El mensaje del Primer Ángel de Apocalipsis 14:6-7 es una exhortación
potente para todos en nuestros tiempos.
Este mensaje empezó a ser oído por todo el mundo en el tiempo de el
Gran Despertar Adventista—
EN la profecía del primer mensaje angelical, en el capítulo 14 del
Apocalipsis, se predice un gran despertamiento religioso bajo la
influencia de la proclamación de la próxima venida de Cristo. Se ve un
"ángel volando en medio del cielo, teniendo un evangelio eterno que
anunciar a los que habitan sobre la tierra, y a cada nación, y tribu,
y lengua, y pueblo." "A gran voz" proclama el mensaje: "¡Temed a Dios
y dadle gloria; porque ha llegado la hora de su juicio; y adorad al
que hizo el cielo y la tierra, y el mar y las fuentes de agua!"
Apocalipsis 14.6, 7.
La circunstancia de que se diga que es un ángel el heraldo de esta
advertencia, no deja de ser significativa. La divina sabiduría tuvo a
bien representar el carácter augusto de la obra que el mensaje debía
cumplir y el poder y gloria que debían acompañarlo, por la pureza, la
gloria y el poder del mensajero celestial. Y el vuelo del ángel "en
medio del cielo," la "gran voz" con la que se iba a dar la
amonestación, y su promulgación a todos "los que habitan" "la
tierra"—"a cada nación, y tribu, y lengua, y pueblo,"—evidencian la
rapidez y extensión universal del movimiento.
El mismo mensaje revela el tiempo en que este movimiento debe
realizarse. Se dice que forma parte del "evangelio eterno;" y que
anuncia el principio del juicio. El mensaje de salvación ha sido
predicado en todos los siglos; pero este mensaje es parte del
Evangelio que sólo podía ser proclamado en los últimos días, pues sólo
entonces podía ser verdad que la hora del juicio había llegado. Las
profecías presentan una sucesión de acontecimientos que llevan al
comienzo del juicio. Esto es particularmente cierto del libro de
Daniel. Pero la parte de su profecía que se refería a los últimos
días, debía Daniel cerrarla y sellarla "hasta el tiempo del fin." Un
mensaje relativo al juicio, basado en el cumplimiento de estas
profecías, no podía ser proclamado antes de que llegásemos a aquel
tiempo. Pero al tiempo del fin, dice el profeta, "muchos correrán de
aquí para allá, y la ciencia será aumentada." Daniel 12:4.
El apóstol Pablo advirtió a la iglesia que no debía esperar la venida
de Cristo en tiempo de él. "Ese día—dijo—no puede venir, sin que" haya
venido "primero la apostasía," y sin que haya sido "revelado el hombre
de pecado." 2 Tesalonicenses 2:3. Sólo después que se haya producido
la gran apostasía y se haya cumplido el largo período del reino del
"hombre de pecado," podemos esperar el advenimiento de nuestro Señor.
El "hombre de pecado," que también es llamado "misterio de iniquidad,"
"hijo de perdición" y "el inicuo," representa al papado, el cual, como
está predicho en las profecías, conservaría su supremacía durante 1260
años. Este período terminó en 1798. La venida del Señor no podía
verificarse antes de dicha fecha. Pablo abarca con su aviso toda la
dispensación cristiana hasta el año 1798. Sólo después de esta fecha
debía ser proclamado el mensaje de la segunda venida de Cristo.
Semejante mensaje no se predicó en los siglos pasados. Pablo, como lo
hemos visto, no lo predicó; predijo a sus hermanos la venida de Cristo
para un porvenir muy lejano. Los reformadores no lo proclamaron
tampoco. Martín Lutero fijó la fecha del juicio para cerca de
trescientos años después de su época. Pero desde 1798 el libro de
Daniel ha sido desellado, la ciencia de las profecías ha aumentado y
muchos han proclamado el solemne mensaje del juicio cercano.
Así como en el caso de la gran Reforma del siglo XVI, el movimiento
adventista surgió simultáneamente en diferentes países de la
cristiandad. Tanto en Europa como en América, hubo hombres de fe y de
oración que fueron inducidos a estudiar las profecías, y que al
escudriñar la Palabra inspirada, hallaron pruebas convincentes de que
el fin de todas las cosas era inminente. En diferentes países había
grupos aislados de cristianos, que por el solo estudio de las
Escrituras, llegaron a creer que el advenimiento del Señor estaba
cerca.
En 1821, tres años después de haber llegado Miller a su modo de
interpretar las profecías que fijan el tiempo del juicio, el Dr. José
Wolff, "el misionero universal," empezó a proclamar la próxima venida
del Señor. Wolff había nacido en Alemania, de origen israelita, pues
su padre era rabino. Desde muy temprano se convenció de la verdad de
la religión cristiana. Dotado de inteligencia viva y dada a la
investigación, solía prestar profunda atención a las conversaciones
que se oían en casa de su padre mientras que diariamente se reunían
piadosos correligionarios para recordar las esperanzas de su pueblo,
la gloria del Mesías venidero y la restauración de Israel. Un día,
cuando el niño oyó mencionar a Jesús de Nazaret, preguntó quién era.
"Un israelita del mayor talento—le contestaron,—pero como aseveraba
ser el Mesías, el tribunal judío le sentenció a muerte." "Por qué
entonces—siguió preguntando el niño—está Jerusalén destruida? ¿y por
qué estamos cautivos?" "¡Ay, ay!—contestó su padre.—Es porque los
judíos mataron a los profetas." Inmediatamente se le ocurrió al niño
que "tal vez Jesús de Nazaret había sido también profeta, y los judíos
le mataron siendo inocente."—Travels and Adventures of Joseph Wolff,
tomo 1, pág. 6. Este sentimiento era tan vivo, que a pesar de haberle
sido prohibido entrar en iglesias cristianas, a menudo se acercaba a
ellas para escuchar la predicación.
Cuando tenía apenas siete años habló un día con jactancia a un anciano
cristiano vecino suyo del triunfo futuro de Israel y del advenimiento
del Mesías. El anciano le dijo entonces con bondad: "Querido niño, te
voy a decir quién fue el verdadero Mesías: fue Jesús de Nazaret, . . .
a quien tus antepasados crucificaron, como también habían matado a los
antiguos profetas. Anda a casa y lee el capítulo cincuenta y tres de
Isaías, y te convencerás de que Jesucristo es el Hijo de Dios"—Id tomo
1, pág.7. No tardó el niño en convencerse. Se fue a casa y leyó el
pasaje correspondiente, maravillándose al ver cuán perfectamente se
había cumplido en Jesús de Nazaret. ¿Serían verdad las palabras de
aquel cristiano? El muchacho pidió a su padre que le explicara la
profecía; pero éste lo recibió con tan severo silencio que nunca más
se atrevió a mencionar el asunto. Pero el incidente ahondó su deseo de
saber más de la religión cristiana.
El conocimiento que buscaba le era negado premeditadamente en su hogar
judío; pero cuando tuvo once años dejó la casa de su padre y salió a
recorrer el mundo para educarse por sí mismo y para escoger su
religión y su profesión. Se albergó por algún tiempo en casa de unos
parientes, pero no tardó en ser expulsado como apóstata, y solo y sin
un centavo tuvo que abrirse camino entre extraños. Fue de pueblo en
pueblo, estudiando con diligencia, y ganándose la vida enseñando
hebreo. Debido a la influencia de un maestro católico, fue inducido a
aceptar la fe romanista, y se propuso ser misionero para su propio
pueblo. Con tal objeto fue, pocos años después, a proseguir sus
estudios en el Colegio de la Propaganda, en Roma. Allí, su costumbre
de pensar con toda libertad y de hablar con franqueza le hicieron
tachar de herejía. Atacaba abiertamente los abusos de la iglesia, e
insistía en la necesidad de una reforma. Aunque al principio fue
tratado por los dignatarios papales con favor especial, fue luego
alejado de Roma. Bajo la vigilancia de la iglesia fue de lugar en
lugar, hasta que se hizo evidente que no se le podría obligar jamás a
doblegarse al yugo del romanismo. Fue declarado incorregible, y se le
dejó en libertad para ir donde quisiera. Dirigióse entonces a
Inglaterra, y, habiendo abrazado la fe protestante, se unió a la
iglesia anglicana. Después de dos años de estudio, dio principio a su
misión en 1821.
Al aceptar la gran verdad del primer advenimiento de Cristo como
"varón de dolores, experimentado en quebranto," Wolff comprendió que
las profecías presentan con igual claridad su segundo advenimiento en
poder y gloria. Y mientras trataba de conducir a su pueblo a Jesús de
Nazaret, como al Prometido, y a presentarle su primera venida en
humillación como un sacrificio por los pecados de los hombres, le
hablaba también de su segunda venida como rey y libertador.
"Jesús de Nazaret—decía,—el verdadero Mesías, cuyas manos y pies
fueron traspasados, que fue conducido como cordero al matadero, que
fue Varón de dolores y experimentado en quebranto, que vino por
primera vez después que el cetro fue apartado de Judá y la vara de
gobernador de entre sus pies, vendrá por segunda vez en las nubes del
cielo y con trompeta de arcángel." (Wolff, Researches and Missionary
Labors, pág. 62.) "Sus pies se asentarán sobre el Monte de los Olivos.
Y el dominio sobre la creación, que fue dado primeramente a Adán y que
le fue quitado después Génesis 1:26; 3:17, será dado a Jesús. El será
rey sobre toda la tierra. Cesarán los gemidos y lamentos de la
creación y oiránse cantos de alabanza y acciones de gracias.... Cuando
Jesús venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles ...los
creyentes que murieron resucitarán los primeros. 1 Tesalonicenses
4:16; 1 Corintios 15:23. Esto es lo que nosotros los cristianos
llamamos la primera resurrección. Entonces el reino animal cambiará de
naturaleza Isaías 11:6-9, y será sometido a Jesús. Salmo 8.
Prevalecerá la paz universal."—Journal of Joseph Wolff, págs. 378,
379. "El Señor volverá a mirar la tierra, y dirá que todo es muy
bueno."—Id., pág. 294.
Wolff creía inminente la venida del Señor. Según su interpretación de
los períodos proféticos, la gran consumación debía verificarse en
fecha no muy diferente de la señalada por Miller. A los que se
fundaban en el pasaje: "Del día y hora nadie sabe," para afirmar que
nadie podía saber nada respecto a la proximidad del advenimiento,
Wolff les contestaba: "¿Dijo el Señor que el día y la hora no se
sabrían jamás? ¿No nos dio señales de los tiempos, para que
reconociéramos siquiera la proximidad de su venida, como se reconoce
la cercanía del verano por la higuera cuando brotan sus hojas? Mateo
24:32. ¿No conoceremos jamás ese tiempo, cuando él mismo nos exhortó
no sólo a leer la profecía de Daniel sino también a comprenderla? Y es
precisamente en Daniel donde se dice que las palabras serían selladas
hasta el tiempo del fin (lo que era el caso en su tiempo), y que
‘muchos correrán de aquí para allá’(expresión hebraica que significa
observar y pensar en el tiempo), y ‘la ciencia’ respecto a ese tiempo
será aumentada. Daniel 12:4. Además, nuestro Señor no dice que la
proximidad del tiempo no será conocida, sino que nadie sabe con
exactitud el ‘día’ ni la ‘hora.’ Dice que se sabrá bastante por las
señales de los tiempos, para inducirnos a que nos preparemos para su
venida, así como Noé preparó el arca "—Wolff, Researches and
Missionary Labors, págs. 404, 405
Respecto al sistema popular de interpretar, o mejor dicho de torcer
las Sagradas Escrituras, Wolff escribió: "La mayoría de las iglesias
cristianas se ha apartado del claro sentido de las Escrituras, para
adoptar el sistema fantástico de los budistas; creen que la dicha
futura de la humanidad consistirá en cernerse en el aire, y suponen
que cuando se lee judíos, debe entenderse gentiles; y cuando se lee
Jerusalén, debe entenderse la iglesia; y que si se habla de la tierra,
es por decir cielo, que por la venida del Señor debe entenderse el
progreso de las sociedades de misiones; y que subir a la montaña de la
casa del Señor significa una gran asamblea de los metodistas."—Journal
of Joseph Wolff, pág. 96.
Durante los veinticuatro años que transcurrieron de 1821 a 1845, Wolff
hizo muchísimos viajes: recorrió en Africa, Egipto y Abisinia; en
Asia, la Palestina, Siria, Persia, Bokara y la India. Visitó también
los Estados Unidos de Norteamérica, y de paso para aquel país predicó
en la isla de Santa Elena. Llegó a Nueva York en agosto de 1837, y
después de haber hablado en aquella ciudad, predicó en Filadelfia y
Baltimore, y finalmente se dirigió a Wáshington. Allí, dice, "debido a
una proposición hecha por el ex- presidente Juan Quincy Adams, en una
de las cámaras del congreso, se me concedió por unanimidad el uso del
salón del congreso para una conferencia que dí un Sábado, y que fue
honrada con la presencia de todos los miembros del congreso, como
también del obispo de Virginia, y del clero y de los vecinos de
Wáshington. El mismo honor me fue conferido por los miembros del
gobierno de Nueva Jersey y de Pennsilvania, en cuya presencia dí
conferencias sobre mis investigaciones en el Asia, como también sobre
el reinado personal de Jesucristo." —Id., págs 398, 399.
El Dr. Wolff visitó los países más bárbaros sin contar con la
protección de ningún gobierno europeo, sufriendo muchas privaciones y
rodeado de peligros sin número. Fue apaleado y reducido al hambre,
vendido como esclavo y condenado tres veces a muerte. Fue atacado por
bandidos y a veces estuvo a punto de morir de sed. Una vez fue
despojado de cuanto poseía, y tuvo que andar centenares de millas a
pie a través de las montañas, con la nieve azotándole la cara y con
pies descalzos entumecidos por el contacto del suelo helado.
Cuando se le aconsejó que no fuera sin armas entre tribus salvajes y
hostiles, declaró estar provisto de armas: "la oración, el celo por
Cristo y la confianza en su ayuda." "Además—decía,—llevo el amor de
Dios y de mi prójimo en mi corazón, y la Biblia en la mano."—W. H. D.
Adams, In Perils Oft, pág. 192. Doquiera fuese llevaba siempre consigo
la Biblia en hebreo e inglés. Hablando de uno de sus últimos viajes,
dice: "Solía tener la Biblia abierta en mis manos. Sentía que mi
fuerza estaba en el Libro, y que su poder me sostendría."—Id., pág.
201.
Perseveró así en sus labores hasta que el mensaje del juicio quedó
proclamado en gran parte del mundo habitado. Distribuyó la Palabra de
Dios entre judíos, turcos, parsis e hindúes y entre otros muchos
pueblos y razas, anunciando por todas partes la llegada del reino del
Mesías.
En sus viajes por Bokara encontró profesada la doctrina de la próxima
venida del Señor entre un pueblo remoto y aislado. Los árabes del
Yemen, dice, "poseen un libro llamado Seera, que anuncia la segunda
venida de Cristo y su reino de gloria, y esperan que grandes
acontecimientos han de desarrollarse en el año 1840."—Journal of the
Rev. Joseph Wolff, pág. 377. "En el Yemen . . . pasé seis días con los
hijos de Recab. No beben vino, no plantan viñas, ni siembran semillas,
viven en tiendas y recuerdan las palabras de Jonadab, hijo de Recab; y
encontré entre ellos hijos de Israel de la tribu de Dan, . . .
quienes, en común con los hijos de Recab, esperan que antes de mucho
vendrá el Mesías en las nubes del cielo."—Id., pág. 389.
Otro misionero encontró una creencia parecida en Tartaria. Un
sacerdote tártaro preguntó al misionero cuándo vendría Cristo por
segunda vez. Cuando el misionero le contestó que no sabía nada de eso,
el sacerdote pareció admirarse mucho de tanta ignorancia por parte de
uno que profesaba enseñar la Biblia, y manifestó su propia creencia
fundada en la profecía de que Cristo vendría hacia 1844,
Desde 1826 el mensaje del advenimiento empezó a ser predicado en
Inglaterra. Pero en este país el movimiento no tomó forma tan definida
como en los Estados Unidos de Norteamérica; no se enseñaba tan
generalmente la fecha exacta del advenimiento, pero la gran verdad de
la próxima venida de Cristo en poder y gloria fue extensamente
proclamada. Y eso no sólo entre los disidentes y no conformistas. El
escritor inglés Mourant Brock dice que cerca de setecientos ministros
de la iglesia anglicana predicaban este "evangelio del reino." El
mensaje que fijaba el año 1844 como fecha de la venida del Señor fue
también proclamado en Gran Bretaña. Circularon profusamente las
publicaciones adventistas procedentes de los Estados Unidos. Se
reimprimieron libros y periódicos en Inglaterra. Y en 1842, Roberto
Winter, súbdito inglés que había aceptado la fe adventista en
Norteamérica, regresó a su país para anunciar la venida del Señor.
Muchos se unieron a él en la obra, y el mensaje del juicio fue
proclamado en varias partes de Inglaterra.
En la América del Sur, en medio de la barbarie y de las supercherías
de los ministros de la religión, el jesuita chileno Lacunza se abrió
camino hasta las Sagradas Escrituras y allí encontró la verdad de la
próxima vuelta de Cristo. Impelido a dar el aviso, pero deseando no
obstante librarse de la censura de Roma, publicó sus opiniones bajo el
seudónimo de "Rabbi Ben Ezra," dándose por judío convertido. Lacunza
vivió en el siglo XVIII, pero fue tan sólo hacia 1825 cuando su libro
fue traducido al inglés en Londres. Su publicación contribuyó a
aumentar el interés que se estaba despertando ya en Inglaterra por la
cuestión del segundo advenimiento.
En Alemania, esta doctrina había sido enseñada en el siglo XVIII por
Bengel, ministro de la iglesia luterana y célebre teólogo y crítico.
Al terminar su educación, Bengel se había "dedicado al estudio de la
teología, hacia la cual se sentía naturalmente inclinado por el
carácter grave y religioso de su espíritu, que ganó en profundidad y
robustez merced a su temprana educación y a la disciplina. Como otros
jóvenes de carácter reflexivo antes y después de él, tuvo que luchar
con dudas y dificultades de índole religiosa, y él mismo alude, con
mucho sentimiento, a los ‘muchos dardos que atravesaron su pobre
corazón, y que amargaron su juventud.’" Llegado ser miembro del
consistorio de Wurtemberg, abogó por la causa de la libertad
religiosa. "Si bien defendía los derechos y privilegios de la iglesia,
abogaba por que se concediera toda libertad razonable a los que se
sentían constreñidos por motivos de conciencia a abandonar la iglesia
oficial."—Encyclopaedia Britannica, 9a. edición, art. "Bengel." Aún se
dejan sentir hoy día en su país natal los buenos efectos de su
política.
Mientras estaba preparando un sermón sobre Apocalipsis 21 para un
"domingo de advenimiento" la luz de la segunda venida de Cristo se
hizo en la mente de Bengel. Las profecías del Apocalipsis se
desplegaron ante su inteligencia como nunca antes. Como anonadado por
el sentimiento de la importancia maravillosa y de la gloria
incomparable de las escenas descritas por el profeta, se vio obligado
a retraerse por algún tiempo de la contemplación del asunto. Pero en
el púlpito se le volvió a presentar éste en toda su claridad y su
poder. Desde entonces se dedicó al estudio de las profecías,
especialmente las del Apocalipsis, y pronto llegó a creer que ellas
señalan la proximidad de la venida de Cristo. La fecha que él fijó
para el segundo advenimiento no difería más que en muy pocos años de
la que fue determinada después por Miller.
Los escritos de Bengel se propagaron por toda la cristiandad. Sus
opiniones acerca de la profecía fueron adoptadas en forma bastante
general en su propio estado de Wurtemberg, y hasta cierto punto en
otras partes de Alemania. El movimiento continuó después de su muerte,
y el mensaje del advenimiento se dejó oír en Alemania al mismo tiempo
que estaba llamando la atención en otros países. Desde fecha temprana
algunos de los creyentes fueron a Rusia, y formaron allí colonias, y
la fe de la próxima venida de Cristo está aún viva entre las iglesias
alemanas de aquel país.
La luz brilló también en Francia y en Suiza. En Ginebra, donde Farel y
Calvino propagaran las verdades de la Reforma, Gaussen predicó el
mensaje del segundo advenimiento. Cuando era aún estudiante, Gaussen
había conocido el espíritu racionalista que dominaba en toda Europa
hacia fines del siglo XVIII y principios del XIX, y cuando entró en el
ministerio no sólo ignoraba lo que era la fe verdadera, sino que se
sentía inclinado al escepticismo. En su juventud se había interesado
en el estudio de la profecía. Después de haber leído la Historia
Antigua de Rollin, su atención fue atraída al segundo capítulo de
Daniel, y le sorprendió la maravillosa exactitud con que se había
cumplido la profecía, según resalta de la relación del historiador.
Había en ésta un testimonio en favor de la inspiración de las
Escrituras, que fue para él como un ancla en medio de los peligros de
los años posteriores. No podía conformarse con las enseñanzas del
racionalismo, y al estudiar la Biblia en busca de luz más clara, fue
conducido, después de algún tiempo, a una fe positiva.
Al continuar sus investigaciones sobre las profecías, llegó a creer
que la venida del Señor era inminente. Impresionado por la solemnidad
e importancia de esta gran verdad, deseó presentarla al pueblo, pero
la creencia popular de que las profecías de Daniel son misterios y no
pueden ser entendidas, le resultó obstáculo serio. Al fin
resolvió—como Farel lo había hecho antes que él en la evangelización
de Ginebra —empezar con los niños, esperando por medio de ellos
alcanzar a los padres.
Al hablar de su propósito en esta tarea, decía él, tiempo después:
"Deseo que se comprenda que no es a causa de su escasa importancia,
sino a causa de su gran valor, por lo que yo deseaba presentar esas
enseñanzas en esta forma familiar y por qué las dirigía a los niños.
Deseaba que se me oyese, y temía que no se me escuchara si me dirigía
primero a los adultos." "Resolví por consiguiente dirigirme a los más
jóvenes. Reúno pues una asistencia de niños; si ésta aumenta, si se ve
que los niños escuchan, que están contentos e interesados, que
comprenden el tema y saben exponerlo, estoy seguro de tener pronto
otro círculo de oyentes, y a su vez los adultos verán que vale la pena
sentarse y estudiar. Y así se gana la causa."—Gaussen, Daniel le
Prophète, tomo 2, prefacio.
El esfuerzo fue recompensado. Al dirigirse a los niños, tuvo el gusto
de ver acudir a la reunión a personas mayores. Las galerías de su
iglesia se llenaban de oyentes atentos. Entre ellos había hombres de
posición y saber, así como extranjeros y otras personas que estaban de
paso en Ginebra; y así el mensaje era llevado a otras partes.
Animado por el éxito, Gaussen publicó sus lecciones, con la esperanza
de promover el estudio de los libros proféticos en las iglesias de los
pueblos que hablan francés. "Publicar las lecciones dadas a los
niños—dice Gaussen,—equivale a decir a los adultos, que hartas veces
descuidan la lectura de dichos libros so pretexto de que son obscuros:
‘¿Cómo pueden serlo, cuando vuestros niños los entienden?’" "Tenía un
gran deseo —agrega,—de popularizar el conocimiento de las profecías
entre nuestros rebaños, en cuanto fuera posible." "En realidad no hay
estudio que parezca responder mejor a las necesidades de la época."
"Por medio de él debemos prepararnos para la tribulación cercana y
velar, y esperar a Jesucristo."
Aunque Gaussen era uno de los predicadores más distinguidos y de mayor
aceptación entre el público de idioma francés, fue suspendido del
ministerio por el delito de haber hecho uso de la Biblia al instruir a
la juventud, en lugar del catecismo de la iglesia, manual insípido y
racionalista, casi desprovisto de fe positiva. Posteriormente fue
profesor en una escuela de teología, sin dejar de proseguir su obra de
catequista todos los domingos, dirigiéndose a los niños e
instruyéndolos en las Sagradas Escrituras. Sus obras sobre las
profecías despertaron también mucho interés. Desde la cátedra, desde
las columnas de la prensa y por medio de su ocupación favorita como
maestro de los niños, siguió aún muchos años ejerciendo extensa
influencia y llamando la atención de muchos hacia el estudio de las
profecías que enseñaban que la venida del Señor se acercaba.
El mensaje del advenimiento fue proclamado también en Escandinavia, y
despertó interés por todo el país. Muchos fueron turbados en su falsa
seguridad, confesaron y dejaron sus pecados y buscaron perdón en
Cristo. Pero el clero de la iglesia oficial se opuso al movimiento, y
debido a su influencia algunos de los que predicaban el mensaje fueron
encarcelados. En muchos puntos donde los predicadores de la próxima
venida del Señor fueron así reducidos al silencio, plugo a Dios enviar
el mensaje, de modo milagroso, por conducto de niños pequeños. Como
eran menores de edad, la ley del estado no podía impedírselo, y se les
dejó hablar sin molestarlos.
El movimiento cundió principalmente entre la clase baja, y era en las
humildes viviendas de los trabajadores donde la gente se reunía para
oír la amonestación. Los mismos predicadores infantiles eran en su
mayoría pobres rústicos. Algunos de ellos no tenían más de seis a ocho
años de edad, y aunque sus vidas testificaban que amaban al Salvador y
que procuraban obedecer los santos preceptos de Dios, no podían dar
prueba de mayor inteligencia y pericia que las que se suelen ver en
los niños de esa edad. Sin embargo, cuando se encontraban ante el
pueblo, era de toda evidencia que los movía una influencia superior a
sus propios dones naturales. Su tono y sus ademanes cambiaban, y daban
la amonestación del juicio con poder y solemnidad, empleando las
palabras mismas de las Sagradas Escrituras: "¡Temed a Dios, y dadle
gloria; porque ha llegado la hora de su juicio!" Reprobaban los
pecados del pueblo, condenando no solamente la inmoralidad y el vicio,
sino también la mundanalidad y la apostasía, y exhortaban a sus
oyentes a huir de la ira venidera.
La gente oía temblando. El Espíritu convincente de Dios hablaba a sus
corazones. Muchos eran inducidos a escudriñar las Santas Escrituras
con profundo interés; los intemperantes y los viciosos se enmendaban,
otros renunciaban a sus hábitos deshonestos y se realizaba una obra
tal, que hasta los ministros de la iglesia oficial se vieron obligados
a reconocer que la mano de Dios estaba en el movimiento.
Dios quería que las nuevas de la venida del Salvador fuesen publicadas
en los países escandinavos, y cuando las voces de sus siervos fueron
reducidas al silencio, puso su Espíritu en los niños para que la obra
pudiese hacerse. Cuando Jesús se acercó a Jerusalén, seguido de
alegres muchedumbres que, con gritos de triunfo y ondeando palmas, le
aclamaron Hijo de David, los fariseos envidiosos le intimaron para que
hiciese callar al pueblo; pero Jesús contestó que todo eso se
realizaba en cumplimiento de la profecía, y que si la gente callaba
las mismas piedras clamarían. El pueblo, intimidado por las amenazas
de los sacerdotes y de los escribas, dejó de lanzar aclamaciones de
júbilo al entrar por las puertas de Jerusalén; pero en los atrios del
templo los niños reanudaron el canto y, agitando sus palmas,
exclamaban: "¡Hosanna al Hijo de David!" Mateo 21:8-16. Cuando los
fariseos, con amargo descontento, dijeron a Jesús: "¿Oyes lo que éstos
dicen?" el Señor contestó: "Sí: ¿nunca leísteis: De la boca de los
niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza?" Así como Dios
actuó por conducto de los niños en tiempo del primer advenimiento de
Cristo, así también intervino por medio de ellos para proclamar el
mensaje de su segundo advenimiento. Y es que tiene que cumplirse la
Palabra de Dios que dice que la proclamación de la venida del Salvador
debe ser llevada a todos los pueblos, lenguas y naciones.
A Guillermo Miller y a sus colaboradores les fue encomendada la misión
de predicar la amonestación en los Estados Unidos de Norteamérica.
Dicho país vino a ser el centro del gran movimiento adventista. Allí
fue donde la profecía del mensaje del primer ángel tuvo su
cumplimiento más directo. Los escritos de Miller y de sus compañeros
se propagaron hasta en países lejanos. Adonde quiera que hubiesen
penetrado misioneros allá también fueron llevadas las alegres nuevas
de la pronta venida de Cristo. Por todas partes fue predicado el
mensaje del Evangelio eterno: "¡Temed a Dios y dadle gloria; porque ha
llegado la hora de su juicio!"
El testimonio de las profecías que parecían señalar la fecha de la
venida de Cristo para la primavera de 1844 se arraigó profundamente en
la mente del pueblo. Al pasar de un estado a otro, el mensaje
despertaba vivo interés por todas partes. Muchos estaban convencidos
de que los argumentos de los pasajes proféticos eran correctos, y,
sacrificando el orgullo de la opinión propia, aceptaban alegremente la
verdad. Algunos ministros dejaron también a un lado sus opiniones y
sentimientos sectarios y con ellos sus mismos sueldos y sus iglesias,
y se pusieron a proclamar la venida de Jesús. Fueron sin embargo
comparativamente pocos los ministros que aceptaron este mensaje; por
eso la proclamación de éste fue confiada en gran parte a humildes
laicos. Los agricultores abandonaban sus campos, los artesanos sus
herramientas, los comerciantes sus negocios, los profesionales sus
puestos, y no obstante el número de los obreros era pequeño comparado
con la obra que había que hacer. La condición de una iglesia impía y
de un mundo sumergido en la maldad, oprimía el alma de los verdaderos
centinelas, que sufrían voluntariamente trabajos y privaciones para
invitar a los hombres a arrepentirse para salvarse. A pesar de la
oposición de Satanás, la obra siguió adelante, y la verdad del
advenimiento fue aceptada por muchos miles.
Por todas partes se oía el testimonio escrutador que amo- nestaba a
los pecadores, tanto mundanos como miembros de iglesia, para que
huyesen de la ira venidera. Como Juan el Bautista, el precursor de
Cristo, los predicadores ponían la segur a la raíz del árbol e
instaban a todos a que hiciesen frutos dignos de arrepentimiento. Sus
llamamientos conmovedores contrastaban notablemente con las
seguridades de paz y salvación que se oían desde los púlpitos
populares; y donde quiera que se proclamaba el mensaje, conmovía al
pueblo. El testimonio sencillo y directo de las Sagradas Escrituras,
inculcado en el corazón de los hombres por el poder del Espíritu
Santo, producía una fuerza de convicción a la que sólo pocos podían
resistir. Personas que profesaban cierta religiosidad fueron
despertadas de su falsa seguridad. Vieron sus apostasías, su
mundanalidad y poca fe, su orgullo y egoísmo. Muchos buscaron al Señor
con arrepentimiento y humillación. El apego que por tanto tiempo se
había dejado sentir por las cosas terrenales se dejó entonces sentir
por las cosas del cielo. El Espíritu de Dios descansaba sobre ellos, y
con corazones ablandados y subyugados se unían para exclamar: "¡Temed
a Dios y dadle gloria; porque ha llegado la hora de su juicio!"
Los pecadores preguntaban llorando: "¿Qué debo yo hacer para ser
salvo?" Aquellos cuyas vidas se habían hecho notar por su mala fe,
deseaban hacer restituciones. Todos los que encontraban paz en Cristo
ansiaban ver a otros participar de la misma bendición. Los corazones
de los padres se volvían hacia sus hijos, y los corazones de los hijos
hacia sus padres. Los obstáculos levantados por el orgullo y la
reserva desaparecían. Se hacían sentidas confesiones y los miembros de
la familia trabajaban por la salvación de los más cercanos y más
queridos. A menudo se oían voces de ardiente intercesión. Por todas
partes había almas que con angustia luchaban con Dios. Muchos pasaban
toda la noche en oración para tener la seguridad de que sus propios
pecados eran perdonados, o para obtener la conversión de sus parientes
o vecinos.
Todas las clases de la sociedad se agolpaban en las reuniones de los
adventistas. Ricos y pobres, grandes y pequeños ansiaban por varias
razones oír ellos mismos la doctrina del segundo advenimiento. El
Señor contenía el espíritu de oposición mientras que sus siervos daban
razón de su fe. A veces el instrumento era débil; pero el Espíritu de
Dios daba poder a su verdad. Se sentía en esas asambleas la presencia
de los santos ángeles, y cada día muchas personas eran añadidas al
número de los creyentes. Siempre que se exponían los argumentos en
favor de la próxima venida de Cristo, había grandes multitudes que
escuchaban embelesadas. No parecía sino que el cielo y la tierra se
juntaban. El poder de Dios era sentido por ancianos, jóvenes y
adultos. Los hombres volvían a sus casas cantando alabanzas, y sus
alegres acentos rompían el silencio de la noche. Ninguno de los que
asistieron a las reuniones podrá olvidar jamás escenas de tan vivo
interés.
La proclamación de una fecha determinada para la venida de Cristo
suscitó gran oposición por parte de muchas personas de todas las
clases, desde el pastor hasta el pecador más vicioso y atrevido.
Cumpliéronse así las palabras de la profecía que decían: "En los
postrimeros días vendrán burladores, andando según sus propias
concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su
advenimiento? porque desde el día en que los padres durmieron, todas
las cosas permanecen así como desde el principio de la creación." 2
Pedro 3:3, 4. Muchos que profesaban amar al Salvador declaraban que no
se oponían a la doctrina del segundo advenimiento, sino tan sólo a que
se le fijara una fecha. Pero el ojo escrutador de Dios leía en sus
corazones. En realidad lo que había era que no querían oír decir que
Cristo estaba por venir para juzgar al mundo en justicia. Habían sido
siervos infieles, sus obras no hubieran podido soportar la inspección
del Dios que escudriña los corazones, y temían comparecer ante su
Señor. Como los judíos en tiempo del primer advenimiento de Cristo, no
estaban preparados para dar la bienvenida a Jesús. No sólo se negaban
a escuchar los claros argumentos de la Biblia, sino que ridiculizaban
a los que esperaban al Señor. Satanás y sus ángeles se regocijaban de
esto y arrojaban a la cara de Cristo y de sus santos ángeles la
afrenta de que los que profesaban ser su pueblo le amaban tan poco que
ni deseaban su aparición.
"Nadie sabe el día ni la hora" era el argumento aducido con más
frecuencia por los que rechazaban la fe del advenimiento. El pasaje
bíblico dice: "Empero del día y hora nadie sabe, ni aun los ángeles de
los cielos, sino mi Padre solo." Mateo 24:36. Los que estaban
esperando al Señor dieron una explicación clara y armoniosa de esta
cita bíblica, y resultó claramente refutada la falsa interpretación
que de ella hacían sus adversarios. Esas palabras fueron pronunciadas
por Cristo en la memorable conversación que tuvo con sus discípulos en
el Monte de los Olivos, después de haber salido del templo por última
vez. Los discípulos habían preguntado: "¿Qué señal habrá de tu venida,
y del fin del mundo?" Jesús les dio las señales, y les dijo: "Cuando
viereis todas estas cosas, sabed que está cercano, a las puertas." No
debe interpretarse una declaración del Salvador en forma que venga a
anular otra. Aunque nadie sepa el día ni la hora de su venida, se nos
exhorta y se requiere de nosotros que sepamos cuando está cerca. Se
nos enseña, además, que menospreciar su aviso y negarse a averiguar
cuándo su advenimiento esté cercano, será tan fatal para nosotros como
lo fue para los que viviendo en días de Noé no supieron cuándo vendría
el diluvio. Y la parábola del mismo capítulo que pone en contraste al
siervo fiel y al malo y que señala la suerte de aquel que dice en su
corazón: "Mi señor se tarda en venir," enseña cómo considerará y
recompensará Cristo a los que encuentre velando y proclamando su
venida, y a los que la nieguen "Velad pues," dice, y añade:
"Bienaventurado aquel siervo, al cual, cuando su señor viniere, le
hallare haciendo así." Mateo 24:3, 33, 42-51. "Y si no velares, vendré
a ti como ladrón, y no sabrás en qué hora vendré a ti." Apocalipsis
3:3.
Pablo habla de una clase de personas para quienes la aparición del
Señor vendrá sin que la hayan esperado. Como ladrón en la noche, así
viene el día del Señor. Cuando los hombres estén diciendo: "Paz y
seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción de repente, . . . y
no escaparán." Pero agrega también, refiriéndose a los que han tomado
en cuenta la amonestación del Salvador: "Mas vosotros, hermanos, no
estáis en tinieblas, para que aquel día os sobrecoja como ladrón;
porque todos vosotros sois hijos de luz, e hijos del día; no somos de
la noche, ni de las tinieblas." 1 Tesalonicenses 5:2-5.
Así quedó demostrado que las Sagradas Escrituras no autorizan a los
hombres a permanecer ignorantes con respecto a la proximidad de la
venida de Cristo. Pero los que no buscaban más que un pretexto para
rechazar la verdad, cerraron sus oídos a esta explicación, y las
palabras: "Empero del día y hora nadie sabe" seguían siendo repetidas
por los atrevidos escarnecedores y hasta por los que profesaban ser
ministros de Cristo. Cuando la gente se despertaba y empezaba a
inquirir el camino de la salvación, los maestros en religión se
interponían entre ellos y la verdad, tratando de tranquilizar sus
temores con falsas interpretaciones de la Palabra de Dios. Los
atalayas infieles colaboraban en la obra del gran engañador, clamando:
Paz, paz, cuando Dios no había hablado de paz. Como los fariseos en
tiempo de Cristo, muchos se negaban a entrar en el reino de los
cielos, e impedían a los que querían entrar. La sangre de esas almas
será demandada de sus manos.
Los miembros más humildes y piadosos de las iglesias eran generalmente
los primeros en aceptar el mensaje. Los que estudiaban la Biblia por
sí mismos no podían menos que echar de ver que el carácter de las
opiniones corrientes respecto de la profecía era contrario a las
Sagradas Escrituras; y dondequiera que el pueblo no estuviese sujeto a
la influencia del clero y escudriñara la Palabra de Dios por sí mismo,
la doctrina del advenimiento no necesitaba más que ser cotejada con
las Escrituras para que se reconociese su autoridad divina.
Muchos fueron perseguidos por sus hermanos incrédulos. Para conservar
sus puestos en las iglesias, algunos consintieron en guardar silencio
respecto a su esperanza; pero otros sentían que la fidelidad para con
Dios les prohibía tener así ocultas las verdades que él les había
comunicado. No pocos fueron excluídos de la comunión de la iglesia por
la única razón de haber dado expresión a su fe en la venida de Cristo.
Muy valiosas eran estas palabras del profeta dirigidas a los que
sufrían esa prueba de su fe: "Vuestros hermanos los que os aborrecen,
y os niegan por causa de mi nombre, dijeron: Glorifíquese Jehová. Mas
él se mostrará con alegría vuestra, y ellos serán confundidos." Isaías
66:5.
Los ángeles de Dios observaban con el más profundo interés el
resultado de la amonestación. Cuando las iglesias rechazaban el
mensaje, los ángeles se apartaban con tristeza. Sin embargo, eran
muchos los que no habían sido probados con respecto a la verdad del
advenimiento. Muchos se dejaron descarriar por maridos, esposas,
padres o hijos, y se les hizo creer que era pecado prestar siquiera
oídos a las herejías enseñadas por los adventistas. Los ángeles
recibieron orden de velar fielmente sobre esas almas, pues otra luz
había de brillar aún sobre ellas desde el trono de Dios.
Los que habían aceptado el mensaje velaban por la venida de su
Salvador con indecible esperanza. El tiempo en que esperaban ir a su
encuentro estaba próximo. Y a esa hora se acercaban con solemne calma.
Descansaban en dulce comunión con Dios, y esto era para ellos prenda
segura de la paz que tendrían en la gloria venidera. Ninguno de los
que abrigaron esa esperanza y esa confianza pudo olvidar aquellas
horas tan preciosas de expectación. Pocas semanas antes del tiempo
determinado dejaron de lado la mayor parte de los negocios mundanos.
Los creyentes sinceros examinaban cuidadosamente todos los
pensamientos y emociones de sus corazones como si estuviesen en el
lecho de muerte y como si tuviesen que cerrar pronto sus ojos a las
cosas de este mundo. No se trataba de hacer "vestidos de ascensión"
pero todos sentían la necesidad de una prueba interna de que estaban
preparados para recibir al Salvador; sus vestiduras blancas eran la
pureza del alma, y un carácter purificado de pecado por la sangre
expiatoria de Cristo. ¡Ojalá hubiese aún entre el pueblo que profesa
pertenecer a Dios el mismo espíritu para estudiar el corazón, y la
misma fe sincera y decidida! Si hubiesen seguido humillándose así ante
el Señor y dirigiendo sus súplicas al trono de misericordia, poseerían
una experiencia mucho más valiosa que la que poseen ahora. No se ora
lo bastante, escasea la comprensión de la condición real del pecado, y
la falta de una fe viva deja a muchos destituídos de la gracia tan
abundantemente provista por nuestro Redentor.
Dios se propuso probar a su pueblo. Su mano cubrió el error cometido
en el cálculo de los períodos proféticos. Los adventistas no
descubrieron el error, ni fue descubierto tampoco por los más sabios
de sus adversarios. Estos decían: "Vuestro cálculo de los períodos
proféticos es correcto. Algún gran acontecimiento está a punto de
realizarse; pero no es lo que predice Miller; es la conversión del
mundo, y no el segundo advenimiento de Cristo."
Pasó el tiempo de expectativa, y no apareció Cristo para libertar a su
pueblo. Los que habían esperado a su Salvador con fe sincera,
experimentaron un amargo desengaño. Sin embargo los designios de Dios
se estaban cumpliendo: Dios estaba probando los corazones de los que
profesaban estar esperando su aparición. Había muchos entre ellos que
no habían sido movidos por un motivo más elevado que el miedo. Su
profesión de fe no había mejorado sus corazones ni sus vidas. Cuando
el acontecimiento esperado no se realizó, esas personas declararon que
no estaban desengañadas; no habían creído nunca que Cristo vendría.
Fueron de los primeros en ridiculizar el dolor de los verdaderos
creyentes.
Pero Jesús y todas las huestes celestiales contemplaron con amor y
simpatía a los creyentes que fueron probados y fieles aunque
chasqueados. Si se hubiese podido descorrer el velo que separa el
mundo visible del invisible, se habrían visto ángeles que se acercaban
a esas almas resueltas y las protegían de los dardos de Satanás.
CONFIANDO EN JESUS
"Servid a Jehová con alegría: Venid ante su acatamiento con regocijo."
Salmo 100:2.
"Para que seamos para alabanza de su gloria, nosotros que antes
esperamos en Cristo. En el cual esperasteis también vosotros en oyendo
la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salud: en el cual
también desde que creísteis, fuisteis sellados con el Espíritu Santo
de la promesa," Efesios 1:12-13.
"Porque no me avergüenzo del evangelio: porque es potencia de Dios
para salud á todo aquel que cree; al Judío primeramente y también al
Griego." Romanos 1:16.
"Ahora el justo vivirá por fe; Mas si se retirare, no agradará á mi
alma." Hebreoes 10:38
"Porque no me avergüenzo del evangelio: porque es potencia de Dios
para salud á todo aquel que cree; al Judío primeramente y también al
Griego." Romanos 1:16: