Qué verdad puede ser más obvia que la que es repetida vez tras vez en
la Biblia? Con todo esto, el pronto regreso de Jesús a esta tierra es
una de las verdades que muchos no conocen.
Miremos lo que la Escritura dice acerca de ese glorioso día que está a
las puertas, el día en que Cristo regresará a este planeta a recoger a
los suyos.
UNA de las verdades más solemnes y más gloriosas que revela la Biblia,
es la de la segunda venida de Cristo para completar la gran obra de la
redención. Al pueblo peregrino de Dios, que por tanto tiempo hubo de
morar "en región y sombra de muerte," le es dada una valiosa esperanza
inspiradora de alegría con la promesa de la venida de Aquel que es "la
resurrección y la vida" para hacer "volver a su propio desterrado." La
doctrina del segundo advenimiento es verdaderamente la nota tónica de
las Sagradas Escrituras. Desde el día en que la primera pareja se
alejara apesadumbrada del Edén, los hijos de la fe han esperado la
venida del Prometido que había de aniquilar el poder destructor de
Satanás y volverlos a llevar al paraíso perdido. Hubo santos desde los
antiguos tiempos que miraban hacia el tiempo del advenimiento glorioso
del Mesías como hacia la consumación de sus esperanzas. Enoc, que se
contó entre la séptima generación descendiente de los que moraran en
el Edén y que por tres siglos anduvo con Dios en la tierra, pudo
contemplar desde lejos la venida del Libertador. "He aquí que viene el
Señor, con las huestes innumerables de sus santos ángeles, para
ejecutar juicio sobre todos." Judas 14, 15. El patriarca Job, en la
lobreguez de su aflicción, exclamaba con confianza inquebrantable:
"Pues yo sé que mi Redentor vive, y que en lo venidero ha de
levantarse sobre la tierra; . . . aun desde mi carne he de ver a Dios;
a quien yo tengo de ver por mí mismo, y mis ojos le mirarán; y ya no
como a un extraño." Job 19:25-27.
La venida de Cristo que ha de inaugurar el reino de la justicia, ha
inspirado los más sublimes y conmovedores acentos de los escritores
sagrados. Los poetas y profetas de la Biblia hablaron de ella con
ardientes palabras de fuego celestial. El salmista cantó el poder y la
majestad del Rey de Israel: "¡Desde Sión, perfección de la hermosura,
ha resplandecido Dios! Vendrá nuestro Dios, y no guardará silencio....
Convocará a los altos cielos, y a la tierra, para juzgar a su pueblo."
"Alégrense los cielos, y gócese la tierra . . . delante de Jehová;
porque viene, sí, porque viene a juzgar la tierra. ¡Juzgará al mundo
con justicia, y a los pueblos con su verdad!" Salmo 50:2-4; 96;
11:13.
El profeta Isaías dice: "¡Despertad, y cantad, vosotros que moráis en
el polvo! porque como el rocío de hierbas es tu rocío, y la tierra
echará fuera los muertos." "¡Vivirán tus muertos; los cadáveres de mi
pueblo se levantarán!" "¡Tragado ha a la muerte para siempre; y Jehová
el Señor enjugará las lágrimas de sobre todas las caras, y quitará el
oprobio de su pueblo de sobre toda la tierra! porque Jehová así lo ha
dicho. Y se dirá en aquel día: ¡He aquí, éste es nuestro Dios; le
hemos esperado, y él nos salvará! ¡éste es Jehová, le hemos esperado;
estaremos alegres, y nos regocijaremos en su salvación!" Isaías 26:19;
25:8, 9.
Habacuc también, arrobado en santa visión, vio la venida de Cristo.
"¡Viene Dios desde Temán, y el Santo desde el monte Parán: Su gloria
cubre los cielos, y la tierra se llena de su alabanza! También su
resplandor es como el fuego." "¡Se para y mide la tierra! ¡echa una
mirada, y hace estremecer a las naciones! se esparcen también como
polvo las montañas sempiternas, se hunden los collados eternos, ¡Suyos
son los senderos de la eternidad!" "Para que cabalgues sobre Tus
caballos, sobre Tus carros de salvación." "¡Te ven las montañas, y se
retuercen en angustia: . . . el abismo da su voz y levanta en alto sus
manos! ¡El sol y la luna se paran en sus moradas! a la luz de sus
flechas pasan adelante, al brillo de su relumbrante lanza." "Sales
para la salvación de Tu pueblo, para la salvación de Tu ungido."
Habacuc 3:3-13.
Cuando el Señor estuvo a punto de separarse de sus discípulos, los
consoló en su aflicción asegurándoles que volvería: "¡No se turbe
vuestro corazón! . . . En la casa de mi Padre muchas moradas hay; . .
. voy a prepararos el lugar. Y si yo fuere y os preparare el lugar,
vendré otra vez, y os recibiré conmigo." "Cuando el Hijo del hombre
vendrá en su gloria, y todos los ángeles con él, entonces se sentará
sobre el trono de su gloria; y delante de él serán juntadas todas las
naciones." Juan 14:1-3; Mateo 25:31, 32.
Los ángeles que estuvieron en el Monte de los Olivos después de la
ascensión de Cristo, repitieron a los discípulos la promesa de volver
que él les hiciera: "Este mismo Jesús que ha sido tomado de vosotros
arriba al cielo, así vendrá del mismo modo que le habéis visto ir al
cielo." Y el apóstol Pablo, hablando por inspiración, asegura: "El
Señor mismo descenderá del cielo con mandato soberano, con la voz del
arcángel y con trompeta de Dios." El profeta de Patmos dice: "¡He aquí
que viene con las nubes, y todo ojo le verá!" Hechos 1:11; 1
Tesalonicenses 4: 16; Apocalipsis 1:7.
En torno de su venida se agrupan las glorias de "la restauración de
todas las cosas, de la cual habló Dios por boca de sus santos
profetas, que ha habido desde la antigüedad." Entonces será
quebrantado el poder del mal que tanto tiempo duró; "¡el reino del
mundo" vendrá "a ser el reino de nuestro Señor y de su Cristo; y él
reinará para siempre jamás!" "¡Será manifestada la gloria de Jehová, y
la verá toda carne juntamente!" "Jehová hará crecer justicia y
alabanza en presencia de todas las naciones." El "será corona de
gloria y diadema de hermosura para el resto de su pueblo." Hechos
3:21; Apocalipsis 11:15; Isaías 40:5; 61:11; 28:5.
Entonces el reino de paz del Mesías esperado por tan largo tiempo,
será establecido por toda la tierra. "Jehová ha consolado a Sión, ha
consolado todas sus desolaciones; y ha convertido su desierto en un
Edén, y su soledad en jardín de Jehová." "La gloria del Líbano le será
dada, la hermosura del Carmelo y de Sarón." "Ya no serás llamada Azuba
[Dejada], y tu tierra en adelante no será llamada Asolamiento, sino
que serás llamada Héfzi-ba [mi deleite en ella], y tu tierra, Beúla
[Casada]." "De la manera que el novio se regocija sobre la novia, así
tu Dios se regocijará sobre ti." Isaías 51:3; 35:2; 62:4, 5.
La venida del Señor ha sido en todo tiempo la esperanza de sus
verdaderos discípulos. La promesa que hizo el Salvador al despedirse
en el Monte de los Olivos, de que volvería, iluminó el porvenir para
sus discípulos al llenar sus corazones de una alegría y una esperanza
que las penas no podían apagar ni las pruebas disminuir. Entre los
sufrimientos y las persecuciones, "el aparecimiento en gloria del gran
Dios y Salvador nuestro, Jesucristo" era la "esperanza
bienaventurada." Cuando los cristianos de Tesalónica, agobiados por el
dolor, enterraban a sus amados que habían esperado vivir hasta ser
testigos de la venida del Señor, Pablo, su maestro, les recordaba la
resurrección, que había de verificarse cuando viniese el Señor.
Entonces los que hubiesen muerto en Cristo resucitarían, y juntamente
con los vivos serían arrebatados para recibir a Cristo en el aire. "Y
así—dijo—estaremos siempre con el Señor. Consolaos pues los unos a los
otros con estas palabras." 1 Tesalonicenses 4.16-18.
En la isla peñascosa de Patmos, el discípulo amado oyó la promesa:
"Ciertamente, vengo en breve." Y su anhelante respuesta expresa la
oración que la iglesia exhaló durante toda su peregrinación: "¡Ven,
Señor Jesús!" Apocalipsis 22:20.
Desde la cárcel, la hoguera y el patíbulo, donde los santos y los
mártires dieron testimonio de la verdad, llega hasta nosotros a través
de los siglos la expresión de su fe y esperanza. Estando "seguros de
la resurrección personal de Cristo, y, por consiguiente, de la suya
propia, a la venida de Aquel—como dice uno de estos cristianos,—ellos
despreciaban la muerte y la superaban."—Daniel T. Taylor, The Reign of
Christ on Earth; or, The Voice ot the Church in all Ages, pág. 33.
Estaban dispuestos a bajar a la tumba, a fin de que pudiesen
"resucitar libertados." Esperaban al "Señor que debía venir del cielo
entre las nubes con la gloria de su Padre," "trayendo para los justos
el reino eterno." Los valdenses acariciaban la misma fe. Wiclef
aguardaba la aparición del Redentor como la esperanza de la iglesia.
Id., págs. 54, 129-134.
Lutero declaró: "Estoy verdaderamente convencido de que el día del
juicio no tardará más de trescientos años. Dios no quiere ni puede
sufrir por más tiempo a este mundo malvado." "Se acerca el gran día en
que el reino de las abominaciones será derrocado."—Id., págs. 158,
134.
"Este viejo mundo no está lejos de su fin," decía Melanchton. Calvino
invita a los cristianos a "desear sin vacilar y con ardor el día de la
venida de Cristo como el más propicio de todos los acontecimientos," y
declara que "toda la familia de los fieles no perderá de vista ese
día." "Debemos tener hambre de Cristo—dice—debemos buscarle,
contemplarle hasta la aurora de aquel gran día en que nuestro Señor
manifestará la gloria de su reino en su plenitud."—Ibid.
"¿No llevó acaso nuestro Señor Jesús nuestra carne al cielo? —dice
Knox, el reformador escocés,—¿y no ha de regresar por ventura? Sabemos
que volverá, y esto con prontitud." Ridley y Látimer, que dieron su
vida por la verdad, esperaban con fe la venida del Señor. Ridley
escribió: "El mundo llega sin duda a su fin. Así lo creo y por eso lo
digo. Clamemos del fondo de nuestros corazones a nuestro Salvador,
Cristo, con Juan el siervo de Dios: Ven, Señor Jesús, ven."—Id., págs.
151, 145.
"El pensar en la venida del Señor—decía Baxter—es dulce en extremo
para mí y me llena de alegría." "Es obra de fe y un rasgo
característico de sus santos desear con ansia su advenimiento y vivir
con tan bendita esperanza." "Si la muerte es el último enemigo que ha
de ser destruido en la resurrección, podemos representarnos con cuánto
ardor los creyentes esperarán y orarán por la segunda venida de
Cristo, cuando esta completa y definitiva victoria será alcanzada."
"Ese es el día que todos los creyentes deberían desear con ansia por
ser el día en que habrá de quedar consumada toda la obra de su
redención, cumplidos todos los deseos y esfuerzos de sus almas."
"¡Apresura, oh Señor, ese día bendito!"—Ricardo Baxter Works, tomo 17,
págs. 555; 500; 182, 183. Tal fue la esperanza de la iglesia
apostólica, de la "iglesia del desierto," y de los reformadores.
No sólo predecían las profecías cómo ha de producirse la venida de
Cristo y el objeto de ella, sino también las señales que iban a
anunciar a los hombres cuándo se acercaría ese acontecimiento. Jesús
dijo: "Habrá señales en el sol, y en la luna, y en las estrellas."
Lucas 21:25. "El sol se obscurecerá, y la luna no dará su resplandor;
y las estrellas caerán del cielo, y las virtudes que están en los
cielos serán conmovidas; y entonces verán al Hijo del hombre, que
vendrá en las nubes con mucha potestad y gloria." Marcos 13:24-26. El
revelador describe así la primera de las señales que iban a preceder
el segundo advenimiento: "Fue hecho un gran terremoto; y el sol se
puso negro como un saco de cilicio, y la luna se puso toda como
sangre." Apocalipsis 6: 12.
Estas señales se vieron antes de principios del siglo XIX. En
cumplimiento de esta profecía, en 1755 se sintió el más espantoso
terremoto que se haya registrado. Aunque generalmente se lo llama el
terremoto de Lisboa, se extendió por la mayor parte de Europa, Africa
y América. Se sintió en Groenlandia, en las Antillas, en la isla de
Madera, en Noruega, en Suecia, en Gran Bretaña e Irlanda. Abarcó por
lo menos diez millones de kilómetros cuadrados. La conmoción fue casi
tan violenta en Africa como en Europa. Gran parte de Argel fue
destruida; y a corta distancia de Marruecos, un pueblo de ocho a diez
mil habitantes desapareció en el abismo. Una ola formidable barrió las
costas de España y Africa, sumergiendo ciudades y causando inmensa
desolación.
Fue en España y Portugal donde la sacudida alcanzó su mayor violencia.
Se dice que en Cádiz, la oleada llegó a sesenta pies de altura.
Algunas de las montañas "más importantes de Portugal fueron sacudidas
hasta sus cimientos y algunas de ellas se abrieron en sus cumbres, que
quedaron partidas de un modo asombroso, en tanto que trozos enormes se
desprendieron sobre los valles adyacentes. Se dice que de esas
montañas salieron llamaradas de fuego."—Sir Carlos Lyell, Principles
of Geology, pág. 495.
En Lisboa "se oyó bajo la tierra un ruido de trueno, e inmediatamente
después una violenta sacudida derribó la mayor parte de la ciudad. En
unos seis minutos murieron sesenta mil personas. El mar se retiró
primero y dejó seca la barra, luego volvió en una ola que se elevaba
hasta cincuenta pies sobre su nivel ordinario." "Entre los sucesos
extraordinarios ocurridos en Lisboa durante la catástrofe, se cuenta
la sumersión del nuevo malecón, construido completamente de mármol y
con ingente gasto. Un gran gentío se había reunido allí en busca de un
sitio fuera del alcance del derrumbe general; pero de pronto el muelle
se hundió con todo el gentío que lo llenaba, y ni uno de los cadáveres
salió jamás a la superficie." —Ibid .
"La sacudida" del terremoto "fue seguida instantáneamente del
hundimiento de todas las iglesias y conventos, de casi todos los
grandes edificios públicos y más de la cuarta parte de las casas. Unas
horas después estallaron en diferentes barrios incendios que se
propagaron con tal violencia durante casi tres días que la ciudad
quedó completamente destruida. El terremoto sobrevino en un día de
fiesta en que las iglesias y conventos estaban llenos de gente, y
escaparon muy pocas personas." —Encyclopaedia Americana, art. Lisboa,
nota (ed. 1831). "El terror del pueblo era indescriptible. Nadie
lloraba: el siniestro superaba la capacidad de derramar lágrimas.
Todos corrían de un lado a otro, delirantes de horror y espanto,
golpeándose la cara y el pecho, gritando: ‘¡Misericordia! ¡Llegó el
fin del mundo!’ Las madres se olvidaban de sus hijos y corrían de un
lado a otro llevando crucifijos. Desgraciadamente, muchos corrieron a
refugiarse en las iglesias; pero en vano se expuso el sacramento; en
vano aquella pobre gente abrazaba los altares; imágenes, sacerdotes y
feligreses fueron envueltos en la misma ruina." Se calcula que noventa
mil personas perdieron la vida en aquel aciago día.
Veinticinco años después apareció la segunda señal mencionada en la
profecía: el obscurecimiento del sol y de la luna. Lo que hacía esto
aun más sorprendente, era la circunstancia de que el tiempo de su
cumplimiento había sido indicado de un modo preciso. En su
conversación con los discípulos en el Monte de los Olivos, después de
describir el largo período de prueba por el que debía pasar la
iglesia, es decir, los mil doscientos sesenta años de la persecución
papal, acerca de los cuales había prometido que la tribulación sería
acortada, el Salvador mencionó en las siguientes palabras ciertos
acontecimientos que debían preceder su venida y fijó además el tiempo
en que se realizaría el primero de éstos: "En aquellos días, después
de aquella aflicción, el sol se obscurecerá, y la luna no dará su
resplandor." Marcos 13:24. Los 1.260 días, o años, terminaron en 1798.
La persecución había concluido casi por completo desde hacía casi un
cuarto de siglo. Después de esta persecución, según las palabras de
Cristo, el sol debía obscurecerse. Pues bien, el 19 de mayo de 1780 se
cumplió esta profecía.
"Único o casi único en su especie, por lo misterioso del hasta ahora
inexplicado fenómeno que en él se verificó,.... fue el día obscuro del
19 de mayo de 1780, inexplicable obscurecimiento de todo el cielo
visible y atmósfera de Nueva Inglaterra."—R. M. Devens, Our First
Century pág. 89.
Un testigo ocular que vivía en Massachusetts describe el
acontecimiento del modo siguiente: "Por la mañana salió el sol
despejado, pero pronto se anubló. Las nubes fueron espesándose y del
seno de la obscuridad que ostentaban brillaron relámpagos, se oyeron
truenos y descargóse leve aguacero. A eso de las nueve, las nubes se
atenuaron y, revistiendo un tinte cobrizo, demudaron el aspecto del
suelo, peñas y árboles al punto que no parecían ser de nuestra tierra.
A los pocos minutos, un denso nubarrón negro se extendió por todo el
firmamento dejando tan sólo un estrecho borde en el horizonte, y
haciendo tan obscuro el día como suele serlo en verano a las nueve de
la noche....
"Temor, zozobra y terror se apoderaron gradualmente de los ánimos.
Desde las puertas de sus casas, las mujeres contemplaban la lóbrega
escena; los hombres volvían de las faenas del campo; el carpintero
dejaba las herramientas, el herrero la fragua, el comerciante el
mostrador. Los niños fueron despedidos de las escuelas y huyeron a sus
casas llenos de miedo. Los caminantes hacían alto en la primera casa
que encontraban. ¿Qué va a pasar? preguntaban todos. No parecía sino
que un huracán fuera a desatarse por toda la región, o que el día del
juicio estuviera inminente.
"Hubo que prender velas, y la lumbre del hogar brillaba como en noche
de otoño sin luna.... Las aves se recogieron en sus gallineros, el
ganado se juntó en sus encierros, las ranas cantaron, los pájaros
entonaron sus melodías del anochecer, y los murciélagos se pusieron a
revolotear. Sólo el hombre sabía que no había llegado la noche....
"El Dr. N. Whittaker, pastor de la iglesia del Tabernáculo, en Salem,
dirigió cultos en la sala de reuniones, y predicó un sermón en el cual
sostuvo que la obscuridad era sobre- natural. Otras congregaciones
también se reunieron en otros puntos. En todos los casos, los textos
de los sermones improvisados fueron los que parecían indicar que la
obscuridad concordaba con la profecía bíblica.... La obscuridad
alcanzó su mayor densidad poco después de las once."—The Essex
Antiquarian abril de 1899, tomo 3, No. 4, págs. 53, 54. "En la mayor
parte del país fue tanta la obscuridad durante el día, que la gente no
podía decir qué hora era ni por reloj de bolsillo ni por reloj de
pared. Tampoco pudo comer, ni atender a los quehaceres de casa sin
vela prendida....
"La extensión de esta obscuridad fue también muy notable. Se la
observó al este hasta Falmouth, y al oeste, hasta la parte más lejana
del estado de Connecticut y en la ciudad de Albany; hacia el sur fue
observada a lo largo de toda la costa, y por el norte lo fue hasta
donde se extendían las colonias americanas."—Guillermo Gordon, History
of the Rise, Progress, and Establishment of the Independence of the
U.S.A., tomo 3, pág. 57.
La profunda obscuridad del día fue seguida, una o dos horas antes de
la caída de la tarde, por un aclaramiento parcial del cielo, pues
apareció el sol, aunque obscurecido por una neblina negra y densa.
"Después de la puesta del sol, las nubes volvieron a apiñarse y
obscureció muy pronto." "La obscuridad de la noche no fue menos
extraordinaria y terrorífica que la del día, pues no obstante ser casi
tiempo de luna llena, ningún objeto se distinguía sin la ayuda de luz
artificial, la cual vista de las casas vecinas u otros lugares
distantes parecía pasar por una obscuridad como la de Egipto, casi
impenetrable para sus rayos."—Isaías Thomas, Massachusetts Spy; or
American Oracle of Liberty, tomo 9, No. 472 (25 de mayo, 1780). Un
testigo ocular de la escena dice: "No pude substraerme, en aquel
momento, a la idea de que si todos los cuerpos luminosos del universo
hubiesen quedado envueltos en impenetrable obscuridad, o hubiesen
dejado de existir, las tinieblas no habrían podido ser más
intensas."—Carta del Dr. S. Tenney, de Exeter, N. H., diciembre de
1785 (Massachusetts Historical Society Collections, 1792, serie 1,
tomo 1, pág. 97). Aunque la luna llegó aquella noche a su plenitud,
"no logró en lo más mínimo disipar las sombras sepulcrales." Después
de media noche desapareció la obscuridad, y cuando la luna volvió a
verse, parecía de sangre.
El 19 de mayo de 1780 figura en la historia como el "día obscuro."
Desde el tiempo de Moisés, no se ha registrado jamás período alguno de
obscuridad tan densa y de igual extensión y duración. La descripción
de este acontecimiento que han hecho los historiadores no es más que
un eco de las palabras del Señor, expresadas por el profeta Joel, dos
mil quinientos años antes de su cumplimiento: "El sol se tornará en
tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y
espantoso de Jehová." Joel 2:31.
Cristo había mandado a sus discípulos que se fijasen en las señales de
su advenimiento, y que se alegrasen cuando viesen las pruebas de que
se acercaba. "Cuando estas cosas comenzaren a hacerse—dijo,—mirad, y
levantad vuestras cabezas, porque vuestra redención está cerca." Llamó
la atención de sus discípulos a los árboles a punto de brotar en
primavera, y dijo: "Cuando ya brotan, viéndolo, de vosotros mismos
entendéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando
viereis hacerse estas cosas, entended que está cerca el reino de
Dios." Lucas 21:28, 30, 31.
Pero a medida que el espíritu de humildad y piedad fue reemplazado en
la iglesia por el orgullo y formalismo, se enfriaron el amor a Cristo
y la fe en su venida. Absorbido por la mundanalidad y la búsqueda de
placeres, el profeso pueblo de Dios fue quedando ciego y no vio las
instrucciones del Señor referentes a las señales de su venida. La
doctrina del segundo advenimiento había sido descuidada; los pasajes
de las Sagradas Escrituras que a ella se refieren fueron obscurecidos
por falsas interpretaciones, hasta quedar ignorados y olvidados casi
por completo. Tal fue el caso especialmente en las iglesias de los
Estados Unidos de Norteamérica. La libertad y comodidad de que gozaban
todas las clases de la sociedad, el deseo ambicioso de riquezas y
lujo, que creaba una atención exclusiva a juntar dinero, la ardiente
persecución de la popularidad y del poder, que parecían estar al
alcance de todos, indujeron a los hombres a concentrar sus intereses y
esperanzas en las cosas de esta vida, y a posponer para el lejano
porvenir aquel solemne día en que el presente estado de cosas habrá de
acabar.
Cuando el Salvador dirigió la atención de sus discípulos hacia las
señales de su regreso, predijo el estado de apostasía que existiría
precisamente antes de su segundo advenimiento. Habría, como en los
días de Noé, actividad febril en los negocios mundanos y sed de
placeres, y los seres humanos iban a comprar, vender, sembrar,
edificar, casarse y darse en matrimonio, olvidándose entre tanto de
Dios y de la vida futura. La amonestación de Cristo para los que
vivieran en aquel tiempo es: "Mirad, pues, por vosotros mismos, no sea
que vuestros corazones sean entorpecidos con la glotonería, y la
embriaguez, y los cuidados de esta vida, y así os sobrevenga de
improviso aquel día." "Velad, pues, en todo tiempo, y orad, a fin de
que logréis evitar todas estas cosas que van a suceder, y estar en pie
delante del Hijo del hombre." Lucas 21:34, 36.
La condición en que se hallaría entonces la iglesia está descrita en
las palabras del Salvador en el Apocalipsis: "Tienes nombre que vives,
y estás muerto." Y a los que no quieren dejar su indolente descuido,
se les dirige el solemne aviso: "Si no velares, vendré a ti como
ladrón, y no sabrás en qué hora vendré a ti." Apocalipsis 3:1, 3.
Era necesario despertar a los hombres y hacerles sentir su peligro
para inducirlos a que se preparasen para los solemnes acontecimientos
relacionados con el fin del tiempo de gracia. El profeta de Dios
declara: "Grande es el día de Jehová, y muy terrible: ¿quién lo podrá
sufrir?" Joel 2:11. ¿Quién soportará la aparición de Aquel de quien
está escrito: "Tú eres de ojos demasiado puros para mirar el mal, ni
puedes contemplar la iniquidad"? Habacuc 1:13. Para los que claman:
"Dios mío, Te hemos conocido," y sin embargo han quebrantado su pacto
y se apresuraron tras otro dios, encubriendo la iniquidad en sus
corazones y amando las sendas del pecado, para los tales "será el día
de Jehová tinieblas, y no luz; oscuridad, que no tiene resplandor."
Oseas 8:2, 1; Salmo 16:4; Amós 5:20. "Sucederá en aquel tiempo—dice el
Señor—que yo registraré a Jerusalem con lámparas, y castigaré a los
hombres que, como vino, están asentados sobre sus heces; los cuales
dicen en su corazón: ¡Jehová no hará bien, ni tampoco hará mal!"
"Castigaré el mundo por su maldad, y los impíos por su iniquidad; y
acabaré con la arrogancia de los presumidos, y humillaré la altivez de
los terribles." ‘¡No podrá librarlos su plata ni su oro;" "y sus
riquezas vendrán a ser despojo, y sus casas una desolación." Sofonías
1:12, 18, 13; Isaías 13:11.
El profeta Jeremías mirando hacia lo por venir, hacia aquel tiempo
terrible, exclamó: "¡Se conmueve mi corazón; no puede estarse quieto,
por cuanto has oído, oh alma mía, el sonido de la trompeta y la alarma
de guerra! ¡Destrucción sobre destrucción es anunciada!" Jeremías
4:19, 20.
"Día de ira es aquel día; día de apretura y de angustia, día de
devastación y desolación, día de tinieblas y de espesa obscuridad, día
de nubes y densas tinieblas; día de trompeta y de grito de guerra."
"He aquí que viene el día de Jehová, . . . para convertir la tierra en
desolación, y para destruir de en medio de ella sus pecadores."
Sofonías 1:15, 16; Isaías 13:9.
Ante la perspectiva de aquel gran día, la Palabra de Dios exhorta a su
pueblo del modo más solemne y expresivo a que despierte de su letargo
espiritual, y a que busque su faz con arrepentimiento y humillación:
"¡Tocad trompeta en Sión, y sonad alarma en mi santo monte! ¡tiemblen
todos los moradores de la tierra! porque viene el día de Jehová,
porque está ya cercano." "¡Proclamad riguroso ayuno! ¡convocad
asamblea solemnísima! ¡Reunid al pueblo! ¡proclamad una convocación
obligatoria! ¡congregad a los ancianos! ¡juntad a los muchachos! . . .
¡salga el novio de su recámara, y la novia de su tálamo! Entre el
pórtico y el altar, lloren los sacerdotes, ministros de Jehová."
"Volveos a mí de todo vuestro corazón; con ayuno también, y con
llanto, y con lamentos; rasgad vuestros corazones y no vuestros
vestidos, y volveos a Jehová vuestro Dios; porque él es clemente y
compasivo, lento en iras y grande en misericordia." Joel 2:1, 15-17,
12, 13.
Una gran obra de reforma debía realizarse para preparar a un pueblo
que pudiese subsistir en el día de Dios. El Señor vio que muchos de
los que profesaban pertenecer a su pueblo no edificaban para la
eternidad, y en su misericordia iba a enviar una amonestación para
despertarlos de su estupor e inducirlos a prepararse para la venida de
su Señor.
Esta amonestación nos es presentada en el capítulo catorce del
Apocalipsis. En él encontramos un triple mensaje proclamado por seres
celestiales y seguido inmediatamente por la venida del Hijo del hombre
para segar "la mies de la tierra." La primera de estas amonestaciones
anuncia la llegada del juicio. El profeta vio un ángel "volando en
medio del cielo, teniendo un evangelio eterno que anunciar a los que
habitan sobre la tierra, y a cada nación, y tribu, y lengua, y pueblo;
y dice a gran voz: ¡Temed a Dios y dadle gloria; porque ha llegado la
hora de su juicio; y adorad al que hizo el cielo y la tierra, y el mar
y las fuentes de agua!" Apocalipsis 14:6, 7.
Este mensaje es declarado parte del "evangelio eterno." La predicación
del Evangelio no ha sido encargada a los ángeles, sino a los hombres.
En la dirección de esta obra se han empleado ángeles santos y ellos
tienen a su cargo los grandes movimientos para la salvación de los
hombres, pero la proclamación misma del Evangelio es llevada a cabo
por los siervos de Cristo en la tierra.
Hombres fieles, obedientes a los impulsos del Espíritu de Dios y a las
enseñanzas de su Palabra, iban a pregonar al mundo esta amonestación.
Eran los que habían estado atentos a la "firme . . . palabra
profética," la "lámpara que luce en un lugar tenebroso, hasta que el
día esclarezca, y el lucero nazca." 2 Pedro 1:19. Habían estado
buscando el conocimiento de Dios más que todos los tesoros escondidos,
estimándolo más que "la ganancia de plata," y "su rédito" más "que el
oro puro." Proverbios 3.14. Y el Señor les reveló los grandes asuntos
del reino. "El secreto de Jehová es para los que le temen; y a ellos
hará conocer su alianza." Salmo 25:14.
Los que llegaron a comprender esta verdad y se dedicaron a proclamarla
no fueron los teólogos eruditos. Si éstos hubiesen sido centinelas
fieles y hubieran escudriñado las Santas Escrituras con diligencia y
oración, habrían sabido qué hora era de la noche; las profecías les
habrían revelado los acontecimientos que estaban por realizarse. Pero
tal no fue su actitud, y fueron hombres más humildes los que
proclamaron el mensaje. Jesús había dicho: "Andad entre tanto que
tenéis luz, porque no os sorprendan las tinieblas." Juan 12:35. Los
que se apartan de la luz que Dios les ha dado, o no la procuran cuando
está a su alcance, son dejados en las tinieblas. Pero el Salvador dice
también: "El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la
luz de la vida." Juan 8:12. Cualquiera que con rectitud de corazón
trate de hacer la voluntad de Dios siguiendo atentamente la luz que ya
le ha sido dada, recibirá aun más luz, a esa alma le será enviada
alguna estrella de celestial resplandor para guiarla a la plenitud de
la verdad.
Cuando se produjo el primer advenimiento de Cristo, los sacerdotes y
los fariseos de la ciudad santa, a quienes fueran confiados los
oráculos de Dios, habrían podido discernir las señales de los tiempos
y proclamar la venida del Mesías prometido. La profecía de Miqueas
señalaba el lugar de su nacimiento. Miqueas 5:2. Daniel especificaba
el tiempo de su advenimiento. Daniel 9:25. Dios había encomendado
estas profecías a los caudillos de Israel; no tenían pues excusa por
no saber que el Mesías estaba a punto de llegar y por no habérselo
dicho al pueblo. Su ignorancia era resultado de culpable descuido. Los
judíos estaban levantando monumentos a los profetas de Dios que habían
sido muertos, mientras que con la deferencia con que trataban a los
grandes de la tierra estaban rindiendo homenaje a los siervos de
Satanás. Absortos en sus luchas ambiciosas por los honores mundanos y
el poder, perdieron de vista los honores divinos que el Rey de los
cielos les había ofrecido.
Los ancianos de Israel deberían haber estudiado con profundo y
reverente interés el lugar, el tiempo, las circunstancias del mayor
acontecimiento de la historia del mundo: la venida del Hijo de Dios
para realizar la redención del hombre. Todo el pueblo debería haber
estado velando y esperando para hallarse entre los primeros en saludar
al Redentor del mundo. En vez de todo esto, vemos, en Belén, a dos
caminantes cansados que vienen de los collados de Nazaret, y que
recorren toda la longitud de la angosta calle del pueblo hasta el
extremo este de la ciudad, buscando en vano lugar de descanso y abrigo
para la noche. Ninguna puerta se abre para recibirlos. En un miserable
cobertizo para el ganado, encuentran al fin un refugio, y allí fue
donde nació el Salvador del mundo.
Los ángeles celestiales habían visto la gloria de la cual el Hijo de
Dios participaba con el Padre antes que el mundo existiese, y habían
esperado con intenso interés su advenimiento en la tierra como
acontecimiento del mayor gozo para todos los pueblos. Fueron escogidos
ángeles para llevar las buenas nuevas a los que estaban preparados
para recibirlas, y que gozosos las darían a conocer a los habitantes
de la tierra. Cristo había condescendido en revestir la naturaleza
humana; iba a llevar una carga infinita de desgracia al ofrendar su
alma por el pecado; sin embargo los ángeles deseaban que aun en su
humillación el Hijo del Altísimo apareciese ante los hombres con la
dignidad y gloria que correspondían a su carácter. ¿Se juntarían los
grandes de la tierra en la capital de Israel para saludar su venida?
¿Sería presentado por legiones de ángeles a la muchedumbre que le
esperara?
Un ángel desciende a la tierra para ver quiénes están preparados para
dar la bienvenida a Jesús. Pero no puede discernir señal alguna de
expectación. No oye ninguna voz de alabanza ni de triunfo que anuncie
que la venida del Mesías es inminente. El ángel se cierne durante un
momento sobre la ciudad escogida y sobre el templo donde durante
siglos y siglos se manifestara la divina presencia; pero allí también
se nota la misma indiferencia. Con pompa y orgullo, los sacerdotes
ofrecen sacrificios impuros en el templo. Los fariseos hablan al
pueblo con grandes voces, o hacen oraciones jactanciosas en las
esquinas de las calles. En los palacios de los reyes, en las reuniones
de los filósofos, en las escuelas de los rabinos, nadie piensa en el
hecho maravilloso que ha llenado todo el cielo de alegría y alabanzas,
el hecho de que el Redentor de los hombres está a punto de hacer su
aparición en la tierra.
No hay señal de que se espere a Cristo ni preparativos para recibir al
Príncipe de la vida. Asombrado, el mensajero celestial está a punto de
volverse al cielo con la vergonzosa noticia, cuando descubre un grupo
de pastores que están cuidando sus rebaños durante la noche, y que al
contemplar el cielo estrellado, meditan en la profecía de un Mesías
que debe venir a la tierra y anhelan el advenimiento del Redentor del
mundo. Aquí tenemos un grupo de seres humanos preparado para recibir
el mensaje celestial. Y de pronto aparece el ángel del Señor
proclamando las buenas nuevas de gran gozo. La gloria celestial inunda
la llanura, una compañía innumerable de ángeles aparece, y, como si el
júbilo fuese demasiado para ser traído del cielo por un solo
mensajero, una multitud de voces entonan la antífona que todas las
legiones de los rescatados cantarán un día: "Gloria en las alturas a
Dios, y sobre la tierra paz; entre los hombres buena voluntad!" Lucas
2:14.
¡Oh! ¡qué lección encierra esta maravillosa historia de Belén! ¡Qué
reconvención para nuestra incredulidad, nuestro orgullo y amor propio!
¡Cómo nos amonesta a que tengamos cuidado, no sea que por nuestra
criminal indiferencia, nosotros también dejemos de discernir las
señales de los tiempos, y no conozcamos el día de nuestra
visitación!
No fue sólo sobre los collados de Judea, ni entre los humildes
pastores, donde los ángeles encontraron a quienes velaban esperando la
venida del Mesías. En tierra de paganos había también quienes le
esperaban; eran sabios, ricos y nobles filósofos del oriente.
Observadores de la naturaleza, los magos habían visto a Dios en sus
obras. Por las Escrituras hebraicas tenían conocimiento de la estrella
que debía proceder de Jacob, y con ardiente deseo esperaban la venida
de Aquel que sería no sólo la "consolación de Israel," sino una "luz
para iluminación de las naciones" y "salvación hasta los fines de la
tierra." Lucas 2:25, 32; Hechos 13:47. Buscaban luz, y la luz del
trono de Dios iluminó su senda. Mientras los sacerdotes y rabinos de
Jerusalén, guardianes y expositores titulados de la verdad, quedaban
envueltos en tinieblas, la estrella enviada del cielo guió a los
gentiles del extranjero al lugar en que el Rey acababa de nacer.
Es "para la salvación de los que le esperan" para lo que Cristo
aparecerá "la segunda vez, sin pecado." Hebreos 9:28. Como las nuevas
del nacimiento del Salvador, el mensaje del segundo advenimiento no
fue confiado a los caudillos religiosos del pueblo. No habían
conservado éstos la unión con Dios, y habían rehusado la luz divina;
por consiguiente no se encontraban entre aquellos de quienes habla el
apóstol Pablo cuando dice: "Vosotros, empero, hermanos, no estáis en
tinieblas, para que aquel día a vosotros os sorprenda como ladrón:
porque todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día; nosotros
no somos de la noche, ni de las tinieblas." 1 Tesalonicenses 5:4,
5.
Los centinelas apostados sobre los muros de Sión deberían haber sido
los primeros en recoger como al vuelo las buenas nuevas del
advenimiento del Salvador, los primeros en alzar la voz para
proclamarle cerca y advertir al pueblo que se preparase para su
venida. Pero en vez de eso, estaban soñando tranquilamente en paz,
mientras el pueblo seguía durmiendo en sus pecados. Jesús vio su
iglesia, semejante a la higuera estéril, cubierta de hojas de
presunción y sin embargo carente de rica fruta. Se observaban con
jactancia las formas de religión, mientras que faltaba el espíritu de
verdadera humildad, arrepentimiento y fe, o sea lo único que podía
hacer aceptable el servicio ofrecido a Dios. En lugar de los frutos
del Espíritu, lo que se notaba era orgullo, formalismo, vanagloria,
egoísmo y opresión. Era aquélla una iglesia apóstata que cerraba los
ojos a las señales de los tiempos. Dios no la había abandonado ni
había dejado de ser fiel para con ella; pero ella se alejó de él y se
apartó de su amor. Como se negara a satisfacer las condiciones,
tampoco las promesas divinas se cumplieron para con ella.
Esto es lo que sucede infaliblemente cuando se dejan de apreciar y
aprovechar la luz y los privilegios que Dios concede. A menos que la
iglesia siga el sendero que le abre la Providencia, y aceptando cada
rayo de luz, cumpla todo deber que le sea revelado, la religión
degenerará inevitablemente en mera observancia de formas, y el
espíritu de verdadera piedad desaparecerá. Esta verdad ha sido
demostrada repetidas veces en la historia de la iglesia. Dios requiere
de su pueblo obras de fe y obediencia que correspondan a las
bendiciones y privilegios que él le concede. La obediencia requiere
sacrificios y entraña una cruz; y por esto fueron tantos los profesos
discípulos de Cristo que se negaron a recibir la luz del cielo, y,
como los judíos de antaño, no conocieron el tiempo de su visitación.
Lucas 19:44. A causa de su orgullo e incredulidad, el Señor los dejó a
un lado y reveló su verdad a los que, cual los pastores de Belén y los
magos de oriente, prestaron atención a toda la luz que habían
recibido.
EL NUEVO PACTO
"El hacer tu voluntad, Dios mío, hame agradado; Y tu ley está en medio
de mis entrañas." Salmo 40:8.
"Mas ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un
mejor pacto, . . . Por lo cual, este es el pacto que ordenaré . . .
Después de aquellos días, dice el Señor: Daré mis leyes en el alma de
ellos, Y sobre el corazón de ellos las escribiré." Hebreos 8:6,
10.
"Ahora pues, si diereis oído á mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros
seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda
la tierra." Exodo 19:5.
" Y habló Jehová con vosotros de en medio del fuego: oisteis la voz de
sus palabras, mas á excepción de oir la voz, ninguna figura visteis: Y
él os anunció su pacto, el cual os mandó poner por obra, las diez
palabras; y escribiólas en dos tablas de piedra." Deuteronomio
4:12-13.