Qué ha pasado con nuestro tiempo? Ministerios que no ministran.
Reavivamientos que no reavivan. Los reavivamientos de antaño
resultaban en el escudriñamiento del corazón, humildad, lucha por las
almas; conversiones que no retrocedían frente a la abnegación y el
sacrificio.
Pero los tiempos han cambiado. El mundo está entrando en la iglesia,
literalmente. Qué ha sucedido? y por qué ha sucedido?
DONDEQUIERA que la Palabra de Dios se predicara con fidelidad, los
resultados atestiguaban su divino origen. El Espíritu de Dios
acompañaba el mensaje de sus siervos, y la Palabra tenía poder. Los
pecadores sentían despertarse sus conciencias. La luz "que alumbra a
todo hombre que viene a este mundo," iluminaba los lugares más
recónditos de sus almas, y las ocultas obras de las tinieblas eran
puestas de manifiesto. Una profunda convicción se apoderaba de sus
espíritus y corazones. Eran redargüídos de pecado, de justicia y del
juicio por venir. Tenían conciencia de la justicia de Dios, y temían
tener que comparecer con sus culpas e impurezas ante Aquel que
escudriña los corazones. En su angustia clamaban: "¿Quién me libertará
de este cuerpo de muerte?" Al serles revelada la cruz del Calvario,
indicio del sacrificio infinito exigido por los pecados de los
hombres, veían que sólo los méritos de Cristo bastaban para expiar sus
transgresiones; eran lo único que podía reconciliar al hombre con
Dios. Con fe y humildad aceptaban al Cordero de Dios, que quita los
pecados del mundo. Por la sangre de Jesús alcanzaban "la remisión de
los pecados cometidos anteriormente."
Estos creyentes hacían frutos dignos de su arrepentimiento. Creían y
eran bautizados y se levantaban para andar en novedad de vida, como
nuevas criaturas en Cristo Jesús; no para vivir conforme a sus
antiguas concupiscencias, sino por la fe en el Hijo de Dios, para
seguir sus pisadas, para reflejar su carácter y para purificarse a sí
mismos, así como el es puro. Amaban lo que antes aborrecieran, y
aborrecían lo que antes amaran. Los orgullosos y tercos se volvían
mansos y humildes de corazón. Los vanidosos y arrogantes se volvían
serios y discretos. Los profanos se volvían piadosos; los borrachos,
sobrios; y los corrompidos, puros. Las vanas costumbres del mundo eran
puestas a un lado. Los cristianos no buscaban el adorno "exterior del
rizado de los cabellos, del ataviarse con joyas de oro o el de la
compostura de los vestidos, sino el oculto del corazón, que consiste
en la incorrupción de un espíritu manso y tranquilo; esa es la
hermosura en la presencia de Dios." 1 Pedro 3:3, 4, V.
(Nácar-Colunga.)
Los reavivamientos producían en muchos profundo escudriñamiento de
corazón y humildad. Eran caracterizados por llamamientos solemnes y
fervientes hechos a los pecadores, por una ferviente compasión hacia
aquellos a quienes Jesús compró por su sangre. Hombres y mujeres
oraban y luchaban con Dios para conseguir la salvación de las almas.
Los frutos de semejantes reavivamientos se echaban de ver en las almas
que no vacilaban ante el desprendimiento y los sacrificios, sino que
se regocijaban de ser tenidas por dignas de sufrir oprobios y pruebas
por causa de Cristo. Se notaba una transformación en la vida de los
que habían hecho profesión de seguir a Jesús; y la influencia de ellos
beneficiaba a la sociedad. Recogían con Cristo y sembraban para el
Espíritu, a fin de cosechar la vida eterna.
Se podía decir de ellos que fueron "contristados para
arrepentimiento." "Porque el dolor que es según Dios, obra
arrepentimiento saludable, de que no hay que arrepentirse; mas el
dolor de este mundo obra muerte. Porque he aquí, esto mismo que según
Dios fuisteis contristados, cuánta solicitud ha obrado en vosotros, y
aun defensa, y aun enojo, y aun temor, y aun gran deseo, y aun celo, y
aun vindicación. En todo os habéis mostrado limpios en el negocio." 2
Corintios 7:9-11.
Tal es el resultado de la acción del Espíritu de Dios. Una reforma en
la vida es la única prueba segura de un verdadero arrepentimiento. Si
restituye la prenda, si devuelve lo que robó, si confiesa sus pecados
y ama a Dios y a sus semejantes, el pecador puede estar seguro de
haber encontrado la paz con Dios. Tales eran los resultados que en
otros tiempos acompañaban a los reavivamientos religiosos. Cuando se
los juzgaba por sus frutos se veía que eran bendecidos de Dios para la
salvación de los hombres y el mejoramiento de la humanidad.
Pero muchos de los reavivamientos de los tiempos modernos han
presentado un notable contraste con aquellas manifestaciones de la
gracia divina, que en épocas anteriores acompañaban los trabajos de
los siervos de Dios. Es verdad que despiertan gran interés; que muchos
se dan por convertidos y aumenta en gran manera el número de los
miembros de las iglesias; no obstante los resultados no son tales que
nos autoricen para creer que haya habido un aumento correspondiente de
verdadera vida espiritual. La llama que alumbra un momento se apaga
pronto y deja la obscuridad más densa que antes.
Los avivamientos populares son provocados demasiado a menudo por
llamamientos a la imaginación, que excitan las emociones y satisfacen
la inclinación por lo nuevo y extraordinario. Los conversos ganados de
este modo manifiestan poco deseo de escuchar la verdad bíblica, y poco
interés en el testimonio de los profetas y apóstoles. El servicio
religioso que no revista un carácter un tanto sensacional no tiene
atractivo para ellos. Un mensaje que apela a la fría razón no
despierta eco alguno en ellos. No tienen en cuenta las claras
amonestaciones de la Palabra de Dios que se refieren directamente a
sus intereses eternos.
Para toda alma verdaderamente convertida la relación con Dios y con
las cosas eternas será el gran tema de la vida. ¿Pero dónde se nota,
en las iglesias populares de nuestros días, el espíritu de
consagración a Dios? Los conversos no renuncian a su orgullo ni al
amor del mundo. No están más dispuestos a negarse a sí mismos, a
llevar la cruz y a seguir al manso y humilde Jesús, que antes de su
conversión. La religión se ha vuelto objeto de burla de los infieles y
escépticos, debido a que tantos de los que la profesan ignoran sus
principios. El poder de la piedad ha desaparecido casi enteramente de
muchas de las iglesias. Las comidas campestres, las representaciones
teatrales en las iglesias, los bazares, las casas elegantes y la
ostentación personal han alejado de Dios los pensamientos de la gente.
Tierras y bienes y ocupaciones mundanas llenan el espíritu, mientras
que las cosas de interés eterno se consideran apenas dignas de
atención.
A pesar del decaimiento general de la fe y de la piedad, hay en esas
iglesias verdaderos discípulos de Cristo. Antes que los juicios de
Dios caigan finalmente sobre la tierra, habrá entre el pueblo del
Señor un avivamiento de la piedad primitiva, cual no se ha visto nunca
desde los tiempos apostólicos. El Espíritu y el poder de Dios serán
derramados sobre sus hijos. Entonces muchos se separarán de esas
iglesias en las cuales el amor de este mundo ha suplantado al amor de
Dios y de su Palabra y muchos, tanto ministros como laicos, aceptarán
gustosamente esas grandes verdades que Dios ha hecho proclamar en este
tiempo a fin de preparar un pueblo para la segunda venida del Señor.
El enemigo de las almas desea impedir esta obra, y antes que llegue el
tiempo para que se produzca tal movimiento, tratará de evitarlo
introduciendo una falsa imitación. Hará aparecer como que la bendición
especial de Dios es derramada sobre las iglesias que pueda colocar
bajo su poder seductor; allí se manifestará lo que se considerará como
un gran interés por lo religioso. Multitudes se alegrarán de que Dios
esté obrando maravillosamente en su favor, cuando, en realidad, la
obra provendrá de otro espíritu. Bajo un disfraz religioso, Satanás
tratará de extender su influencia sobre el mundo cristiano.
En muchos de los despertamientos religiosos que se han producido
durante el último medio siglo, se han dejado sentir, en mayor o menor
grado, las mismas influencias que se ejercerán en los movimientos
venideros más extensos. Hay una agitación emotiva, mezcla de lo
verdadero con lo falso, muy apropiada para extraviar a uno. No
obstante, nadie necesita ser seducido. A la luz de la Palabra de Dios
no es difícil determinar la naturaleza de estos movimientos.
Dondequiera que los hombres descuiden el testimonio de la Biblia y se
alejen de las verdades claras que sirven para probar el alma y que
requieren abnegación y desprendimiento del mundo, podemos estar
seguros de que Dios no dispensa allí sus bendiciones. Y al aplicar la
regla que Cristo mismo dio: "Por sus frutos los conoceréis" Mateo
7:16, resulta evidente que estos movimientos no son obra del Espíritu
de Dios.
En las verdades de su Palabra, Dios ha dado a los hombres una
revelación de sí mismo, y a todos los que las aceptan les sirven de
escudo contra los engaños de Satanás. El descuido en que se tuvieron
estas verdades fue lo que abrió la puerta a los males que se están
propagando ahora tanto en el mundo religioso. Se ha perdido de vista
en sumo grado la naturaleza e importancia de la ley de Dios. Un
concepto falso del carácter perpetuo y obligatorio de la ley divina ha
hecho incurrir en errores respecto a la conversión y santificación, y
como resultado se ha rebajado el nivel de la piedad en la iglesia. En
esto reside el secreto de la ausencia del Espíritu y poder de Dios en
los despertamientos religiosos de nuestros tiempos.
Hay en las diversas denominaciones hombres eminentes por su piedad,
que reconocen y deploran este hecho. El profesor Eduardo A. Park, al
exponer los peligros religiosos corrientes, dice acertadamente: "Una
de las fuentes de peligros es el hecho de que los predicadores
insisten muy poco en la ley divina. En otro tiempo el púlpito era eco
de la voz de la conciencia.... Nuestros más ilustres predicadores
daban a sus discursos una amplitud majestuosa siguiendo el ejemplo del
Maestro y recalcando la ley, sus preceptos y sus amenazas. Repetían
las dos grandes máximas de que la ley es fiel trasunto de las
perfecciones divinas, y de que un hombre que no tiene amor a la ley no
lo tiene tampoco al Evangelio, pues la ley, tanto como el Evangelio,
es un espejo que refleja el verdadero carácter de Dios. Este peligro
arrastra a otro: el de desestimar la gravedad del pecado, su extensión
y su horror. El grado de culpabilidad que acarrea la desobediencia a
un mandamiento es proporcional al grado de justicia de ese
mandamiento....
"A los peligros ya enumerados se une el que se corre al no reconocer
plenamente la justicia de Dios. La tendencia del púlpito moderno
consiste en hacer separación entre la justicia divina y la
misericordia divina, en rebajar la misericordia al nivel de un
sentimiento en lugar de elevarla a la altura de un principio. El nuevo
prisma teológico separa lo que Dios unió. Es la ley divina un bien o
un mal? Es un bien. Luego la justicia es buena; pues es una
disposición para cumplir la ley. De la costumbre de tener en poco la
ley y justicia divinas, el alcance y demérito de la desobediencia
humana, los hombres contraen fácilmente la costumbre de no apreciar la
gracia que proveyó expiación por el pecado." Así pierde el Evangelio
su valor e importancia en el concepto de los hombres, que no tardan en
dejar a un lado la misma Biblia.
Muchos maestros en religión aseveran que Cristo abolió la ley por su
muerte, y que desde entonces los hombres se ven libres de sus
exigencias. Algunos la representan como yugo enojoso, y en
contraposición con la esclavitud de la ley, presentan la libertad de
que se debe gozar bajo el Evangelio.
Pero no es así como los profetas y los apóstoles consideraron la santa
ley de Dios. David dice: "Y andaré con libertad, porque he buscado Tus
preceptos." Salmo 119:45. El apóstol Santiago, que escribió después de
la muerte de Cristo, habla del Decálogo como de la "ley real," y de la
"ley perfecta, la ley de libertad." Santiago 2:8; 1:25. Y el vidente
de Patmos, medio siglo después de la crucifixión, pronuncia una
bendición sobre los "que guardan sus mandamientos, para que su
potencia sea en el árbol de la vida, y que entren por las puertas en
la ciudad." Apocalipsis 22:14.
El aserto de que Cristo abolió con su muerte la ley de su Padre no
tiene fundamento. Si hubiese sido posible cambiar la ley o abolirla,
entonces Cristo no habría tenido por qué morir para salvar al hombre
de la penalidad del pecado. La muerte de Cristo, lejos de abolir la
ley, prueba que es inmutable. El Hijo de Dios vino para engrandecer la
ley, y hacerla honorable. Isaías 42:21. El dijo: "No penséis que vine
a invalidar la ley;" "hasta que pasen el cielo y la tierra, ni
siquiera una jota ni un tilde pasará de la ley." Mateo 5:17, 18. Y con
respecto a Sí mismo declara: "Me complazco en hacer Tu voluntad, oh
Dios mío, y Tu ley está en medio de mi corazón." Salmo 40:8.
La ley de Dios, por su naturaleza misma, es inmutable. Es una
revelación de la voluntad y del carácter de su Autor. Dios es amor, y
su ley es amor. Sus dos grandes principios son el amor a Dios y al
hombre. "El amor pues es el cumplimiento de la ley." Romanos 13:10. El
carácter de Dios es justicia y verdad; tal es la naturaleza de su ley.
Dice el salmista: "Tu ley es la verdad;" "todos Tus mandamientos son
justos." Salmo 119:142, 172. Y el apóstol Pablo declara: "La ley es
santa, y el mandamiento, santo y justo y bueno." Romanos 7:12.
Semejante ley, expresión del pensamiento y de la voluntad de Dios,
debe ser tan duradera como su Autor.
Es obra de la conversión y de la santificación reconciliar a los
hombres con Dios, poniéndolos de acuerdo con los principios de su ley.
Al principio el hombre fue creado a la imagen de Dios. Estaba en
perfecta armonía con la naturaleza y la ley de Dios; los principios de
justicia estaban grabados en su corazón. Pero el pecado le separó de
su Hacedor. Ya no reflejaba más la imagen divina. Su corazón estaba en
guerra con los principios de la ley de Dios. "La intención de la carne
es enemistad contra Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, ni
tampoco puede." Romanos 8:7. Mas "de tal manera amó Dios al mundo, que
dio a su Hijo unigénito," para que el hombre fuese reconciliado con
Dios. Por los méritos de Cristo puede restablecerse la armonía entre
el hombre y su Creador. Su corazón debe ser renovado por la gracia
divina; debe recibir nueva vida de lo alto. Este cambio es el nuevo
nacimiento, sin el cual, según expuso Jesús, nadie "puede ver el reino
de Dios."
El primer paso hacia la reconciliación con Dios, es la convicción del
pecado. "El pecado es transgresión de la ley." "Por la ley es el
conocimiento del pecado." 1 Juan 3:4; Romanos 3:20. Para reconocer su
culpabilidad, el pecador debe medir su carácter por la gran norma de
justicia que Dios dio al hombre. Es un espejo que le muestra la imagen
de un carácter perfecto y justo, y le permite discernir los defectos
de su propio carácter.
La ley revela al hombre sus pecados, pero no dispone ningún remedio.
Mientras promete vida al que obedece, declara que la muerte es lo que
le toca al transgresor. Sólo el Evangelio de Cristo puede librarle de
la condenación o de la mancha del pecado. Debe arrepentirse ante Dios
cuya ley transgredió, y tener fe en Cristo y en su sacrificio
expiatorio. Así obtiene "remisión de los pecados cometidos
anteriormente," y se hace partícipe de la naturaleza divina. Es un
hijo de Dios, pues ha recibido el espíritu de adopción, por el cual
exclama: "¡Abba, Padre!"
¿Está entonces libre para violar la ley de Dios? El apóstol Pablo
dice: "¿Abrogamos pues la ley por medio de la fe? ¡No por cierto!
antes bien, hacemos estable la ley." "Nosotros que morimos al pecado,
¿cómo podremos vivir ya en él?" Y Juan dice también: "Este es el amor
de Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son
gravosos." Romanos 3:31; 6:2; 1 Juan 5:3. En el nuevo nacimiento el
corazón viene a quedar en armonía con Dios, al estarlo con su ley.
Cuando se ha efectuado este gran cambio en el pecador, entonces ha
pasado de la muerte a la vida, del pecado a la santidad, de la
transgresión y rebelión a la obediencia y a la lealtad. Terminó su
antigua vida de separación con Dios; y comenzó la nueva vida de
reconciliación, fe y amor. Entonces "la justicia que requiere la ley"
se cumplirá "en nosotros, los que no andamos según la carne, sino
según el espíritu." Romanos 8:4. Y el lenguaje del alma será "¡Cuánto
amo yo tu ley! todo el día es ella mi meditación." Salmo 119:97.
"La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma." Salmo 19:7. Sin
la ley, los hombres no pueden formarse un justo concepto de la pureza
y santidad de Dios ni de su propia culpabilidad e impureza. No tienen
verdadera convicción del pecado, y no sienten necesidad de
arrepentirse. Como no ven su condición perdida como violadores de la
ley de Dios, no se dan cuenta tampoco de la necesidad que tienen de la
sangre expiatoria de Cristo. Aceptan la esperanza de salvación sin que
se realice un cambio radical en su corazón ni reforma en su vida. Así
abundan las conversiones superficiales, y multitudes se unen a la
iglesia sin haberse unido jamás con Cristo.
Falsas teorías sobre la santificación, debidas a que no se hizo caso
de la ley divina, o se la rechazó, desempeñan importante papel en los
movimientos religiosos de nuestros días. Esas teorías son falsas en
cuanto a la doctrina y peligrosas en sus resultados prácticos, y el
hecho de que hallen tan general aceptación hace doblemente necesario
que todos tengan una clara comprensión de lo que las Sagradas
Escrituras enseñan sobre este punto.
La doctrina de la santificación verdadera es bíblica. El apóstol
Pablo, en su carta a la iglesia de Tesalónica, declara: "Esta es la
voluntad de Dios, es a saber, vuestra santificación." Y ruega así: "El
mismo Dios de paz os santifique del todo." 1 Tesalonicenses 4:3; 5:23.
La Biblia enseña claramente lo que es la santificación, y cómo se
puede alcanzar. El Salvador oró por sus discípulos: "Santifícalos con
la verdad: tu Palabra es la verdad." Juan 17:17, 19. Y Pablo enseña
que los creyentes deben ser santificados por el Espíritu Santo.
Romanos 15:16. ¿Cuál es la obra del Espíritu Santo? Jesús dijo a sus
discípulos: "Cuando viniere Aquél, el Espíritu de verdad, El os guiará
al conocimiento de toda la verdad." Juan 16:13. Y el salmista dice:
"Tu ley es la verdad." Por la Palabra y el Espíritu de Dios quedan de
manifiesto ante los hombres los grandes principios de justicia
encerrados en la ley divina. Y ya que la ley de Dios es santa, justa y
buena, un trasunto de la perfección divina, resulta que el carácter
formado por la obediencia a esa ley será santo. Cristo es ejemplo
perfecto de semejante carácter. El dice: "He guardado los mandamientos
de mi Padre." "Hago siempre las cosas que Le agradan." Juan 15:10;
8:29. Los discípulos de Cristo han de volverse semejantes a el, es
decir, adquirir por la gracia de Dios un carácter conforme a los
principios de su santa ley. Esto es lo que la Biblia llama
santificación.
Esta obra no se puede realizar sino por la fe en Cristo, por el poder
del Espíritu de Dios que habite en el corazón. Pablo amonesta a los
creyentes: "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque
Dios es el que en vosotros obra así el querer como el hacer, por su
buena voluntad." Filipenses 2:12, 13. El cristiano sentirá las
tentaciones del pecado, pero luchará continuamente contra él. Aquí es
donde se necesita la ayuda de Cristo. La debilidad humana se une con
la fuerza divina, y la fe exclama: "A Dios gracias, que nos da la
victoria por el Señor nuestro Jesucristo." 1 Corintios 15:57.
Las Santas Escrituras enseñan claramente que la obra de santificación
es progresiva. Cuando el pecador encuentra en la conversión la paz con
Dios por la sangre expiatoria, la vida cristiana no ha hecho más que
empezar. Ahora debe llegar "al estado de hombre perfecto;" crecer "a
la medida de la estatura de la plenitud de Cristo." El apóstol Pablo
dice: "Una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y
extendiéndome a lo que está delante, prosigo al blanco, al premio de
la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús." Filipenses 3:13, 14. Y
Pedro nos presenta los peldaños por los cuales se llega a la
santificación de que habla la Biblia: "Poniendo de vuestra parte todo
empeño, añadid a vuestra fe el poder; y al poder, la ciencia; y a la
ciencia, la templanza; y a la templanza, la paciencia; y a la
paciencia, la piedad; y a la piedad, fraternidad; y a la fraternidad,
amor.... Porque si hacéis estas cosas, no tropezaréis nunca." 2 Pedro
1:5-10.
Los que experimenten la santificación de que habla la Biblia,
manifestarán un espíritu de humildad. Como Moisés, contemplaron la
terrible majestad de la santidad y se dan cuenta de su propia
indignidad en contraste con la pureza y alta perfección del Dios
infinito.
El profeta Daniel fue ejemplo de verdadera santificación. Llenó su
larga vida del noble servicio que rindió a su Maestro. Era un hombre
"muy amado" Daniel 10:11. en el cielo. Sin embargo, en lugar de
pretender ser puro y santo, este profeta tan honrado de Dios se
identificó con los mayores pecadores de Israel cuando intercedió cerca
de Dios en favor de su pueblo: "¡No derramamos nuestros ruegos ante Tu
rostro a causa de nuestras justicias, sino a causa de Tus grandes
compasiones!" "Hemos pecado, hemos obrado impíamente." El declara: "yo
estaba . . . hablando, y orando, y confesando mi pecado, y el pecado
de mi pueblo." Y cuando más tarde el Hijo de Dios apareció para
instruirle, Daniel dijo: "Mi lozanía se me demudó en palidez de
muerte, y no retuve fuerza alguna." Daniel 9:18, 15, 20; 10:8.
Cuando Job oyó la voz del Señor de entre el torbellino, exclamó: "Me
aborrezco, y me arrepiento en el polvo y la ceniza." Job 42:6. Cuando
Isaías contempló la gloria del Señor, y oyó a los querubines que
clamaban: "¡Santo, santo, santo es Jehová de los ejércitos!" dijo
abrumado: "¡Ay de mí, pues soy perdido!" Isaías 6:3, 5. Después de
haber sido arrebatado hasta el tercer cielo y haber oído cosas que no
le es dado al hombre expresar, Pablo habló de sí mismo como del "más
pequeño de todos los santos." (2 Corintios 12:2-4); Efesios 3:8. Y el
amado Juan, el que había descansado en el pecho de Jesús y contemplado
su gloria, fue el que cayó como muerto a los pies del ángel.
Apocalipsis 1:17.
No puede haber glorificación de sí mismo, ni arrogantes pretensiones
de estar libre de pecado, por parte de aquellos que andan a la sombra
de la cruz del Calvario. Harta cuenta se dan de que fueron sus pecados
los que causaron la agonía del Hijo de Dios y destrozaron su corazón;
y este pensamiento les inspira profunda humildad. Los que viven más
cerca de Jesús son también los que mejor ven la fragilidad y
culpabilidad de la humanidad, y su sola esperanza se cifra en los
méritos de un Salvador crucificado y resucitado.
La santificación, tal cual la entiende ahora el mundo religioso en
general, lleva en sí misma un germen de orgullo espiritual y de
menosprecio de la ley de Dios que nos la presenta como del todo ajena
a la religión de la Biblia. Sus defensores enseñan que la
santificación es una obra instantánea, por la cual, mediante la fe
solamente, alcanzan perfecta santidad. "Tan sólo creed—dicen—y la
bendición es vuestra." Según ellos, no se necesita mayor esfuerzo de
parte del que recibe la bendición. Al mismo tiempo niegan la autoridad
de la ley de Dios y afirman que están dispensados de la obligación de
guardar los mandamientos. ¿Pero será acaso posible que los hombres
sean santos y concuerden con la voluntad y el modo de ser de Dios, sin
ponerse en armonía con los principios que expresan su naturaleza y
voluntad, y enseñan lo que le agrada?
El deseo de llevar una religión fácil, que no exija luchas, ni
desprendimiento, ni ruptura con las locuras del mundo, ha hecho
popular la doctrina de la fe, y de la fe sola; ¿pero qué dice la
Palabra de Dios? El apóstol Santiago dice: "Hermanos míos, ¿qué
aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la
fe salvarle? . . . ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin
obras es muerta? ¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro
padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la
fe obró con sus obras, y que la fe fue perfecta por las obras? . . .
Veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente
por la fe." Santiago 2:14-24.
El testimonio de la Palabra de Dios se opone a esta doctrina seductora
de la fe sin obras. No es fe pretender el favor del Cielo sin cumplir
las condiciones necesarias para que la gracia sea concedida. Es
presunción, pues la fe verdadera se funda en las promesas y
disposiciones de las Sagradas Escrituras.
Nadie se engañe a sí mismo creyendo que pueda volverse santo mientras
viole premeditadamente uno de los preceptos divinos. Un pecado
cometido deliberadamente acalla la voz atestiguadora del Espíritu y
separa al alma de Dios. "El pecado es transgresión de la ley." Y "todo
aquel que peca [transgrede la ley], no le ha visto, ni le ha
conocido." 1 Juan 3:6. Aunque Juan habla mucho del amor en sus
epístolas, no vacila en poner de manifiesto el verdadero carácter de
esa clase de personas que pretenden ser santificadas y seguir
transgrediendo la ley de Dios. "El que dice: yo Le conozco, y no
guarda sus mandamientos, es mentiroso, y no hay verdad en él; mas el
que guarda su palabra, verdaderamente en éste se ha perfeccionado el
amor de Dios." 1 Juan 2:4, 5. Esta es la piedra de toque de toda
profesión de fe. No podemos reconocer como santo a ningún hombre sin
haberle comparado primero con la sola regla de santidad que Dios haya
dado en el cielo y en la tierra. Si los hombres no sienten el peso de
la ley moral, si empequeñecen y tienen en poco los preceptos de Dios,
si violan el menor de estos mandamientos, y así enseñan a los hombres,
no serán estimados ante el cielo, y podemos estar seguros de que sus
pretensiones no tienen fundamento alguno.
Y la aserción de estar sin pecado constituye de por sí una prueba de
que el que tal asevera dista mucho de ser santo. Es porque no tiene un
verdadero concepto de lo que es la pureza y santidad infinita de Dios,
ni de lo que deben ser los que han de armonizar con su carácter; es
porque no tiene verdadero concepto de la pureza y perfección supremas
de Jesús ni de la maldad y horror del pecado, por lo que el hombre
puede creerse santo. Cuanto más lejos esté de Cristo y más yerre
acerca del carácter y los pedidos de Dios, más justo se cree.
La santificación expuesta en las Santas Escrituras abarca todo el ser:
espíritu, cuerpo y alma. Pablo rogaba por los Tesalonicenses, que su
"ser entero, espíritu y alma y cuerpo" fuese "guardado y presentado
irreprensible en el advenimiento de nuestro Señor Jesucristo." 1
Tesalonicenses 5:23. Y vuelve a escribir a los creyentes: "Os ruego
pues, hermanos, por las compasiones de Dios, que le presentéis
vuestros cuerpos, como sacrificio vivo, santo, acepto a Dios." Romanos
12:1. En tiempos del antiguo Israel, toda ofrenda que se traía a Dios
era cuidadosamente examinada. Si se descubría un defecto cualquiera en
el animal presentado, se lo rechazaba, pues Dios había mandado que las
ofrendas fuesen "sin mancha." Así también se pide a los cristianos que
presenten sus cuerpos en "sacrificio vivo, santo, acepto a Dios." Para
ello, todas sus facultades deben conservarse en la mejor condición
posible. Toda costumbre que tienda a debilitar la fuerza física o
mental incapacita al hombre para el servicio de su Creador. ¿Y se
complacerá Dios con menos de lo mejor que podamos ofrecerle? Cristo
dijo: "Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón." Los que aman a
Dios de todo corazón desearán darle el mejor servicio de su vida y
tratarán siempre de poner todas las facultades de su ser en armonía
con las leyes que aumentarán su aptitud para hacer su voluntad. No
debilitarán ni mancharán la ofrenda que presentan a su Padre celestial
abandonándose a sus apetitos o pasiones.
Pedro dice: "Os ruego . . . que os abstengáis de las concupiscencias
carnales, las cuales guerrean contra el alma." 1 Pedro 2:11. Toda
concesión hecha al pecado tiende a entorpecer las facultades y a
destruir el poder de percepción mental y espiritual, de modo que la
Palabra o el Espíritu de Dios ya no puedan impresionar sino débilmente
el corazón. Pablo escribe a los Corintios: "Limpiémonos de toda
inmundicia de carne y de espíritu, perfeccionando la santificación en
temor de Dios." 2 Corintios 7:1. Y entre los frutos del
Espíritu—"amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre,"—clasifica la "templanza." Gálatas 5:22,
23.
A pesar de estas inspiradas declaraciones, ¡cuántos cristianos de
profesión están debilitando sus facultades en la búsqueda de ganancias
o en el culto que tributan a la moda; cuántos están envileciendo en su
ser la imagen de Dios, con la glotonería, las bebidas espirituosas,
los placeres ilícitos! Y la iglesia, en lugar de reprimir el mal,
demasiado a menudo lo fomenta, apelando a los apetitos, al amor del
lucro y de los placeres para llenar su tesoro, que el amor a Cristo es
demasiado débil para colmar. Si Jesús entrase en las iglesias de
nuestros días, y viese los festejos y el tráfico impío que se practica
en nombre de la religión, ¿no arrojaría acaso a esos profanadores,
como arrojó del templo a los cambiadores de moneda?
El apóstol Santiago declara que la sabiduría que desciende de arriba
es "primeramente pura." Si se hubiese encontrado con aquellos que
pronuncian el precioso nombre de Jesús con labios manchados por el
tabaco, con aquellos cuyo aliento y persona están contaminados por sus
fétidos olores, y que infestan el aire del cielo y obligan a todos los
que les rodean a aspirar el veneno,—si el apóstol hubiese entrado en
contacto con un hábito tan opuesto a la pureza del Evangelio, ¿no lo
habría acaso estigmatizado como, "terreno, animal, diabólico"? Los
esclavos del tabaco, pretendiendo gozar de las bendiciones de la
santificación completa, hablan de su esperanza de ir a la gloria; pero
la Palabra de Dios declara positivamente que "no entrará en ella
ninguna cosa sucia." Apocalipsis 21:27.
"¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual
está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
Porque comprados sois por precio: glorificad pues a Dios en vuestro
cuerpo." 1 Corintios 6:19, 20. Aquel cuyo cuerpo es el templo del
Espíritu Santo no se dejará esclavizar por ningún hábito pernicioso.
Sus facultades pertenecen a Cristo, que le compró con precio de
sangre. Sus bienes son del Señor. ¿Cómo podrá quedar sin culpa si
dilapida el capital que se le confió? Hay cristianos de profesión que
gastan al año ingentes cantidades en goces inútiles y perniciosos,
mientras muchas almas perecen por falta de la palabra de vida. Roban a
Dios en los diezmos y ofrendas, mientras consumen en aras de la pasión
destructora más de lo que dan para socorrer a los pobres o para el
sostenimiento del Evangelio. Si todos los que hacen profesión de
seguir a Cristo estuviesen verdaderamente santificados, en lugar de
gastar sus recursos en placeres inútiles y hasta perjudiciales, los
invertirían en el tesoro del Señor, y los cristianos darían un ejemplo
de temperancia, abnegación y sacrificio de sí mismos. Serían entonces
la luz del mundo.
El mundo está entregado a la sensualidad. "La concupiscencia de la
carne, y la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida"
gobiernan las masas del pueblo. Pero los discípulos de Cristo son
llamados a una vida santa. "Salid de en medio de ellos, y apartaos,
dice el Señor, y no toquéis lo inmundo." A la luz de la Palabra de
Dios, se justifica el aserto de que la santificación que no produce
este completo desprendimiento de los deseos y placeres pecaminosos del
mundo, no puede ser verdadera.
A aquellos que cumplen con las condiciones: "Salid de en medio de
ellos, y apartaos, . . . y no toquéis lo inmundo," se refiere la
promesa de Dios: "yo os recibiré, y seré a vosotros Padre, y vosotros
me seréis a mí hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso." 2 Corintios
6:17, 18. Es privilegio y deber de todo cristiano tener grande y
bendita experiencia de las cosas de Dios. "yo soy la luz del
mundo—dice Jesús:—el que me sigue, no andará en tinieblas, mas tendrá
la lumbre de la vida." Juan 8:12. "La senda de los justos es como la
luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto."
Proverbios 4:18. Cada paso que se da en fe y obediencia pone al alma
en relación más íntima con la luz del mundo, en quien "no hay ningunas
tinieblas." Los rayos luminosos del Sol de Justicia brillan sobre los
siervos de Dios, y éstos deben reflejarlos. Así como las estrellas nos
hablan de una gran luz en el cielo, con cuya gloria resplandecen, así
también los cristianos deben mostrar que hay en el trono del universo
un Dios cuyo carácter es digno de alabanza e imitación. Las gracias de
su Espíritu, su pureza y santidad, se manifestarán en sus
testigos.
En su carta a los Colosenses, Pablo enumera las abundantes bendiciones
concedidas a los hijos de Dios. "No cesamos—dice—de orar por vosotros,
y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad, en toda
sabiduría y espiritual inteligencia; para que andéis como es digno del
Señor, agradándole en todo, fructificando en toda buena obra, y
creciendo en el conocimiento de Dios: corroborados de toda fortaleza,
conforme a la potencia de su gloria, para toda tolerancia y largura de
ánimo con gozo." Colosenses 1:9-11.
Escribe además respecto a su deseo de que los hermanos de Efeso logren
comprender la grandeza de los privilegios del cristiano. Les expone en
el lenguaje más claro el maravilloso conocimiento y poder que pueden
poseer como hijos e hijas del Altísimo. De ellos estaba el que fueran
"fortalecidos con poder, por medio de su Espíritu, en el hombre
interior," y "arraigados y cimentados en amor," para poder
"comprender, con todos los santos, cuál sea la anchura, y la longitud,
y la altura y la profundidad—y conocer el amor de Cristo, que
sobrepuja a todo conocimiento." Pero la oración del apóstol alcanza al
apogeo del privilegio cuando ruega que sean "llenos de ello, hasta la
medida de toda la plenitud de Dios." Efesios 3:16-19.
Así se ponen de manifiesto las alturas de la perfección que podemos
alcanzar por la fe en las promesas de nuestro Padre celestial, cuando
cumplimos con lo que El requiere de nosotros. Por los méritos de
Cristo tenemos acceso al trono del poder infinito. "El que aun a su
propio Hijo no perdonó, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no
nos dará también con el todas las cosas?" Romanos 8:32. El Padre dio a
su Hijo su Espíritu sin medida, y nosotros podemos participar también
de su plenitud. Jesús dice: "Pues si vosotros, siendo malos, sabéis
dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre
celestial dará el Espíritu Santo a los que lo pidieren de el?" Lucas
11:13. "Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré." "Pedid, y
recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido. Juan 14:14; 16:24.
Si bien la vida del cristiano ha de ser caracterizada por la humildad,
no debe señalarse por la tristeza y la denigración de sí mismo. Todos
tienen el privilegio de vivir de manera que Dios los apruebe y los
bendiga. No es la voluntad de nuestro Padre celestial que estemos
siempre en condenación y tinieblas. Marchar con la cabeza baja y el
corazón lleno de preocupaciones relativas a uno mismo no es prueba de
verdadera humildad. Podemos acudir a Jesús y ser purificados, y
permanecer ante la ley sin avergonzarnos ni sentir remordimientos.
"Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo
Jesús, los que no andan conforme a la carne, mas conforme al
Espíritu." Romanos 8:1.
Por medio de Jesús, los hijos caídos de Adán son hechos "hijos de
Dios." "Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son
todos: por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos." Hebreos
2:11. La vida del cristiano debe ser una vida de fe, de victoria y de
gozo en Dios. "Todo aquel que es engendrado de Dios vence al mundo; y
ésta es la victoria que vence al mundo, a saber, nuestra fe." 1 Juan
5:4. Con razón declaró Nehemías, el siervo de Dios: "El gozo de Jehová
es vuestra fortaleza." Nehemías 8:10. Y Pablo dijo: "Gozaos en el
Señor siempre: otra vez os digo: Que os gocéis." "Estad siempre
gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo; porque esta es la
voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús." Filipenses 4:4; 1
Tesalonicenses 5:16-18.
Tales son los frutos de la conversión y de la santificación según la
Biblia; y es porque el mundo cristiano mira con tanta indiferencia los
grandes principios de justicia expuestos en la Palabra de Dios, por lo
que se ven tan raramente estos frutos. Esta es la razón por la que se
ve tan poco de esa obra profunda y duradera del Espíritu de Dios que
caracterizaba los reavivamientos en tiempos pasados.
Por medio de la contemplación nos transformamos. Pero como esos
sagrados preceptos en los cuales Dios reveló a los hombres su
perfección y santidad son tenidos en poco y el espíritu del pueblo se
deja atraer por las enseñanzas y teorías humanas, nada tiene de
extraño que en consecuencia se vea un enfriamiento de la piedad viva
en la iglesia. El Señor dice: "Dejáronme a Mí, fuente de agua viva,
por cavar para sí cisternas, cisternas rotas que no detienen aguas."
Jeremías 2:13.
"Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos.... Antes
en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de
noche. Y será como el árbol plantado junto a arroyos de aguas, que da
su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace
prosperará." Salmo 1:1-3. Sólo en la medida en que la ley de Dios sea
repuesta en el lugar que le corresponde habrá un avivamiento de la
piedad y fe primitivas entre los que profesan ser su pueblo. "Así dijo
Jehová; Paraos en los caminos, y mirad y preguntad por las sendas
antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis
descanso para vuestra alma." Jeremías 6:16.
PERLAS DE SALUD
"Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas cosas, y que tengas
salud, así como tu alma está en prosperidad." 3 Juan 2.
"El es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus
dolencias;" Ps. 103:3.
"Y el Dios de paz os santifique en todo; para que vuestro espíritu y
alma y cuerpo sea guardado entero sin reprensión para la venida de
nuestro Señor Jesucristo." 1 Tesalonisenses 5:23.
"Y dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, é hicieres lo
recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y
guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a
los Egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu Sanador." Exodo
15:26.