Hace muchos años algunos hombres se dieron cuenta que no podían adorar
a Dios como ellos querían–porque las leyes terrenales lo prohibían.
Por causa de ésto, dejaron sus hogares y viajaron hasta encontrar
refugio y libertad de culto en una tierra nueva—
Cuál fue el primer gobierno moderno en la historia en reconocer, en un
sentido completo, el derecho a libertad religiosa? Fue el pequeño
estado de Rhode Island, fundado por Roger Williams–el primero en
establecer en tiempos modernos un gobierno civil basado en completa
libertad de conciencia—
NO obstante haber renunciado al romanismo, los reformadores ingleses
conservaron muchas de sus formas. De manera que aunque habían
rechazado la autoridad y el credo de Roma, no pocas de sus costumbres
y ceremonias se incorporaron en el ritual de la iglesia anglicana. Se
aseveraba que estas cosas no eran asuntos de conciencia; que por más
que no estaban ordenadas en las Santas Escrituras, y por lo mismo no
eran necesarias, sin embargo como tampoco estaban prohibidas no eran
intrínsecamente malas. Por la observancia de esas prácticas se hacía
menos notable la diferencia que separaba de Roma a las iglesias
reformadas y se procuraba a la vez promover con más esperanzas de
éxito la aceptación del protestantismo entre los Romanistas.
Para los conservadores y los partidarios de las transigencias, estos
argumentos eran decisivos. Empero había otros que no pensaban así. El
mero hecho de que semejantes prácticas "tendían a colmar la sima
existente entre Roma y la Reforma" (Martyn, tomo 5, pág. 22), era para
ellos argumento terminante contra la conservación de las mismas. Las
consideraban como símbolos de la esclavitud de que habían sido
libertados y a la cual no tenían ganas de volver. Argüían que en su
Palabra Dios tiene establecidas reglas para su culto y que los hombres
no tienen derecho para quitar ni añadir otras. El comienzo de la gran
apostasía consistió precisamente en que se quiso suplir la autoridad
de Dios con la de la iglesia. Roma empezó por ordenar cosas que Dios
no había prohibido, y acabó por prohibir lo que El había ordenado
explícitamente.
Muchos deseaban ardientemente volver a la pureza y sencillez que
caracterizaban a la iglesia primitiva. Consideraban muchas de las
costumbres arraigadas en la iglesia anglicana como monumentos de
idolatría y no podían en conciencia unirse a dicha iglesia en su
culto; pero como la iglesia estaba sostenida por el poder civil no
consentía que nadie sustentara opiniones diferentes en asunto de
formas. La asistencia a los cultos era requerida por la ley, y no
podían celebrarse sin licencia asambleas religiosas de otra
naturaleza, so pena de prisión, destierro o muerte.
A principios del siglo XVII el monarca que acababa de subir al trono
de Inglaterra declaró que estaba resuelto a hacer que los puritanos
"se conformaran, o de lo contrario . . . que fueran expulsados del
país, o tratados todavía peor."—Jorge Bancroft, History of the United
States of America, parte 1, cap. 12. Acechados, perseguidos,
apresados, no esperaban mejores días para lo por venir y muchos se
convencieron de que para los que deseaban servir a Dios según el
dictado de su conciencia, "Inglaterra había dejado de ser lugar
habitable."— J. G. Palfrey, History of New England, cap. 3. Algunos
decidieron refugiarse en Holanda. A fin de lograrlo tuvieron que
sufrir pérdidas, cárceles y mil dificultades. Frustrábanse sus planes
y eran entregados en manos de sus enemigos. Pero al fin triunfó su
firme perseverancia y encontraron refugio en las playas hospitalarias
de la República Holandesa.
En su fuga habían tenido que abandonar sus casas, sus bienes y sus
medios de subsistencia. Eran forasteros en tierra extraña, entre gente
de costumbres y de lengua diferentes de las de ellos. Se vieron
obligados a ocuparse en trabajos desconocidos hasta entonces para
ellos, a fin de ganarse el pan de cada día. Hombres de mediana edad
que se habían ocupado durante toda su vida en labrar la tierra, se
vieron en la necesidad de aprender oficios mecánicos. Pero se
acomodaron animosamente a la situación y no perdieron tiempo en la
ociosidad ni en quejas inútiles. Aunque afectados a menudo por la
pobreza, daban gracias a Dios por las bendiciones que les concedía y
se regocijaban de poder tener comunión espiritual sin que se les
molestara. "Comprendían que eran peregrinos y no se preocupaban mucho
por aquellas cosas; sino que levantaban la vista al cielo, su anhelada
patria, y serenaban su espíritu."—Bancroft, parte 1, cap. 12.
Aunque vivían en el destierro y en medio de contratiempos, crecían su
amor y su fe; confiaban en las promesas del Señor, el cual no los
olvidó en el tiempo de la prueba. Sus ángeles estaban a su lado para
animarlos y sostenerlos. Y cuando les pareció ver la mano de Dios
señalándoles hacia más allá del mar una tierra en donde podrían fundar
un estado, y dejar a sus hijos el precioso legado de la libertad
religiosa, avanzaron sin miedo por el camino que la Providencia les
indicaba.
Dios había permitido que viniesen pruebas sobre su pueblo con el fin
de habilitarlo para la realización de los planes misericordiosos que
él tenía preparados para ellos. La iglesia había sido humillada para
ser después ensalzada. Dios iba a manifestar su poder en ella e iba a
dar al mundo otra prueba de que él no abandona a los que en él
confían. El había predominado sobre los acontecimientos para conseguir
que la ira de Satanás y la conspiración de los malvados redundasen
para su gloria y llevaran a su pueblo a un lugar seguro. La
persecución y el destierro abrieron el camino de la libertad.
En cuanto se vieron obligados a separarse de la iglesia anglicana, los
puritanos se unieron en solemne pacto como pueblo libre del Señor para
"andar juntos en todos sus caminos que les había hecho conocer, o en
los que él les notificase."— J. Brown, The Pilgrim Fathers, pág. 74.
En esto se manifestaba el verdadero espíritu de la Reforma, el
principio esencial del protestantismo. Con ese fin partieron los
peregrinos de Holanda en busca de un hogar en el Nuevo Mundo. Juan
Robinson, su pastor, a quien la Providencia impidió que les
acompañase, díjoles en su discurso de despedida:
"Hermanos: Dentro de muy poco tiempo vamos a separarnos y sólo el
Señor sabe si viviré para volver a ver vuestros rostros; pero sea cual
fuere lo que el Señor disponga, yo os encomiendo a él y os exhorto
ante Dios y sus santos ángeles a que no me sigáis más allá de lo que
yo he seguido a Cristo. Si Dios quiere revelaros algo por medio de
alguno de sus instrumentos, estad prontos a recibirlo como lo
estuvisteis para recibir la verdad por medio de mi ministerio; pues
seguro estoy de que el Señor tiene más verdades y más luces que sacar
de su Santa Palabra."—Martyn, tomo 5, pág. 70.
"Por mi parte, no puedo deplorar lo bastante la triste condición de
las iglesias reformadas que han llegado a un punto final en religión,
y no quieren ir más allá de lo que fueron los promotores de su
reforma. No se puede hacer ir a los luteranos más allá de lo que
Lutero vio; . . . y a los calvinistas ya los veis manteniéndose con
tenacidad en el punto en que los dejó el gran siervo de Dios que no lo
logró ver todo. Es ésta una desgracia por demás digna de lamentar,
pues por más que en su tiempo fueron luces que ardieron y brillaron,
no llegaron a penetrar todos los planes de Dios, y si vivieran hoy
estarían tan dispuestos a recibir la luz adicional como lo estuvieron
para aceptar la primera que les fue dispensada."—D. Neal, History of
the Puritans, tomo 1, pág. 269.
"Recordad el pacto de vuestra iglesia, en el que os comprometisteis a
andar en todos los caminos que el Señor os ha dado u os diere a
conocer. Recordad vuestra promesa y el pacto que hicisteis con Dios y
unos con otros, de recibir cualquier verdad y luz que se os muestre en
su Palabra escrita. Pero, con todo, tened cuidado, os ruego, de ver
qué es lo que aceptáis como verdad. Examinadlo, consideradlo, y
comparadlo con otros pasajes de las Escrituras de verdad antes de
aceptarlo; porque no es posible que el mundo cristiano, salido hace
poco de tan densas tinieblas anticristianas, pueda llegar en seguida a
un conocimiento perfecto en todas las cosas."—Martyn, tomo 5, págs.
70, 71.
El deseo de tener libertad de conciencia fue lo que dio valor a los
peregrinos para exponerse a los peligros de un viaje a través del mar,
para soportar las privaciones y riesgos de las soledades selváticas y
con la ayuda de Dios echar los cimientos de una gran nación en las
playas de América. Y sin embargo, aunque eran honrados y temerosos de
Dios, los peregrinos no comprendieron el gran principio de la libertad
religiosa, y aquella libertad por cuya consecución se impusieran
tantos sacrificios, no estuvieron dispuestos a concederla a otros.
"Muy pocos aun entre los más distinguidos pensadores y moralistas del
siglo XVII tuvieron un concepto justo de ese gran principio, esencia
del Nuevo Testamento, que reconoce a Dios como único juez de la fe
humana."—Id., pág. 297. La doctrina que sostiene que Dios concedió a
la iglesia el derecho de regir la conciencia y de definir y castigar
la herejía, es uno de los errores papales más arraigados. A la vez que
los reformadores rechazaban el credo de Roma, no estaban ellos mismos
libres por completo del espíritu de intolerancia de ella. Las densas
tinieblas en que, a través de los interminables siglos de su dominio,
el papado había envuelto a la cristiandad, no se habían disipado del
todo. En cierta ocasión dijo uno de los principales ministros de la
colonia de la Bahía de Massachusetts: "La tolerancia fue la que hizo
anticristiano al mundo. La iglesia no se perjudica jamás castigando a
los herejes."—Id., pág. 335. Los colonos acordaron que solamente los
miembros de la iglesia tendrían voz en el gobierno civil. Organizóse
una especie de iglesia de estado, en la cual todos debían contribuir
para el sostén del ministerio, y los magistrados tenían amplios
poderes para suprimir la herejía. De esa manera el poder secular
quedaba en manos de la iglesia, y no se hizo esperar mucho el
resultado inevitable de semejantes medidas: la persecución.
Once años después de haber sido fundada la primera colonia, llegó
Rogelio Williams al Nuevo Mundo. Como los primeros peregrinos, vino
para disfrutar de libertad religiosa, pero de ellos se diferenciaba en
que él vio lo que pocos de sus contemporáneos habían visto, a saber
que esa libertad es derecho inalienable de todos, cualquiera que fuere
su credo. Investigó diligentemente la verdad, pensando, como Robinson,
que no era posible que hubiese sido recibida ya toda la luz que de la
Palabra de Dios dimana. Williams "fue la primera persona del
cristianismo moderno que estableció el gobierno civil de acuerdo con
la doctrina de la libertad de conciencia, y la igualdad de opiniones
ante la ley."—Bancroft, parte 17 cap. 15. Sostuvo que era deber de los
magistrados restringir el crimen mas nunca regir la conciencia. Decía:
"El público o los magistrados pueden fallar en lo que atañe a lo que
los hombres se deben unos a otros, pero cuando tratan de señalar a los
hombres las obligaciones para con Dios, obran fuera de su lugar y no
puede haber seguridad alguna, pues resulta claro que si el magistrado
tiene tal facultad, bien puede decretar hoy una opinión y mañana otra
contraria, tal como lo hicieron en Inglaterra varios reyes y reinas, y
en la iglesia romana los papas y los concilios, a tal extremo que la
religión se ha convertido en una completa confusión."—Martyn, tomo 5,
pág. 340.
La asistencia a los cultos de la iglesia establecida era obligatoria
so pena de multa o de encarcelamiento. "Williams reprobó tal ley; la
peor cláusula del código inglés era aquella en la que se obligaba a
todos a asistir a la iglesia parroquial. Consideraba él que obligar a
hombres de diferente credo a unirse entre sí, era una flagrante
violación de los derechos naturales del hombre; forzar a concurrir a
los cultos públicos a los irreligiosos e indiferentes era tan sólo
exigirles que fueran hipócritas.... ‘Ninguno—decía él debe ser
obligado a practicar ni a sostener un culto contra su consentimiento.’
¡Cómo!—replicaban sus antagonistas, espantados de los principios
expresados por Williams,—¿no es el obrero digno de su salario?"
‘Sí—respondía él,—cuando ese salario se lo dan los que quieren
ocuparle.’"—Bancroft, parte 1, cap. 15.
Rogelio Williams era respetado y querido como ministro fiel, como
hombre de raras dotes, de intachable integridad y sincera
benevolencia. Sin embargo, su actitud resuelta al negar que los
magistrados civiles tuviesen autoridad sobre la iglesia y al exigir
libertad religiosa, no podía ser tolerada. Se creía que la aplicación
de semejante nueva doctrina, "alteraría el fundamento del estado y el
gobierno del país."—Ibid. Le sentenciaron a ser desterrado de las
colonias y finalmente, para evitar que le arrestasen, se vio en la
necesidad de huir en medio de los rigores de un crudo invierno, y se
refugió en las selvas vírgenes.
"Durante catorce semanas—cuenta él,—anduve vagando en medio de la
inclemencia del invierno, careciendo en absoluto de pan y de cama."
Pero "los cuervos me alimentaron en el desierto," y el hueco de un
árbol le servía frecuentemente de albergue. (Martyn, tomo 5, págs.
349, 350.) Así prosiguió su penosa huida por entre la nieve y los
bosques casi inaccesibles, hasta que encontró refugio en una tribu de
indios cuya confianza y afecto se había ganado esforzándose por darles
a conocer las verdades del Evangelio.
Después de varios meses de vida errante llegó al fin a orillas de la
bahía de Narragansett, donde echó los cimientos del primer estado de
los tiempos modernos que reconoció en el pleno sentido de la palabra
los derechos de la libertad religiosa. El principio fundamental de la
colonia de Rogelio Williams, era "que cada hombre debía tener libertad
para adorar a Dios según el dictado de su propia conciencia."—Id.,
pág. 354. Su pequeño estado, Rhode Island, vino a ser un lugar de
refugio para los oprimidos, y siguió creciendo y prosperando hasta que
su principio fundamental—la libertad civil y religiosa—llegó a ser la
piedra angular de la república americana de los Estados Unidos.
En el antiguo documento que nuestros antepasados expidieron como su
carta de derechos—la Declaración de Independencia— declaraban lo
siguiente: "Sostenemos como evidentes estas verdades, a saber, que
todos los hombres han sido creados iguales, que han sido investidos
por su Creador con ciertos derechos inalienables; que entre éstos
están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad." Y la
Constitución garantiza en los términos más explícitos, la
inviolabilidad de la conciencia: "No se exigirá examen alguno
religioso como calificación para obtener un puesto público de
confianza en los Estados Unidos." "El Congreso no dictará leyes para
establecer una religión ni para estorbar el libre ejercicio de
ella."
"Los que formularon la Constitución reconocieron el principio eterno
de que la relación del hombre con Dios se halla por sobre toda
legislación humana y que los derechos de la conciencia son
inalienables. No se necesitaba argumentar para establecer esta verdad;
pues la sentimos en nuestro mismo corazón. Fue este sentimiento el
que, desafiando leyes humanas, sostuvo a tantos mártires en tormentos
y llamas. Reconocían que su deber para con Dios era superior a los
decretos de los hombres y que nadie podía ejercer autoridad sobre sus
conciencias. Es un principio innato que nada puede
desarraigar."—Congressional Documents (E.U.A.), serie No. 200,
documento No. 271.
Cuando circuló por los países de Europa la noticia de que había una
tierra donde cada hombre podía disfrutar del producto de su trabajo y
obedecer a las convicciones de su conciencia, millares se apresuraron
a venir al Nuevo Mundo. Las colonias se multiplicaron con rapidez.
"Por una ley especial, Massachusetts ofreció bienvenida y ayuda, a
costa del pueblo, a todos los cristianos de cualquiera nacionalidad
que pudieran huir a través del Atlántico ‘para escapar de las guerras,
del hambre y de la opresión de sus perseguidores.’ De esa manera los
fugitivos y oprimidos eran, por la ley, considerados como huéspedes de
la comunidad."—Martyn, tomo 5, pág. 417. A los veinte años de haberse
efectuado el primer desembarco en Plymouth, había ya establecidos en
Nueva Inglaterra otros tantos miles de peregrinos.
Con el fin de asegurar lo que buscaban, "se contentaban con ganar
apenas su subsistencia y se acomodaban a una vida de frugalidad y de
trabajo. No pedían de aquel suelo sino la justa retribución de su
propio trabajo. Ninguna visión de oro venía a engañarles en su
camino.... Se conformaban con el progreso lento pero firme de su
estado social. Soportaban pacientemente las privaciones de la vida
rústica, y regaron con sus lágrimas y con el sudor de su frente el
árbol de la libertad, hasta verlo echar profundas raíces en la
tierra."
La Biblia era considerada como la base de la fe, la fuente de la
sabiduría y la carta magna de la libertad. Sus principios se enseñaban
cuidadosamente en los hogares, en las escuelas y en las iglesias, y
sus frutos se hicieron manifiestos, en lo que se ganó en inteligencia,
en pureza y en templanza. Podíase vivir por años entre los puritanos
"sin ver un borracho, ni oír una blasfemia ni encontrar un mendigo."—
Bancroft, parte 1, cap. 19. Quedaba demostrado que los principios de
la Biblia son las más eficaces salvaguardias de la grandeza nacional.
Las colonias débiles y aisladas vinieron a convertirse pronto en una
confederación de estados poderosos, y el mundo pudo fijarse admirado
en la paz y prosperidad de una "iglesia sin papa y de un estado sin
rey."
Pero un número siempre creciente de inmigrantes arribaba a las playas
de América, atraído e impulsado por motivos muy distintos de los que
alentaran a los primeros peregrinos. Si bien la fe primitiva y la
pureza ejercían amplia influencia y poder subyugador, estas virtudes
se iban debilitando más y más cada día en la misma proporción en que
iba en aumento el número de los que llegaban guiados tan sólo por la
esperanza de ventajas terrenales.
La medida adoptada por los primitivos colonos de no conceder voz ni
voto ni tampoco empleo alguno en el gobierno civil sino a los miembros
de la iglesia, produjo resultados perniciosos. Dicha medida había sido
tomada para conservar la pureza del estado, pero dio al fin por
resultado la corrupción de la iglesia. Siendo indispensable profesar
la religión para poder tomar parte en la votación o para desempeñar un
puesto público, muchos se unían a la iglesia tan sólo por motivos de
conveniencia mundana y de intrigas políticas, sin experimentar un
cambio de corazón. Así llegaron las iglesias a componerse en
considerable proporción de gente no convertida, y en el ministerio
mismo había quienes no sólo erraban en la doctrina, sino que ignoraban
el poder regenerador del Espíritu Santo. De este modo quedó otra vez
demostrado el mal resultado que tan a menudo comprobamos en la
historia de la iglesia desde el tiempo de Constantino hasta hoy, y que
da el pretender fundar la iglesia valiéndose de la ayuda del estado, y
el apelar al poder secular para el sostenimiento del Evangelio de
Aquel que dijo: "Mi reino no es de este mundo." Juan 18:36. El
consorcio de la iglesia con el estado, por muy poco estrecho que sea,
puede en apariencia acercar el mundo a la iglesia, mientras que en
realidad es la iglesia la que se acerca al mundo.
El gran principio que defendieron tan noblemente Robinson y Rogelio
Williams, de que la verdad es progresiva, y de que los cristianos
deberían estar prontos para aceptar toda la luz que proceda de la
santa Palabra de Dios, lo perdieron de vista sus descendientes. Las
iglesias protestantes de América— lo mismo que las de Europa—tan
favorecidas al recibir las bendiciones de la Reforma, dejaron de
avanzar en el camino que ella les había trazado. Si bien es verdad que
de tiempo en tiempo surgieron hombres fieles que proclamaron nuevas
verdades y denunciaron el error tanto tiempo acariciado, la mayoría,
como los judíos en el tiempo de Cristo, o como los papistas en el de
Lutero, se contentaba con creer lo que sus padres habían creído, y con
vivir como ellos habían vivido. De consiguiente la religión degeneró
de nuevo en formalismo; y los errores y las supersticiones que
hubieran podido desaparecer de haber seguido la iglesia avanzando en
la luz de la Palabra de Dios, se conservaron y siguieron
practicándose. De este modo, el espíritu inspirado por la Reforma
murió paulatinamente, hasta que llegó a sentirse la necesidad de una
reforma en las iglesias protestantes tanto como se necesitara en la
iglesia romana en tiempo de Lutero. Se notaba el mismo estupor
espiritual y la misma mundanalidad, la misma reverencia hacia las
opiniones de los hombres, y la substitución de teorías humanas en
lugar de las enseñanzas de la Palabra de Dios.
La vasta circulación que alcanzó la Biblia en los comienzos del siglo
XIX, y la abundante luz que de esa manera se esparció por todo el
mundo, no fue seguida por el adelanto correspondiente en el
conocimiento de la verdad revelada, ni en la religión experimental.
Satanás no pudo, como en las edades pasadas, quitarle al pueblo la
Palabra de Dios, que había sido puesta al alcance de todos; pero para
poder alcanzar su objeto indujo a muchos a tenerla en poca estima. Los
hombres descuidaron el estudio de las Sagradas Escrituras y siguieron
aceptando interpretaciones torcidas y falsas y conservando doctrinas
que no tenían fundamento alguno en la Biblia.
Viendo el fracaso de sus esfuerzos para destruir la verdad por medio
de la persecución, Satanás había recurrido de nuevo al plan de
transigencias que condujo a la apostasía y a la formación de la
iglesia de Roma. Había inducido a los cristianos a que se aliasen, no
con los paganos, sino con aquellos que por su devoción a las cosas de
este mundo demostraban ser tan idólatras como los mismos adoradores de
imágenes. Y los resultados de esta unión no fueron menos perniciosos
entonces que en épocas anteriores; el orgullo y el despilfarro fueron
fomentados bajo el disfraz de la religión, y se corrompieron las
iglesias. Satanás siguió pervirtiendo las doctrinas de la Biblia, y
empezaron a echar profundas raíces las tradiciones que iban a perder a
millones de almas. La iglesia amparaba y defendía estas tradiciones,
en lugar de defender "la fe que una vez fue entregada a los santos."
Así se degradaron los principios que los reformadores sustentaron y
por los cuales sufrieran tanto.
CRISTO NUESTRO MEDIADOR
"Y hacerme han un santuario, y yo habitaré entre ellos." Exodo
25:8.
"Y aquel velo os hará separación entre el lugar santo y el santísimo."
Exodo 26:33.
"Porque el tabernáculo fue hecho: el primero, en que estaban las
lámparas, y la mesa, y los panes de la proposición; lo que llaman el
Santuario." Hebreos 9:2.
"Tras el segundo velo estaba el tabernáculo, que llaman el Lugar
Santísimo; El cual tenía un incensario de oro, y el arca del pacto
cubierta de todas partes alrededor de oro; . . . y las tablas del
pacto;" Hebreos 9:3-4
"Y de allí me declararé a ti, y hablaré contigo de sobre la cubierta,
de entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio."
Exodo 25:22.
"Y estas cosas así ordenadas, en el primer tabernáculo siempre
entraban los sacerdotes para hacer los oficios del culto; Mas en el
segundo, sólo el pontífice una vez en el año, no sin sangre, la cual
ofrece por sí mismo, y por los pecados de ignorancia del pueblo:"
Hebreos 9:6-7.
"Ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que el Señor
asentó, y no hombre." Hebreos 8:2.
"Miraba yo . . . como un hijo de hombre que venía, y llegó hasta el
Anciano de grande edad, é hiciéronle llegar delante de él. Y fuéle
dado señorío, y gloria, y reino; y todos los pueblos, naciones y
lenguas le sirvieron; su señorío, señorío eterno, que no será
transitorio, y su reino que no se corromperá." Daniel 7:13-14.
"Y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios," Hebreos
10:21.