El fuerte clamor fue un poderoso mensaje cuando surgió como una ola
por toda la tierra. La mera urgencia de él resultó en decisiones a su
favor y en su contra.
El resultado fue la revelación de muchos corazones. Desgraciadamente,
muchos prefirieron el mundo en vez de Cristo.
CUANDO hubo pasado el tiempo en que al principio se había esperado la
venida del Señor—la primavera de 1844—los que así habían esperado con
fe su advenimiento se vieron envueltos durante algún tiempo en la duda
y la incertidumbre. Mientras que el mundo los consideraba como
completamente derrotados, y como si se hubiese probado que habían
estado acariciando un engaño, la fuente de su consuelo seguía siendo
la Palabra de Dios. Muchos continuaron escudriñando las Santas
Escrituras, examinando de nuevo las pruebas de su fe, y estudiando
detenidamente las profecías para obtener mas luz. El testimonio de la
Biblia en apoyo de su actitud parecía claro y concluyente. Había
señales que no podían ser mal interpretadas y que daban como cercana
la venida de Cristo. La bendición especial del Señor, manifestada
tanto en la conversión de los pecadores como en el reavivamiento de la
vida espiritual entre los cristianos, había probado que el mensaje
provenía del cielo. Y aunque los creyentes no podían explicar el
chasco que habían sufrido abrigaban la seguridad de que Dios los había
dirigido en lo que habían experimentado.
Las profecías que ellos habían aplicado al tiempo del segundo
advenimiento iban acompañadas de instrucciones que correspondían
especialmente con su estado de incertidumbre e indecisión, y que los
animaban a esperar pacientemente, en la firme creencia de que lo que
entonces parecía obscuro a sus inteligencias sería aclarado a su
debido tiempo.
Entre estas profecías se encontraba la de Habacuc 2:1_4: "Sobre mi
guarda estaré, y sobre la fortaleza afirmaré el pie, y atalayaré para
ver qué hablará de mi, y qué tengo de responder a mi pregunta. Y
Jehová me respondió, y dijo: Escribe la visión, y declárala en tablas,
para que corra el que leyere en ella. Aunque la visión tardará aún por
tiempo, mas a fin hablará, y no mentirá; aunque se tardare, espéralo;
que sin duda vendrá, no tardará. He aquí se enorgullece aquel cuya
alma no es derecha en él; mas el justo en su fe vivirá." (V.A.)
Ya por el año 1842, la orden dada en esta profecía: "Escribe la
visión, y declárala en tablas, para que corra el que leyere en ella,"
le había sugerido a Carlos Fitch la redacción de un cartel profético
con que ilustrar las visiones de Daniel y del Apocalipsis. La
publicación de este cartel fue considerada como cumplimiento de la
orden dada por Habacuc. Nadie, sin embargo, notó entonces que la misma
profecía menciona una dilación evidente en el cumplimiento de la
visión—un tiempo de demora. Después del contratiempo, este pasaje de
las Escrituras resultaba muy significativo: "La visión todavía tardará
hasta el plazo señalado; bien que se apresura hacia el fin, y no
engañará la esperanza: aunque tardare, aguárdala, porque de seguro
vendrá, no se tardará.... El justo empero por su fe vivirá."
Una porción de la profecía de Ezequiel fue también fuente de fuerza y
de consuelo para los creyentes: "Tuve además revelación de Jehová, que
decía: Hijo del hombre, ¿qué refrán es éste que tenéis en la tierra de
Israel, que dice: Se van prolongando los días, y fracasa toda visión?
Por tanto diles:... Han llegado los días, y el efecto de cada
visión;... hablaré, y la cosa que dijere se efectuará; no se dilatará
mas." "Los de la casa de Israel están diciendo: La visión que éste ve
es para de aquí a muchos días; respecto de tiempos lejanos profetiza
él. Por tanto diles: Así dice Jehová el Señor: No se dilatará mas
ninguna de mis palabras; lo que yo dijere se cumplirá." Ezequiel 12:21
25, 27, 28. Los que esperaban se regocijaron en la creencia de que
Aquel que conoce el fin desde el principio había mirado a través de
los siglos, y previendo su contrariedad, les había dado palabras de
valor y esperanza. De no haber sido por esos pasajes de las Santas
Escrituras, que los exhortaban a esperar con paciencia y firme
confianza en la Palabra de Dios, su fe habría cejado en la hora de
prueba.
La parábola de las diez vírgenes, de Mateo 25, ilustra también lo que
experimentaron los adventistas. En el capítulo 24 de Mateo, en
contestación a la pregunta de sus discípulos respecto a la señal de su
venida y del fin del mundo, Cristo había anunciado algunos de los
acontecimientos mas importantes de la historia del mundo y de la
iglesia desde su primer advenimiento hasta su segundo; a saber, la
destrucción de Jerusalén, la gran tribulación de la iglesia bajo las
persecuciones paganas y papales, el obscurecimiento del sol y de la
luna, y la caída de las estrellas. Después, habló de su venida en su
reino, y refirió la parábola que describe las dos clases de siervos
que esperarían su aparecimiento. El capítulo 25 empieza con las
palabras: "Entonces el reino de los cielos será semejante a diez
vírgenes." Aquí se presenta a la iglesia que vive en los últimos días
la misma enseñanza de que se habla al fin del capítulo 24. Lo que ella
experimenta se ilustra con las particularidades de un casamiento
oriental.
"Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes, que
tomaron sus lámparas y salieron a recibir al esposo. Y cinco de ellas
eran insensatas, y cinco prudentes. Porque las insensatas, cuando
tomaron sus lámparas, no tomaron aceite consigo: pero las prudentes
tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas.
Tardándose, pues, el esposo, cabecearon todas, y se durmieron. Mas a
la media noche fue oído el grito: ¡He aquí que viene el esposo! ¡salid
a recibirle!"
Se comprendía que la venida de Cristo, anunciada por el mensaje del
primer ángel, estaba representada por la venida del esposo. La extensa
obra de reforma que produjo la proclamación de su próxima venida,
correspondía a la salida de las vírgenes. Tanto en esta parábola como
en la de Mateo 24, se representan dos clases de personas. Unas y otras
habían tomado sus lámparas, la Biblia, y a su luz salieron a recibir
al Esposo. Pero mientras que "las insensatas, cuando tomaron sus
lámparas, no tomaron aceite consigo," "las prudentes tomaron aceite en
sus vasijas, juntamente con sus lámparas." Estas últimas habían
recibido la gracia de Dios, el poder regenerador e iluminador del
Espíritu Santo, que convertía su Palabra en una antorcha para los pies
y una luz en la senda. A fin de conocer la verdad, habían estudiado
las Escrituras en el temor de Dios, y habían procurado con ardor que
hubiese pureza en su corazón y su vida. Tenían experiencia personal,
fe en Dios y en su Palabra, y esto no podían borrarlo el desengaño y
la dilación. En cuanto a las otras vírgenes, "cuando tomaron sus
lámparas, no tomaron aceite consigo." Habían obrado por impulso. Sus
temores habían sido despertados por el solemne mensaje, pero se habían
apoyado en la fe de sus hermanas, satisfechas con la luz vacilante de
las buenas emociones, sin comprender a fondo la verdad y sin que la
gracia hubiese obrado verdaderamente en sus corazones. Habían salido a
recibir al Señor, llenas de esperanza en la perspectiva de una
recompensa inmediata; pero no estaban preparadas para la tardanza ni
para el contratiempo. Cuando vinieron las pruebas, su fe vaciló, y sus
luces se debilitaron.
"Tardándose, pues, el esposo, cabecearon todas, y se durmieron." La
tardanza del esposo representa la expiración del plazo en que se
esperaba al Señor, el contratiempo y la demora aparente. En ese
momento de incertidumbre, el interés de los superficiales y de los
sinceros a medias empezó a vacilar y cejaron en sus esfuerzos; pero
aquellos cuya fe descansaba en un conocimiento personal de la Biblia,
tenían bajo los pies una roca que no podía ser barrida por las olas de
la contrariedad. "Cabecearon todas, y se durmieron;" una clase de
cristianos se sumió en la indiferencia y abandonó su fe, la otra
siguió esperando pacientemente hasta que se le diese mayor luz. Sin
embargo, en la noche de la prueba esta segunda categoría pareció
perder, hasta cierto punto, su ardor y devoción. Los tibios y
superficiales no podían seguir apoyándose en la fe de sus hermanos.
Cada cual debía sostenerse por sí mismo o caer.
Por aquel entonces, despuntó el fanatismo. Algunos que habían
profesado creer férvidamente en el mensaje rechazaron la Palabra de
Dios como guía infalible, y pretendiendo ser dirigidos por el
Espíritu, se abandonaron a sus propios sentimientos, impresiones e
imaginación. Había quienes manifestaban un ardor ciego y fanático, y
censuraban a todos los que no querían aprobar su conducta. Sus ideas y
sus actos inspirados por el fanatismo no encontraban simpatía entre la
gran mayoría de los adventistas; no obstante sirvieron para atraer
oprobio sobre la causa de la verdad.
Satanás estaba tratando de oponerse por este medio a la obra de Dios y
destruirla. El movimiento adventista había conmovido grandemente a la
gente, se habían convertido miles de pecadores, y hubo hombres
sinceros que se dedicaron a proclamar la verdad, hasta en el tiempo de
la tardanza. El príncipe del mal estaba perdiendo sus súbditos, y para
echar oprobio sobre la causa de Dios, trató de engañar a algunos de
los que profesaban la fe, y de cambiarlos en extremistas. Luego sus
agentes estaban listos para aprovechar cualquier error, cualquier
falta, cualquier acto indecoroso, y presentarlo al pueblo en la forma
mas exagerada, a fin de hacer odiosos a los adventistas y la fe que
profesaban. Así, cuanto mayor era el número de los que lograra incluir
entre los que profesaban creer en el segundo advenimiento mientras su
poder dirigía sus corazones, tanto mas fácil le sería señalarlos a la
atención del mundo como representantes de todo el cuerpo de
creyentes.
Satanás es "el acusador de nuestros hermanos," y es su espíritu el que
inspira a los hombres a acechar los errores y defectos del pueblo de
Dios, y a darles publicidad, mientras que no se hace mención alguna de
las buenas acciones de este mismo pueblo. Siempre está activo cuando
Dios obra para salvar las almas. Cuando los hijos de Dios acuden a
presentarse ante el Señor, Satanás viene también entre ellos. En cada
despertamiento religioso está listo para introducir a aquellos cuyos
corazones no están santificados y cuyos espíritus no están bien
equilibrados. Cuando éstos han aceptado algunos puntos de la verdad, y
han conseguido formar parte del número de los creyentes, él influye
por conducto de ellos para introducir teorías que engañarán a los
incautos. El hecho de que una persona se encuentre en compañía de los
hijos de Dios, y hasta en el lugar de culto y en torno a la mesa del
Señor, no prueba que dicha persona sea verdaderamente cristiana. Allí
está con frecuencia Satanás en las ocasiones mas solemnes, bajo la
forma de aquellos a quienes puede emplear como agentes suyos.
El príncipe del mal disputa cada pulgada del terreno por el cual
avanza el pueblo de Dios en su peregrinación hacia la ciudad
celestial. En toda la historia de la iglesia, ninguna reforma ha sido
llevada a cabo sin encontrar serios obstáculos. Así aconteció en los
días de Pablo. Dondequiera que el apóstol fundase una iglesia, había
algunos que profesaban aceptar la fe, pero que introducían herejías
que, de haber sido recibidas, habrían hecho desaparecer el amor a la
verdad. Lutero tuvo también que sufrir gran aprieto y angustia debido
a la conducta de fanáticos que pretendían que Dios había hablado
directamente por ellos, y que, por lo tanto, ponían sus propias ideas
y opiniones por encima del testimonio de las Santas Escrituras. Muchos
a quienes les faltaba fe y experiencia, pero a quienes les sobraba
confianza en sí mismos y a quienes les gustaba oír y contar novedades,
fueron engañados por los asertos de los nuevos maestros y se unieron a
los agentes de Satanás en la tarea de destruir lo que, movido por
Dios, Lutero había edificado. Y los Wesley, y otros que por su
influencia y su fe fueron causa de bendición para el mundo, tropezaron
a cada paso con las artimañas de Satanás, que consistían en empujar a
personas de celo exagerado, desequilibradas y no santificadas a
excesos de fanatismo de toda clase.
Guillermo Miller no simpatizaba con aquellas influencias que conducían
al fanatismo. Declaró, como Lutero, que todo espíritu debía ser
probado por la Palabra de Dios. "El diablo—decía Miller—tiene gran
poder en los ánimos de algunas personas de nuestra época ¿Y cómo
sabremos de qué espíritu provienen? La Biblia contesta: ‘Por sus
frutos los conoceréis.’. . . Hay muchos espíritus en el mundo, y se
nos manda que los probemos. El espíritu que no nos hace vivir sobria,
justa y piadosamente en este mundo, no es de Cristo. Estoy mas y mas
convencido de que Satanás tiene mucho que ver con estos movimientos
desordenados.... Muchos de los que entre nosotros aseveran estar
completamente santificados, no hacen mas que seguir las tradiciones de
los hombres, y parecen ignorar la verdad tanto como otros que no hacen
tales asertos." —Bliss, págs. 236, 237. "El espíritu de error nos
alejará de la verdad, mientras que el Espíritu de Dios nos conducirá a
ella. Pero, decís vosotros, una persona puede estar en el error y
pensar que posee la verdad. ¿Qué hacer en tal caso? A lo que
contestamos: El Espíritu y la Palabra están de acuerdo. Si alguien se
juzga a sí mismo por la Palabra de Dios y encuentra armonía perfecta
en toda la Palabra, entonces debe creer que posee la verdad; pero si
encuentra que el espíritu que le guía no armoniza con todo el
contenido de la ley de Dios o su Libro, ande entonces cuidadosamente
para no ser apresado en la trampa del diablo."—The Advent Herald and
Signs of the Times Reporter, tomo 8, No. 23 (15 de enero, 1845).
"Muchas veces, al notar una mirada benigna, una mejilla humedecida y
unas palabras entrecortadas, he visto mayor prueba de piedad interna
que en todo el ruido de la cristiandad." —Bliss, pág. 282.
En los días de la Reforma, los adversarios de ésta achacaron todos los
males del fanatismo a quienes lo estaban combatiendo con el mayor
ardor. Algo semejante hicieron los adversarios del movimiento
adventista. Y no contentos con desfigurar y abultar los errores de los
extremistas y fanáticos, hicieron circular noticias desfavorables que
no tenían el menor viso de verdad. Esas personas eran dominadas por
prejuicios y odios. La proclamación de la venida inminente de Cristo
les perturbaba la paz. Temían que pudiese ser cierta, pero esperaban
sin embargo que no lo fuese, y éste era el motivo secreto de su lucha
contra los adventistas y su fe.
La circunstancia de que unos pocos fanáticos se abrieran paso entre
las filas de los adventistas no era mayor razón para declarar que el
movimiento no era de Dios, que lo fue la presencia de fanáticos y
engañadores en la iglesia en días de Pablo o de Lutero, para condenar
la obra de ambos. Despierte el pueblo de Dios de su somnolencia y
emprenda seriamente una obra de arrepentimiento y de reforma;
escudriñe las Escrituras para aprender la verdad tal cual es en Jesús;
conságrese por completo a Dios, y no faltarán pruebas de que Satanás
está activo y vigilante. Manifestará su poder por todos los engaños
posibles, y llamará en su ayuda a todos los ángeles caídos de su
reino.
No fue la proclamación del segundo advenimiento lo que dio origen al
fanatismo y a la división. Estos aparecieron en el verano de 1844,
cuando los adventistas se encontraban en un estado de duda y
perplejidad con respecto a su situación real. La predicación del
mensaje del primer ángel y del "clamor de media noche," tendía
directamente a reprimir el fanatismo y la disensión. Los que
participaban en estos solemnes movimientos estaban en armonía; sus
corazones estaban llenos de amor mutuo y de amor hacia Jesús, a quien
esperaban ver pronto. Una sola fe y una sola esperanza bendita los
elevaban por encima de cualquier influencia humana, y les servían de
escudo contra los ataques de Satanás.
"Tardándose, pues, el esposo, cabecearon todas, y se durmieron. Mas a
la media noche fue oído el grito: ¡He aquí que viene el esposo! ¡salid
a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y
aderezaron sus lámparas." Mateo 25:5-7. En el verano de 1844, a
mediados de la época comprendida entre el tiempo en que se había
supuesto primero que terminarían los 2300 días y el otoño del mismo
año, hasta donde descubrieron después que se extendían, el mensaje fue
proclamado en los términos mismos de la Escritura: "¡He aquí que viene
el Esposo!"
Lo que condujo a este movimiento fue el haberse dado cuenta de que el
decreto de Artajerjes en pro de la restauración de Jerusalén, el cual
formaba el punto de partida del período de los 2300 días, empezó a
regir en el otoño del año 457 ant. de J. C., y no a principios del
año, como se había creído anteriormente. Contando desde el otoño de
457, los 2.300 años concluían en el otoño de 1844.
Los argumentos basados en los símbolos del Antiguo Testamento
indicaban también el otoño como el tiempo en que el acontecimiento
representado por la "purificación del santuario" debía verificarse.
Esto resultó muy claro cuando la atención se fijó en el modo en que
los símbolos relativos al primer advenimiento de Cristo se habían
cumplido.
La inmolación del cordero pascual prefiguraba la muerte de Cristo.
Pablo dice: "Nuestra pascua, que es Cristo, fue sacrificada por
nosotros." 1 Corintios 5:7. La gavilla de las primicias del trigo, que
era costumbre mecer ante el Señor en tiempo de la Pascua, era figura
típica de la resurrección de Cristo. Pablo dice, hablando de la
resurrección del Señor y de todo su pueblo: "Cristo las primicias;
luego los que son de Cristo, en su venida." 1 Corintios 15:23. Como la
gavilla de la ofrenda mecida, que era las primicias o los primeros
granos maduros recogidos antes de la cosecha, así también Cristo es
primicias de aquella inmortal cosecha de rescatados que en la
resurrección futura serán recogidos en el granero de Dios.
Estos símbolos se cumplieron no sólo en cuanto al acontecimiento sino
también en cuanto al tiempo. El día 14 del primer mes de los judíos,
el mismo día y el mismo mes en que quince largos siglos antes el
cordero pascual había sido inmolado, Cristo, después de haber comido
la pascua con sus discípulos, estableció la institución que debía
conmemorar su propia muerte como "Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo." En aquella misma noche fue aprehendido por manos impías,
para ser crucificado e inmolado. Y como antitipo de la gavilla mecida,
nuestro Señor fue resucitado de entre los muertos al tercer día,
"primicias de los que durmieron," cual ejemplo de todos los justos que
han de resucitar, cuyo "vil cuerpo" "transformará" y hará "semejante a
su cuerpo glorioso." 1 Corintios 15:20; Filipenses 3:21.
Asimismo los símbolos que se refieren al segundo advenimiento deben
cumplirse en el tiempo indicado por el ritual simbólico. Bajo el
régimen mosaico, la purificación del santuario, o sea el gran día de
la expiación, caía en el décimo día del séptimo mes judío. (Levítico
16:29-34) cuando el sumo sacerdote, habiendo hecho expiación por todo
Israel y habiendo quitado así sus pecados del santuario, salía a
bendecir al pueblo. Así se creyó que Cristo, nuestro Sumo Sacerdote,
aparecería para purificar la tierra por medio de la destrucción del
pecado y de los pecadores, y para conceder la inmortalidad a su pueblo
que le esperaba. El décimo día del séptimo mes, el gran día de la
expiación, el tiempo de la purificación del santuario, el cual en el
año 1844 caía en el 22 de octubre, fue considerado como el día de la
venida del Señor. Esto estaba en consonancia con las pruebas ya
presentadas, de que los 2300 días terminarían en el otoño, y la
conclusión parecía irrebatible.
En la parábola de Mateo 25, el tiempo de espera y el cabeceo son
seguidos de la venida del esposo. Esto estaba de acuerdo con los
argumentos que se acaban de presentar, y que se basaban tanto en las
profecías como en los símbolos. Para muchos entrañaban gran poder
convincente de su verdad; y el "clamor de media noche" fue proclamado
por miles de creyentes.
Como marea creciente, el movimiento se extendió por el país. Fue de
ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo y hasta a lugares remotos del
campo, y consiguió despertar al pueblo de Dios que estaba esperando.
El fanatismo desapareció ante esta proclamación como helada temprana
ante el sol naciente. Los creyentes vieron desvanecerse sus dudas y
perplejidades; la esperanza y el valor reanimaron sus corazones. La
obra quedaba libre de las exageraciones propias de todo arrebato que
no es dominado por la influencia de la Palabra y del Espíritu de Dios.
Este movimiento recordaba los períodos sucesivos de humillación y de
conversión al Señor que entre los antiguos israelitas solían resultar
de las reconvenciones dadas por los siervos de Dios. Llevaba el sello
distintivo de la obra de Dios en todas las edades. Había en él poco
gozo extático, sino mas bien un profundo escudriñamiento del corazón,
confesión de los pecados y renunciación al mundo. El anhelo de los
espíritus abrumados era prepararse para recibir al Señor. Había
perseverancia en la oración y consagración a Dios sin reserva.
Dijo Miller al describir esta obra: "No hay gran manifestación de
gozo; no parece sino que éste fuera reservado para mas adelante, para
cuando cielo y tierra gocen juntos de dicha indecible y gloriosa. No
se oye tampoco en ella grito de alegría, pues esto también está
reservado para la aclamación que ha de oírse del cielo. Los cantores
callan; están esperando poderse unir a las huestes angelicales, al
coro del cielo.... No hay conflicto de sentimientos; todos son de un
corazón y de una mente."—Bliss, págs. 270, 271.
Otra persona que tomó parte en el movimiento testifica lo siguiente:
"Produjo en todas partes el mas profundo escudriñamiento del corazón y
humillación del alma ante el Dios del alto cielo.... Ocasionó un gran
desapego de las cosas de este mundo, hizo cesar las controversias y
animosidades, e impulsó a confesar los malos procederes y a humillarse
ante Dios y a dirigirle súplicas sinceras y ardientes para obtener
perdón. Causó humillación personal y postración del alma cual nunca
las habíamos presenciado hasta entonces. Como el Señor lo dispusiera
por boca del profeta Joel, para cuando el día del Señor estuviese
cerca, produjo un desgarramiento de los corazones y no de las
vestiduras y la conversión al Señor con ayuno, lágrimas y lamentos.
Como Dios lo dijera por conducto de Zacarías, un espíritu de gracia y
oración fue derramado sobre sus hijos; miraron a Aquel a quien habían
traspasado, había gran pesar en la tierra, . . . y los que estaban
esperando al Señor afligían sus almas ante el."—Bliss, en Advent
Shield and Review, tomo 1, pág. 271 (enero de 1845).
Entre todos los grandes movimientos religiosos habidos desde los días
de los apóstoles, ninguno resultó mas libre de imperfecciones humanas
y engaños de Satanás que el del otoño de 1844. Ahora mismo, después
del transcurso de muchos años, todos los que tomaron parte en aquel
movimiento y han permanecido firmes en la verdad, sienten aún la santa
influencia de tan bendita obra y dan testimonio de que ella era de
Dios. *Esto se escribía hacia 1885.
Al clamar: "¡He aquí que viene el Esposo! ¡salid a recibirle!" los que
esperaban "se levantaron y aderezaron sus lámparas;" estudiaron la
Palabra de Dios con una intensidad e interés antes desconocidos.
Fueron enviados ángeles del cielo para despertar a los que se habían
desanimado, y para prepararlos a recibir el mensaje. La obra no
descansaba en la sabiduría y los conocimientos humanos, sino en el
poder de Dios. No fueron los de mayor talento, sino los mas humildes y
piadosos, los que oyeron y obedecieron primero al llamamiento. Los
campesinos abandonaban sus cosechas en los campos, los artesanos
dejaban sus herramientas y con lágrimas y gozo iban a pregonar el
aviso. Los que anteriormente habían encabezado la causa fueron los
últimos en unirse a este movimiento. Las iglesias en general cerraron
sus puertas a este mensaje, y muchos de los que lo aceptaron se
separaron de sus congregaciones. En la providencia de Dios, esta
proclamación se unió con el segundo mensaje angelical y dio poder a la
obra.
El mensaje: "¡He aquí que viene el Esposo!" no era tanto un asunto de
argumentación, si bien la prueba de las Escrituras era clara y
terminante. Iba acompañado de un poder que movía e impulsaba al alma.
No había dudas ni discusiones. Con motivo de la entrada triunfal de
Cristo en Jerusalén, el pueblo que se había reunido de todas partes
del país para celebrar la fiesta, fue en tropel al Monte de los
Olivos, y al unirse con la multitud que acompañaba a Jesús, se dejó
arrebatar por la inspiración del momento y contribuyó a dar mayores
proporciones a la aclamación: "¡Bendito el que viene en el nombre del
Señor!" Mateo 21:9. Del mismo modo, los incrédulos que se agolpaban en
las reuniones adventistas— unos por curiosidad, otros tan sólo para
ridiculizarlas—sentían el poder convincente que acompañaba el mensaje:
"¡He aquí que viene el Esposo!"
En aquel entonces había una fe que atraía respuestas del Cielo a las
oraciones, una fe que se atenía a la recompensa. Como los aguaceros
que caen en tierra sedienta, el Espíritu de gracia descendió sobre los
que le buscaban con sinceridad. Los que esperaban verse pronto cara a
cara con su Redentor sintieron una solemnidad y un gozo indecibles. El
poder suavizador y sojuzgador del Espíritu Santo cambiaba los
corazones, pues sus bendiciones eran dispensadas abundantemente sobre
los fieles creyentes.
Los que recibieron el mensaje llegaron cuidadosa y solemnemente al
tiempo en que esperaban encontrarse con su Señor. Cada mañana sentían
que su primer deber consistía en asegurar su aceptación para con Dios.
Sus corazones estaban estrechamente unidos, y oraban mucho unos con
otros y unos por otros. A menudo se reunían en sitios apartados para
ponerse en comunión con Dios, y oíanse voces de intercesión que desde
los campos y las arboledas ascendían al cielo. La seguridad de que el
Señor les daba su aprobación era para ellos mas necesaria que su
alimento diario, y si alguna nube obscurecía sus espíritus, no
descansaban hasta que se hubiera desvanecido. Como sentían el
testimonio de la gracia que les perdonaba anhelaban contemplar a Aquel
a quien amaban sus almas.
Pero un desengaño mas les estaba reservado. El tiempo de espera pasó,
y su Salvador no apareció. Con confianza inquebrantable habían
esperado su venida, y ahora sentían lo que María, cuando, al ir al
sepulcro del Salvador y encontrándolo vacío, exclamó llorando: "Se han
llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto." Juan 20:13.
Un sentimiento de pavor, el temor de que el mensaje fuese verdad,
había servido durante algún tiempo para refrenar al mundo incrédulo.
Cumplido el plazo, ese sentimiento no desapareció del todo; al
principio no se atrevieron a celebrar su triunfo sobre los que habían
quedado chasqueados; pero como no se vieran señales de la ira de Dios,
se olvidaron de sus temores y nuevamente profirieron insultos y
burlas. Un número notable de los que habían profesado creer en la
próxima venida del Señor, abandonaron su fe. Algunos que habían tenido
mucha confianza, quedaron tan hondamente heridos en su orgullo, que
hubiesen querido huir del mundo. Como Jonás, se quejaban de Dios, y
habrían preferido la muerte a la vida. Los que habían fundado su fe en
opiniones ajenas y no en la Palabra de Dios, estaban listos para
cambiar otra vez de parecer. Los burladores atrajeron a sus filas a
los débiles y cobardes, y todos éstos convinieron en declarar que ya
no podía haber temor ni expectación. El tiempo había pasado, el Señor
no había venido, y el mundo podría subsistir como antes, miles de
años.
Los creyentes fervientes y sinceros lo habían abandonado todo por
Cristo, y habían gozado de su presencia como nunca antes. Creían haber
dado su último aviso al mundo, y, esperando ser recibidos pronto en la
sociedad de su divino Maestro y de los ángeles celestiales, se habían
separado en su mayor parte de los que no habían recibido el mensaje.
Habían orado con gran fervor: "Ven, Señor Jesús; y ven presto." Pero
no vino. Reasumir entonces la pesada carga de los cuidados y
perplejidades de la vida, y soportar las afrentas y escarnios del
mundo, constituía una dura prueba para su fe y paciencia.
Con todo, este contratiempo no era tan grande como el que
experimentaran los discípulos cuando el primer advenimiento de Cristo.
Cuando Jesús entró triunfalmente en Jerusalén, sus discípulos creían
que estaba a punto de subir al trono de David y de libertar a Israel
de sus opresores. Llenos de esperanza y de gozo anticipado rivalizaban
unos con otros en tributar honor a su Rey. Muchos tendían sus ropas
como alfombra en su camino, y esparcían ante el palmas frondosas. En
su gozo y entusiasmo unían sus voces a la alegre aclamación: "¡Hosanna
al Hijo de David!" Cuando los fariseos, incomodados y airados por esta
explosión de regocijo, expresaron el deseo de que Jesús censurara a
sus discípulos, el contestó: "Si éstos callaren, las piedras
clamarán." Lucas 19:40. Las profecías deben cumplirse. Los discípulos
estaban cumpliendo el propósito de Dios; sin embargo un duro
contratiempo les estaba reservado. Pocos días pasaron antes que fueran
testigos de la muerte atroz del Salvador y de su sepultura. Su
expectación no se había realizado, y sus esperanzas murieron con
Jesús. Fue tan sólo cuando su Salvador hubo salido triunfante del
sepulcro cuando pudieron darse cuenta de que todo había sido predicho
por la profecía, y de "que era necesario que el Mesías padeciese, y
resucitase de entre los muertos." Hechos 17:3.
Quinientos años antes, el Señor había declarado por boca del profeta
Zacarías: "¡Regocíjate en gran manera, oh hija de Sión! ¡rompe en
aclamaciones, oh hija de Jerusalem! he aquí que viene a ti tu Rey,
justo y victorioso, humilde, y cabalgando sobre un asno, es decir,
sobre un pollino, hijo de asna." Zacarías 9:9. Si los discípulos se
hubiesen dado cuenta de que Cristo iba al encuentro del juicio y de la
muerte, no habrían podido cumplir esta profecía.
Del mismo modo, Miller y sus compañeros cumplieron la profecía y
proclamaron un mensaje que la Inspiración había predicho que iba a ser
dado al mundo, pero que ellos no hubieran podido dar si hubiesen
entendido por completo las profecías que indicaban su chasco y que
presentaban otro mensaje que debía ser predicado a todas las naciones
antes de la venida del Señor. Los mensajes del primer ángel y del
segundo fueron proclamados en su debido tiempo, y cumplieron la obra
que Dios se había propuesto cumplir por medio de ellos.
El mundo había estado observando, y creía que todo el sistema
adventista sería abandonado en caso de que pasase el tiempo sin que
Cristo viniese. Pero aunque muchos, al ser muy tentados, abandonaron
su fe, hubo algunos que permanecieron firmes. Los frutos del
movimiento adventista, el espíritu de humildad, el examen del corazón,
la renunciación al mundo y la reforma de la vida, que habían
acompañado la obra, probaban que ésta era de Dios. No se atrevían a
negar que el poder del Espíritu Santo hubiera acompañado la
predicación del segundo advenimiento, y no podían descubrir error
alguno en el cómputo de los períodos proféticos. Los mas hábiles de
sus adversarios no habían logrado echar por tierra su sistema de
interpretación profética. Sin pruebas bíblicas, no podían consentir en
abandonar posiciones que habían sido alcanzadas merced a la oración y
a un estudio formal de las Escrituras, por inteligencias alumbradas
por el Espíritu de Dios y por corazones en los cuales ardía el poder
vivificante de éste, pues eran posiciones que habían resistido a las
críticas mas agudas y a la oposición mas violenta por parte de los
maestros de religión del pueblo y de los sabios mundanos, y que habían
permanecido firmes ante las fuerzas combinadas del saber y de la
elocuencia y las afrentas y ultrajes tanto de los hombres de
reputación como de los mas viles.
Verdad es que no se había producido el acontecimiento esperado, pero
ni aun esto pudo conmover su fe en la Palabra de Dios. Cuando Jonás
proclamó en las calles de Nínive que en el plazo de cuarenta días la
ciudad sería destruida, el Señor aceptó la humillación de los
ninivitas y prolongó su tiempo de gracia; no obstante el mensaje de
Jonás fue enviado por Dios, y Nínive fue probada por la voluntad
divina. Los adventistas creyeron que Dios les había inspirado de igual
modo para proclamar el aviso del juicio. "El aviso—decían—probó los
corazones de todos los que lo oyeron, y despertó interés por el
advenimiento del Señor, o determinó un odio a su venida que resultó
visible o no, pero que es conocido por Dios. Trazó una línea
divisoria, . . . de suerte que los que quieran examinar sus propios
corazones pueden saber de qué lado de ella se habrían encontrado en
caso de haber venido el Señor entonces; si habrían exclamado: ‘¡He
aquí éste es nuestro Dios; le hemos esperado, y el nos salvará!’ o si
habrían clamado a los montes y a las peñas para que cayeran sobre
ellos y los escondieran de la presencia del que está sentado en el
trono, y de la ira del Cordero. Creemos que Dios probó así a su pueblo
y su fe, y vio si en la hora de aflicción retrocederían del sitio en
que creyera conveniente colocarlos, y si abandonarían este mundo
confiando absolutamente en la Palabra de Dios."—The Advent Herald and
Signs of the Times Reporter, tomo 8, No. 14 (13 de nov. de 1844).
Los sentimientos de los que creían que Dios los había dirigido en su
pasada experiencia, están expresados en las siguientes palabras de
Guillermo Miller: "Si tuviese que volver a empezar mi vida con las
mismas pruebas que tuve entonces, para ser de buena fe para con Dios y
los hombres, tendría que hacer lo que hice." "Espero haber limpiado
mis vestiduras de la sangre de las almas; siento que, en cuanto me ha
sido posible, me he librado de toda culpabilidad en su condenación."
"Aunque me chasqueé dos veces—escribió este hombre de Dios,—no estoy
aún abatido ni desanimado.... Mi esperanza en la venida de Cristo es
tan firme como siempre. No he hecho mas que lo que, después de años de
solemne consideración, sentía que era mi solemne deber hacer. Si me he
equivocado, ha sido del lado de la caridad, del amor a mis semejantes
y movido por el sentimiento de mi deber para con Dios." "Algo sé de
cierto, y es que no he predicado nada en que no creyese; y Dios ha
estado conmigo, su poder se ha manifestado en la obra, y mucho bien se
ha realizado." "A juzgar por las apariencias humanas, muchos miles
fueron inducidos a estudiar las Escrituras por la predicación de la
fecha del advenimiento; y por ese medio y la aspersión de la sangre de
Cristo, fueron reconciliados con Dios."—Bliss, págs. 256, 255, 277,
280, 281. "Nunca he solicitado el favor de los orgullosos, ni temblado
ante las amenazas del mundo. No seré yo quien compre ahora su favor,
ni vaya mas allá del deber para despertar su odio. Nunca imploraré de
ellos mi vida ni vacilaré en perderla, si Dios en su providencia así
lo dispone."—J. White, Life of Wm. Miller, pág. 315.
Dios no se olvidó de su pueblo; su Espíritu siguió acompañando a los
que no negaron temerariamente la luz que habían recibido ni
denunciaron el movimiento adventista. En la Epístola a los Hebreos hay
palabras de aliento y de admonición para los que vivían en la
expectación y fueron probados en esa crisis: "No desechéis pues esta
vuestra confianza, que tiene una grande remuneración. Porque tenéis
necesidad de la paciencia, a fin de que, habiendo hecho la voluntad de
Dios, recibáis la promesa. Porque dentro de un brevísimo tiempo,
vendrá el que ha de venir, y no tardará. El justo empero vivirá por la
fe; y si alguno se retirare, no se complacerá Mi alma en él. Nosotros
empero no somos de aquellos que se retiran para perdición, sino de los
que tienen fe para salvación del alma." Hebreos 10:35-39.
Que esta amonestación va dirigida a la iglesia en los últimos días se
echa de ver por las palabras que indican la proximidad de la venida
del Señor: "Porque dentro de un brevísimo tiempo, vendrá el que ha de
venir, y no tardará." Y este pasaje implica claramente que habría una
demora aparente, y que el Señor parecería tardar en venir. La
enseñanza dada aquí se aplica especialmente a lo que les pasaba a los
adventistas en ese entonces. Los cristianos a quienes van dirigidas
esas palabras estaban en peligro de zozobrar en su fe. Habían hecho la
voluntad de Dios al seguir la dirección de su Espíritu y de su
Palabra; pero no podían comprender los designios que había tenido en
lo que habían experimentado ni podían discernir el sendero que estaba
ante ellos, y estaban tentados a dudar de si en realidad Dios los
había dirigido. Entonces era cuando estas palabras tenían su
aplicación: "El justo empero vivirá por la fe." Mientras la luz
brillante del "clamor de media noche" había alumbrado su sendero, y
habían visto abrirse el sello de las profecías, y cumplirse con
presteza las señales que anunciaban la proximidad de la venida de
Cristo, habían andado en cierto sentido por la vista. Pero ahora,
abatidos por esperanzas defraudadas, sólo podían sostenerse por la fe
en Dios y en su Palabra. El mundo escarnecedor decía: "Habéis sido
engañados. Abandonad vuestra fe, y declarad que el movimiento
adventista era de Satanás." Pero la Palabra de Dios declaraba: "Si
alguno se retirare, no se complacerá Mi alma en él." Renunciar
entonces a su fe, y negar el poder del Espíritu Santo que había
acompañado al mensaje, habría equivalido a retroceder camino de la
perdición. Estas palabras de Pablo los alentaban a permanecer firmes:
"No desechéis pues esta vuestra confianza;" "tenéis necesidad de la
paciencia;" "porque dentro de un brevísimo tiempo, vendrá el que ha de
venir, y no tardará." El único proceder seguro para ellos consistía en
apreciar la luz que ya habían recibido de Dios, atenerse firmemente a
sus promesas, y seguir escudriñando las Sagradas Escrituras esperando
con paciencia y velando para recibir mayor luz.
JEHOVA, JUSTICIA NUESTRA
En sus días será salvo Judá, é Israel habitará confiado: y este será
su nombre que le llamarán: JEHOVA, JUSTICIA NUESTRA. Jeramias
23:6.
"La misericordia y la verdad se encontraron: La justicia y la paz se
besaron." Salmos 85:10.