A veces se escucha llanto en la noche, pero tenemos la promesa que la
mañana llega, cuando ya no habrá más llanto—
A aquellos que descubran la gran verdad del Advenimiento les quiero
decir que vendrán muchos chascos antes que ese día resplandezca sobre
nosotros—
LA obra de Dios en la tierra presenta, siglo tras siglo, sorprendente
analogía en cada gran movimiento reformatorio o religioso. Los
principios que rigen el trato de Dios con los hombres son siempre los
mismos. Los movimientos importantes del presente concuerdan con los
del pasado, y la experiencia de la iglesia en tiempos que fueron
encierra lecciones de gran valor para los nu©estros.
Ninguna verdad se enseña en la Biblia con mayor claridad que aquella
de que por medio de su Santo Espíritu Dios dirige especialmente a sus
siervos en la tierra en los grandes movimientos en pro del adelanto de
la obra de salvación. Los hombres son en mano de Dios instrumentos de
los que él se vale para realizar sus fines de gracia y misericordia.
Cada cual tiene su papel que desempeñar; a cada cual le ha sido
concedida cierta medida de luz adecuada a las necesidades de su tiempo
y suficiente para permitirle cumplir la obra que Dios le asignó. Sin
embargo, ningún hombre, por mucho que le haya honrado el Cielo,
alcanzó jamás a comprender completamente el gran plan de la redención,
ni siquiera a apreciar debidamente el propósito divino en la obra para
su propia época. Los hombres no entienden por completo lo que Dios
quisiera cumplir por medio de la obra que les da que hacer; no
entienden, en todo su alcance, el mensaje que proclaman en su
nombre.
"¿Puedes tú descubrir las cosas recónditas de Dios? ¿puedes hasta lo
sumo llegar a conocer al Todopoderoso?" "Mis pensamientos no son
vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos, dice
Jehová. Porque como los cielos son más altos que la tierra, así mis
caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos que
vuestros pensamientos." "Yo soy Dios, . . . y no hay ninguno como yo,
que declaro el fin desde el principio, y desde la antigüedad cosas aún
no hechas." Job 11:7; Isaías 55:8, 9; 46:9, 10.
Ni siquiera los profetas que fueron favorecidos por la iluminación
especial del Espíritu comprendieron del todo el alcance de las
revelaciones que les fueron concedidas. Su significado debía ser
aclarado, de siglo en siglo, a medida que el pueblo de Dios necesitase
la instrucción contenida en ellas.
Escribiendo Pedro acerca de la salvación dada a conocer por el
Evangelio, dice: "Respecto de la cual salvación, buscaron e
inquirieron diligentemente los profetas, que profetizaron de la gracia
que estaba reservada para vosotros: inquiriendo qué cosa, o qué manera
de tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, cuando
de antemano daba testimonio de los padecimientos que durarían hasta
Cristo, y de las glorias que los seguirían. A quienes fue revelado que
no para sí mismos, sino para nosotros, ministraban estas cosas." 1
Pedro 1:10-12.
No obstante, a pesar de no haber sido dado a los profetas que
comprendiesen enteramente las cosas que les fueron reveladas,
procuraron con fervor toda la luz que Dios había tenido a bien
manifestar. "Buscaron e inquirieron diligentemente," "inquiriendo qué
cosa o qué manera de tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba
en ellos." ¡Qué lección para el pueblo de Dios en la era cristiana,
para cuyo beneficio estas profecías fueron dadas a sus siervos! "A
quienes fue revelado que no para sí mismos, sino para nosotros,
ministraban estas cosas." Considerad a esos santos hombres de Dios que
"buscaron e inquirieron diligentemente" tocante a las revelaciones que
les fueron dadas para generaciones que aún no habían nacido. Comparad
su santo celo con la indiferencia con que los favorecidos en edades
posteriores trataron este don del cielo. ¡Qué censura contra la
apatía, amiga de la comodidad y de la mundanalidad, que se contenta
con declarar que no se pueden entender las profecías!
Si bien es cierto que la inteligencia de los hombres no es capaz de
penetrar en los consejos del Infinito, ni de comprender enteramente el
modo en que se cumplen sus designios, el hecho de que le resulten tan
vagos los mensajes del cielo se debe con frecuencia a algún error o
descuido de su parte. A menudo la mente del pueblo—y hasta de los
siervos de Dios—es confundida por las opiniones humanas, las
tradiciones y las falsas enseñanzas de los hombres, de suerte que no
alcanzan a comprender más que parcialmente las grandes cosas que Dios
reveló en su Palabra. Así les pasó a los discípulos de Cristo, cuando
el mismo Señor estaba con ellos en persona. Su espíritu estaba
dominado por la creencia popular de que el Mesías sería un príncipe
terrenal, que exaltaría a Israel a la altura de un imperio universal,
y no pudieron comprender el significado de sus palabras cuando les
anunció sus padecimientos y su muerte.
El mismo Cristo los envió con el mensaje: "Se ha cumplido el tiempo, y
se ha acercado el reino de Dios: arrepentíos, y creed el evangelio."
Marcos 1:15. El mensaje se fundaba en la profecía del capítulo noveno
de Daniel. El ángel había declarado que las sesenta y nueve semanas
alcanzarían "hasta el Mesías Príncipe," y con grandes esperanzas y
gozo anticipado los discípulos anhelaban que se estableciera en
Jerusalén el reino del Mesías que debía extenderse por toda la
tierra.
Predicaron el mensaje que Cristo les había confiado aun cuando ellos
mismos entendían mal su significado. Aunque su mensaje se basaba en
Daniel 9:25, no notaron que, según el versículo siguiente del mismo
capítulo, el Mesías iba a ser muerto. Desde su más tierna edad la
esperanza de su corazón se había cifrado en la gloria de un futuro
imperio terrenal, y eso les cegaba la inteligencia con respecto tanto
a los datos de la profecía como a las palabras de Cristo.
Cumplieron su deber presentando a la nación judaica el llamamiento
misericordioso, y luego, en el momento mismo en que esperaban ver a su
Señor ascender al trono de David, le vieron aprehendido como un
malhechor, azotado, escarnecido y condenado, y elevado en la cruz del
Calvario. ¡Qué desesperación y qué angustia no desgarraron los
corazones de esos discípulos durante los días en que su Señor dormía
en la tumba!
Cristo había venido al tiempo exacto y en la manera que anunciara la
profecía. La declaración de las Escrituras se había cumplido en cada
detalle de su ministerio. Había predicado el mensaje de salvación, y
"su palabra era con autoridad." Los corazones de sus oyentes habían
atestiguado que el mensaje venía del cielo. La Palabra y el Espíritu
de Dios confirmaban el carácter divino de la misión de su Hijo.
Los discípulos seguían aferrándose a su amado Maestro con afecto
indisoluble. Y sin embargo sus espíritus estaban envueltos en la
incertidumbre y la duda. En su angustia no recordaron las palabras de
Cristo que aludían a sus padecimientos y a su muerte. Si Jesús de
Nazaret hubiese sido el verdadero Mesías, ¿habríanse visto ellos
sumidos así en el dolor y el desengaño? Tal era la pregunta que les
atormentaba el alma mientras el Salvador descansaba en el sepulcro
durante las horas desesperanzadas de aquel Sábado que medió entre su
muerte y su resurrección.
Aunque el tétrico dolor dominaba a estos discípulos de Jesús, no por
eso fueron abandonados. El profeta dice: "¡Aunque more en tinieblas,
Jehová será mi luz! . . . El me sacará a luz; veré su justicia." "Aun
las tinieblas no encubren de Ti, y la noche resplandece como el día:
lo mismo Te son las tinieblas que la luz." Dios había dicho: "Para el
recto se levanta luz en medio de tinieblas." "Y conduciré a los ciegos
por un camino que no conocen; por senderos que no han conocido los
guiaré; tornaré tinieblas en luz delante de ellos, y los caminos
torcidos en vías rectas. Estas son mis promesas; las he cumplido, y no
las he dejado sin efecto." Miqueas 7:8, 9; Salmo 139:12; 112:4; Isaías
42:16.
Lo que los discípulos habían anunciado en nombre de su Señor, era
exacto en todo sentido, y los acontecimientos predichos estaban
realizándose en ese mismo momento. "Se ha cumplido el tiempo, y se ha
acercado el reino de Dios," había sido el mensaje de ellos.
Transcurrido "el tiempo"—las sesenta y nueve semanas del capítulo
noveno de Daniel, que debían extenderse hasta el Mesías, "el
Ungido"—Cristo había recibido la unción del Espíritu después de haber
sido bautizado por Juan en el Jordán, y el "reino de Dios" que habían
declarado estar próximo, fue establecido por la muerte de Cristo. Este
reino no era un imperio terrenal como se les había enseñado a creer.
No era tampoco el reino venidero e inmortal que se establecerá cuando
"el reino, y el dominio, y el señorío de los reinos por debajo de
todos los cielos, será dado al pueblo de los santos del Altísimo;" ese
reino eterno en que "todos los dominios le servirán y le obedecerán a
él." Daniel 7:27. La expresión "reino de Dios," tal cual la emplea la
Biblia, significa tanto el reino de la gracia como el de la gloria. El
reino de la gracia es presentado por Pablo en la Epístola a los
Hebreos. Después de haber hablado de Cristo como del intercesor que
puede "compadecerse de nuestras flaquezas," el apóstol dice:
"Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar
misericordia, y hallar gracia." Hebreos 4:16. El trono de la gracia
representa el reino de la gracia; pues la existencia de un trono
envuelve la existencia de un reino. En muchas de sus parábolas, Cristo
emplea la expresión, "el reino de los cielos," para designar la obra
de la gracia divina en los corazones de los hombres.
Asimismo el trono de la gloria representa el reino de la gloria y es a
este reino al que se refería el Salvador en las palabras: "Cuando el
Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él,
entonces se sentará sobre el trono de su gloria; y serán reunidas
delante de él todas las gentes." Mateo 25:31, 32. Este reino está aún
por venir. No quedará establecido sino en el segundo advenimiento de
Cristo.
El reino de la gracia fue instituido inmediatamente después de la
caída del hombre, cuando se ideó un plan para la redención de la raza
culpable. Este reino existía entonces en el designio de Dios y por su
promesa; y mediante la fe los hombres podían hacerse sus súbditos. Sin
embargo, no fue establecido en realidad hasta la muerte de Cristo. Aun
después de haber iniciado su misión terrenal, el Salvador, cansado de
la obstinación e ingratitud de los hombres, habría podido retroceder
ante el sacrificio del Calvario. En Getsemaní la copa del dolor le
tembló en la mano. Aun entonces, hubiera podido enjugar el sudor de
sangre de su frente y dejar que la raza culpable pereciese en su
iniquidad. Si así lo hubiera hecho no habría habido redención para la
humanidad caída. Pero cuando el Salvador hubo rendido la vida y
exclamado en su último aliento: "Consumado es," entonces el
cumplimiento del plan de la redención quedó asegurado. La promesa de
salvación hecha a la pareja culpable en el Edén quedó ratificada. El
reino de la gracia, que hasta entonces existiera por la promesa de
Dios, quedó establecido.
Así, la muerte de Cristo—el acontecimiento mismo que los discípulos
habían considerado como la ruina final de sus esperanzas—fue lo que
las aseguró para siempre. Si bien es verdad que esa misma muerte fuera
para ellos cruel desengaño, no dejaba de ser la prueba suprema de que
su creencia había sido bien fundada. El acontecimiento que los había
llenado de tristeza y desesperación, fue lo que abrió para todos los
hijos de Adán la puerta de la esperanza, en la cual se concentraban la
vida futura y la felicidad eterna de todos los fieles siervos de Dios
en todas las edades.
Los designios de la misericordia infinita alcanzaban a cumplirse,
hasta por medio del desengaño de los discípulos. Si bien sus corazones
habían sido ganados por la gracia divina y el poder de las enseñanzas
de Aquel que hablaba como "jamás habló hombre alguno," conservaban,
mezclada con el oro puro de su amor a Jesús, la liga vil del orgullo
humano y de las ambiciones egoístas. Hasta en el aposento de la cena
pascual, en aquella hora solemne en que su Maestro estaba entrando ya
en las sombras de Getsemaní, "hubo también entre ellos una contienda
sobre quién de ellos debía estimarse como el mayor." Lucas 22:24. No
veían más que el trono, la corona y la gloria, cuando lo que tenían
delante era el oprobio y la agonía del huerto, el pretorio y la cruz
del Calvario. Era el orgullo de sus corazones, la sed de gloria
mundana lo que les había inducido a adherirse tan tenazmente a las
falsas doctrinas de su tiempo, y a no tener en cuenta las palabras del
Salvador que exponían la verdadera naturaleza de su reino y predecían
su agonía y muerte. Y estos errores remataron en prueba—dura pero
necesaria—que Dios permitió para corregirlos. Aunque los discípulos
comprendieron mal el sentido del mensaje y vieron frustrarse sus
esperanzas, habían predicado la amonestación que Dios les encomendara,
y el Señor iba a recompensar su fe y honrar su obediencia confiándoles
la tarea de proclamar a todas las naciones el glorioso Evangelio del
Señor resucitado. Y a fin de prepararlos para esta obra, había
permitido que pasaran por la experiencia que tan amarga les
pareciera.
Después de su resurrección, Jesús apareció a sus discípulos en el
camino de Emaús, y "comenzando desde Moisés y todos los profetas, les
iba interpretando en todas las Escrituras las cosas referentes a él
mismo." Lucas 24:27. Los corazones de los discípulos se conmovieron.
Su fe se reavivó. Fueron reengendrados "en esperanza viva," aun antes
de que Jesús se revelase a ellos. El propósito de éste era iluminar
sus inteligencias y fundar su fe en la "palabra profética" "más
firme." Deseaba que la verdad se arraigase firmemente en su espíritu,
no sólo porque era sostenida por su testimonio personal sino a causa
de las pruebas evidentes suministradas por los símbolos y sombras de
la ley típica, y por las profecías del Antiguo Testamento. Era
necesario que los discípulos de Cristo tuviesen una fe inteligente, no
sólo en beneficio propio, sino para comunicar al mundo el conocimiento
de Cristo. Y como primer paso en la comunicación de este conocimiento,
Jesús dirigió a sus discípulos a "Moisés y todos los profetas." Tal
fue el testimonio dado por el Salvador resucitado en cuanto al valor e
importancia de las Escrituras del Antiguo Testamento.
¡Qué cambio el que se efectuó en los corazones de los discípulos
cuando contemplaron una vez más el amado semblante de su Maestro!
Lucas 24:32. En un sentido más completo y perfecto que nunca antes,
habían hallado "a Aquel, de quien escribió Moisés en la ley, y
asimismo los profetas." La incertidumbre, la angustia, la
desesperación, dejaron lugar a una seguridad perfecta, a una fe
serena. Qué maravilla pues, que después de su ascensión ellos "estaban
siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios". Lucas 24:53. El
pueblo, que no tenía conocimiento sino de la muerte ignominiosa del
Salvador, miraba para descubrir en sus semblantes una expresión de
dolor, confusión y derrota; pero sólo veía en ellos alegría y triunfo.
¡Qué preparación la que habían recibido para la obra que les esperaba!
Habían pasado por la prueba más grande que les fuera dable
experimentar, y habían visto cómo, cuando a juicio humano todo estaba
perdido, la Palabra de Dios se había cumplido y había salido
triunfante. En lo sucesivo ¿qué podría hacer vacilar su fe, o enfriar
el ardor de su amor? En sus penas más amargas ellos tuvieron "poderoso
consuelo," una esperanza que era "como ancla del alma, segura y
firme." Hebreos 6:18, 19. Habían comprobado la sabiduría y poder de
Dios, y estaban persuadidos de "que ni la muerte, ni la vida, ni los
ángeles, ni los principados, ni poderes, ni cosas presentes, ni cosas
por venir, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna otra cosa creada" podría
apartarlos "del amor de Dios, que es en Cristo Jesús nuestro Señor."
"En todas estas cosas—decían —somos vencedores, y más aún, por medio
de Aquel que nos amó." "La Palabra del Señor permanece para siempre."
Y "¿quién es el que condena? ¡Cristo Jesús es el que murió; más el que
fue levantado de entre los muertos; el que está a la diestra de Dios;
el que también intercede por nosotros!" Romanos 8:38, 39, 37; 1 Pedro
1:25; Romanos 8:34.
El Señor dice: "Nunca jamás será mi pueblo avergonzado." Joel 2:26.
"Una noche podrá durar el lloro, mas a la mañana vendrá la alegría."
Salmo 30:5. Cuando en el día de su resurrección estos discípulos
encontraron al Salvador, y sus corazones ardieron al escuchar sus
palabras; cuando miraron su cabeza, sus manos y sus pies que habían
sido heridos por ellos; cuando antes de su ascensión, Jesús les
llevara hasta cerca de Betania y, levantando sus manos para
bendecirlos, les dijera: "Id por todo el mundo; predicad el evangelio
a toda criatura," y agregara: "He aquí, yo estoy con vosotros todos
los días, hasta el fin del mundo" Marcos 16:15; Mateo 28:20; cuando en
el día de Pentecostés descendió el Consolador prometido, y por el
poder de lo alto que les fue dado las almas de los creyentes se
estremecieron con el sentimiento de la presencia de su Señor que ya
había ascendido al cielo,—entonces, aunque la senda que seguían, como
la que siguiera su Maestro, fuera la senda del sacrificio y del
martirio, ¿habrían ellos acaso cambiado el ministerio del Evangelio de
gracia, con la "corona de justicia" que habían de recibir a su venida,
por la gloria de un trono mundano que había sido su esperanza en los
comienzos de su discipulado? Aquel "que es poderoso para hacer
infinitamente más de todo cuanto podemos pedir, y aun pensar," les
había concedido con la participación en sus sufrimientos, la comunión
de su gozo—el gozo de "llevar muchos hijos a la gloria," dicha
indecible, "un peso eterno de gloria," al que, dice Pablo, nuestra
"ligera aflicción que no dura sino por un momento," no es "digna de
ser comparada."
Lo que experimentaron los discípulos que predicaron el "evangelio del
reino" cuando vino Cristo por primera vez tuvo su contraparte en lo
que experimentaron los que proclamaron el mensaje de su segundo
advenimiento. Así como los discípulos fueron predicando: "Se ha
cumplido el tiempo, y se ha acercado el reino de Dios," así también
Miller y sus asociados proclamaron que estaba a punto de terminar el
período profético más largo y último de que habla la Biblia, que el
juicio era inminente y que el reino eterno iba a ser establecido. La
predicación de los discípulos en cuanto al tiempo se basaba en las
setenta semanas del capítulo noveno de Daniel. El mensaje proclamado
por Miller y sus colaboradores anunciaba la conclusión de los 2.300
días de Daniel 8:14, de los cuales las setenta semanas forman parte.
En cada caso la predicación se fundaba en el cumplimiento de una parte
diferente del mismo gran período profético.
Como los primeros discípulos, Guillermo Miller y sus colaboradores no
comprendieron ellos mismos enteramente el alcance del mensaje que
proclamaban. Los errores que existían desde hacía largo tiempo en la
iglesia les impidieron interpretar correctamente un punto importante
de la profecía. Por eso si bien proclamaron el mensaje que Dios les
había confiado para que lo diesen al mundo, sufrieron un desengaño
debido a un falso concepto de su significado.
Al explicar Daniel 8:14: "Hasta dos mil y trescientas tardes y
mañanas; entonces será purificado el santuario," Miller, como ya lo
hemos dicho, aceptó la creencia general de que la tierra era el
santuario, y creyó que la purificación del santuario representaba la
purificación de la tierra por el fuego a la venida del Señor. Por
consiguiente, cuando echó de ver que el fin de los 2.300 días estaba
predicho con precisión, sacó la conclusión de que esto revelaba el
tiempo del segundo advenimiento. Su error provenía de que había
aceptado la creencia popular relativa a lo que constituye el
santuario.
En el sistema típico—que era sombra del sacrificio y del sacerdocio de
Cristo—la purificación del santuario era el último servicio efectuado
por el sumo sacerdote en el ciclo anual de su ministerio. Era el acto
final de la obra de expiación— una remoción o apartamiento del pecado
de Israel. Prefiguraba la obra final en el ministerio de nuestro Sumo
Sacerdote en el cielo, en el acto de borrar los pecados de su pueblo,
que están consignados en los libros celestiales. Este servicio
envuelve una obra de investigación, una obra de juicio, y precede
inmediatamente la venida de Cristo en las nubes del cielo con gran
poder y gloria, pues cuando él venga, la causa de cada uno habrá sido
fallada. Jesús dice: "Mi galardón está conmigo, para dar la recompensa
a cada uno según sea su obra." Apocalipsis 22:12. Esta obra de juicio,
que precede inmediatamente al segundo advenimiento, es la que se
anuncia en el primer mensaje angelical de Apocalipsis 14:7: "¡Temed a
Dios y dadle honra; porque ha llegado la hora de su juicio!"
Los que proclamaron esta amonestación dieron el debido mensaje a su
debido tiempo. Pero así como los primitivos discípulos declararan: "Se
ha cumplido el tiempo, y se ha acercado el reino de Dios," fundándose
en la profecía de Daniel 9, sin darse cuenta de que la muerte del
Mesías estaba anunciada en el mismo pasaje bíblico, así también Miller
y sus colaboradores predicaron el mensaje fundado en Daniel 8:14 y
Apocalipsis 14:7 sin echar de ver que el capítulo 14 del Apocalipsis
encerraba aún otros mensajes que debían ser también proclamados antes
del advenimiento del Señor. Como los discípulos se equivocaron en
cuanto al reino que debía establecerse al fin de las setenta semanas,
así también los adventistas se equivocaron en cuanto al acontecimiento
que debía producirse al fin de los 2.300 días. En ambos casos la
circunstancia de haber aceptado errores populares, o mejor dicho la
adhesión a ellos, fue lo que cerró el espíritu a la verdad. Ambas
escuelas cumplieron la voluntad de Dios, proclamando el mensaje que él
deseaba fuese proclamado, y ambas, debido a su mala comprensión del
mensaje, sufrieron desengaños.
Sin embargo, Dios cumplió su propósito misericordioso permitiendo que
el juicio fuese proclamado precisamente como lo fue. El gran día
estaba inminente, y en la providencia de Dios el pueblo fue probado
tocante a un tiempo fijo a fin de que se les revelase lo que había en
sus corazones. El mensaje tenía por objeto probar y purificar la
iglesia. Los hombres debían ser inducidos a ver si sus afectos pendían
de las cosas de este mundo o de Cristo y del cielo. Ellos profesaban
amar al Salvador; debían pues probar su amor. ¿Estarían dispuestos a
renunciar a sus esperanzas y ambiciones mundanas, para saludar con
gozo el advenimiento de su Señor? El mensaje tenía por objeto hacerles
ver su verdadero estado espiritual; fue enviado misericordiosamente
para despertarlos a fin de que buscasen al Señor con arrepentimiento y
humillación.
Además, si bien el desengaño era resultado de una comprensión errónea
del mensaje que anunciaban, Dios iba a predominar para bien sobre las
circunstancias. Los corazones de los que habían profesado recibir la
amonestación iban a ser probados. En presencia de su desengaño, ¿se
apresurarían ellos a renunciar a su experiencia y a abandonar su
confianza en la Palabra de Dios o con oración y humildad procurarían
discernir en qué puntos no habían comprendido el significado de la
profecía? ¿Cuántos habían obrado por temor o por impulso y arrebato?
¿Cuántos eran de corazón indeciso e incrédulo? Muchos profesaban
anhelar el advenimiento del Señor. Al ser llamados a sufrir las burlas
y el oprobio del mundo, y la prueba de la dilación y del desengaño,
¿renunciarían a su fe? Porque no pudieran comprender luego los caminos
de Dios para con ellos, ¿rechazarían verdades confirmadas por el
testimonio más claro de su Palabra?
Esta prueba revelaría la fuerza de aquellos que con verdadera fe
habían obedecido a lo que creían ser la enseñanza de la Palabra y del
Espíritu de Dios. Ella les enseñaría, como sólo tal experiencia podía
hacerlo, el peligro que hay en aceptar las teorías e interpretaciones
de los hombres, en lugar de dejar la Biblia interpretarse a sí misma.
La perplejidad y el dolor que iban a resultar de su error, producirían
en los hijos de la fe el escarmiento necesario. Los inducirían a
profundizar aún más el estudio de la palabra profética. Aprenderían a
examinar más detenidamente el fundamento de su fe, y a rechazar todo
lo que no estuviera fundado en la verdad de las Sagradas Escrituras,
por muy amplia que fuese su aceptación en el mundo cristiano.
A estos creyentes les pasó lo que a los primeros discípulos: lo que en
la hora de la prueba pareciera obscuro a su inteligencia, les fue
aclarado después. Cuando vieron el "fin que vino del Señor," supieron
que a pesar de la prueba que resultó de sus errores, los propósitos
del amor divino para con ellos no habían dejado de seguir
cumpliéndose. Merced a tan bendita experiencia llegaron a saber que el
"Señor es muy misericordioso y compasivo;" que todos sus caminos "son
misericordia y verdad, para los que guardan su pacto y sus
testimonios."
ESPERANDO EL RETORNO DE CRISTO
"No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.En
la casa de mi Padre muchas moradas hay: de otra manera os lo hubiera
dicho: voy, pues, a preparar lugar para vosotros.Y si me fuere, y os
aparejare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo: para que
donde yo estoy, vosotros también estéis." Juan:14:1-3.
"Y estando con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él iba,
he aquí dos varones se pusieron junto a ellos en vestidos blancos; Los
cuales también les dijeron: Varones Galileos, ¿qué estáis mirando al
cielo? este mismo Jesús que ha sido tomado desde vosotros arriba en el
cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo." Hechos
1:10-11.
"Mas nuestra vivienda es en los cielos; de donde también esperamos al
Salvador, al Señor Jesucristo." Filipianses 3:20.
"Esperando aquella esperanza bienaventurada, y la manifestación
gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo." Tito 2:13.
"Así también Cristo fué ofrecido una vez para agotar los pecados de
muchos; y la segunda vez, sin pecado, será visto de los que le esperan
para salud." Heberos 9:28.
"De tal manera que nada os falte en ningún don, esperando la
manifestación de nuestro Señor Jesucristo:" 1 Corintios:1:7.