Cómo empezó el pecado? Por qué hay pecado? He aquí uno de los
capítulos mas abarcantes en todo este libro. De todas las historias,
la mas asombrosa–cómo empezó el pecado—
Aunque rodeado de abnegación, algo sucedió. Qué podía transformar un
ángel de luz en un diablo–en el mero centro del cielo? Esto es algo
que Ud. querrá leer. Le explicará por qué Dios tuvo que esperar, y el
maravilloso futuro para sus hijos por haber esperado—
Para muchos el origen del pecado y el por qué de su existencia es
causa de gran perplejidad. Ven la obra del mal con sus terribles
resultados de dolor y desolación, y se preguntan cómo puede existir
todo eso bajo la soberanía de aquel cuya sabiduría, poder y amor son
infinitos. Es esto un misterio que no pueden explicarse. Y su
incertidumbre y sus dudas los dejan ciegos ante las verdades
plenamente reveladas en la palabra de Dios y esenciales para la
salvación. Hay quienes, en sus investigaciones acerca de la existencia
del pecado, tratan de inquirir lo que Dios nunca reveló; de aquí que
no encuentren solución a sus dificultades; y los que son dominados por
una disposición a la duda y a la cavilación lo aducen como disculpa
para rechazar las palabras de la santa Escritura. Otros, sin embargo,
no se pueden dar cuenta satisfactoria del gran problema del mal,
debido a la circunstancia de que la tradición y las falsas
interpretaciones han obscurecido las enseñanzas de la biblia
referentes al carácter de Dios, la naturaleza de su gobierno y los
principios de su actitud hacia el pecado.
Es imposible explicar el origen del pecado y dar razón de su
existencia. Sin embargo, se puede comprender suficientemente lo que
atañe al origen y a la disposición final del pecado, para hacer
enteramente manifiesta la justicia y benevolencia de Dios en su modo
de proceder contra todo mal. Nada se enseña con mayor claridad en las
sagradas escrituras que el hecho de que Dios no fue en nada
responsable de la introducción del pecado en el mundo, y de que no
hubo retención arbitraria de la gracia de Dios, ni error alguno en el
gobierno divino que dieran lugar a la rebelión. El pecado es un
intruso, y no hay razón que pueda explicar su presencia. Es algo
misterioso e inexplicable; excusarlo equivaldría a defenderlo. Si se
pudiera encontrar alguna excusa en su favor o señalar la causa de su
existencia, dejaría de ser pecado. La única definición del pecado es
la que da la palabra de Dios: "el pecado es transgresión de la ley;"
es la manifestación exterior de un principio en pugna con la gran ley
de amor que es el fundamento del gobierno divino.
Antes de la aparición del pecado había paz y gozo en todo el universo.
Todo guardaba perfecta armonía con la voluntad del creador. El amor a
Dios estaba por encima de todo, y el amor de unos a otros era
imparcial. Cristo el verbo, el unigénito de Dios, era uno con el padre
eterno: uno en naturaleza, en carácter y en designios; era el único
ser en todo el universo que podía entrar en todos los consejos y
designios de Dios. Fue por intermedio de Cristo por quien el padre
efectuó la creación de todos los seres celestiales. "Por el fueron
creadas todas las cosas, en los cielos, . . . ora sean tronos, o
dominios, o principados, o poderes" Colosenses 1:16.; y todo el cielo
rendía homenaje tanto a Cristo como al padre.
Como la ley de amor era el fundamento del gobierno de Dios, la dicha
de todos los seres creados dependía de su perfecta armonía con los
grandes principios de justicia. Dios quiere que todas sus criaturas le
rindan un servicio de amor y un homenaje que provenga de la
apreciación inteligente de su carácter. No le agrada la sumisión
forzosa, y da a todos libertad para que le sirvan voluntariamente.
Pero hubo un ser que prefirió pervertir esta libertad. El pecado nació
en aquel que, después de Cristo, había sido el más honrado por Dios y
el más exaltado en honor y en gloria entre los habitantes del cielo.
Antes de su caída, Lucifer era el primero de los querubines que
cubrían el propiciatorio santo y sin mácula. "Así dice Jehová el
señor: ¡tú eres el sello de perfección, lleno de sabiduría, y
consumado en hermosura! En el edén, jardín de Dios, estabas; de toda
piedra preciosa era tu vestidura." "Eras el querubín ungido que
cubrías con tus alas; yo te constituí para esto; en el santo monte de
Dios estabas, en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto
eras en tus caminos desde el día en que fuiste creado, hasta que la
iniquidad fue hallada en ti." Ezequiel 28:12-15.
Lucifer habría podido seguir gozando del favor de Dios, amado y
honrado por toda la hueste angélica, empleando sus nobles facultades
para beneficiar a los demás y para glorificar a su hacedor. Pero el
profeta dice: "se te ha engreído el corazón a causa de tu hermosura;
has corrompido tu sabiduría con motivo de tu esplendor." (Vers. 17.)
poco a poco, Lucifer se abandonó al deseo de la propia exaltación.
"Has puesto tu corazón como corazón de Dios." "Tú . . . que dijiste: .
. . ¡al cielo subiré; sobre las estrellas de Dios ensalzaré mi trono,
y me sentaré en el monte de asamblea; . . . me remontaré sobre las
alturas de las nubes; seré semejante al altísimo!" Ezequiel 28:6;
Isaías 14:13, 14. En lugar de procurar que Dios fuese objeto principal
de los afectos y de la obediencia de sus criaturas, Lucifer se esforzó
por granjearse el servicio y el homenaje de ellas. Y, codiciando los
honores que el padre infinito había concedido a su hijo, este príncipe
de los ángeles aspiraba a un poder que sólo Cristo tenía derecho a
ejercer.
El cielo entero se había regocijado en reflejar la gloria del creador
y entonar sus alabanzas. Y en tanto que Dios era así honrado, todo era
paz y dicha. Pero una nota discordante vino a romper las armonías
celestiales. El amor y la exaltación de sí mismo, contrarios al plan
del creador, despertaron presentimientos del mal en las mentes de
aquellos entre quienes la gloria de Dios lo superaba todo. Los
concejos celestiales rogaron a Lucifer. El hijo de Dios le presentó la
grandeza, la bondad y la justicia del creador, y la naturaleza sagrada
e inmutable de su ley. Dios mismo había establecido el orden del
cielo, y Lucifer al apartarse de él, iba a deshonrar a su creador y a
atraer la ruina sobre sí mismo. Pero la amonestación dada con un
espíritu de amor y misericordia infinitos, sólo despertó espíritu de
resistencia. Lucifer dejó prevalecer sus celos y su rivalidad con
Cristo, y se volvió aún más obstinado.
El orgullo de su propia gloria le hizo desear la supremacía. Lucifer
no apreció como don de su creador los altos honores que Dios le había
conferido, y no sintió gratitud alguna. Se glorificaba de su belleza y
elevación, y aspiraba a ser igual a Dios. Era amado y reverenciado por
la hueste celestial. Los ángeles se deleitaban en ejecutar sus
órdenes, y estaba revestido de sabiduría y gloria sobre todos ellos.
Sin embargo, el hijo de Dios era el soberano reconocido del cielo, y
gozaba de la misma autoridad y poder que el padre. Cristo tomaba parte
en todos los consejos de Dios, mientras que a Lucifer no le era
permitido entrar así en los designios divinos. Y este ángel poderoso
se preguntaba por qué había de tener Cristo la supremacía y recibir
más honra que él mismo.
Abandonando el lugar que ocupaba en la presencia inmediata del padre,
Lucifer salió a difundir el espíritu de descontento entre los ángeles.
Obrando con misterioso sigilo y encubriendo durante algún tiempo sus
verdaderos fines bajo una apariencia de respeto hacia Dios, se esforzó
en despertar el descontento respecto a las leyes que gobernaban a los
seres divinos, insinuando que ellas imponían restricciones
innecesarias. Insistía en que siendo dotados de una naturaleza santa,
los ángeles debían obedecer los dictados de su propia voluntad.
Procuró ganarse la simpatía de ellos haciéndoles creer que Dios había
obrado injustamente con él, concediendo a Cristo honor supremo. Dio a
entender que al aspirar a mayor poder y honor, no trataba de exaltarse
a sí mismo sino de asegurar libertad para todos los habitantes del
cielo, a fin de que pudiesen así alcanzar a un nivel superior de
existencia.
En su gran misericordia, Dios soportó por largo tiempo a Lucifer. Este
no fue expulsado inmediatamente de su elevado puesto, cuando se dejó
arrastrar por primera vez por el espíritu de descontento, ni tampoco
cuando empezó a presentar sus falsos asertos a los ángeles leales. Fue
retenido aún por mucho tiempo en el cielo. Varias y repetidas veces se
le ofreció el perdón con tal de que se arrepintiese y se sometiese.
Para convencerle de su error se hicieron esfuerzos de que sólo el amor
y la sabiduría infinitos eran capaces. Hasta entonces no se había
conocido el espíritu de descontento en el cielo. El mismo Lucifer no
veía en un principio hasta dónde le llevaría este espíritu; no
comprendía la verdadera naturaleza de sus sentimientos. Pero cuando se
demostró que su descontento no tenía motivo, Lucifer se convenció de
que no tenía razón, que lo que Dios pedía era justo, y que debía
reconocerlo ante todo el cielo. De haberlo hecho así, se habría
salvado a sí mismo y a muchos ángeles. En ese entonces no había él
negado aún toda obediencia a Dios. Aunque había abandonado su puesto
de querubín cubridor, habría sido no obstante restablecido en su
oficio si, reconociendo la sabiduría del creador, hubiese estado
dispuesto a volver a Dios y si se hubiese contentado con ocupar el
lugar que le correspondía en el plan de Dios. Pero el orgullo le
impidió someterse. Se empeñó en defender su proceder insistiendo en
que no necesitaba arrepentirse, y se entregó de lleno al gran
conflicto con su hacedor.
Desde entonces dedicó todo el poder de su gran inteligencia a la tarea
de engañar, para asegurarse la simpatía de los ángeles que habían
estado bajo sus órdenes. Hasta el hecho de que Cristo le había
prevenido y aconsejado fue desnaturalizado para servir a sus pérfidos
designios. A los que estaban más estrechamente ligados a el por el
amor y la confianza, Satanás les hizo creer que había sido mal
juzgado, que no se había respetado su posición y que se le quería
coartar la libertad. Después de haber así desnaturalizado las palabras
de Cristo, pasó a prevaricar y a mentir descaradamente, acusando al
hijo de Dios de querer humillarlo ante los habitantes del cielo.
Además trató de crear una situación falsa entre sí mismo y los ángeles
aún leales. Todos aquellos a quienes no pudo sobornar y atraer
completamente a su lado, los acusó de indiferencia respecto a los
intereses de los seres celestiales. Acusó a los que permanecían fieles
a Dios, de aquello mismo que estaba haciendo. Y para sostener contra
Dios la acusación de injusticia para con él, recurrió a una falsa
presentación de las palabras y de los actos del creador. Su política
consistía en confundir a los ángeles con argumentos sutiles acerca de
los designios de Dios. Todo lo sencillo lo envolvía en misterio, y
valiéndose de artera perversión, hacía nacer dudas respecto a las
declaraciones más terminantes de Jehová. Su posición elevada y su
estrecha relación con la administración divina, daban mayor fuerza a
sus representaciones, y muchos ángeles fueron inducidos a unirse con
él en su rebelión contra la autoridad celestial.
Dios permitió en su sabiduría que Satanás prosiguiese su obra hasta
que el espíritu de desafecto se convirtiese en activa rebeldía. Era
necesario que sus planes se desarrollaran por completo para que su
naturaleza y sus tendencias quedaran a la vista de todos. Lucifer,
como querubín ungido, había sido grandemente exaltado; era muy amado
de los seres celestiales y ejercía poderosa influencia sobre ellos. El
gobierno de Dios no incluía sólo a los habitantes del cielo sino
también a los de todos los mundos que el había creado; y Satanás pensó
que si podía arrastrar a los ángeles del cielo en su rebeldía, podría
también arrastrar a los habitantes de los demás mundos. Había
presentado arteramente su manera de ver la cuestión, valiéndose de
sofismas y fraude para conseguir sus fines. Tenía gran poder para
engañar, y al usar su disfraz de mentira había obtenido una ventaja.
Ni aun los ángeles leales podían discernir plenamente su carácter ni
ver adónde conducía su obra.
Satanás había sido tan altamente honrado, y todos sus actos estaban
tan revestidos de misterio, que era difícil revelar a los ángeles la
verdadera naturaleza de su obra. Antes de su completo desarrollo, el
pecado no podía aparecer como el mal que era en realidad. Hasta
entonces no había existido en el universo de Dios, y los seres santos
no tenían idea de su naturaleza y malignidad. No podían ni entrever
las terribles consecuencias que resultarían de poner a un lado la ley
de Dios. Al principio, Satanás había ocultado su obra bajo una astuta
profesión de lealtad para con Dios. Aseveraba que se desvelaba por
honrar a Dios, afianzar su gobierno y asegurar el bien de todos los
habitantes del cielo. Mientras difundía el descontento entre los
ángeles que estaban bajo sus órdenes, aparentaba hacer cuanto le era
posible por que desapareciera ese mismo descontento. Sostenía que los
cambios que reclamaba en el orden y en las leyes del gobierno de Dios
eran necesarios para conservar la armonía en el cielo.
En su trato con el pecado, Dios no podía sino obrar con justicia y
verdad. Satanás podía hacer uso de armas de las cuales Dios no podía
valerse: la lisonja y el engaño. Satanás había tratado de falsificar
la palabra de Dios y había representado de un modo falso su plan de
gobierno ante los ángeles, sosteniendo que Dios no era justo al
imponer leyes y reglas a los habitantes del cielo; que al exigir de
sus criaturas sumisión y obediencia, sólo estaba buscando su propia
gloria. Por eso debía ser puesto de manifiesto ante los habitantes del
cielo y ante los de todos los mundos, que el gobierno de Dios era
justo y su ley perfecta. Satanás había dado a entender que él mismo
trataba de promover el bien del universo. Todos debían llegar a
comprender el verdadero carácter del usurpador y el propósito que le
animaba. Había que dejarle tiempo para que se diera a conocer por sus
actos de maldad.
Satanás achacaba a la ley y al gobierno de Dios la discordia que su
propia conducta había introducido en el cielo. Declaraba que todo el
mal provenía de la administración divina. Aseveraba que lo que él
mismo quería era perfeccionar los estatutos de Jehová. Era pues
necesario que diera a conocer la naturaleza de sus pretensiones y los
resultados de los cambios que él proponía introducir en la ley divina.
Su propia obra debía condenarle. Satanás había declarado desde un
principio que no estaba en rebelión. El universo entero debía ver al
seductor desenmascarado.
Aun cuando quedó resuelto que Satanás no podría permanecer por más
tiempo en el cielo, la sabiduría infinita no le destruyó. En vista de
que sólo un servicio de amor puede ser aceptable a Dios, la sumisión
de sus criaturas debe proceder de una convicción de su justicia y
benevolencia. Los habitantes del cielo y de los demás mundos, no
estando preparados para comprender la naturaleza ni las consecuencias
del pecado, no podrían haber reconocido la justicia y misericordia de
Dios en la destrucción de Satanás. De haber sido éste aniquilado
inmediatamente, aquéllos habrían servido a Dios por miedo más bien que
por amor. La influencia del seductor no habría quedado destruida del
todo, ni el espíritu de rebelión habría sido extirpado por completo.
Para bien del universo entero a través de las edades sin fin, era
preciso dejar que el mal llegase a su madurez, y que Satanás
desarrollase más completamente sus principios, a fin de que todos los
seres creados reconociesen el verdadero carácter de los cargos que
arrojara él contra el gobierno divino y a fin de que quedaran para
siempre incontrovertibles la justicia y la misericordia de Dios, así
como el carácter inmutable de su ley.
La rebeldía de Satanás, cual testimonio perpetuo de la naturaleza y de
los resultados terribles del pecado, debía servir de lección al
universo en todo el curso de las edades futuras. La obra del gobierno
de Satanás, sus efectos sobre los hombres y los ángeles, harían
patentes los resultados del desprecio de la autoridad divina.
Demostrarían que de la existencia del gobierno de Dios y de su ley
depende el bienestar de todas las criaturas que el ha formado. De este
modo la historia del terrible experimento de la rebeldía, sería para
todos los seres santos una salvaguardia eterna destinada a precaverlos
contra todo engaño respecto a la índole de la transgresión, y a
guardarlos de cometer pecado y de sufrir el castigo consiguiente.
El gran usurpador siguió justificándose hasta el fin mismo de la
controversia en el cielo. Cuando se dio a saber que, con todos sus
secuaces, iba a ser expulsado de las moradas de la dicha, el jefe
rebelde declaró audazmente su desprecio de la ley del creador. Reiteró
su aserto de que los ángeles no necesitaban sujeción, sino que debía
dejárseles seguir su propia voluntad, que los dirigiría siempre bien.
Denunció los estatutos divinos como restricción de su libertad y
declaró que el objeto que él perseguía era asegurar la abolición de la
ley para que, libres de esta traba, las huestes del cielo pudiesen
alcanzar un grado de existencia más elevado y glorioso.
De común acuerdo Satanás y su hueste culparon a Cristo de su rebelión,
declarando que si no hubiesen sido censurados, no se habrían rebelado.
Así obstinados y arrogantes en su deslealtad, vanamente empeñados en
trastornar el gobierno de Dios, al mismo tiempo que en son de
blasfemia decían ser ellos mismos víctimas inocentes de un poder
opresivo, el gran rebelde y todos sus secuaces fueron al fin echados
del cielo.
El mismo espíritu que fomentara la rebelión en el cielo, continúa
inspirándola en la tierra. Satanás ha seguido con los hombres la misma
política que siguiera con los ángeles. Su espíritu impera ahora en los
hijos de desobediencia. Como él, tratan éstos de romper el freno de la
ley de Dios, y prometen a los hombres la libertad mediante la
transgresión de los preceptos de aquélla. La reprensión del pecado
despierta aún el espíritu de odio y resistencia. Cuando los mensajeros
que Dios envía para amonestar tocan a la conciencia, Satanás induce a
los hombres a que se justifiquen y a que busquen la simpatía de otros
en su camino de pecado. En lugar de enmendar sus errores, despiertan
la indignación contra el que los reprende, como si éste fuera la única
causa de la dificultad. Desde los días del justo Abel hasta los
nuestros, tal ha sido el espíritu que se ha manifestado contra quienes
osaron condenar el pecado.
Mediante la misma falsa representación del carácter de Dios que empleó
en el cielo, para hacerle parecer severo y tiránico, Satanás indujo al
hombre a pecar. Y logrado esto, declaró que las restricciones injustas
de Dios habían sido causa de la caída del hombre, como lo habían sido
de su propia rebeldía.
Pero el mismo Dios eterno da a conocer así su carácter: "¡Jehová,
Jehová, Dios compasivo y clemente, lento en iras y grande en
misericordia y en fidelidad; que usa de misericordia hasta la milésima
generación; que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado,
pero que de ningún modo tendrá por inocente al rebelde!" Éxodo 34:6,
7.
Al echar a Satanás del cielo, Dios hizo patente su justicia y mantuvo
el honor de su trono. Pero cuando el hombre pecó cediendo a las
seducciones del espíritu apóstata, Dios dio una prueba de su amor,
consintiendo en que su hijo unigénito muriese por la raza caída. El
carácter de Dios se pone de manifiesto en el sacrificio expiatorio de
Cristo. El poderoso argumento de la cruz demuestra a todo el universo
que el gobierno de Dios no era de ninguna manera responsable del
camino de pecado que Lucifer había escogido.
El carácter del gran engañador se mostró tal cual era en la lucha
entre Cristo y Satanás, durante el ministerio terrenal del salvador.
Nada habría podido desarraigar tan completamente las simpatías que los
ángeles celestiales y todo el universo leal pudieran sentir hacia
Satanás, como su guerra cruel contra el redentor del mundo. Su
petición atrevida y blasfema de que Cristo le rindiese homenaje, su
orgullosa presunción que le hizo transportarlo a la cúspide del monte
y a las almenas del templo, la intención malévola que mostró al
instarle a que se arrojara de aquella vertiginosa altura, la inquina
implacable con la cual persiguió al salvador por todas partes, e
inspiró a los corazones de los sacerdotes y del pueblo a que
rechazaran su amor y a que gritaran al fin: "¡crucifícale!
¡Crucifícale!"—-todo esto despertó el asombro y la indignación del
universo.
Fue Satanás el que impulsó al mundo a rechazar a Cristo. El príncipe
del mal hizo cuanto pudo y empleó toda su astucia para matar a Jesús,
pues vio que la misericordia y el amor del Salvador, su compasión y su
tierna piedad estaban representando ante el mundo el carácter de Dios.
Satanás disputó todos los asertos del hijo de Dios, y empleó a los
hombres como agentes suyos para llenar la vida del Salvador de
sufrimientos y penas. Los sofismas y las mentiras por medio de los
cuales procuró obstaculizar la obra de Jesús, el odio manifestado por
los hijos de rebelión, sus acusaciones crueles contra aquel cuya vida
se rigió por una bondad sin precedente, todo ello provenía de un
sentimiento de venganza profundamente arraigado. Los fuegos
concentrados de la envidia y de la malicia, del odio y de la venganza,
estallaron en el calvario contra el hijo de Dios, mientras el cielo
miraba con silencioso horror.
Consumado ya el gran sacrificio, Cristo subió al cielo, rehusando la
adoración de los ángeles, mientras no hubiese presentado la petición:
"Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos
estén también conmigo." Juan 17:24. Entonces, con amor y poder
indecibles, el Padre respondió desde su trono: "adórenle todos los
ángeles de Dios." Hebreos 1:6. No había ni una mancha en Jesús.
Acabada su humillación, cumplido su sacrificio, le fue dado un nombre
que está por encima de todo otro nombre.
Entonces fue cuando la culpabilidad de Satanás se destacó en toda su
desnudez. Había dado a conocer su verdadero carácter de mentiroso y
asesino. Se echó de ver que el mismo espíritu con el cual el gobernaba
a los hijos de los hombres que estaban bajo su poder, lo habría
manifestado en el cielo si hubiese podido gobernar a los habitantes de
éste. Había aseverado que la transgresión de la ley de Dios traería
consigo libertad y ensalzamiento; pero lo que trajo en realidad fue
servidumbre y degradación.
Los falsos cargos de Satanás contra el carácter del gobierno divino
aparecieron en su verdadera luz. El había acusado a Dios de buscar tan
sólo su propia exaltación con las exigencias de sumisión y obediencia
por parte de sus criaturas, y había declarado que mientras el Creador
exigía que todos se negasen a sí mismos El mismo no practicaba la
abnegación ni hacía sacrificio alguno. Entonces se vio que para salvar
una raza caída y pecadora, el Legislador del universo había hecho el
mayor sacrificio que el amor pudiera inspirar, pues "Dios estaba en
Cristo reconciliando el mundo a sí." (2 Corintios 5:19.) Vióse además
que mientras Lucifer había abierto la puerta al pecado debido a su sed
de honores y supremacía, Cristo, para destruir el pecado, se había
humillado y hecho obediente hasta la muerte.
Dios habla manifestado cuánto aborrece los principios de rebelión.
Todo el cielo vio su justicia revelada, tanto en la condenación de
Satanás como en la redención del hombre. Lucifer había declarado que
si la ley de Dios era inmutable y su penalidad irremisible, todo
transgresor debía ser excluido para siempre de la gracia del Creador.
El había sostenido que la raza pecaminosa se encontraba fuera del
alcance de la redención, y era por consiguiente presa legítima suya.
Pero la muerte de Cristo fue un argumento irrefutable en favor del
hombre. La penalidad de la ley caía sobre él que era igual a Dios, y
el hombre quedaba libre de aceptar la justicia de Dios y de triunfar
del poder de Satanás mediante una vida de arrepentimiento y
humillación, como el Hijo de Dios había triunfado. Así Dios es justo,
al mismo tiempo que justifica a todos los que creen en Jesús.
Pero no fue tan sólo para realizar la redención del hombre para lo que
Cristo vino a la tierra a sufrir y morir. Vino para engrandecer la ley
y hacerla honorable. Ni fue tan sólo para que los habitantes de este
mundo respetasen la ley cual debía ser respetada, sino también para
demostrar a todos los mundos del universo que la ley de Dios es
inmutable. Si las exigencias de ella hubiesen podido descartarse, el
Hijo de Dios no habría necesitado dar su vida para expiar la
transgresión de ella. La muerte de Cristo prueba que la ley es
inmutable. Y el sacrificio al cual el amor infinito impelió al Padre y
al Hijo a fin de que los pecadores pudiesen ser redimidos, demuestra a
todo el universo—y nada que fuese inferior a este plan habría bastado
para demostrarlo—que la justicia y la misericordia son el fundamento
de la ley y del gobierno de Dios.
En la ejecución final del juicio se verá que no existe causa para el
pecado. Cuando el Juez de toda la tierra pregunte a Satanás: "¿Por qué
te rebelaste contra Mí y arrebataste súbditos de mi reino?" el autor
del mal no podrá ofrecer excusa alguna. Toda boca permanecerá cerrada,
todas las huestes rebeldes que darán mudas.
Mientras la cruz del Calvario proclama el carácter inmutable de la
ley, declara al universo que la paga del pecado es muerte. El grito
agonizante del Salvador: "Consumado es," fue el toque de agonía para
Satanás. Fue entonces cuando quedó zanjado el gran conflicto que había
durado tanto tiempo y asegurada la extirpación final del mal. El Hijo
de Dios atravesó los umbrales de la tumba, "para destruir por la
muerte al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo."
(Hebreos 2:14.) El deseo que Lucifer tenía de exaltarse a sí mismo le
había hecho decir:
"¡Sobre las estrellas de Dios ensalzaré mi trono, . . . seré semejante
al Altísimo!" Dios declara: "Te torno en ceniza sobre la tierra, . . .
y no existirás más para siempre." (Isaías 14:13, 14; Ezequiel 28:18,
19.) Eso será cuando venga "el día ardiente como un horno; y todos los
soberbios, y todos los que hacen maldad, serán estopa; y aquel día que
vendrá, los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, el cual no les
dejará ni raíz ni rama." (Malaquías 4: l.)
Todo el universo habrá visto la naturaleza y los resultados del
pecado. Y su destrucción completa que en un principio hubiese
atemorizado a los ángeles y deshonrado a Dios, justificará entonces el
amor de Dios y establecerá su gloria ante un universo de seres que se
deleitarán en hacer su voluntad y en cuyos corazones se encontrará su
ley. Nunca más se manifestará el mal. La Palabra de Dios dice: "No se
levantará la aflicción segunda vez." (Nahum .1:9.) La ley de Dios que
Satanás vituperó como yugo de servidumbre, será honrada como ley de
libertad. Después de haber pasado por tal prueba y experiencia, la
creación no se desviará jamás de la sumisión a Aquel que se dio a
conocer en sus obras como Dios de amor insondable y sabiduría
infinita.
EL EVANGELIO Y LAS NORMAS DE DIOS
"Porque por las obras de la ley ninguna carne se justificará delante
de él; porque por la ley es el conocimiento del pecado." Romanos
3:20
"Porque cualquiera que hubiere guardado toda la ley, y ofendiere en un
punto, es hecho culpado de todos." Santiago :2:10.
"Porque no me avergüenzo del evangelio: porque es potencia de Dios
para salud a todo aquel que cree; al Judío primeramente y también al
Griego." Romanos 1:16.
"Mas nosotros predicamos a Cristo crucificado, a los Judíos
ciertamente tropezadero, y a los Gentiles locura; Empero a los
llamados, así Judíos como Griegos, Cristo potencia de Dios, y
sabiduría de Dios." 1 Corintios 1:23-24.
"Está escrito de mí El hacer tu voluntad, Dios mío, hame agradado; Y
tu ley está en medio de mis entrañas." Salmos 40:7-8
"Mas ahora, sin la ley, la justicia de Dios se ha manifestado,
testificada por la ley y por los profetas:" Romanos 3:21.
"El siguiente día ve Juan a Jesús que venía a él, y dice: He aquí el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo." Juan 1:29.
"Jehová se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y
engrandecerla." Isaías 42:21.
"Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un
espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en
la misma semejanza, como por el Espíritu del Señor." 2 Corintios
3:18.