santo: porque todas las naciones vendrán y adorarán delante
de Ti; porque tus actos de justicia han sido manifestados." (Vers. 4.)
Toda cuestión de verdad y error en la controversia que tanto ha
durado, ha quedado aclarada. Los resultados de la rebelión y del
apartamiento de los estatutos divinos han sido puestos a la vista de
todos los seres inteligentes creados. El desarrollo del gobierno de
Satanás en contraste con el de Dios, ha sido presentado a todo el
universo. Satanás ha sido condenado por sus propias obras. La
sabiduría de Dios, Su justicia y Su bondad quedan por completo
reivindicadas. Queda también comprobado que todos Sus actos en el gran
conflicto fueron ejecutados de acuerdo con el bien eterno de Su pueblo
y el bien de todos los mundos que creó. "Todas Tus obras alabarán, oh
Jehová, y Tus piadosos siervos Te bendecirán." Salmo 145:10. La
historia del pecado atestiguará durante toda la eternidad que con la
existencia de la ley de Dios se vincula la dicha de todos los seres
creados por El. En vista de todos los hechos del gran conflicto, todo
el universo, tanto los justos como los rebeldes, declaran al unísono:
" ¡Justos y verdaderos son Tus caminos, oh Rey de los siglos!"
El universo entero contempló el gran sacrificio hecho por el Padre y
el Hijo en beneficio del hombre. Ha llegado la hora en que Cristo
ocupa el puesto a que tiene derecho, y es exaltado sobre los
principados y potestades, y sobre todo nombre que se nombra. A fin de
alcanzar el gozo que le fuera propuesto— el de llevar muchos hijos a
la gloria—sufrió la cruz y menospreció la vergüenza. Y por
inconcebiblemente grandes que fuesen el dolor y el oprobio, mayores
aún son la dicha y la gloria. Echa una mirada hacia los redimidos,
transformados a Su propia imagen, y cuyos corazones llevan el sello
perfecto de lo divino y cuyas caras reflejan la semejanza de su Rey.
Contempla en ellos el resultado de las angustias de Su alma, y está
satisfecho. Luego, con voz que llega hasta las multitudes reunidas de
los justos y de los impíos, exclama: "¡Contemplad el rescate de Mi
sangre! Por éstos sufrí, por éstos morí, para que pudiesen permanecer
en Mi presencia a través de las edades eternas." Y de entre los
revestidos con túnicas blancas en torno del trono, asciende el canto
de alabanza: "¡Digno es el Cordero que ha sido inmolado, de recibir el
poder, y la riqueza, y la sabiduría, y la fortaleza, y la honra, y la
gloria, y la bendición!" Apocalipsis 5:12.
A pesar de que Satanás se ha visto obligado a reconocer la justicia de
Dios, y a inclinarse ante la supremacía de Cristo, su carácter sigue
siendo el mismo. El espíritu de rebelión, cual poderoso torrente,
vuelve a estallar. Lleno de frenesí, determina no cejar en el gran
conflicto. Ha llegado la hora de intentar un último y desesperado
esfuerzo contra el Rey del cielo. Se lanza en medio de sus súbditos, y
trata de inspirarlos con su propio furor y de moverlos a dar inmediata
batalla. Pero entre todos los innumerables millones a quienes indujo
engañosamente a la rebelión, no hay ahora ninguno que reconozca su
supremacía. Su poder ha concluido. Los impíos están llenos del mismo
odio contra Dios que el que inspira a Satanás; pero ven que su caso es
desesperado, que no pueden prevalecer contra Jehová. Se enardecen
contra Satanás y contra los que fueron sus agentes para engañar, y con
furia demoníaca se vuelven contra ellos.
Dice el Señor: "Por cuanto has puesto tu corazón como corazón de Dios,
por tanto, he aquí que voy a traer contra ti extraños, los terribles
de las naciones; y ellos desenvainarán sus espadas contra tu hermosa
sabiduría, y profanarán tu esplendor. Al hoyo te harán descender." "Te
destruyo, ¡oh querubín que cubres con tus alas! y te echo de en medio
de las piedras de fuego.... Te echo a tierra; te pongo delante de
reyes, para que te miren.... Te torno en ceniza sobre la tierra, ante
los ojos de todos los que te ven.... Serás ruinas, y no existirás más
para siempre.’ Ezequiel 28:6-8, 16-19.
"Porque toda batalla de quien pelea es con estruendo, y con
revolcamiento de vestidura en sangre: mas esto será para quema, y
pábulo de fuego." "Porque Jehová está airado sobre todas las gentes, e
irritado sobre todo el ejército de ellas; destruirálas y entregarálas
al matadero." "Sobre los malos lloverá lazos; fuego y azufre, con
vientos de torbellinos, será la porción del cáliz de ellos." Isaías
9:5; 34:2; Salmo 11:6. Dios hace descender fuego del cielo. La tierra
está quebrantada. Salen a relucir las armas escondidas en sus
profundidades. Llamas devoradoras se escapan por todas partes de
grietas amenazantes. Hasta las rocas están ardiendo. Ha llegado el día
que arderá como horno. Los elementos se disuelven con calor abrasador,
la tierra también y las obras que hay en ella están abrasadas.
Malaquías 4:1; 2 Pedro 3:10. La superficie de la tierra parece una
masa fundida—un inmenso lago de fuego hirviente. Es la hora del juicio
y perdición de los hombres impíos,—"es día de venganza de Jehová, año
de retribuciones en el pleito de Sión." Isaías 34:8.
Los impíos reciben su recompensa en la tierra. Proverbios 11:31.
"Serán estopa; y aquel día que vendrá, los abrasará, ha dicho Jehová
de los ejércitos." Malaquías 4:1. Algunos son destruídos como en un
momento, mientras otros sufren muchos días. Todos son castigados
"conforme a sus hechos." Habiendo sido cargados sobre Satanás los
pecados de los justos, tiene éste que sufrir no sólo por su propia
rebelión, sino también por todos los pecados que hizo cometer al
pueblo de Dios. Su castigo debe ser mucho mayor que el de aquellos a
quienes engañó. Después de haber perecido todos los que cayeron por
sus seducciones, el diablo tiene que seguir viviendo y sufriendo. En
las llamas purificadoras, quedan por fin destruídos los impíos, raíz y
rama,—Satanás la raíz, sus secuaces las ramas. La penalidad completa
de la ley ha sido aplicada; las exigencias de la justicia han sido
satisfechas; y el cielo y la tierra al contemplarlo, proclaman la
justicia de Jehová.
La obra de destrucción de Satanás ha terminado para siempre. Durante
seis mil años obró a su gusto, llenando la tierra de dolor y causando
penas por todo el universo. Toda la creación gimió y sufrió en
angustia. Ahora las criaturas de Dios han sido libradas para siempre
de su presencia y de sus tentaciones. "¡Ya descansa y está en quietud
toda la tierra; prorrumpen los hombres [justos] en cánticos!" Isaías
14:7. Y un grito de adoración y triunfo sube de entre todo el universo
leal. Se oye "como si fuese el estruendo de una gran multitud, y como
si fuese el estruendo de muchas aguas, y como si fuese el estruendo de
poderosos truenos, que decían: ¡Aleluya; porque reina el Señor Dios,
el Todopoderoso!" Apocalipsis 19:6.
Mientras la tierra estaba envuelta en el fuego de la destrucción, los
justos vivían seguros en la ciudad santa. La segunda muerte no tiene
poder sobre los que tuvieron parte en la primera resurrección.
Mientras Dios es para los impíos un fuego devorador, es para Su pueblo
un sol y un escudo. Apocalipsis 20:6; Salmo 84:11.
"Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la
primera tierra han pasado." Apocalipsis 21:1. El fuego que consume a
los impíos purifica la tierra. Desaparece todo rastro de la maldición.
Ningún infierno que arda eternamente recordará a los redimidos las
terribles consecuencias del pecado.
Sólo queda un recuerdo: nuestro Redentor llevará siempre las señales
de Su crucifixión. En Su cabeza herida, en Su costado, en Sus manos y
en Sus pies se ven las únicas huellas de la obra cruel efectuada por
el pecado. El profeta, al contemplar a Cristo en Su gloria, dice: "Su
resplandor es como el fuego, y salen de Su mano rayos de luz; y allí
mismo está el escondedero de Su poder." Habacuc 3:4. En Sus manos, y
Su costado heridos, de donde manó la corriente purpurina que
reconcilió al hombre con Dios, allí está la gloria del Salvador, "allí
mismo está el escondedero de Su poder." "Poderoso para salvar" por el
sacrificio de la redención, fue por consiguiente fuerte para ejecutar
la justicia para con aquellos que despreciaron la misericordia de
Dios. Y las marcas de Su humillación son Su mayor honor; a través de
las edades eternas, las llagas del Calvario proclamarán Su alabanza y
declararán Su poder.
"¡Oh, Torre del rebaño, colina de la hija de Sión, a Ti te llegará;
sí, a Ti vendrá el dominio anterior!" Miqueas 4:8. Llegó el momento
por el cual suspiraron los santos desde que la espada de fuego expulsó
a la primera pareja del paraíso—el tiempo de "la redención de la
posesión adquirida." Efesios 1:14. La tierra dada al principio al
hombre para que fuera su reino, entregada alevosamente por él a manos
de Satanás, y conservada durante tanto tiempo por el poderoso enemigo,
ha sido recuperada mediante el gran plan de la redención. Todo lo que
se había perdido por el pecado, ha sido restaurado. "Así dice Jehová,
. . . el que formó la tierra y la hizo, el cual la estableció; no en
vano la creó, sino que para ser habitada la formó." Isaías 45:18. El
propósito primitivo que tenía Dios al crear la tierra se cumple al
convertirse ésta en la morada eterna de los redimidos. "Los justos
heredarán la tierra, y vivirán para siempre sobre ella." Salmo
37:29.
El temor de hacer aparecer la futura herencia de los santos demasiado
material ha inducido a muchos a espiritualizar aquellas verdades que
nos hacen considerar la tierra como nuestra morada. Cristo aseguró a
sus discípulos que iba a preparar mansiones para ellos en la casa de
Su Padre. Los que aceptan las enseñanzas de la Palabra de Dios no
ignorarán por completo lo que se refiere a la patria celestial. Y sin
embargo son "cosas que ojo no vio, ni oído oyó, y que jamás entraron
en pensamiento humano—las cosas grandes que ha preparado Dios para los
que le aman." 1 Corintios 2:9. El lenguaje humano no alcanza a
describir la recompensa de los justos. Sólo la conocerán quienes la
contemplen. Ninguna inteligencia limitada puede comprender la gloria
del paraíso de Dios.
En la Biblia se llama la herencia de los bienaventurados una patria.
Hebreos 11:14-16. Allí conduce el divino Pastor a Su rebaño a los
manantiales de aguas vivas. El árbol de vida da su fruto cada mes, y
las hojas del árbol son para el servicio de las naciones. Allí hay
corrientes que manan eternamente, claras como el cristal, al lado de
las cuales se mecen árboles que echan su sombra sobre los senderos
preparados para los redimidos del Señor. Allí las vastas llanuras
alternan con bellísimas colinas y las montañas de Dios elevan sus
majestuosas cumbres. En aquellas pacíficas llanuras, al borde de
aquellas corrientes vivas, es donde el pueblo de Dios que por tanto
tiempo anduvo peregrino y errante, encontrará un hogar.
"Mi pueblo habitará en mansión de paz, en moradas seguras, en
descansaderos tranquilos." "No se oirá más la violencia en tu tierra,
la desolación ni la destrucción dentro de tus términos; sino que
llamarás a tus muros Salvación, y a tus puertas Alabanza." "Edificarán
casas también, y habitarán en ellas; plantarán viñas, y comerán su
fruto. No edificarán más para que otro habite, ni plantarán para que
otro coma; ... Mis escogidos disfrutarán la obra de sus manos." Isaías
32:1; 60:18; 65:21, 22.
Allí "se alegrarán el desierto y el sequedal, y el yermo se regocijará
y florecerá como la rosa." "En vez del espino subirá el abeto, y en
lugar de la zarza subirá el arrayán." "Habitará el lobo con el
cordero, y el leopardo sesteará junto con el cabrito; . . . y un
niñito los conducirá." "No dañarán, ni destruirán en todo Mi santo
monte," dice el Señor. Isaías 35:1; 55:13; 11:6, 9.
El dolor no puede existir en el ambiente del cielo. Allí no habrá más
lágrimas, ni cortejos fúnebres, ni manifestaciones de duelo. "Y la
muerte no será más; ni habrá más gemido ni clamor, ni dolor; porque
las cosas de antes han pasado ya," "No dirá más el habitante: Estoy
enfermo; al pueblo que mora en ella le habrá sido perdonada su
iniquidad." Apocalipsis 21:4; Isaías 33:24.
Allí está la nueva Jerusalén, la metrópoli de la nueva tierra
glorificada, "corona de hermosura en la mano de Jehová, y una diadema
real en la mano de nuestro Dios." "Su luz era semejante a una piedra
preciosísima, como piedra de jaspe, transparente como el cristal."
"Las naciones andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traen
a ella su gloria." El Señor dijo: "Me regocijaré en Jerusalem, y
gozaréme en mi pueblo." "¡He aquí el tabernáculo de Dios está con los
hombres, y El habitará con ellos, y ellos serán pueblos Suyos, y el
mismo Dios con ellos estará, como Dios suyo!" Isaías 62:3; Apocalipsis
21:11, 24; Isaías 65:19; Apocalipsis 21:3.
En la ciudad de Dios "no habrá ya más noche." Nadie necesitará ni
deseará descanso. No habrá quien se canse haciendo la voluntad de Dios
ni ofreciendo alabanzas a Su nombre. Sentiremos siempre la frescura de
la mañana, que nunca se agostará. "No necesitan luz de lámpara, ni luz
del sol; porque el Señor Dios los alumbrará." Apocalipsis 22:5. La luz
del sol será sobrepujada por un brillo que sin deslumbrar la vista
excederá sin medida la claridad de nuestro mediodía. La gloria de Dios
y del Cordero inunda la ciudad santa con una luz que nunca se
desvanece. Los redimidos andan en la luz gloriosa de un día eterno que
no necesita sol.
"No vi templo en ella; porque el Señor Dios Todopoderoso, y el Cordero
son el templo de ella." Apocalipsis 21:22. El pueblo de Dios tiene el
privilegio de tener comunión directa con el Padre y el Hijo. "Ahora
vemos obscuramente, como por medio de un espejo." 1 Corintios 13:12.
Vemos la imagen de Dios reflejada como en un espejo en las obras de la
naturaleza y en Su modo de obrar para con los hombres; pero entonces
Le veremos cara a cara sin velo que nos lo oculte. Estaremos en Su
presencia y contemplaremos la gloria de Su rostro.
Allí los redimidos conocerán como son conocidos. Los sentimientos de
amor y simpatía que el mismo Dios implantó en el alma, se desahogarán
del modo más completo y más dulce. El trato puro con seres santos, la
vida social y armoniosa con los ángeles bienaventurados y con los
fieles de todas las edades que lavaron sus vestiduras y las
emblanquecieron en la sangre del Cordero, los lazos sagrados que unen
a "toda la familia en los cielos, y en la tierra" Efesios 3:15.—todo
eso constituye la dicha de los redimidos.
Allí intelectos inmortales contemplarán con eterno deleite las
maravillas del poder creador, los misterios del amor redentor. Allí no
habrá enemigo cruel y engañador para tentar a que se olvide a Dios.
Toda facultad será desarrollada, toda capacidad aumentada. La
adquisición de conocimientos no cansará la inteligencia ni agotará las
energías. Las mayores empresas podrán llevarse a cabo, satisfacerse
las aspiraciones más sublimes, realizarse las más encumbradas
ambiciones; y sin embargo surgirán nuevas alturas que superar, nuevas
maravillas que admirar, nuevas verdades que comprender, nuevos objetos
que agucen las facultades del espíritu, del alma y del cuerpo.
Todos los tesoros del universo se ofrecerán al estudio de los
redimidos de Dios. Libres de las cadenas de la mortalidad, se lanzan
en incansable vuelo hacia los lejanos mundos—mundos a los cuales el
espectáculo de las miserias humanas causaba estremecimientos de dolor,
y que entonaban cantos de alegría al tener noticia de un alma
redimida. Con indescriptible dicha los hijos de la tierra participan
del gozo y de la sabiduría de los seres que no cayeron. Comparten los
tesoros de conocimientos e inteligencia adquiridos durante siglos y
siglos en la contemplación de las obras de Dios. Con visión clara
consideran la magnificencia de la creación—soles y estrellas y
sistemas planetarios que en el orden a ellos asignado circuyen el
trono de la Divinidad. El nombre del Creador se encuentra escrito en
todas las cosas, desde las más pequeñas hasta las más grandes, y en
todas ellas se ostenta la riqueza de Su poder.
Y a medida que los años de la eternidad transcurran, traerán consigo
revelaciones más ricas y aún más gloriosas respecto de Dios y de
Cristo. Así como el conocimiento es progresivo, así también el amor,
la reverencia y la dicha irán en aumento. Cuanto más sepan los hombres
acerca de Dios, tanto más admirarán Su carácter. A medida que Jesús
les descubra la riqueza de la redención y los hechos asombrosos del
gran conflicto con Satanás, los corazones de los redimidos se
estremecerán con gratitud siempre más ferviente, y con arrebatadora
alegría tocarán sus arpas de oro; y miríadas de miríadas y millares de
millares de voces se unirán para engrosar el potente coro de
alabanza.
"Y a toda cosa creada que está en el cielo, y sobre la tierra, y
debajo de la tierra, y sobre el mar, y a todas las cosas que hay en
ellos, las oí decir: ¡Bendición, y honra y gloria y dominio al que
está sentado sobre el trono, y al Cordero, por los siglos de los
siglos!" Apocalipsis 5:13.
El gran conflicto ha terminado. Ya no hay más pecado ni pecadores.
Todo el universo está purificado. La misma pulsación de armonía y de
gozo late en toda la creación. De Aquel que todo lo creó manan vida,
luz y contentamiento por toda la extensión del espacio infinito. Desde
el átomo más imperceptible hasta el mundo más vasto, todas las cosas
animadas e inanimadas, declaran en su belleza sin mácula y en júbilo
perfecto, que Dios es amor.
"El que da testimonio de estas cosas, dice:
Ciertamente, vengo en breve.
Amén, sea así.
Ven: Señor Jesús. "
Apocalipsis 22:20-21