Quietamente, hay potencias en nuestra tierra que están obrando para
minar nuestra fe cristiana. Muy pocos reconocen esto. Las libertades
que tomamos por supuestas no fueron ganadas en un día. Se ganaron
después de siglos de lucha, pero se pueden perder muy rápido.
Hay peligro. La Palabra de Dios lo ha revelado, la naturaleza
mortífera del cual vendrá con poder devastador.
LOS protestantes consideran hoy al romanismo con más favor que años
atrás. En los países donde no predomina y donde los partidarios del
papa siguen una política de conciliación para ganar influjo, se nota
una indiferencia creciente respecto a las doctrinas que separan a las
iglesias reformadas de la jerarquía papal; entre los protestantes está
ganando terreno la opinión de que, al fin y al cabo, en los puntos
vitales las divergencias no son tan grandes como se suponía, y que
unas pequeñas concesiones de su parte los pondrían en mejor
inteligencia con Roma. Tiempo hubo en que los protestantes estimaban
altamente la libertad de conciencia adquirida a costa de tantos
sacrificios. Enseñaban a sus hijos a tener en aborrecimiento al papado
y sostenían que tratar de congeniar con Roma equivaldría a traicionar
la causa de Dios. Pero cuán diferentes son los sentimientos expresados
hoy!
Los defensores del papado declaran que la iglesia ha sido calumniada,
y el mundo protestante se inclina a creerlo. Muchos sostienen que es
injusto juzgar a la iglesia de nuestros días por las abominaciones y
lo absurdo que la caracterizaron cuando dominaba en los siglos de
ignorancia y de tinieblas. Tratan de excusar sus horribles crueldades
como si fueran resultado de la barbarie de la época, y arguyen que las
influencias de la civilización moderna han modificado los sentimientos
de ella.
¿Habrán olvidado estas personas las pretensiones de infalibilidad
sostenidas durante ochocientos años por tan altanero poder? Lejos de
abandonar este aserto lo ha afirmado en el siglo XIX de un modo más
positivo que nunca antes. Como Roma asegura que la iglesia "nunca
erró; ni errará jamás, según las Escrituras" (Juan L. von Mosheim,
Institutes of Ecclesiastical History, libro 3, siglo XI, parte 2, cap.
2, nota 17), ¿cómo podrá renunciar a los principios que amoldaron su
conducta en las edades pasadas?
La iglesia papal no abandonará nunca su pretensión a la infalibilidad.
Todo lo que ha hecho al perseguir a los que rechazaban sus dogmas lo
da por santo y bueno; ¿y quién asegura que no volvería a las andadas
siempre que se le presentase la oportunidad? Deróguense las medidas
restrictivas impuestas en la actualidad por los gobiernos civiles y
déjesele a Roma que recupere su antiguo poder y se verán resucitar en
el acto su tiranía y sus persecuciones.
Un conocido autor dice, acerca de la actitud de la jerarquía papal
hacia la libertad de conciencia y acerca de los peligros especiales
que corren los Estados Unidos si tiene éxito la política de dicha
jerarquía:
"Son muchos los que atribuyen al fanatismo o a la puerilidad todo
temor expresado acerca del catolicismo romano en los Estados Unidos.
Los tales no ven en el carácter y actitud del romanismo nada que sea
hostil a nuestras libres instituciones, y no ven tampoco nada
inquietante en el incremento de aquél. Comparemos, pues, primero,
algunos de los principios fundamentales de nuestro gobierno con los de
la iglesia católica.
"La Constitución de los Estados Unidos garantiza la libertad de
conciencia. Nada hay más precioso ni de importancia tan fundamental.
El papa Pío IX, en su encíclica del 15 de agosto de 1854, dice: ‘Las
doctrinas o extravagancias absurdas y erróneas en favor de la libertad
de conciencia, son unos de los errores más pestilentes: una de las
pestes que más se debe temer en un estado.’ El mismo papa, en su
encíclica del 8 de diciembre de 1864, anatematizó ‘a los que sostienen
la libertad de conciencia y de cultos’ como también ‘a cuantos
aseveran que la iglesia no puede emplear la fuerza.’
El tono pacífico que Roma emplea en los Estados Unidos no implica un
cambio de sentimientos. Es tolerante cuando es impotente. El obispo
O’Connor dice: ‘La libertad religiosa se soporta tan sólo hasta que se
pueda practicar lo opuesto sin peligro para el mundo católico.’ . . .
El arzobispo de Saint Louis dijo un día: ‘La herejía y la incredulidad
son crímenes; y en los países cristianos como Italia y España, por
ejemplo, donde todo el pueblo es católico y donde la religión católica
es parte esencial de la ley del país, se las castiga como a los demás
crímenes.’ . . .
"Todo cardenal, arzobispo y obispo de la iglesia católica, presta un
juramento de obediencia al papa, en el cual se encuentran las
siguientes palabras: "Me opondré a los herejes, cismáticos y rebeldes
contra nuestro señor (el papa), o sus sucesores y los perseguiré con
todo mi poder.’"—Josías Strong, Our Country, cap. 5, párrs. 2-4.
Es verdad que hay verdaderos cristianos en la iglesia católica romana.
En ella, millares de personas sirven a Dios según las mejores luces
que tienen. Les es prohibido leer Su Palabra debido a lo cual no
pueden discernir la verdad. Nunca han visto el contraste que existe
entre el culto o servicio vivo rendido con el corazón y una serie de
meras formas y ceremonias. Dios mira con tierna misericordia a esas
almas educadas en una fe engañosa e insuficiente. Hará penetrar rayos
de luz a través de las tinieblas que las rodean. Les revelará la
verdad tal cual es en Jesús y muchos se unirán aún a Su pueblo.
Pero el romanismo, como sistema, no está actualmente más en armonía
con el Evangelio de Cristo que en cualquier otro período de su
historia. Las iglesias protestantes se hallan sumidas en grandes
tinieblas, pues de lo contrario discernirían las señales de los
tiempos. La iglesia romana abarca mucho en sus planes y modos de
operación. Emplea toda clase de estratagemas para extender su
influencia y aumentar su poder, mientras se prepara para una lucha
violenta y resuelta a fin de recuperar el gobierno del mundo,
restablecer las persecuciones y deshacer todo lo que el protestantismo
ha hecho. El catolicismo está ganando terreno en todas direcciones.
Véase el número creciente de sus iglesias y capillas en los países
protestantes. Nótese en Norteamérica la popularidad de sus colegios y
seminarios, tan patrocinados por los protestantes. Piénsese en la
extensión del ritualismo en Inglaterra y en las frecuentes deserciones
a las filas católicas. Estos hechos deberían inspirar ansiedad a todos
los que aprecian los puros principios del Evangelio.
Los protestantes se han entremetido con el papado y lo han
patrocinado; han hecho transigencias y concesiones que sorprenden a
los mismos papistas y les resultan incomprensibles. Los hombres
cierran los ojos ante el verdadero carácter del romanismo, ante los
peligros que hay que temer de su supremacía. Hay necesidad de
despertar al pueblo para hacerle rechazar los avances de este enemigo
peligrosísimo de la libertad civil y religiosa.
Muchos protestantes suponen que la religión católica no es atractiva y
que su culto es una serie de ceremonias áridas y sin significado. Pero
están equivocados. Si bien el romanismo se basa en el engaño, no es
una impostura grosera ni desprovista de arte. El culto de la iglesia
romana es un ceremonial que impresiona profundamente. Lo brillante de
sus ostentaciones y la solemnidad de sus ritos fascinan los sentidos
del pueblo y acallan la voz de la razón y de la conciencia. Todo
encanta a la vista. Sus soberbias iglesias, sus procesiones
imponentes, sus altares de oro, sus relicarios de joyas, sus pinturas
escogidas y sus exquisitas esculturas, todo apela al amor de la
belleza. Al oído también se le cautiva. Su música no tiene igual. Los
graves acordes del órgano poderoso, unidos a la melodía de numerosas
voces que resuenan y repercuten por entre las elevadas naves y
columnas de sus grandes catedrales, no pueden dejar de producir en los
espíritus impresiones de respeto y reverencia.
Este esplendor, esta pompa y estas ceremonias exteriores, que no
sirven más que para dejar burlados los anhelos de las almas enfermas
de pecado, son clara evidencia de la corrupción interior. La religión
de Cristo no necesita de tales atractivos para hacerse recomendable.
Bajo los rayos de luz que emite la cruz, el verdadero cristianismo se
muestra tan puro y tan hermoso, que ninguna decoración exterior puede
realzar su verdadero valor. Es la hermosura de la santidad, o sea un
espíritu manso y apacible, lo que tiene valor delante de Dios.
La brillantez del estilo no es necesariamente indicio de pensamientos
puros y elevados. Encuéntranse a menudo conceptos del arte y
refinamientos del gusto en espíritus carnales y sensuales. Satanás
suele valerse a menudo de ellos para hacer olvidar a los hombres las
necesidades del alma, para hacerles perder de vista la vida futura e
inmortal, para alejarlos de su Salvador infinito e inducirlos a vivir
para este mundo solamente.
Una religión de ceremonias exteriores es propia para atraer al corazón
irregenerado. La pompa y el ceremonial del culto católico ejercen un
poder seductor, fascinador, que engaña a muchas personas, las cuales
llegan a considerar a la iglesia romana como la verdadera puerta del
cielo. Sólo pueden resistir su influencia los que pisan con pie firme
en el fundamento de la verdad y cuyos corazones han sido regenerados
por el Espíritu de Dios. Millares de personas que no conocen por
experiencia a Cristo, serán llevadas a aceptar las formas de una
piedad sin poder. Semejante religión es, precisamente, lo que las
multitudes desean.
El hecho de que la iglesia asevere tener el derecho de perdonar
pecados induce a los romanistas a sentirse libres para pecar; y el
mandamiento de la confesión sin la cual ella no otorga su perdón,
tiende además a dar bríos al mal. El que se arrodilla ante un hombre
caído y le expone en la confesión los pensamientos y deseos secretos
de su corazón, rebaja su dignidad y degrada todos los nobles instintos
de su alma. Al descubrir los pecados de su alma a un sacerdote—mortal
desviado y pecador, y demasiado a menudo corrompido por el vino y la
impureza—el hombre rebaja el nivel de su carácter y consecuentemente
se corrompe. La idea que tenía de Dios resulta envilecida a semejanza
de la humanidad caída, pues el sacerdote hace el papel de
representante de Dios. Esta confesión degradante de hombre a hombre es
la fuente secreta de la cual ha brotado gran parte del mal que está
corrompiendo al mundo y lo está preparando para la destrucción final.
Sin embargo, para todo aquel a quien le agrada satisfacer sus malas
tendencias, es más fácil confesarse con un pobre mortal que abrir su
alma a Dios. Es más grato a la naturaleza humana hacer penitencia que
renunciar al pecado; es más fácil mortificar la carne usando cilicios,
ortigas y cadenas desgarradoras que renunciar a los deseos carnales.
Harto pesado es el yugo que el corazón carnal está dispuesto a cargar
antes de doblegarse al yugo de Cristo.
Hay una semejanza sorprendente entre la iglesia de Roma y la iglesia
judaica del tiempo del primer advenimiento de Cristo. Mientras los
judíos pisoteaban secretamente todos los principios de la ley de Dios,
en lo exterior eran estrictamente rigurosos en la observancia de los
preceptos de ella, recargándola con exacciones y tradiciones que
hacían difícil y pesado el cumplir con ella. Así como los judíos
profesaban reverenciar la ley, así también los romanistas dicen
reverenciar la cruz. Exaltan el símbolo de los sufrimientos de Cristo,
al par que niegan con sus vidas a Aquel a quien ese símbolo
representa.
Los papistas colocan la cruz sobre sus iglesias, sobre sus altares y
sobre sus vestiduras. Por todas partes se ve la insignia de la cruz.
Por todas partes se la honra y exalta exteriormente. Pero las
enseñanzas de Cristo están sepultadas bajo un montón de tradiciones
absurdas, interpretaciones falsas y exacciones rigurosas. Las palabras
del Salvador respecto a los judíos hipócritas se aplican con mayor
razón aún a los jefes de la iglesia católica romana: "Atan cargas
pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los
hombres; pero ellos mismos no quieren moverlas con un dedo suyo."
Mateo 23:4. Almas concienzudas quedan presa constante del terror,
temiendo la ira de un Dios ofendido, mientras muchos de los
dignatarios de la iglesia viven en el lujo y los placeres
sensuales.
El culto de las imágenes y reliquias, la invocación de los santos y la
exaltación del papa son artificios de Satanás para alejar de Dios y de
Su Hijo el espíritu del pueblo. Para asegurar su ruina, se esfuerza en
distraer su atención del Único que puede asegurarles la salvación.
Dirigirá las almas hacia cualquier objeto que pueda substituir a Aquel
que dijo: "¡Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo
os daré descanso!" Mateo 11:28.
Satanás se esfuerza siempre en presentar de un modo falso el carácter
de Dios, la naturaleza del pecado y las verdaderas consecuencias que
tendrá la gran controversia. Sus sofismas debilitan el sentimiento de
obligación para con la ley divina y dan a los hombres libertad para
pecar. Al mismo tiempo les hace aceptar falsas ideas acerca de Dios,
de suerte que le miran con temor y odio más bien que con amor.
Atribuye al Creador la crueldad inherente a su propio carácter, la
incorpora en sistemas religiosos y le da expresión en diversas formas
de culto. Sucede así que las inteligencias de los hombres son cegadas
y Satanás se vale de ellos como de sus agentes para hacer la guerra a
Dios. Debido a conceptos erróneos de los atributos de Dios, las
naciones paganas fueron inducidas a creer que los sacrificios humanos
eran necesarios para asegurarse el favor divino; y perpetráronse
horrendas crueldades bajo las diversas formas de la idolatría.
La iglesia católica romana, al unir las formas del paganismo con las
del cristianismo, y al presentar el carácter de Dios bajo falsos
colores, como lo presentaba el paganismo, recurrió a prácticas no
menos crueles, horrorosas y repugnantes. En tiempo de la supremacía
romana, había instrumentos de tortura para obligar a los hombres a
aceptar sus doctrinas. Existía la hoguera para los que no querían
hacer concesiones a sus exigencias. Hubo horribles matanzas de tal
magnitud que nunca será conocida hasta que sea manifestada en el día
del juicio. Dignatarios de la iglesia, dirigidos por su maestro
Satanás, se afanaban por idear nuevos refinamientos de tortura que
hicieran padecer lo indecible sin poner término a la vida de la
víctima. En muchos casos el proceso infernal se repetía hasta los
límites extremos de la resistencia humana, de manera que la naturaleza
quedaba rendida y la víctima suspiraba por la muerte como por dulce
alivio.
Tal era la suerte de los adversarios de Roma. Para sus adherentes
disponía de la disciplina del azote, del tormento del hambre y de la
sed, y de las mortificaciones corporales más lastimeras que se puedan
imaginar. Para asegurarse el favor del cielo, los penitentes violaban
las leyes de Dios al violar las leyes de la naturaleza. Se les
enseñaba a disolver los lazos que Dios instituyó para bendecir y
amenizar la estada del hombre en la tierra. Los cementerios encierran
millones de víctimas que se pasaron la vida luchando en vano para
dominar los afectos naturales, para refrenar como ofensivos a Dios
todo pensamiento y sentimiento de simpatía hacia sus semejantes.
Si deseamos comprender la resuelta crueldad de Satanás, manifestada en
el curso de los siglos, no entre los que jamás oyeron hablar de Dios,
sino en el corazón mismo de la cristiandad y por toda su extensión, no
tenemos más que echar una mirada en la historia del romanismo. Por
medio de ese gigantesco sistema de engaño, el príncipe del mal
consigue su objeto de deshonrar a Dios y de hacer al hombre miserable.
Y si consideramos lo bien que logra enmascararse y hacer su obra por
medio de los jefes de la iglesia, nos daremos mejor cuenta del motivo
de su antipatía por la Biblia. Siempre que sea leído este libro, la
misericordia y el amor de Dios saltarán a la vista, y se echará de ver
que Dios no impone a los hombres ninguna de aquellas pesadas cargas.
Todo lo que El pide es un corazón contrito y un espíritu humilde y
obediente.
Cristo no dio en Su vida ningún ejemplo que autorice a los hombres y
mujeres a encerrarse en monasterios so pretexto de prepararse para el
cielo. Jamás enseñó que debían mutilarse los sentimientos de amor y
simpatía. El corazón del Salvador rebosaba de amor. Cuanto más se
acerca el hombre a la perfección moral, tanto más delicada es su
sensibilidad, tanto más vivo su sentimiento del pecado y tanto más
profunda su simpatía por los afligidos. El papa dice ser el vicario de
Cristo; ¿pero puede compararse su carácter con el de nuestro Salvador?
¿Vióse jamás a Cristo condenar hombres a la cárcel o al tormento
porque se negaran a rendirle homenaje como Rey del cielo? ¿Acaso se Le
oyó condenar a muerte a los que no Le aceptaban? Cuando fue
menospreciado por los habitantes de un pueblo samaritano, el apóstol
Juan se llenó de indignación y dijo: "Señor, ¿quieres que mandemos que
descienda fuego del cielo, y los consuma, como hizo Elías?" Jesús miró
a Su discípulo con compasión y le reprendió por su aspereza, diciendo:
"El Hijo del hombre no ha venido para perder las almas de los hombres,
sino para salvarlas." Lucas 9:54, 56. ¡Cuán diferente del de Su
pretendido vicario es el espíritu manifestado por Cristo!
La iglesia católica le pone actualmente al mundo una cara apacible, y
presenta disculpas por sus horribles crueldades. Se ha puesto
vestiduras como las de Cristo, pero en realidad no ha cambiado. Todos
los principios formulados por el papismo en edades pasadas subsisten
en nuestros días. Las doctrinas inventadas en los siglos más
tenebrosos siguen profesándose aún. Nadie se engañe. El papado que los
protestantes están ahora tan dispuestos a honrar, es el mismo que
gobernaba al mundo en tiempos de la Reforma, cuando se levantaron
hombres de Dios con peligro de sus vidas para denunciar la iniquidad
de él. El romanismo sostiene las mismas orgullosas pretensiones con
que supo dominar sobre reyes y príncipes y arrogarse las prerrogativas
de Dios. Su espíritu no es hoy menos cruel ni despótico que cuando
destruía la libertad humana y mataba a los santos del Altísimo.
El papado es precisamente lo que la profecía declaró que sería: la
apostasía de los postreros días. 2 Tesalonicenses 2:3, 4. Forma parte
de su política asumir el carácter que le permita realizar mejor sus
fines; pero bajo la apariencia variable del camaleón oculta el mismo
veneno de la serpiente. Declara: "No hay que guardar la palabra
empeñada con herejes, ni con personas sospechosas de
herejía."—Lenfant, Histoire du Concile de Constance, tomo 1, pág. 493.
¿Será posible que este poder cuya historia se escribió durante mil
años con la sangre de los santos, sea ahora reconocido como parte de
la iglesia de Cristo?
No sin razón se ha asegurado que en los países protestantes el
catolicismo no difiere ya tanto del protestantismo como antes. Se ha
verificado un cambio; pero no es el papado el que ha cambiado. El
catolicismo se parece mucho en verdad al protestantismo de hoy día
debido a lo mucho que éste ha degenerado desde los días de los
reformadores.
Mientras las iglesias protestantes han estado buscando el favor del
mundo, una falsa caridad las ha cegado. Se figuran que es justo pensar
bien de todo mal; y el resultado inevitable será que al fin pensarán
mal de todo bien. En lugar de salir en defensa de la fe que fue dada
antiguamente a los santos, no parecen sino disculparse ante Roma por
haberla juzgado con tan poca caridad y pedirle perdón por la estrechez
de miras que manifestaron.
Muchos, aun entre los que no favorecen al romanismo, se dan poca
cuenta del peligro con que les amenaza el poder y la influencia de
Roma. Insisten en que las tinieblas intelectuales y morales que
prevalecían en la Edad Media favorecían la propagación de sus dogmas y
supersticiones junto con la opresión, y que el mayor caudal de
inteligencia de los tiempos modernos, la difusión general de
conocimientos y la libertad siempre mayor en materia de religión,
impiden el reavivamiento de la intolerancia y de la tiranía. Se
ridiculiza la misma idea de que pudiera volver un estado de cosas
semejante en nuestros tiempos de luces. Es verdad que sobre esta
generación brilla mucha luz intelectual, moral y religiosa. De las
páginas abiertas de la Santa Palabra de Dios, ha brotado luz del cielo
sobre la tierra. Pero no hay que olvidar que cuanto mayor sea la luz
concedida, tanto más densas también son las tinieblas de aquellos que
la pervierten o la rechazan.
Un estudio de la Biblia hecho con oración mostraría a los protestantes
el verdadero carácter del papado y se lo haría aborrecer y rehuir;
pero muchos son tan sabios en su propia opinión que no sienten ninguna
necesidad de buscar humildemente a Dios para ser conducidos a la
verdad. Aunque se enorgullecen de su ilustración, desconocen tanto las
Sagradas Escrituras como el poder de Dios. Necesitan algo para calmar
sus conciencias, y buscan lo que es menos espiritual y humillante. Lo
que desean es un modo de olvidar a Dios, pero que parezca recordarlo.
El papado responde perfectamente a las necesidades de todas esas
personas. Es adecuado a dos clases de seres humanos que abarcan casi a
todo el mundo: los que quisieran salvarse por sus méritos, y los que
quisieran salvarse en sus pecados. Tal es el secreto de su poder.
Ha quedado probado cuánto favorecieron el éxito del papado los
períodos de tinieblas intelectuales. También quedará demostrado que
una época de grandes luces intelectuales es igualmente favorable a su
triunfo. En otro tiempo, cuando los hombres no poseían la Palabra de
Dios ni conocían la verdad, sus ojos estaban vendados y miles cayeron
en la red que no veían tendida ante sus pies. En esta generación, son
muchos aquellos cuyos ojos están ofuscados por el brillo de las
especulaciones humanas, o sea por la "falsamente llamada ciencia;" no
alcanzan a ver la red y caen en ella tan fácilmente como si tuviesen
los ojos vendados. Dios dispuso que las facultades intelectuales del
hombre fuesen consideradas como don de su Creador y que fuesen
empleadas en provecho de la verdad y de la justicia; pero cuando se
fomenta el orgullo y la ambición y los hombres exaltan sus propias
teorías por encima de la Palabra de Dios, entonces la inteligencia
puede causar mayor perjuicio que la ignorancia. Por esto, la falsa
ciencia de nuestros días, que mina la fe en la Biblia, preparará tan
seguramente el camino para el triunfo del papado con su formalismo
agradable, como el obscurantismo lo preparó para su engrandecimiento
en la Edad Media.
En los movimientos que se realizan actualmente en los Estados Unidos
de Norteamérica para asegurar el apoyo del estado a las instituciones
y prácticas de la iglesia, los protestantes están siguiendo las
huellas de los papistas. Más aún, están abriendo la puerta para que el
papado recobre en la América protestante la supremacía que perdió en
el Viejo Mundo. Y lo que da más significado a esta tendencia es la
circunstancia de que el objeto principal que se tiene en vista es
imponer la observancia del domingo, institución que vio la luz en Roma
y que el papado proclama como signo de su autoridad. Es el espíritu
del papado, es decir, el espíritu de conformidad con las costumbres
mundanas, la mayor veneración por las tradiciones humanas que por los
mandamientos de Dios, el que está penetrando en las iglesias
protestantes e induciéndolas a hacer la misma obra de exaltación del
domingo que el papado hizo antes que ellas.
Si el lector quiere saber cuáles son los medios que se emplearán en la
contienda por venir, no tiene más que leer la descripción de los que
Roma empleó con el mismo fin en siglos pasados. Si desea saber cómo
los papistas unidos a los protestantes procederán con los que rechacen
sus dogmas, considere el espíritu que Roma manifestó contra el Sábado
y sus defensores.
Edictos reales, concilios generales y ordenanzas de la iglesia
sostenidos por el poder civil fueron los peldaños por medio de los
cuales el día de fiesta pagano alcanzó su puesto de honor en el mundo
cristiano. La primera medida pública que impuso la observancia del
domingo fue la ley promulgada por Constantino. Dicho edicto requería
que los habitantes de las ciudades descansaran en "el venerable día
del sol," pero permitía a los del campo que prosiguiesen sus faenas
agrícolas. A pesar de ser en realidad ley pagana, fue impuesta por el
emperador después que hubo aceptado nominalmente el cristianismo.
Como el mandato real no parecía substituir de un modo suficiente la
autoridad divina, Eusebio, obispo que buscó el favor de los príncipes
y amigo íntimo y adulador especial de Constantino, aseveró que Cristo
había transferido el día de reposo del Sábado al domingo. No se pudo
aducir una sola prueba de las Santas Escrituras en favor de la nueva
doctrina. Eusebio mismo reconoce involuntariamente la falsedad de ella
y señala a los verdaderos autores del cambio. "Nosotros hemos
transferido al domingo, día del Señor—dice—todas las cosas que debían
hacerse en el Sábado."—Roberto Cox, Sabbath Laws and Sabbath Duties,
pág. 538. Pero por infundado que fuese el argumento en favor del
domingo, sirvió para envalentonar a los hombres y animarlos a pisotear
el Sábado del Señor. Todos los que deseaban ser honrados por el mundo
aceptaron el día festivo popular.
Con el afianzamiento del papado fue enalteciéndose más y más la
institución del domingo. Por algún tiempo el pueblo siguió ocupándose
en los trabajos agrícolas fuera de las horas de culto, y el séptimo
día, o Sábado, siguió siendo considerado como el día de reposo. Pero
lenta y seguramente fue efectuándose el cambio. Se prohibió a los
magistrados que fallaran en lo civil los domingos. Poco después se
dispuso que todos sin distinción de clase social se abstuviesen del
trabajo ordinario so pena de multa para los señores y de azotes para
los siervos. Mas tarde se decretó que los ricos serían castigados con
la pérdida de la mitad de sus bienes y que finalmente, si se
obstinaban en desobedecer, se les hiciese esclavos. Los de las clases
inferiores debían sufrir destierro perpetuo.
Se recurrió también a los milagros. Entre otros casos maravillosos, se
refería que un campesino que iba a labrar su campo en día domingo
limpió su arado con un hierro que le penetró en la mano, y por dos
años enteros no lo pudo sacar, "sufriendo con ello mucho dolor y
vergüenza."—Francisco West, Historical and Practical Discourse on the
Lord’s Day, pág. 174.
Más tarde, el papa ordenó que los sacerdotes del campo amonestasen a
los que violasen el domingo y los indujeran a venir a la iglesia para
rezar, no fuese que atrajesen alguna gran calamidad sobre sí mismos y
sobre sus vecinos. Un concilio eclesiástico adujo el argumento tan
frecuentemente empleado desde entonces, y hasta por los protestantes,
de que en vista de que algunas personas habían sido muertas por el
rayo mientras trabajaban en día domingo, ése debía ser el día de
reposo. "Es evidente—decían los prelados—cuán grande era el desagrado
de Dios al verlos despreciar ese día." Luego se dirigió un llamamiento
para que los sacerdotes y ministros, reyes y príncipes y todos los
fieles "hicieran cuanto les fuera posible para que ese día fuese
repuesto en su honor y para que fuese más devotamente observado en lo
por venir, para honra de la cristiandad."—Tomás Morer, Discourse in
Six Dialogues on the Name, Notion, and Observation of the Lord’s Day,
pág. 271.
Como los decretos de los concilios resultaran insuficientes, se instó
a las autoridades civiles a promulgar un edicto que inspirase terror
al pueblo y le obligase a abstenerse de trabajar el domingo. En un
sínodo reunido en Roma, todos los decretos anteriores fueron
confirmados con mayor fuerza y solemnidad, incorporados en la ley
eclesiástica y puestos en vigencia por las autoridades civiles en casi
toda la cristiandad. (Véase Heylyn, History of the Sabbath, parte 2,
cap. 5, sec. 7.)
A pesar de esto la falta de autoridad bíblica en favor de la
observancia del domingo no originaba pocas dificultades. El pueblo
ponía en tela de juicio el derecho de sus maestros para echar a un
lado la declaración positiva de Jehová: "El séptimo día Sábado es del
Señor tu Dios" a fin de honrar el día del sol. Se necesitaban otros
expedientes para suplir la falta de testimonios bíblicos. Un celoso
defensor del domingo que visitó a fines del siglo XII las iglesias de
Inglaterra, encontró resistencia por parte de testigos fieles de la
verdad; sus esfuerzos resultaron tan inútiles que abandonó el país por
algún tiempo en busca de medios que le permitiesen apoyar sus
enseñanzas. Cuando regresó, la falta había sido suplida y entonces
tuvo mayor éxito. Había traído consigo un rollo que presentaba como
del mismo Dios, y que contenía el mandamiento que se necesitaba para
la observancia del domingo, con terribles amenazas para aterrar a los
desobedientes. Se afirmaba que ese precioso documento, fraude tan vil
como la institución misma que pretendía afianzar, había caído del
cielo y había sido encontrado en Jerusalén sobre el altar de Simeón,
en el Gólgota. Pero en realidad, de donde procedía era del palacio
pontifical de Roma. La jerarquía papal consideró siempre como
legítimos los fraudes y las adulteraciones que favoreciesen el poder y
la prosperidad de la iglesia.
El rollo prohibía trabajar desde la hora novena (3 de la tarde) del
Sábado hasta la salida del sol el lunes; y su autoridad se declaraba
confirmada por muchos milagros. Se decía que personas que habían
trabajado más allá de la hora señalada habían sufrido ataques de
parálisis. Un molinero que intentó moler su trigo vio salir en vez de
harina un chorro de sangre y la rueda del molino se paró a pesar del
buen caudal de agua. Una mujer que había puesto masa en el horno la
encontró cruda al sacarla, no obstante haber estado el horno muy
caliente. Otra que había preparado su masa para cocer el pan a la hora
novena, pero resolvió ponerla a un lado hasta el lunes, la encontró
convertida en panes y cocida por el poder divino. Un hombre que coció
pan después de la novena hora del Sábado, encontró, al partirlo por la
mañana siguiente, que salía sangre de él. Mediante tales invenciones
absurdas y supersticiosas fue cómo los abogados del domingo trataron
de hacerlo sagrado. (Véase Rogelio de Hoveden, Annals, tomo 2, págs.
528-530.)
Tanto en Escocia como en Inglaterra se logró hacer respetar mejor el
domingo mezclándolo en parte con el Sábado antiguo. Pero variaba el
tiempo que se debía guardar como sagrado. Un edicto del rey de Escocia
declaraba que "se debía considerar como santo el Sábado a partir del
medio día" y que desde ese momento hasta el lunes nadie debía ocuparse
en trabajos mundanos.—Morer, págs. 290, 291.
Pero a pesar de todos los esfuerzos hechos para establecer la santidad
del domingo, los mismos papistas confesaban públicamente la autoridad
divina del Sábado y el origen humano de la institución que lo había
suplantado. En el siglo XVI un concilio papal ordenó explícitamente:
"Recuerden todos los cristianos que el séptimo día fue consagrado por
Dios y aceptado y observado no sólo por los judíos, sino también por
todos los que querían adorar a Dios; no obstante nosotros los
cristianos hemos cambiado el Sábado de ellos en el día del Señor,
domingo."—Id., págs. 281, 282. Los que estaban pisoteando la ley
divina no ignoraban el carácter de la obra que estaban realizando. Se
estaban colocando deliberadamente por encima de Dios.
Un ejemplo sorprendente de la política de Roma contra los que no
concuerdan con ella se encuentra en la larga y sangrienta persecución
de los valdenses, algunos de los cuales observaban el Sábado. Otros
sufrieron de modo parecido por su fidelidad al cuarto mandamiento. La
historia de las iglesias de Etiopía, o Abisinia, es especialmente
significativa. En medio de las tinieblas de la Edad Media, se perdió
de vista a los cristianos del Africa central, quienes, olvidados del
mundo, gozaron de plena libertad en el ejercicio de su fe. Pero al fin
Roma descubrió su existencia y el emperador de Abisinia fue pronto
inducido a reconocer al papa como vicario de Cristo. Esto fue
principio de otras concesiones. Se proclamó un edicto que prohibía la
observancia del Sábado, bajo las penas más severas. (Véase Miguel
Geddes, Church History of Ethiopia, págs. 311, 312.) Pero la tiranía
papal se convirtió luego en yugo tan amargo que los abisinios
resolvieron sacudirlo. Después de una lucha terrible, los romanistas
fueron expulsados de Abisinia y la antigua fe fue restablecida. Las
iglesias se regocijaron en su libertad y no olvidaron jamás la lección
que habían aprendido respecto al engaño, al fanatismo y al poder
despótico de Roma. En medio de su reino aislado se sintieron felices
de permanecer desconocidos para el resto de la cristiandad.
Las iglesias de Africa observaban el Sábado como lo había observado la
iglesia papal antes de su completa apostasía. Al mismo tiempo que
guardaban el séptimo día en obediencia al mandamiento de Dios, se
abstenían de trabajar el domingo conforme a la costumbre de la
iglesia. Al lograr el poder supremo, Roma había pisoteado el día de
reposo de Dios para enaltecer el suyo propio; pero las iglesias de
Africa, desconocidas por cerca de mil años, no participaron de esta
apostasía. Cuando cayeron bajo el cetro de Roma, fueron forzadas a
dejar a un lado el verdadero día de reposo y a exaltar el falso; pero
apenas recobraron su independencia volvieron a obedecer el cuarto
mandamiento.
Estos recuerdos de lo pasado ponen claramente de manifiesto la
enemistad de Roma contra el verdadero día de reposo y sus defensores,
y los medios que emplea para honrar la institución creada por ella. La
Palabra de Dios nos enseña que estas escenas han de repetirse cuando
los católicos romanos y los protestantes se unan para exaltar el
domingo.
La profecía del capítulo 13 del Apocalipsis declara que el poder
representado por la bestia de cuernos semejantes a los de un cordero
haría "que la tierra y los que en ella habitan" adorasen al papado—que
está simbolizado en ese capítulo por una bestia "parecida a un
leopardo." La bestia de dos cuernos dirá también "a los que habitan
sobre la tierra, que hagan una imagen de la bestia;" y además mandará
que "todos, pequeños y grandes, así ricos como pobres, así libres como
esclavos," tengan la marca de la bestia. Apocalipsis 13:11-16. Se ha
demostrado que los Estados Unidos de Norteamérica es el poder
representado por la bestia de dos cuernos semejantes a los de un
cordero, y que esta profecía se cumplirá cuando los Estados Unidos
hagan obligatoria la observancia del domingo, que Roma declara ser el
signo característico de su supremacía. Pero los Estados Unidos no
serán los únicos que rindan homenaje al papado. La influencia de Roma
en los países que en otro tiempo reconocían su dominio, dista mucho de
haber sido destruida. Y la profecía predice la restauración de su
poder. "Y vi una de sus cabezas como si hubiese sido herida de muerte;
y su herida mortal fue sanada; y toda la tierra maravillóse, yendo en
pos de la bestia." (Vers. 3.) La herida mortal que le fue ocasionada
se refiere a la caída del papado en 1798. Después de eso, dice el
profeta, "su herida mortal fue sanada; y toda la tierra maravillóse,
yendo en pos de la bestia." Pablo dice claramente que el hombre de
pecado subsistirá hasta el segundo advenimiento. 2 Tesalonicenses 2:8.
Proseguirá su obra de engaño hasta el mismo fin del tiempo, y el
revelador declara refiriéndose también al papado: "Todos los que moran
en la tierra le adoraron, cuyos nombres no están escritos en el libro
de la vida." Apocalipsis 13:8. Tanto en el Viejo como en el Nuevo
Mundo se le tributará homenaje al papado por medio del honor que se
conferirá a la institución del domingo, la cual descansa únicamente
sobre la autoridad de la iglesia romana.
Desde mediados del siglo XIX, los que estudian la profecía en los
Estados Unidos han presentado este testimonio ante el mundo. En los
acontecimientos que están desarrollándose actualmente, especialmente
en dicho país, se ve un rápido avance hacia el cumplimiento de dichas
predicciones. Los maestros protestantes presentan los mismos asertos
de autoridad divina en favor de la observancia del domingo y adolecen
de la misma falta de evidencias bíblicas que los dirigentes papales
cuando fabricaban milagros para suplir la falta de un mandamiento de
Dios. Se repetirá el aserto de que los juicios de Dios caerán sobre
los hombres en castigo por no haber observado el domingo como día de
reposo. Ya se oyen voces en este sentido. Y un movimiento en favor de
la observancia obligatoria del domingo está ganando cada vez más
terreno.
La sagacidad y astucia de la iglesia romana asombran. Puede leer el
porvenir. Se da tiempo viendo que las iglesias protestantes le están
rindiendo homenaje con la aceptación del falso día de reposo y que se
preparan a imponerlo con los mismos medios que ella empleó en tiempos
pasados. Los que rechazan la luz de la verdad buscarán aún la ayuda de
este poder que se titula infalible, a fin de exaltar una institución
que debe su origen a Roma. No es difícil prever cuán apresuradamente
ella acudirá en ayuda de los protestantes en este movimiento ¿Quién
mejor que los jefes papistas para saber cómo entendérselas con los que
desobedecen a la iglesia?
La iglesia católica romana, con todas sus ramificaciones en el mundo
entero, forma una vasta organización dirigida por la sede papal, y
destinada a servir los intereses de ésta. Instruye a sus millones de
adeptos en todos los países del globo, para que se consideren
obligados a obedecer al papa. Sea cual fuere la nacionalidad o el
gobierno de éstos, deben considerar la autoridad de la iglesia como
por encima de todas las demás. Aunque juren fidelidad al estado,
siempre quedará en el fondo el voto de obediencia a Roma que los
absuelve de toda promesa contraria a los intereses de ella.
La historia prueba lo astuta y persistente que es en sus esfuerzos por
inmiscuirse en los asuntos de las naciones, y para favorecer sus
propios fines, aun a costa de la ruina de príncipes y pueblos, una vez
que logró entrar. En el año 1204, el papa Inocencio III arrancó de
Pedro II, rey de Aragón, este juramento extraordinario: "Yo, Pedro,
rey de los aragoneses, declaro y prometo ser siempre fiel y obediente
a mi señor, el papa Inocencio, a sus sucesores católicos y a la
iglesia romana, y conservar mi reino en su obediencia, defendiendo la
religión católica y persiguiendo la perversidad herética."—Juan
Dowling, The History of Romanism, lib. 5, cap. 6, sec. 55. Esto está
en armonía con las pretensiones del pontífice romano con referencia al
poder, de que "él tiene derecho de deponer emperadores" y de que
"puede desligar a los súbditos de la lealtad debida a gobernantes
perversos."—Mosheim, lib. 3, siglo II, parte 2, cap. 2, sec. 2, nota
17.
Y téngase presente que Roma se jacta de no variar jamás. Los
principios de Gregorio VII y de Inocencio III son aún los principios
de la iglesia católica romana; y si sólo tuviese el poder, los pondría
en vigor con tanta fuerza hoy como en siglos pasados. Poco saben los
protestantes lo que están haciendo al proponerse aceptar la ayuda de
Roma en la tarea de exaltar el domingo. Mientras ellos tratan de
realizar su propósito, Roma tiene su mira puesta en el
restablecimiento de su poder, y tiende a recuperar su supremacía
perdida. Establézcase en los Estados Unidos el principio de que la
iglesia puede emplear o dirigir el poder del estado; que las leyes
civiles pueden hacer obligatorias las observancias religiosas; en una
palabra, que la autoridad de la iglesia con la del estado debe dominar
las conciencias, y el triunfo de Roma quedará asegurado en la gran
República de la América del Norte.
La Palabra de Dios ha dado advertencias respecto a tan inminente
peligro; descuide estos avisos y el mundo protestante sabrá cuáles son
los verdaderos propósitos de Roma, pero ya será tarde para salir de la
trampa. Roma está aumentando sigilosamente su poder. Sus doctrinas
están ejerciendo su influencia en las cámaras legislativas, en las
iglesias y en los corazones de los hombres. Ya está levantando sus
soberbios e imponentes edificios en cuyos secretos recintos reanudará
sus antiguas persecuciones. Está acumulando ocultamente sus fuerzas y
sin despertar sospechas para alcanzar sus propios fines y para dar el
golpe en su debido tiempo. Todo lo que Roma desea es asegurarse alguna
ventaja, y ésta ya le ha sido concedida. Pronto veremos y palparemos
los propósitos del romanismo. Cualquiera que crea u obedezca a la
Palabra de Dios incurrirá en oprobio y persecución.
DIA DEL SEÑOR
"Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la
principal piedra del ángulo Jesucristo mismo;" Eph:2:20:
"Y de aclarar á todos cuál sea la dispensación del misterio escondido
desde los siglos en Dios, que crió todas las cosas." Efesios 3:9:
"Y acabó Dios en el día séptimo su obra que hizo, y reposó el día
séptimo de toda su obra que había hecho.Y bendijo Dios al día séptimo,
y santificólo, porque en él reposó de toda su obra que había Dios
criado y hecho." Génesis 2:2-3
"Mas el séptimo día será reposo para Jehová tu Dios. Exodo 20:10.
"Empero más fácil cosa es pasar el cielo y la tierra, que frustrarse
un tilde de la ley." Lucas16:17.
Yo fuí en el Espíritu en el día del Señor." Apocalipsis 1:10.
"Y vino á Nazaret, donde había sido criado; y entró, conforme á su
costumbre, el día del sábado en la sinagoga, y se levantó á leer."
Lucas 4:16.
Orad, pues, que vuestra huída no sea en invierno ni en sábado; Mateo
24:20.