Viene el día, y está muy cerca, cuando la misericordia ya no podrá
rogar por los culpables habitantes de la tierra. Cada caso habrá sido
decidido, ya sea para vida o para muerte.
Algunos estarán listos, otros no; pero para todos, el tiempo de gracia
estará ya terminado. Pero ahora, en su proximidad, estamos otra vez
viviendo en los días de Noé y de Sodoma. La tierra está llena de
crimen y de desorden.
Pero pronto, muy pronto, el tiempo de gracia se terminará. Muchos en
el mundo temen que muy pronto terminará. Qué sucederá cuando
termine?
Y EN aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está por
los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue
después que hubo gente hasta entonces; mas en aquel tiempo será
libertado tu pueblo, todos los que se hallaren escritos en el libro."
Daniel 12:1
Cuando termine el mensaje del tercer ángel la misericordia divina no
intercederá más por los habitantes culpables de la tierra. El pueblo
de Dios habrá cumplido su obra; habrá recibido "la lluvia tardía," el
"refrigerio de la presencia del Señor," y estará preparado para la
hora de prueba que le espera. Los ángeles se apuran, van y vienen de
acá para allá en el cielo. Un ángel que regresa de la tierra anuncia
que su obra está terminada; el mundo ha sido sometido a la prueba
final, y todos los que han resultado fieles a los preceptos divinos
han recibido "el sello del Dios vivo." Entonces Jesús dejará de
interceder en el santuario celestial. Levantará Sus manos y con gran
voz dirá "Hecho es," y todas las huestes de los ángeles depositarán
sus coronas mientras El anuncia en tono solemne: "¡El que es injusto,
sea injusto aún; y el que es sucio, sea sucio aún; y el que es justo,
sea justo aún; y el que es santo, sea aún santo!" Apocalipsis 22:11.
Cada caso ha sido fallado para vida o para muerte. Cristo ha hecho
propiciación por Su pueblo y borrado sus pecados. El número de Sus
súbditos está completo; "el reino, y el señorío y la majestad de los
reinos debajo de todo el cielo" van a ser dados a los herederos de la
salvación y Jesús va a reinar como Rey de reyes y Señor de
señores.
Cuando El abandone el santuario, las tinieblas envolverán a los
habitantes de la tierra. Durante ese tiempo terrible, los justos deben
vivir sin intercesor, a la vista del santo Dios. Nada refrena ya a los
malos y Satanás domina por completo a los impenitentes empedernidos.
La paciencia de Dios ha concluido. El mundo ha rechazado Su
misericordia, despreciado Su amor y pisoteado Su ley. Los impíos han
dejado concluir su tiempo de gracia; el Espíritu de Dios, al que se
opusieran obstinadamente, acabó por apartarse de ellos. Desamparados
ya de la gracia divina, están a merced de Satanás, el cual sumirá
entonces a los habitantes de la tierra en una gran tribulación final.
Como los ángeles de Dios dejen ya de contener los vientos violentos de
las pasiones humanas, todos los elementos de contención se
desencadenarán. El mundo entero será envuelto en una ruina más
espantosa que la que cayó antiguamente sobre Jerusalén.
Un sólo ángel dio muerte a todos los primogénitos de los egipcios y
llenó al país de duelo. Cuando David ofendió a Dios al tomar censo del
pueblo, un ángel causó la terrible mortandad con la cual fue castigado
su pecado. El mismo poder destructor ejercido por santos ángeles
cuando Dios se lo ordena, lo ejercerán los ángeles malvados cuando El
lo permita. Hay fuerzas actualmente listas que no esperan más que el
permiso divino para sembrar la desolación por todas partes.
Los que honran la ley de Dios han sido acusados de atraer los castigos
de Dios sobre la tierra, y se los mirará como si fueran causa de las
terribles convulsiones de la naturaleza y de las luchas sangrientas
entre los hombres, que llenarán la tierra de aflicción. El poder que
acompañe la última amonestación enfurecerá a los malvados; su ira se
ensañará contra todos los que hayan recibido el mensaje, y Satanás
despertará el espíritu de odio y persecución en un grado de intensidad
aún mayor.
Cuando la presencia de Dios se retiró de la nación judía, tanto los
sacerdotes como el pueblo lo ignoraron. Aunque bajo el dominio de
Satanás y arrastrados por las pasiones más horribles y malignas,
creían ser todavía el pueblo escogido de Dios. Los servicios del
templo seguían su curso; se ofrecían sacrificios en los altares
profanados, y cada día se invocaba la bendición divina sobre un pueblo
culpable de la sangre del Hijo amado de Dios y que trataba de matar a
Sus ministros y apóstoles. Así también, cuando la decisión irrevocable
del santuario haya sido pronunciada y el destino del mundo haya sido
determinado para siempre, los habitantes de la tierra no lo sabrán.
Las formas de la religión seguirán en vigor entre las muchedumbres de
en medio de las cuales el Espíritu de Dios se habrá retirado
finalmente; y el celo satánico con el cual el príncipe del mal ha de
inspirarlas para que cumplan sus crueles designios, se asemejará al
celo por Dios.
Una vez que el Sábado llegue a ser el punto especial de controversia
en toda la cristiandad y las autoridades religiosas y civiles se unan
para imponer la observancia del domingo, la negativa persistente, por
parte de una pequeña minoría, de ceder a la exigencia popular, la
convertirá en objeto de execración universal. Se demandará con
insistencia que no se tolere a los pocos que se oponen a una
institución de la iglesia y a una ley del estado; pues vale más que
esos pocos sufran y no que naciones enteras sean precipitadas a la
confusión y anarquía. Este mismo argumento fue presentado contra
Cristo hace mil ochocientos años por los "príncipes del pueblo." "Nos
conviene—dijo el astuto Caifás—que un hombre muera por el pueblo, y no
que toda la nación se pierda." Juan 11:50. Este argumento parecerá
concluyente y finalmente se expedirá contra todos los que santifiquen
el Sábado un decreto que los declare merecedores de las penas más
severas y autorice al pueblo para que, pasado cierto tiempo, los mate.
El romanismo en el Viejo Mundo y el protestantismo apóstata en la
América del Norte actuarán de la misma manera contra los que honren
todos los preceptos divinos.
El pueblo de Dios se verá entonces sumido en las escenas de aflicción
y angustia descritas por el profeta y llamadas el tiempo de la
apretura de Jacob: "Porque así ha dicho Jehová: Hemos oído voz de
temblor: espanto, y no paz.... Hanse tornado pálidos todos los
rostros. ¡Ah, cuán grande es aquel día! tanto, que no hay otro
semejante a él: tiempo de angustia para Jacob; mas de ella será
librado." Jeremías 30:5-7.
La noche de la aflicción de Jacob, cuando luchó en oración para ser
librado de manos de Esaú Génesis 32:24-30, representa la prueba por la
que pasará el pueblo de Dios en el tiempo de angustia. Debido al
engaño practicado para asegurarse la bendición que su padre intentaba
dar a Esaú, Jacob había huido para salvar su vida, atemorizado por las
amenazas de muerte que profería su hermano. Después de haber
permanecido muchos años en el destierro, se puso en camino por mandato
de Dios para regresar a su país, con sus mujeres, sus hijos, sus
rebaños y sus ganados. Al acercarse a los términos del país se llenó
de terror al tener noticia de que Esaú se acercaba al frente de una
compañía de guerreros, sin duda para vengarse de él. Los que
acompañaban a Jacob, sin armas e indefensos, parecían destinados a
caer abandonadas víctimas de la violencia y la matanza. A esta
angustia y a este temor que lo tenían abatido se agregaba el peso
abrumador de los reproches que se hacía a sí mismo; pues era su propio
pecado el que le había puesto a él y a los suyos en semejante peligro.
Su única esperanza se cifraba en la misericordia de Dios; su único
amparo debía ser la oración. Sin embargo, hizo cuanto estuvo de su
parte para dar reparación a su hermano por el agravio que le había
inferido y para evitar el peligro que le amenazaba. Así deberán hacer
los discípulos de Cristo al acercarse el tiempo de angustia: procurar
que el mundo los conozca bien, a fin de desarmar los prejuicios y
evitar los peligros que amenazan la libertad de conciencia.
Después de haber despedido a su familia para que no presenciara su
angustia, Jacob permaneció solo para interceder con Dios. Confiesa su
pecado y reconoce agradecido la bondad de Dios para con él, a la vez
que humillándose profundamente invoca en su favor el pacto hecho con
sus padres y las promesas que le fueran hechas a él mismo en su visión
en Bethel y en tierra extraña. Llegó la hora crítica de su vida; todo
está en peligro. En las tinieblas y en la soledad sigue orando y
humillándose ante Dios. De pronto una mano se apoya en su hombro. Se
le figura que un enemigo va a matarle, y con toda la energía de la
desesperación lucha con El. Cuando el día empieza a rayar, el
desconocido hace uso de Su poder sobrenatural; al sentir Su toque, el
hombre fuerte parece quedar paralizado y cae, impotente, tembloroso y
suplicante, sobre el cuello de su misterioso antagonista. Jacob sabe
entonces que es con el Ángel de la alianza con quien ha luchado.
Aunque incapacitado y presa de los más agudos dolores, no ceja en su
propósito. Durante mucho tiempo ha sufrido perplejidades
remordimientos y angustia a causa de su pecado; ahora debe obtener la
seguridad de que ha sido perdonado. El visitante celestial parece
estar por marcharse; pero Jacob se aferra a El y le pide Su bendición.
El Ángel le insta: "¡Suéltame, que ya raya el alba!" pero el patriarca
exclama: "No Te soltaré hasta que me hayas bendecido." ¡Qué confianza,
qué firmeza y qué perseverancia las de Jacob! Si estas palabras le
hubiesen sido dictadas por el orgullo y la presunción, Jacob hubiera
sufrido muerte instantánea; pero lo que se las inspiraba era más bien
la seguridad del que confiesa su flaqueza e indignidad, y sin embargo
confía en la misericordia de un Dios que cumple Su pacto.
"Luchó con el Ángel, y prevaleció." Oseas 12:4. Mediante la
humillación, el arrepentimiento y la sumisión, aquel mortal pecador y
sujeto al error, prevaleció sobre la Majestad del cielo. Se aferró
tembloroso a las promesas de Dios, y el Amor infinito no pudo rechazar
la súplica del pecador. Como señal de su triunfo y como estímulo para
que otros imitasen su ejemplo, se le cambió el nombre; en lugar del
que recordaba su pecado, recibió otro que conmemoraba su victoria. Y
al prevalecer Jacob con Dios, obtuvo la garantía de que prevalecería
al luchar con los hombres. Ya no temía arrostrar la ira de su hermano;
pues el Señor era su defensa.
Satanás había acusado a Jacob ante los ángeles de Dios y pretendía
tener derecho a destruirle por causa de su pecado; había inducido a
Esaú a que marchase contra él, y durante la larga noche de lucha del
patriarca, Satanás procuró embargarle con el sentimiento de su
culpabilidad para desanimarlo y apartarlo de Dios. Jacob fue casi
empujado a la desesperación; pero sabía que sin la ayuda de Dios
perecería. Se había arrepentido sinceramente de su gran pecado, y
apelaba a la misericordia de Dios. No se dejó desviar de su propósito,
sino que se adhirió firmemente al Ángel e hizo su petición con
ardientes clamores de agonía, hasta que prevaleció.
Así como Satanás influyó en Esaú para que marchase contra Jacob, así
también instigará a los malos para que destruyan al pueblo de Dios en
el tiempo de angustia. Como acusó a Jacob, acusará también al pueblo
de Dios. Cuenta a las multitudes del mundo entre sus súbditos, pero la
pequeña compañía de los que guardan los mandamientos de Dios resiste a
su pretensión a la supremacía. Si pudiese hacerlos desaparecer de la
tierra, su triunfo sería completo. Ve que los ángeles protegen a los
que guardan los mandamientos e infiere que sus pecados les han sido
perdonados; pero no sabe que la suerte de cada uno de ellos ha sido
resuelta en el santuario celestial. Tiene conocimiento exacto de los
pecados que les ha hecho cometer y los presenta ante Dios con la mayor
exageración y asegurando que esa gente es tan merecedora como él mismo
de ser excluida del favor de Dios. Declara que en justicia el Señor no
puede perdonar los pecados de ellos y destruirle al mismo tiempo a él
y a sus ángeles. Los reclama como presa suya y pide que le sean
entregados para destruirlos.
Mientras Satanás acusa al pueblo de Dios haciendo hincapié en sus
pecados, el Señor le permite probarlos hasta el extremo. La confianza
de ellos en Dios, su fe y su firmeza serán rigurosamente probadas. El
recuerdo de su pasado hará decaer sus esperanzas; pues es poco el bien
que pueden ver en toda su vida. Reconocen plenamente su debilidad e
indignidad. Satanás trata de aterrorizarlos con la idea de que su caso
es desesperado, de que las manchas de su impureza no serán jamás
lavadas. Espera así aniquilar su fe, hacerles ceder a sus tentaciones
y alejarlos de Dios.
Aun cuando los hijos de Dios se ven rodeados de enemigos que tratan de
destruirlos, la angustia que sufren no procede del temor de ser
perseguidos a causa de la verdad; lo que temen es no haberse
arrepentido de cada pecado y que debido a alguna falta por ellos
cometida no puedan ver realizada en ellos la promesa del Salvador: "Yo
también te guardaré de la hora de prueba que ha de venir sobre todo el
mundo." Apocalipsis 3:10. Si pudiesen tener la seguridad del perdón,
no retrocederían ante las torturas ni la muerte; pero si fuesen
reconocidos indignos de perdón y hubiesen de perder la vida a causa de
sus propios defectos de carácter, entonces el santo nombre de Dios
sería vituperado.
De todos lados oyen hablar de conspiraciones y traiciones y observan
la actividad amenazante de la rebelión. Eso hace nacer en ellos un
deseo intensísimo de ver acabarse la apostasía y de que la maldad de
los impíos llegue a su fin. Pero mientras piden a Dios que detenga el
progreso de la rebelión, se reprochan a sí mismos con gran sentimiento
el no tener mayor poder para resistir y contrarrestar la potente
invasión del mal. Les parece que si hubiesen dedicado siempre toda su
habilidad al servicio de Cristo, avanzando de virtud en virtud, las
fuerzas de Satanás no tendrían tanto poder sobre ellos.
Afligen sus almas ante Dios, recordándole cada uno de sus actos de
arrepentimiento de sus numerosos pecados y la promesa del Salvador:
"¿Forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz, sí haga paz
conmigo." Isaías 27:5. Su fe no decae si sus oraciones no reciben
inmediata contestación. Aunque sufren la ansiedad, el terror y la
angustia más desesperantes, no dejan de orar. Echan mano del poder de
Dios como Jacob se aferró al Ángel; y de sus almas se exhala el grito:
"No Te soltaré hasta que me hayas bendecido."
Si Jacob no se hubiese arrepentido previamente del pecado que cometió
al adueñarse fraudulentamente del derecho de primogenitura, Dios no
habría escuchado su oración ni le hubiese salvado la vida
misericordiosamente. Así, en el tiempo de angustia, si el pueblo de
Dios conservase pecados aún inconfesos cuando lo atormenten el temor y
la angustia, sería aniquilado; la desesperación acabaría con su fe y
no podría tener confianza para rogar a Dios que le librase. Pero por
muy profundo que sea el sentimiento que tiene de su indignidad, no
tiene culpas escondidas que revelar. Sus pecados han sido examinados y
borrados en el juicio; y no puede recordarlos.
Satanás induce a muchos a creer que Dios no se fija en la infidelidad
de ellos respecto a los asuntos menudos de la vida; pero, en su
actitud con Jacob, el Señor demuestra que en manera alguna sancionará
ni tolerará el mal. Todos los que tratan de excusar u ocultar sus
pecados, dejándolos sin confesar y sin haber sido perdonados en los
registros del cielo, serán vencidos por Satanás. Cuanto más exaltada
sea su profesión y honroso el puesto que desempeñen, tanto más graves
aparecen sus faltas a la vista de Dios, y tanto más seguro es el
triunfo de su gran adversario. Los que tardan en prepararse para el
día del Señor, no podrán hacerlo en el tiempo de la angustia ni en
ningún momento subsiguiente. El caso de los tales es desesperado.
Los cristianos profesos que llegarán sin preparación al último y
terrible conflicto, confesarán sus pecados con palabras de angustia
consumidora, mientras los impíos se reirán de esa angustia. Esas
confesiones son del mismo carácter que las de Esaú o de Judas. Los que
las hacen lamentan los resultados de la transgresión, pero no su culpa
misma. No sienten verdadera contrición ni horror al mal. Reconocen sus
pecados por temor al castigo; pero, lo mismo que Faraón, volverían a
maldecir al cielo si se suspendiesen los juicios de Dios.
La historia de Jacob nos da además la seguridad de que Dios no
rechazará a los que han sido engañados, tentados y arrastrados al
pecado, pero que hayan vuelto a El con verdadero arrepentimiento.
Mientras Satanás trata de acabar con esta clase de personas, Dios
enviará sus ángeles para consolarlas y protegerlas en el tiempo de
peligro. Los asaltos de Satanás son feroces y resueltos, sus engaños
terribles, pero el ojo de Dios descansa sobre Su pueblo y Su oído
escucha su súplica. Su aflicción es grande, las llamas del horno
parecen estar a punto de consumirlos; pero el Refinador los sacará
como oro purificado por el fuego. El amor de Dios para con sus hijos
durante el período de su prueba más dura es tan grande y tan tierno
como en los días de su mayor prosperidad; pero necesitan pasar por el
horno de fuego; debe consumirse su mundanalidad, para que la imagen de
Cristo se refleje perfectamente.
Los tiempos de apuro y angustia que nos esperan requieren una fe capaz
de soportar el cansancio, la demora y el hambre una fe que no desmaye
a pesar de las pruebas más duras. El tiempo de gracia les es concedido
a todos a fin de que se preparen para aquel momento. Jacob prevaleció
porque fue perseverante y resuelto. Su victoria es prueba evidente del
poder de la oración importuna. Todos los que se aferren a las promesas
de Dios como lo hizo él, y que sean tan sinceros como él lo fue,
tendrán tan buen éxito como él. Los que no están dispuestos a negarse
a sí mismos, a luchar desesperadamente ante Dios y a orar mucho y con
empeño para obtener Su bendición, no lo conseguirán. ¡Cuán pocos
cristianos saben lo que es luchar con Dios! ¡Cuán pocos son los que
jamás suspiraron por Dios con ardor hasta tener como en tensión todas
las facultades del alma! Cuando olas de indecible desesperación
envuelven al suplicante, ¡cuán raro es verle aferrarse con fe
inquebrantable a las promesas de Dios!
Los que sólo ejercitan poca fe, están en mayor peligro de caer bajo el
dominio de los engaños satánicos y del decreto que violentará las
conciencias. Y aun en caso de soportar la prueba, en el tiempo de
angustia se verán sumidos en mayor aflicción porque no se habrán
acostumbrado a confiar en Dios. Las lecciones de fe que hayan
descuidado, tendrán que aprenderlas bajo el terrible peso del
desaliento.
Deberíamos aprender ahora a conocer a Dios, poniendo a prueba sus
promesas. Los ángeles toman nota de cada oración ferviente y sincera.
Sería mejor sacrificar nuestros propios gustos antes que descuidar la
comunión con Dios. La mayor pobreza y la más absoluta abnegación, con
la aprobación divina, valen más que las riquezas, los honores, las
comodidades y amistades sin ella. Debemos darnos tiempo para orar. Si
nos dejamos absorber por los intereses mundanos, el Señor puede darnos
ese tiempo que necesitamos, quitándonos nuestros ídolos, ya sean éstos
oro, casas o tierras feraces.
La juventud no se dejaría seducir por el pecado si se negase a entrar
en otro camino que aquel sobre el cual pudiera pedir la bendición de
Dios. Si los que proclaman la última solemne amonestación al mundo
rogasen por la bendición de Dios, no con frialdad e indolencia, sino
con fervor y fe como lo hizo Jacob, encontrarían muchas ocasiones en
que podrían decir: "Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma."
Génesis 32:30. Serían considerados como príncipes en el cielo, con
poder para prevalecer con Dios y los hombres.
El "tiempo de angustia, cual nunca fue después que hubo gente" se
iniciará pronto; y para entonces necesitaremos tener una experiencia
que hoy por hoy no poseemos y que muchos no pueden lograr debido a su
indolencia. Sucede muchas veces que los peligros que se esperan no
resultan tan grandes como uno se los había imaginado; pero éste no es
el caso respecto de la crisis que nos espera. La imaginación más
fecunda no alcanza a darse cuenta de la magnitud de tan dolorosa
prueba. En aquel tiempo de tribulación, cada alma deberá sostenerse
por sí sola ante Dios. "Si Noé, Daniel y Job estuvieren" en el país,
"¡vivo yo! dice Jehová el Señor, que ni a hijo ni a hija podrán ellos
librar por su justicia; tan sólo a sus propias almas librarán."
Ezequiel 14:20.
Ahora, mientras que nuestro gran Sumo Sacerdote está haciendo
propiciación por nosotros, debemos tratar de llegar a la perfección en
Cristo. Nuestro Salvador no pudo ser inducido a ceder a la tentación
ni siquiera en pensamiento. Satanás encuentra en los corazones humanos
algún asidero en que hacerse firme; es tal vez algún deseo pecaminoso
que se acaricia, por medio del cual la tentación se fortalece. Pero
Cristo declaró al hablar de sí mismo "Viene el príncipe de este mundo;
mas no tiene nada en Mí." Juan 14:30. Satanás no pudo encontrar nada
en el Hijo de Dios que le permitiese ganar la victoria. Cristo guardó
los mandamientos de Su Padre y no hubo en El ningún pecado de que
Satanás pudiese sacar ventaja. Esta es la condición en que deben
encontrarse los que han de poder subsistir en el tiempo de
angustia.
En esta vida es donde debemos separarnos del pecado por la fe en la
sangre expiatoria de Cristo. Nuestro amado Salvador nos invita a que
nos unamos a El, a que unamos nuestra flaqueza con Su fortaleza,
nuestra ignorancia con Su sabiduría, nuestra indignidad con Sus
méritos. La providencia de Dios es la escuela en la cual debemos
aprender a tener la mansedumbre y humildad de Jesús. El Señor nos está
presentando, siempre, no el camino que escogeríamos y que nos
parecería más fácil y agradable, sino el verdadero, el que lleva a los
fines verdaderos de la vida. De nosotros está, pues, que cooperemos
con los factores que Dios emplea, en la tarea de conformar nuestros
caracteres con el modelo divino. Nadie puede descuidar o aplazar esta
obra sin grave peligro para su alma.
El apóstol Juan, estando en visión, oyó una gran voz que exclamaba en
el cielo: "¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el
diablo ha descendido a vosotros, teniendo grande ira, sabiendo que
tiene poco tiempo." Apocalipsis 12:12. Espantosas son las escenas que
provocaron esta exclamación de la voz celestial. La ira de Satanás
crece a medida que se va acercando el fin, y su obra de engaño y
destrucción culminará durante el tiempo de angustia.
Pronto aparecerán en el cielo signos pavorosos de carácter
sobrenatural, en prueba del poder milagroso de los demonios. Los
espíritus de los demonios irán en busca de los reyes de la tierra y
por todo el mundo para aprisionar a los hombres con engaños e
inducirlos a que se unan a Satanás en su última lucha contra el
gobierno de Dios. Mediante estos agentes, tanto los príncipes como los
súbditos serán engañados. Surgirán entes que se darán por el mismo
Cristo y reclamarán los títulos y el culto que pertenecen al Redentor
del mundo. Harán curaciones milagrosas y asegurarán haber recibido del
cielo revelaciones contrarias al testimonio de las Sagradas
Escrituras.
El acto capital que coronará el gran drama del engaño será que el
mismo Satanás se dará por el Cristo. Hace mucho que la iglesia profesa
esperar el advenimiento del Salvador como consumación de sus
esperanzas. Pues bien, el gran engañador simulará que Cristo habrá
venido. En varias partes de la tierra, Satanás se manifestará a los
hombres como ser majestuoso, de un brillo deslumbrador, parecido a la
descripción que del Hijo de Dios da Juan en el Apocalipsis.
Apocalipsis 1:13-15. La gloria que le rodee superará cuanto hayan
visto los ojos de los mortales. El grito de triunfo repercutirá por
los aires: "¡Cristo ha venido! ¡Cristo ha venido!" El pueblo se
postrará en adoración ante él, mientras levanta sus manos y pronuncia
una bendición sobre ellos como Cristo bendecía a sus discípulos cuando
estaba en la tierra. Su voz es suave y acompasada aunque llena de
melodía. En tono amable y compasivo enuncia algunas de las verdades
celestiales y llenas de gracia que pronunciaba el Salvador; cura las
dolencias del pueblo, y luego, en su fementido carácter de Cristo,
asegura haber mudado el día de reposo del Sábado al domingo y manda a
todos que santifiquen el día bendecido por él. Declara que aquellos
que persisten en santificar el séptimo día blasfeman su nombre porque
se niegan a oír a sus ángeles, que les fueron enviados con la luz de
la verdad. Es el engaño más poderoso y resulta casi irresistible. Como
los samaritanos fueron engañados por Simón el Mago, así también las
multitudes, desde los más pequeños hasta los mayores, creen en ese
sortilegio y dicen: "Este es el poder de Dios llamado grande." Hechos
8: 10, V. N-C.
Pero el pueblo de Dios no se extraviará. Las enseñanzas del falso
Cristo no están de acuerdo con las Sagradas Escrituras. Su bendición
va dirigida a los que adoran la bestia y su imagen, precisamente
aquellos sobre quienes dice la Biblia que la ira de Dios será
derramada sin mezcla.
Además, no se le permitirá a Satanás contrahacer la manera en que
vendrá Jesús. El Salvador previno a Su pueblo contra este engaño y
predijo claramente cómo será Su segundo advenimiento. "Porque se
levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y darán señales grandes y
prodigios; de tal manera que engañarán, si es posible, aun a los
escogidos.... Así que, si os dijeren: He aquí en el desierto está; no
salgáis: He aquí en las cámaras; no creáis. Porque como el relámpago
que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también
la venida del Hijo del hombre." Mateo 24:24-27, 31; 25:31; Apocalipsis
1:7; 1 Tesalonicenses 4:16, 17. No se puede remedar semejante
aparición. Todos la conocerán y el mundo entero la presenciará.
Sólo los que hayan estudiado diligentemente las Escrituras y hayan
recibido el amor de la verdad en sus corazones, serán protegidos de
los poderosos engaños que cautivarán al mundo. Merced al testimonio
bíblico descubrirán al engañador bajo su disfraz. El tiempo de prueba
llegará para todos. Por medio de la criba de la tentación se
reconocerá a los verdaderos cristianos. ¿Se sienten los hijos de Dios
actualmente bastante firmes en la Palabra divina para no ceder al
testimonio de sus sentidos? ¿Se atendrán ellos en semejante crisis a
la Biblia y a la Biblia sola? Si ello le resulta posible, Satanás les
impedirá que logren la preparación necesaria para estar firmes en
aquel día. Dispondrá las cosas de modo que el camino les esté
obstruido; los aturdirá con bienes terrenales, les hará llevar una
carga pesada y abrumadora para que sus corazones se sientan recargados
con los cuidados de esta vida y que el día de la prueba los sorprenda
como ladrón.
Cuando el decreto promulgado por los diversos príncipes y dignatarios
de la cristiandad contra los que observan los mandamientos, suspenda
la protección y las garantías del gobierno y los abandone a los que
tratan de aniquilarlos, el pueblo de Dios huirá de las ciudades y de
los pueblos y se unirá en grupos para vivir en los lugares más
desiertos y solitarios. Muchos encontrarán refugio en puntos de
difícil acceso en las montañas. Como los cristianos de los valles del
Piamonte, convertirán los lugares elevados de la tierra en santuarios
suyos y darán gracias a Dios por las "fortalezas de rocas." Isaías
33:16. Pero muchos seres humanos de todas las naciones y de todas
clases, grandes y pequeños, ricos y pobres, negros y blancos, serán
arrojados en la más injusta y cruel servidumbre. Los amados de Dios
pasarán días penosos, encadenados, encerrados en cárceles,
sentenciados a muerte, algunos abandonados adrede para morir de hambre
y sed en sombríos y repugnantes calabozos. Ningún oído humano
escuchará sus lamentos; ninguna mano humana se aprontará a
socorrerlos.
¿Olvidará el Señor a Su pueblo en esa hora de prueba? ¿Olvidó acaso al
fiel Noé cuando Sus juicios cayeron sobre el mundo antediluviano?
¿Olvidó acaso a Lot cuando cayó fuego del cielo para consumir las
ciudades de la llanura? ¿Se olvidó de José cuando estaba rodeado de
idólatras en Egipto? ¿o de Elías cuando el juramento de Jezabel le
amenazaba con la suerte de los profetas de Baal? ¿Se olvidó de
Jeremías en el obscuro y húmedo pozo en donde había sido echado? ¿Se
olvidó acaso de los tres jóvenes en el horno ardiente o de Daniel en
el foso de los leones?
"Sión empero ha dicho: ¡Me ha abandonado Jehová, y el Señor se ha
olvidado de mí! ¿Se olvidará acaso la mujer de su niño mamante, de
modo que no tenga compasión del hijo de sus entrañas? ¡Aun las tales
le pueden olvidar; mas no me olvidaré yo de ti! He aquí que sobre las
palmas de mis manos te traigo esculpida." Isaías 49:14 16. El Señor de
los ejércitos ha dicho: "Aquel que os toca a vosotros, le toca a El en
la niña de Su ojo." Zacarías 2:8.
Aunque los enemigos los arrojen a la cárcel, las paredes de los
calabozos no pueden interceptar la comunicación entre sus almas y
Cristo. Aquel que conoce todas sus debilidades, que ve todas sus
pruebas, está por encima de todos los poderes de la tierra; y acudirán
ángeles a sus celdas solitarias, trayéndoles luz y paz del cielo. La
prisión se volverá palacio, pues allí moran los que tienen mucha fe, y
los lóbregos muros serán alumbrados con luz celestial como cuando
Pablo y Silas oraron y alabaron a Dios a medianoche en el calabozo de
Filipos.
Los juicios de Dios caerán sobre los que traten de oprimir y aniquilar
a Su pueblo. Su paciencia para con los impíos da a éstos alas en sus
transgresiones, pero su castigo no será menos seguro ni terrible por
mucho que haya tardado en venir. "Jehová se levantará como en el monte
Perasim, y se indignará como en el valle de Gabaón; para hacer Su
obra, Su obra extraña, y para ejecutar Su acto, Su acto extraño."
Isaías 28:21. Para nuestro Dios misericordioso la tarea de castigar
resulta extraña. "Vivo yo, dice el Señor Jehová, que no quiero la
muerte del impío." Ezequiel 33:11. El Señor es "compasivo y clemente,
lento en iras y grande en misericordia y en fidelidad, . . . que
perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado." Sin embargo
"visita la iniquidad de los padres sobre los hijos, y sobre los hijos
de los hijos, hasta la tercera y hasta la cuarta generación." "¡Jehová
es lento en iras y grande en poder, y de ningún modo tendrá por
inocente al rebelde!" Éxodo 34:6, 7; Nahum 1:3. El vindicará con
terribles manifestaciones la dignidad de Su ley pisoteada. Puede
juzgarse de cuán severa ha de ser la retribución que espera a los
culpables, por la repugnancia que tiene el Señor para hacer justicia.
La nación a la que soporta desde hace tanto tiempo y a la que no
destruirá hasta que no haya llenado la medida de sus iniquidades,
según el cálculo de Dios, beberá finalmente de la copa de Su ira sin
mezcla de misericordia.
Cuando Cristo deje de interceder en el santuario, se derramará sin
mezcla la ira de Dios de la que son amenazados los que adoran a la
bestia y a su imagen y reciben su marca. Apocalipsis 14:9, 10. Las
plagas que cayeron sobre Egipto cuando Dios estaba por libertar a
Israel fueron de índole análoga a los juicios más terribles y extensos
que caerán sobre el mundo inmediatamente antes de la liberación final
del pueblo de Dios. En el Apocalipsis se lee lo siguiente con
referencia a esas mismas plagas tan temibles: "Vino una plaga mala y
dañosa sobre los hombres que tenían la señal de la bestia, y sobre los
que adoraban su imagen." El mar "se convirtió en sangre como de un
muerto; y toda alma viviente fue muerta en el mar." También "los ríos,
y . . . las fuentes de las aguas, . . . se convirtieron en sangre."
Por terribles que sean estos castigos, la justicia de Dios está
plenamente vindicada. El ángel de Dios declara: "Justo eres Tú, oh
Señor, . . . porque has juzgado estas cosas: porque ellos derramaron
la sangre de los santos y de los profetas, también Tú les has dado a
beber sangre; pues lo merecen." Apocalipsis 16:2-6. Al condenar a
muerte al pueblo de Dios, los que lo hicieron son tan culpables de su
sangre como si la hubiesen derramado con sus propias manos. Del mismo
modo Cristo declaró que los judíos de Su tiempo eran culpables de toda
la sangre de los santos varones que había sido derramada desde los
días de Abel, pues estaban animados del mismo espíritu y estaban
tratando de hacer lo mismo que los asesinos de los profetas.
En la plaga que sigue, se le da poder al sol para "quemar a los
hombres con fuego. Y los hombres se quemaron con el grande calor."
Apocalipsis 14:8, 9. Los profetas describen como sigue el estado de la
tierra en tan terrible tiempo: "El campo fue destruido, enlutóse la
tierra;... porque se perdió la mies del campo." "Secáronse todos los
árboles del campo; por lo cual se secó el gozo de los hijos de los
hombres." "El grano se pudrió debajo de sus terrones, los bastimentos
fueron asolados." "¡Cuánto gimieron las bestias! ¡cuán turbados
anduvieron los hatos de los bueyes, porque no tuvieron pastos! . . .
Se secaron los arroyos de las aguas, y fuego consumió las praderías
del desierto." Joel 1:10, 11, 12, 17, 18, 20. "Y los cantores del
templo aullarán en aquel día, dice el Señor Jehová; muchos serán los
cuerpos muertos; en todo lugar echados serán en silencio." Amós
8:3.
Estas plagas no serán universales, pues de lo contrario los habitantes
de la tierra serían enteramente destruídos. Sin embargo serán los
azotes más terribles que hayan sufrido jamás los hombres. Todos los
juicios que cayeron sobre los hombres antes del fin del tiempo de
gracia fueron mitigados con misericordia. La sangre propiciatoria de
Cristo impidió que el pecador recibiese el pleno castigo de su culpa;
pero en el juicio final la ira de Dios se derramará sin mezcla de
misericordia.
En aquel día, multitudes enteras invocarán la protección de la
misericordia divina que por tanto tiempo despreciaran. "He aquí vienen
días, dice el Señor Jehová, en los cuales enviaré hambre a la tierra,
no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír palabra de Jehová. E
irán errantes de mar a mar: desde el norte hasta el oriente
discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán." Amós 8:11,
12.
El pueblo de Dios no quedará libre de padecimientos; pero aunque
perseguido y acongojado y aunque sufra privaciones y falta de
alimento, no será abandonado para perecer. El Dios que cuidó de Elías
no abandonará a ninguno de sus abnegados hijos. El que cuenta los
cabellos de sus cabezas, cuidará de ellos y los atenderá en tiempos de
hambruna. Mientras los malvados estén muriéndose de hambre y
pestilencia, los ángeles protegerán a los justos y suplirán sus
necesidades. Escrito está del que "camina en justicia" que "se le dará
pan y sus aguas serán ciertas." "Cuando los pobres y los menesterosos
buscan agua y no la hay, y la lengua se les seca de sed, yo, Jehová,
les escucharé; yo, el Dios de Israel, no los abandonaré." Isaías
33:16; 41:17.
"Mas aunque la higuera no floreciere, y no hubiere fruto en la vid;
aunque faltare el producto del olivo, y los campos nada dieren de
comer; aunque las ovejas fueren destruidas del aprisco, y no hubiere
vacas en los pesebres; sin embargo los que teman a Jehová se
regocijarán en El y se alegrarán en el Dios de su salvación." Habacuc
3:17, 18.
"Jehová es tu guardador: Jehová es tu sombra a tu mano derecha. El sol
no te fatigará de día, ni la luna de noche. Jehová te guardará de todo
mal: El guardará tu alma." "Y El te librará del lazo del cazador: de
la peste destruidora. Con Sus plumas te cubrirá, y debajo de Sus alas
estarás seguro: escudo y adarga es Su verdad. No tendrás temor de
espanto nocturno, ni de saeta que vuele de día; ni de pestilencia que
ande en oscuridad, ni de mortandad que en medio del día destruya.
Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra: mas a ti no llegará.
Ciertamente con tus ojos mirarás, y verás la recompensa de los impíos.
Porque tú has puesto a Jehová, que es mi esperanza, al Altísimo por tu
habitación, no te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada." Salmos
121:5-7; 91:3-10.
Sin embargo, por lo que ven los hombres, parecería que los hijos de
Dios tuviesen que sellar pronto su destino con su sangre, como lo
hicieron los mártires que los precedieron. Ellos mismos empiezan a
temer que el Señor los deje perecer en las manos homicidas de sus
enemigos. Es un tiempo de terrible agonía. De día y de noche claman a
Dios para que los libre. Los malos triunfan y se oye este grito de
burla: "¿Dónde esta ahora vuestra fe? ¿Por qué no os libra Dios de
nuestras manos si sois verdaderamente Su pueblo?" Pero mientras esos
fieles cristianos aguardan, recuerdan que cuando Jesús estaba muriendo
en la cruz del Calvario los sacerdotes y príncipes gritaban en tono de
mofa: "A otros salvó, a Sí Mismo no puede salvar: si es el Rey de
Israel, descienda ahora de la cruz y creeremos en El." Mateo 27:42.
Como Jacob, todos luchan con Dios. Sus semblantes expresan la agonía
de sus almas. Están pálidos, pero no dejan de orar con fervor.
Si los hombres tuviesen la visión del cielo, verían compañías de
ángeles poderosos en fuerza estacionados en torno de los que han
guardado la palabra de la paciencia de Cristo. Con ternura y simpatía,
los ángeles han presenciado la angustia de ellos y han escuchado sus
oraciones. Aguardan la orden de su jefe para arrancarlos al peligro.
Pero tienen que esperar un poco más. El pueblo de Dios tiene que beber
de la copa y ser bautizado con el bautismo. La misma dilación que es
tan penosa para ellos, es la mejor respuesta a sus oraciones. Mientras
procuran esperar con confianza que el Señor obre, son inducidos a
ejercitar su fe, esperanza y paciencia como no lo hicieron durante su
experiencia religiosa anterior. Sin embargo, el tiempo de angustia
será acortado por amor de los elegidos. "¿Y acaso Dios no defenderá la
causa de Sus escogidos, que claman a El día y noche? . . . Os digo que
defenderá Su causa presto." Lucas 18:7, 8. El fin vendrá más pronto de
lo que los hombres esperan. El trigo será recogido y atado en gavillas
para el granero de Dios; la cizaña será amarrada en haces para los
fuegos destructores.
Los centinelas celestiales, fieles a su cometido, siguen vigilando.
Por más que un decreto general haya fijado el tiempo en que los
observadores de los mandamientos puedan ser muertos, sus enemigos, en
algunos casos, se anticiparán al decreto y tratarán de quitarles la
vida antes del tiempo fijado. Pero nadie puede atravesar el cordón de
los poderosos guardianes colocados en torno de cada fiel. Algunos son
atacados al huir de las ciudades y villas. Pero las espadas levantadas
contra ellos se quiebran y caen como si fueran de paja. Otros son
defendidos por ángeles en forma de guerreros.
En todos los tiempos Dios se valió de santos ángeles para socorrer y
librar a Su pueblo. Los seres celestiales tomaron parte activa en los
asuntos de los hombres. Aparecieron con vestiduras que relucían como
el rayo, vinieron como hombres en traje de caminantes. Hubo casos en
que aparecieron ángeles en forma humana a los siervos de Dios.
Descansaron bajo los robles al mediodía como si hubiesen estado
cansados. Aceptaron la hospitalidad en hogares humanos. Sirvieron de
guías a viajeros extraviados. Con sus propias manos encendieron los
fuegos del altar. Abrieron las puertas de las cárceles y libertaron a
los siervos del Señor. Vestidos de la armadura celestial, vinieron
para quitar la piedra del sepulcro del Salvador.
A menudo suele haber ángeles en forma humana en las asambleas de los
justos, y visitan también las de los impíos, como lo hicieron en
Sodoma para tomar nota de sus actos y para determinar si excedieron
los límites de la paciencia de Dios. El Señor se complace en la
misericordia; así que por causa de los pocos que le sirven
verdaderamente, mitiga las calamidades y prolonga el estado de
tranquilidad de las multitudes. Los que pecan contra Dios no se dan
cuenta de que deben la vida a los pocos fieles a quienes les gusta
ridiculizar y oprimir.
Aunque los gobernantes de este mundo no lo sepan, ha sido frecuente
que en sus asambleas hablaran ángeles. Ojos humanos los han mirado;
oídos humanos han escuchado sus llamamientos; labios humanos se han
opuesto a sus indicaciones y han puesto en ridículo sus consejos; y
hasta manos humanas los han maltratado. En las salas de consejo y en
los tribunales, estos mensajeros celestiales han revelado sus grandes
conocimientos de la historia de la humanidad y se han demostrado más
capaces de defender la causa de los oprimidos que los abogados más
hábiles y más elocuentes. Han frustrado propósitos y atajado males que
habrían atrasado en gran manera la obra de Dios y habrían causado
grandes padecimientos a Su pueblo. En la hora de peligro y angustia
"el ángel de Jehová acampa en derredor de los que Le temen, y los
defiende." Salmo 34:7.
El pueblo de Dios espera con ansia las señales de la venida de su Rey.
Y cuando se les pregunta a los centinelas: "¿Qué hay de la noche?" se
oye la respuesta terminante: "¡La mañana viene, y también la noche!"
Isaías 21:11, 12, La luz dora las nubes que coronan las cumbres.
Pronto Su gloria se revelará. El Sol de Justicia está por salir. Tanto
la mañana como la noche van a principiar: la mañana del día eterno
para los justos y la noche perpetua para los impíos.
Mientras el pueblo militante de Dios dirige con empeño sus oraciones a
Dios, el velo que lo separa del mundo invisible parece estar casi
descorrido. Los cielos se encienden con la aurora del día eterno, y
cual melodía de cánticos angélicos llegan a sus oídos las palabras:
"Manteneos firmes en vuestra fidelidad. Ya os llega ayuda." Cristo, el
Vencedor todopoderoso, ofrece a Sus cansados soldados una corona de
gloria inmortal; y Su voz se deja oír por las puertas entornadas: "He
aquí que estoy con vosotros. No temáis. Conozco todas vuestras penas;
he cargado con vuestros dolores. No estáis lidiando contra enemigos
desconocidos. He peleado en favor vuestro, y en Mi nombre sois más que
vencedores."
Nuestro amado Salvador nos enviará ayuda en el momento mismo en que la
necesitemos. El camino del cielo quedó consagrado por Sus pisadas.
Cada espina que hiere nuestros pies hirió también los Suyos. El cargó
antes que nosotros la cruz que cada uno de nosotros ha de cargar. El
Señor permite los conflictos a fin de preparar al alma para la paz. El
tiempo de angustia es una prueba terrible para el pueblo de Dios; pero
es el momento en que todo verdadero creyente debe mirar hacia arriba a
fin de que por la fe pueda ver el arco de la promesa que le
envuelve.
"Cierto, tornarán los redimidos de Jehová, volverán a Sión cantando, y
gozo perpetuo será sobre sus cabezas: poseerán gozo y alegría, y el
dolor y el gemido huirán. Yo, Yo soy vuestro Consolador. ¿Quién eres
tú para que tengas temor del hombre, que es mortal, del hijo del
hombre, que por heno será contado? Y haste ya olvidado de Jehová tu
Hacedor, . . . y todo el día temiste continuamente del furor del que
aflige, cuando se disponía para destruir: mas ¿en dónde está el furor
del que aflige? El preso se da prisa para ser suelto, por no morir en
la mazmorra, ni que le falte su pan. Empero Yo Jehová, que parto la
mar, y suenan sus ondas, Soy tu Dios, cuyo nombre es Jehová de los
ejércitos. Y en tu boca he puesto Mis palabras, y con la sombra de Mi
mano te cubrí." Isaías 51:11-16.
"Oye pues ahora esto, miserable, ebria, y no de vino: Así dijo tu
Señor Jehová, y tu Dios, el cual pleitea por su pueblo: He aquí he
quitado de tu mano el cáliz de aturdimiento, la hez del cáliz de Mi
furor; nunca más lo beberás: y ponerlo he en mano de tus angustiadores
que dijeron a tu alma: Encórvate, y pasaremos. Y tú pusiste tu cuerpo
como tierra, y como camino, a los que pasan." Isaías 51:21-23.
El ojo de Dios, al mirar a través de las edades, se fijó en la crisis
a la cual tendrá que hacer frente Su pueblo, cuando los poderes de la
tierra se unan contra él. Como los desterrados cautivos, temerán morir
de hambre o por la violencia. Pero el Dios santo que dividió las aguas
del Mar Rojo delante de los israelitas manifestará Su gran poder
libertándolos de su cautiverio. "Ellos Me serán un tesoro especial,
dice Jehová de los ejércitos, en aquel día que Yo preparo; y Me
compadeceré de ellos, como un hombre se compadece de su mismo hijo que
le sirve." Malaquías 3:17. Si la sangre de los fieles siervos de
Cristo fuese entonces derramada, no sería ya, como la sangre de los
mártires, semilla destinada a dar una cosecha para Dios. Su fidelidad
no sería ya un testimonio para convencer a otros de la verdad, pues
los corazones endurecidos han rechazado los llamamientos de la
misericordia hasta que éstos ya no se dejan oír. Si los justos cayesen
entonces presa de sus enemigos, sería un triunfo para el príncipe de
las tinieblas. El salmista dice: "Me esconderá en Su pabellón en el
día de calamidad; Me encubrirá en lo recóndito de Su Tabernáculo."
Salmo 27:5. Cristo ha dicho: "¡Ven, pueblo Mío, entra en tus
aposentos, cierra tus puertas sobre ti; escóndete por un corto
momento, hasta que pase la indignación! Porque he aquí que Jehová sale
de Su lugar para castigar a los habitantes de la tierra por su
iniquidad." Isaías 26:20, 21. Gloriosa será la liberación de los que
lo han esperado pacientemente y cuyos nombres están escritos en el
libro de la vida.
TIEMPO DE AFFLICION
"Porque habrá entonces grande aflicción, cual no fué desde el
principio del mundo hasta ahora, ni será. Y si aquellos días no fuesen
acortados, ninguna carne sería salva; mas por causa de los escogidos,
aquellos días serán acortados." Mateo 24:21-22.
"Y el tercer ángel los siguió, diciendo en alta voz: Si alguno adora á
la bestia y á su imagen, y toma la señal en su frente, ó en su mano,
Este también beberá del vino de la ira de Dios, el cual está echado
puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre
delante de los santos ángeles, y delante del Cordero: Y el humo del
tormento de ellos sube para siempre jamás. Y los que adoran á la
bestia y á su imagen, no tienen reposo día ni noche, ni cualquiera que
tomare la señal de su nombre." Apocalipsis 14:9-11.
"Y EN aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está por
los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fué
después que hubo gente hasta entonces: mas en aquel tiempo será
libertado tu pueblo, todos los que se hallaren escritos en el libro."
Daniel 12:1.
"TOCAD trompeta en Sión, y pregondad en mi santo monte: tiemblen todos
los moradores de la tierra; porque viene el día de Jehová, porque está
cercano. Día de tinieblas y de oscuridad, día de nube y de sombra, que
sobre los montes se derrama como el alba: un pueblo grande y fuerte:
nunca desde el siglo fué semejante, ni después de él será jamás en
años de generación en generación." Joel 2:1-2.