En cierta ocasión William Tyndale le dijo a un clérigo muy letrado,
"Si Dios me da vida, en unos años, yo haré que un joven que maneja el
arado sepa más de las Escrituras que Ud".—Y así fue. Porque fue él
quien dio la primera Biblia impresa en Inglés al mundo–y fue
traicionado por un amigo suyo por hacerlo. Tyndale— el hombre que
murió para que Ud. pueda tener la Biblia—
También leerá acerca de John Knox–el hombre que no temía a nadie;
quien repetidas veces, sin temor alguno se encaró con la Reina de
Escocia, la mujer que había asesinado a un sinnúmero de cristianos
antes que él. El ganó a Escocia para Dios. También John y Charles
Wesley trajeron a Cristo a dos continentes, y la fulminante energía de
George Whitefield, quien podía hablar a 100,000 personas en un campo
como si sólo fueran dos–y trajo a millones al arrepentimiento—
AL MISMO tiempo que Lutero daba la Biblia al pueblo de Alemania,
Tyndale era impulsado por el Espíritu de Dios a hacer otro tanto para
Inglaterra. La Biblia de Wiclef había sido traducida del texto latino,
que contenía muchos errores. No había sido impresa, y el costo de las
copias manuscritas era tan crecido que, fuera de los ricos y de los
nobles, pocos eran los que podían proporcionárselas, y como, además,
la iglesia las proscribía terminantemente, sólo alcanzaban una
circulación muy escasa. En el año 1516, o sea un año antes de que
aparecieran las tesis de Lutero, había publicado Erasmo su versión
greco-latina del Nuevo Testamento. Era ésta la primera vez que la
Palabra de Dios se imprimía en el idioma original. En esta obra fueron
corregidos muchos de los errores de que adolecían las versiones más
antiguas, y el sentido de la Escritura era expresado con más claridad.
Comunicó a muchos representantes de las clases educadas un
conocimiento mejor de la verdad, y dio poderoso impulso a la obra de
la Reforma. Pero en su gran mayoría el vulgo permanecía apartado de la
Palabra de Dios. Tyndale iba a completar la obra de Wiclef al dar a
sus compatriotas la Biblia en su propio idioma.
Muy dedicado al estudio y sincero investigador de la verdad, había
recibido el Evangelio por medio del Testamento griego de Erasmo.
Exponía sus convicciones sin temor alguno e insistía en que todas las
doctrinas tienen que ser probadas por las Santas Escrituras. Al aserto
papista de que la iglesia había dado la Biblia y de que sólo la
iglesia podía explicarla, contestaba Tyndale: "¿Sabéis quién enseñó a
las águilas a buscarse su presa? Ese mismo Dios es el que enseña a sus
hijos hambrientos a encontrar a su Padre en su Palabra. Lejos de
habernos dado vosotros las Santas Escrituras, las habéis escondido de
nuestra vista, y sois vosotros los que quemáis a los que las
escudriñan; y, si pudierais, quemaríais también las mismas
Escrituras."—D’Aubigné, Histoire de la Réformation du seizieme siecle,
lib. 18, cap. 4.
La predicación de Tyndale despertó mucho interés y numerosas personas
aceptaron la verdad. Pero los sacerdotes andaban alerta y no bien se
hubo alejado del campo de sus trabajos cuando ellos, valiéndose de
amenazas y de engaños, se esforzaron en destruir su obra, y con éxito
muchas veces. "¡Ay!—decía él—¿qué hacer? Mientras que yo siembro en un
punto, el enemigo destruye lo que dejé sembrado en otro. No me es
posible estar a la vez en todas partes. ¡Oh! si los cristianos
poseyesen la Biblia en su propio idioma serían capaces de resistir a
estos sofistas. Sin las Santas Escrituras, es imposible confirmar a
los legos en la verdad."—Ibid.
Un nuevo propósito surgió entonces en su mente. "Era en la lengua de
Israel—decía—en que se cantaban los salmos en el templo de Jehová; y
¿no resonará el Evangelio entre nosotros en la lengua de Inglaterra? .
. . ¿Será posible que la iglesia tenga menos luz a mediodía que al
alba? . . . Los cristianos deben leer el Nuevo Testamento en su lengua
materna." Los doctores y maestros de la iglesia estaban en desacuerdo.
Solamente por la Biblia podían los hombres llegar a la verdad. "Uno
sostiene a este doctor, otro a aquél . . . y cada escritor contradice
a los demás.... ¿De qué manera puede uno saber quién dice la verdad y
quién enseña el error?. . . ¿Cómo? . . . En verdad, ello es posible
solamente por medio de la Palabra de Dios."—Ibid.
Fue poco después cuando un sabio doctor papista que sostenía con él
una acalorada controversia, exclamó: "Mejor sería para nosotros estar
sin la ley de Dios que sin la del papa." Tyndale repuso: "Yo desafío
al papa y todas sus leyes; y si Dios me guarda con vida, no pasarán
muchos años sin que haga yo que un muchacho que trabaje en el arado
sepa de las Santas Escrituras más que vos."—Anderson, Annals of the
English Bible, pág. 19.
Así confirmado su propósito de dar a su pueblo el Nuevo Testamento en
su propia lengua, Tyndale puso inmediatamente manos a la obra. Echado
de su casa por la persecución, fuese a Londres y allí, por algún
tiempo, prosiguió sus labores sin interrupción. Pero al fin la saña de
los papistas le obligó a huir. Toda Inglaterra parecía cerrársele y
resolvió buscar refugio en Alemania. Allí dio principio a la
publicación del Nuevo Testamento en inglés. Dos veces su trabajo fue
suspendido; pero cuando le prohibían imprimirlo en una ciudad, se iba
a otra. Finalmente se dirigió a Worms, donde unos cuantos años antes,
Lutero había defendido el Evangelio ante la dieta. En aquella antigua
ciudad había muchos amigos de la Reforma, y allí prosiguió Tyndale sus
trabajos sin más trabas. Pronto salieron de la imprenta tres mil
ejemplares del Nuevo Testamento, y en el mismo año se hizo otra
edición.
Con gran concentración de espíritu y perseverancia prosiguió sus
trabajos. A pesar de la vigilancia con que las autoridades de
Inglaterra guardaban los puertos, la Palabra de Dios llegó de varios
modos a Londres y de allí circuló por todo el país. Los papistas
trataron de suprimir la verdad, pero en vano. El obispo de Durham
compró de una sola vez a un librero amigo de Tyndale todo el surtido
de Biblias que tenía, para destruirlas, suponiendo que de esta manera
estorbaría en algo la circulación de las Escrituras; pero, por el
contrario, el dinero así conseguido, fue suficiente para hacer una
edición nueva y más elegante, que de otro modo no hubiera podido
publicarse. Cuando Tyndale fue aprehendido posteriormente, le
ofrecieron la libertad a condición de que revelase los nombres de los
que le habían ayudado a sufragar los gastos de impresión de sus
Biblias. El contestó que el obispo de Durham le había ayudado más que
nadie, porque al pagar una gran suma por las Biblias que había en
existencia, le había ayudado eficazmente para seguir adelante con
valor.
La traición entregó a Tyndale a sus enemigos, y quedó preso por muchos
meses. Finalmente dio testimonio de su fe por el martirio, pero las
armas que él había preparado sirvieron para ayudar a otros soldados a
seguir batallando a través de los siglos hasta el día de hoy.
Látimer sostuvo desde el púlpito que la Biblia debía ser leída en el
lenguaje popular. El Autor de las Santas Escrituras, decía él, "es
Dios mismo," y ellas participan del poder y de la eternidad de su
Autor. "No hay rey, ni emperador, ni magistrado, ni gobernador . . .
que no esté obligado a obedecer . . . su santa Palabra." "Cuidémonos
de las sendas laterales y sigamos el camino recto de la Palabra de
Dios. No andemos como andaban . . . nuestros padres, ni tratemos de
saber lo que hicieron sino lo que hubieran debido hacer."—H. Látimer,
"First Sermon Preached before King Edward VI."
Barnes y Frith, fieles amigos de Tyndale, se levantaron en defensa de
la verdad. Siguieron después Cranmer y los Ridley. Estos caudillos de
la Reforma inglesa eran hombres instruídos, y casi todos habían sido
muy estimados por su fervor y su piedad cuando estuvieron en la
comunión de la iglesia romana. Su oposición al papado fue resultado
del conocimiento que tuvieron de los errores de la "santa sede." Por
estar familiarizados con los misterios de Babilonia, tuvieron más
poder para alegar contra ella.
"Ahora voy a hacer una pregunta peregrina decía Látimer,—¿sabéis cuál
es el obispo y prelado más diligente de toda Inglaterra? ... Veo que
escucháis y que deseáis conocerle.... Pues, os diré quién es. Es el
diablo.... Nunca está fuera de su diócesis; . . . id a verle cuando
queráis, siempre está en casa; ... siempre está con la mano en el
arado.... Os aseguro que nunca lo encontraréis ocioso. En donde el
diablo vive, . . . abajo los libros, vivan los cirios; mueran las
Biblias y vivan los rosarios; abajo la luz del Evangelio y viva la de
los cirios, aun a mediodía; . . . afuera con la cruz de Cristo y vivan
los rateros del purgatorio; . . . nada de vestir a los desnudos, a los
pobres, a los desamparados, y vamos adornando imágenes y ataviando
alegremente piedras y palos; arriba las tradiciones y leyes humanas,
abajo Dios y su santísima Palabra.... ¡Mal haya que no sean nuestros
prelados tan diligentes en sembrar buenas doctrinas como Satanás lo es
para sembrar abrojos y cizaña!"—Id., "Sermon of the Plough."
El gran principio que sostenían estos reformadores—el mismo que
sustentaron los valdenses, Wiclef, Juan Hus, Lutero, Zuinglio y los
que se unieron a ellos—era la infalible autoridad de las Santas
Escrituras como regla de fe y práctica. Negaban a los papas, a los
concilios, a los padres y a los reyes todo derecho para dominar las
conciencias en asuntos de religión. La Biblia era su autoridad y por
las enseñanzas de ella juzgaban todas las doctrinas y exigencias. La
fe en Dios y en su Palabra era la que sostenía a estos santos varones
cuando entregaban su vida en la hoguera. "Ten buen ánimo—decía Látimer
a su compañero de martirio cuando las llamas estaban a punto de
acallar sus voces,—que en este día encenderemos una luz tal en
Inglaterra, que, confío en la gracia de Dios, jamás se apagará."—Works
of Hugh Latimer, tomo 1, pág. 13.
En Escocia la semilla de la verdad esparcida por Colombano y sus
colaboradores no se había malogrado nunca por completo. Centenares de
años después que las iglesias de Inglaterra se hubieron sometido al
papa, las de Escocia conservaban aún su libertad. En el siglo XII, sin
embargo, se estableció en ella el romanismo, y en ningún otro país
ejerció un dominio tan absoluto. En ninguna parte fueron más densas
las tinieblas. Con todo, rayos de luz penetraron la obscuridad
trayendo consigo la promesa de un día por venir. Los lolardos, que
vinieron de Inglaterra con la Biblia y las enseñanzas de Wiclef,
hicieron mucho por conservar el conocimiento del Evangelio, y cada
siglo tuvo sus confesores y sus mártires.
Con la iniciación de la gran Reforma vinieron los escritos de Lutero y
luego el Nuevo Testamento inglés de Tyndale. Sin llamar la atención
del clero, aquellos silenciosos mensajeros cruzaban montañas y valles,
reanimando la antorcha de la verdad que parecía estar a punto de
extinguirse en Escocia, y deshaciendo la obra que Roma realizara en
los cuatro siglos de opresión que ejerció en el país.
Entonces la sangre de los mártires dio nuevo impulso al movimiento de
la Reforma. Los caudillos papistas despertaron repentinamente ante el
peligro que amenazaba su causa, y llevaron a la hoguera a algunos de
los más nobles y más honorables hijos de Escocia. Pero con esto no
hicieron más que cambiar la hoguera en púlpito, desde el cual las
palabras dichas por esos mártires al morir resonaron por toda la
tierra escocesa y crearon en el alma del pueblo el propósito bien
decidido de libertarse de los grillos de Roma.
Hamilton y Wishart, príncipes por su carácter y por su nacimiento, y
con ellos un largo séquito de más humildes discípulos, entregaron sus
vidas en la hoguera. Empero, de la ardiente pira de Wishart volvió uno
a quien las llamas no iban a consumir, uno que bajo la dirección de
Jehová iba a hacer oír el toque de difuntos por el papado en
Escocia.
Juan Knox se había apartado de las tradiciones y de los misticismos de
la iglesia para nutrirse de las verdades de la Palabra de Dios, y las
enseñanzas de Wishart le confirmaron en la resolución de abandonar la
comunión de Roma y unirse con los perseguidos reformadores.
Solicitado por sus compañeros para que desempeñase el cargo de
predicador, rehuyó temblando esta responsabilidad y sólo después de
unos días de meditación y lucha consigo mismo consintió en llevarla.
Pero una vez aceptado el puesto siguió adelante con inquebrantable
resolución y con valor a toda prueba por toda la vida. Este sincero
reformador no tuvo jamás miedo de los hombres. El resplandor de las
hogueras no hizo más que dar a su fervor mayor intensidad. Con el
hacha del tirano pendiente sobre su cabeza y amenazándole de muerte,
permanecía firme y asestando golpes a diestra y a siniestra para
demoler la idolatría.
Cuando lo llevaron ante la reina de Escocia, en cuya presencia flaqueó
el valor de más de un caudillo protestante, Juan Knox testificó firme
y denodadamente por la verdad. No podían ganarlo con halagos, ni
intimidarlo con amenazas. La reina le culpó de herejía. Había enseñado
al pueblo una religión que estaba prohibida por el estado y con ello,
añadía ella, transgredía el mandamiento de Dios que ordena a los
súbditos obedecer a sus gobernantes. Knox respondió con firmeza:
"Como la religión verdadera no recibió de los gobernantes su fuerza
original ni su autoridad, sino sólo del eterno Dios, así tampoco deben
los súbditos amoldar su religión al gusto de sus reyes. Porque muy a
menudo son los príncipes los más ignorantes de la religión
verdadera.... Si toda la simiente de Abrahán hubiera sido de la
religión del faraón del cual fueron súbditos por largo tiempo, os
pregunto, señora, ¿qué religión habría hoy en el mundo? Y si en los
días de los apóstoles todos hubieran sido de la religión de los
emperadores de Roma, decidme, señora, ¿qué religión habría hoy en el
mundo? . . . De esta suerte, señora, podéis comprender que los
súbditos no están obligados a sujetarse a la religión de sus príncipes
si bien les está ordenado obedecerles."
María respondió: "Vos interpretáis las Escrituras de un modo, y ellos
[los maestros romanistas] las interpretan de otro, ¿a quién creeré y
quién será juez en este asunto?"
"Debéis creer en Dios, que habla con sencillez en su Palabra—contestó
el reformador,—y más de lo que ella os diga no debéis creer ni de unos
ni de otros. La Palabra de Dios es clara; y si parece haber obscuridad
en algún pasaje, el Espíritu Santo, que nunca se contradice a sí
mismo, se explica con más claridad en otros pasajes, de modo que no
queda lugar a duda sino para el ignorante."—David Laing, Works of John
Knox, tomo 2, págs. 281, 284.
Tales fueron las verdades que el intrépido reformador, con peligro de
su vida, dirigió a los oídos reales. Con el mismo valor indómito se
aferró a su propósito y siguió orando y combatiendo como fiel soldado
del Señor hasta que Escocia quedó libre del papado.
En Inglaterra el establecimiento del protestantismo como religión
nacional, hizo menguar la persecución, pero no la hizo cesar por
completo. Aunque muchas de las doctrinas de Roma fueron suprimidas, se
conservaron muchas de sus formas de culto. La supremacía del papa fue
rechazada, pero en su lugar se puso al monarca como cabeza de la
iglesia. Mucho distaban aún los servicios de la iglesia de la pureza y
sencillez del Evangelio. El gran principio de la libertad religiosa no
era aún entendido. Si bien es verdad que pocas veces apelaron los
gobernantes protestantes a las horribles crueldades de que se valía
Roma contra los herejes, no se reconocía el derecho que tiene todo
hombre de adorar a Dios según los dictados de su conciencia. Se exigía
de todos que aceptaran las doctrinas y observaran las formas de culto
prescritas por la iglesia establecida. Aún se siguió persiguiendo a
los disidentes por centenares de años con mayor o menor
encarnizamiento.
En el siglo XVII millares de pastores fueron depuestos de sus cargos.
Se le prohibió al pueblo so pena de fuertes multas, prisión y
destierro, que asistiera a cualesquiera reuniones religiosas que no
fueran las sancionadas por la iglesia. Los que no pudieron dejar de
reunirse para adorar a Dios, tuvieron que hacerlo en callejones
obscuros, en sombrías buhardillas y, en estaciones propicias, en los
bosques a medianoche. En la protectora espesura de la floresta, como
en templo hecho por Dios mismo, aquellos esparcidos y perseguidos
hijos del Señor, se reunían para derramar sus almas en plegarias y
alabanzas. Pero a despecho de todas estas precauciones muchos
sufrieron por su fe. Las cárceles rebosaban. Las familias eran
divididas. Muchos fueron desterrados a tierras extrañas. Sin embargo;
Dios estaba con su pueblo y la persecución no podía acallar su
testimonio. Muchos cruzaron el océano y se establecieron en
Norteamérica, donde echaron los cimientos de la libertad civil y
religiosa que fueron baluarte y gloria de los Estados Unidos.
Otra vez, como en los tiempos apostólicos, la persecución contribuyó
al progreso del Evangelio. En una asquerosa mazmorra atestada de reos
y libertinos, Juan Bunyan respiró el verdadero ambiente del cielo y
escribió su maravillosa alegoría del viaje del peregrino de la ciudad
de destrucción a la ciudad celestial. Por más de doscientos años
aquella voz habló desde la cárcel de Bedford con poder penetrante a
los corazones de los hombres. El Viador y La gracia abundante para el
mayor de los pecadores han guiado a muchos por el sendero de la vida
eterna.
Baxter, Flavel, Alleine y otros hombres de talento, de educación y de
profunda experiencia cristiana, se mantuvieron firmes defendiendo
valientemente la fe que en otro tiempo fuera entregada a los santos.
La obra que ellos hicieron y que fue proscrita y anatematizada por los
reyes de este mundo, es imperecedera. La fuente de la vida y el método
de la gracia de Flavel enseñaron a millares el modo de confiar al
Señor la custodia de sus almas.
El pastor reformado, de Baxter, fue una verdadera bendición para
muchos que deseaban un avivamiento de la obra de Dios, y su Descanso
eterno de los santos cumplió su misión de llevar almas "al descanso
que queda para el pueblo de Dios."
Cien años más tarde, en tiempos de tinieblas espirituales, aparecieron
Whitefield y los Wesley como portadores de la luz de Dios. Bajo el
régimen de la iglesia establecida, el pueblo de Inglaterra había
llegado a un estado tal de decadencia, que apenas podía distinguirse
del paganismo. La religión natural era el estudio favorito del clero y
en él iba incluida casi toda su teología. La aristocracia hacía
escarnio de la piedad y se jactaba de estar por sobre lo que llamaba
su fanatismo, en tanto que el pueblo bajo vivía en la ignorancia y el
vicio, y la iglesia no tenía valor ni fe para seguir sosteniendo la
causa de la verdad ya decaída.
La gran doctrina de la justificación por la fe, tan claramente
enseñada por Lutero, se había perdido casi totalmente de vista, y
ocupaban su lugar los principios del romanismo de confiar en las
buenas obras para obtener la salvación. Whitefield y los Wesley,
miembros de la iglesia establecida, buscaban con sinceridad el favor
de Dios, que, según se les había enseñado, se conseguía por medio de
una vida virtuosa y por la observancia de los ritos religiosos.
En cierta ocasión en que Carlos Wesley cayó enfermo y pensaba que
estaba próximo su fin, se le preguntó en qué fundaba su esperanza de
la vida eterna. Su respuesta fue: "He hecho cuanto he podido por
servir a Dios." Pero como el amigo que le dirigiera la pregunta no
parecía satisfecho con la contestación, Wesley pensó: "¡Qué! ¿No son
suficientes mis esfuerzos para fundar mi esperanza? ¿Me privaría de
mis esfuerzos? No tengo otra cosa en que confiar."—Juan Whitehead,
Life of the Rev. Charles Wesley, pág. 102. Tales eran las tinieblas
que habían caído sobre la iglesia, y ocultaban la expiación,
despojaban a Cristo de su gloria y desviaban la mente de los hombres
de su única esperanza de salvación: la sangre del Redentor
crucificado.
Wesley y sus compañeros fueron inducidos a reconocer que la religión
verdadera tiene su asiento en el corazón y que la ley de Dios abarca
los pensamientos lo mismo que las palabras y las obras. Convencidos de
la necesidad de tener santidad en el corazón, así como de conducirse
correctamente, decidieron seriamente iniciar una vida nueva. Por medio
de esfuerzos diligentes acompañados de fervientes oraciones, se
empeñaban en vencer las malas inclinaciones del corazón natural.
Llevaban una vida de abnegación, de amor y de humillación, y
observaban rigurosamente todo aquello que a su parecer podría
ayudarles a alcanzar lo que más deseaban: una santidad que pudiese
asegurarles el favor de Dios. Pero no lograban lo que buscaban. Vanos
eran sus esfuerzos para librarse de la condenación del pecado y para
quebrantar su poder. Era la misma lucha que había tenido que sostener
Lutero en su celda del convento en Erfurt. Era la misma pregunta que
le había atormentado el alma: "¿Cómo puede el hombre ser justo para
con Dios?" Job 9:2.
El fuego de la verdad divina que se había extinguido casi por completo
en los altares del protestantismo, iba a prender de nuevo al contacto
de la antorcha antigua que a través de los siglos había quedado firme
en manos de los cristianos de Bohemia. Después de la Reforma, el
protestantismo había sido pisoteado en Bohemia por las hordas de Roma.
Los que no quisieron renunciar a la verdad tuvieron que huir. Algunos
de ellos que se refugiaron en Sajonia guardaron allí la antigua fe, y
de los descendientes de estos cristianos provino la luz que iluminó a
Wesley y a sus compañeros.
Después de haber sido ordenados para el ministerio, Juan y Carlos
Wesley fueron enviados como misioneros a América. Iba también a bordo
un grupo de moravos. Durante el viaje se desencadenaron violentas
tempestades, y Juan Wesley, viéndose frente a la muerte, no se sintió
seguro de estar en paz con Dios. Los alemanes, por el contrario,
manifestaban una calma y una confianza que él no conocía.
"Ya mucho antes—dice él,—había notado yo el carácter serio de aquella
gente. De su humildad habían dado pruebas manifiestas, al prestarse a
desempeñar en favor de los otros pasajeros las tareas serviles que
ninguno de los ingleses quería hacer, y al no querer recibir paga por
estos servicios, declarando que era un beneficio para sus altivos
corazones y que su amante Salvador había hecho más por ellos. Y día
tras día manifestaban una mansedumbre que ninguna injuria podía
alterar. Si eran empujados, golpeados o derribados, se ponían en pie y
se marchaban a otro lugar; pero sin quejarse. Ahora se presentaba la
oportunidad de probar si habían quedado tan libres del espíritu de
temor como del de orgullo, ira y venganza. Cuando iban a la mitad del
salmo que estaban entonando al comenzar su culto, el mar embravecido
desgarró la vela mayor, anegó la embarcación, y penetró de tal modo
por la cubierta que parecía que las tremendas profundidades nos habían
tragado ya. Los ingleses se pusieron a gritar desaforadamente. Los
alemanes siguieron cantando con serenidad. Más tarde, pregunté a uno
de ellos: ‘¿No tuvisteis miedo?’ Y me dijo: ‘No; gracias a Dios.’
Volví a preguntarle: ‘¿No tenían temor las mujeres y los niños?’ Y me
contestó con calma: ‘No; nuestras mujeres y nuestros niños no tienen
miedo de morir.’ "—Whitehead, op. cit., pág. 10.
Al arribar a Savannah vivió Wesley algún tiempo con los moravos y
quedó muy impresionado por su comportamiento cristiano. Refiriéndose a
uno de sus servicios religiosos que contrastaba notablemente con el
formalismo sin vida de la iglesia anglicana, dijo: "La gran sencillez
y solemnidad del acto entero casi me hicieron olvidar los diecisiete
siglos transcurridos, y me parecía estar en una de las asambleas donde
no había fórmulas ni jerarquía, sino donde presidía Pablo, el tejedor
de tiendas, o Pedro, el pescador, y donde se manifestaba el poder del
Espíritu."—Id., págs. 11, 12.
Al regresar a Inglaterra, Wesley, bajo la dirección de un predicador
moravo llegó a una inteligencia más clara de la fe bíblica. Llegó al
convencimiento de que debía renunciar por completo a depender de sus
propias obras para la salvación, y confiar plenamente en el "Cordero
de Dios, que quita el pecado del mundo." En una reunión de la sociedad
morava, en Londres, se leyó una declaración de Lutero que describía el
cambio que obra el Espíritu de Dios en el corazón del creyente. Al
escucharlo Wesley, se encendió la fe en su alma. "Sentí—
dice—calentarse mi corazón de un modo extraño." "Sentí entrar en mí la
confianza en Cristo y en Cristo sólo, para mi salvación; y fueme dada
plena seguridad de que había quitado mis pecados, sí, los míos, y de
que me había librado a mí de la ley del pecado y de la muerte."—Id.,
pág. 52.
Durante largos años de arduo y enojoso trabajo, de rigurosa
abnegación, de censuras y de humillación, Wesley se había sostenido
firme en su propósito de buscar a Dios. Al fin le encontró y comprobó
que la gracia que se había empeñado en ganar por medio de oraciones y
ayunos, de limosnas y sacrificios, era un don "sin dinero y sin
precio."
Una vez afirmado en la fe de Cristo, ardió su alma en deseos de
esparcir por todas partes el conocimiento del glorioso Evangelio de la
libre gracia de Dios. "Considero el mundo entero como mi
parroquia—decía él,—y dondequiera que esté, encuentro oportuno, justo
y de mi deber declarar a todos los que quieran oírlas, las alegres
nuevas de la salvación."— Id., pág 74
Siguió llevando una vida de abnegación y rigor, ya no como base sino
como resultado de la fe; no como raíz sino como fruto de la santidad.
La gracia de Dios en Cristo es el fundamento de la esperanza del
cristiano, y dicha gracia debe manifestarse en la obediencia. Wesley
consagró su vida a predicar las grandes verdades que había recibido:
la justificación por medio de la fe en la sangre expiatoria de Cristo,
y el poder regenerador del Espíritu Santo en el corazón, que lleva
fruto en una vida conforme al ejemplo de Cristo.
Whitefield y los Wesley habían sido preparados para su obra por medio
de un profundo sentimiento de su propia perdición; y para poder
sobrellevar duras pruebas como buenos soldados de Jesucristo, se
habían visto sometidos a una larga serie de escarnios, burlas y
persecución, tanto en la universidad, como al entrar en el ministerio.
Ellos y otros pocos que simpatizaban con ellos fueron llamados
despectivamente "metodistas" por sus condiscípulos incrédulos, pero en
la actualidad el apodo es considerado como honroso por una de las
mayores denominaciones de Inglaterra y América.
Como miembros de la iglesia de Inglaterra estaban muy apegados a sus
formas de culto, pero el Señor les había señalado en su Palabra un
estandarte perfecto. El Espíritu Santo les constriñó a predicar a
Cristo y a éste crucificado. El poder del Altísimo acompañó sus
labores. Millares fueron convencidos y verdaderamente convertidos.
Había que proteger de los lobos rapaces a estas ovejas. Wesley no
había pensado formar una nueva denominación, pero organizó a los
convertidos en lo que se llamó en aquel entonces la Unión
Metodista.
Misteriosa y ruda fue la oposición que estos predicadores encontraron
por parte de la iglesia establecida; y sin embargo, Dios, en su
sabiduría, ordenó las cosas de modo que la reforma se inició dentro de
la misma iglesia. Si hubiera venido por completo de afuera, no habría
podido penetrar donde tanto se necesitaba. Pero como los predicadores
del reavivamiento eran eclesiásticos, y trabajaban dentro del jirón de
la iglesia dondequiera que encontraban oportunidad para ello, la
verdad entró donde las puertas hubieran de otro modo quedado cerradas.
Algunos de los clérigos despertaron de su sopor y se convirtieron en
predicadores activos de sus parroquias. Iglesias que habían sido
petrificadas por el formalismo fueron de pronto devueltas a la
vida.
En los tiempos de Wesley, como en todas las épocas de la historia de
la iglesia, hubo hombres dotados de diferentes dones que hicieron cada
uno la obra que les fuera señalada. No estuvieron de acuerdo en todos
los puntos de doctrina, pero todos fueron guiados por el Espíritu de
Dios y unidos en el absorbente propósito de ganar almas para Cristo.
Las diferencias que mediaron entre Whitefield y los Wesley estuvieron
en cierta ocasión a punto de separarlos; pero habiendo aprendido a ser
mansos en la escuela de Cristo, la tolerancia y el amor fraternal los
reconciliaron. No tenían tiempo para disputarse cuando en derredor
suyo abundaban el mal y la iniquidad y los pecadores iban hacia la
ruina.
Los siervos de Dios tuvieron que recorrer un camino duro. Hombres de
saber y de talento empleaban su influencia contra ellos. Al cabo de
algún tiempo muchos de los eclesiásticos manifestaron hostilidad
resuelta y las puertas de la iglesia se cerraron a la fe pura y a los
que la proclamaban. La actitud adoptada por los clérigos al
denunciarlos desde el púlpito despertó los elementos favorables a las
tinieblas, la ignorancia y la iniquidad. Una y otra vez, Wesley escapó
a la muerte por algún milagro de la misericordia de Dios. Cuando la
ira de las turbas rugía contra él y parecía no haber ya modo de
escapar, un ángel en forma de hombre se le ponía al lado, la turba
retrocedía, y el siervo de Cristo salía ileso del lugar peligroso.
Hablando él de cómo se salvó de uno de estos lances dijo: "Muchos
trataron de derribarme mientras descendíamos de una montaña por una
senda resbalosa que conducía a la ciudad, porque suponían, y con
razón, que una vez caído allí me hubiera sido muy difícil levantarme.
Pero no tropecé ni una vez, ni resbalé en la pendiente, hasta lograr
ponerme fuera de sus manos.... Muchos quisieron sujetarme por el
cuello o tirarme de los faldones para hacerme caer, pero no lo
pudieron, si bien hubo uno que alcanzó a asirse de uno de los faldones
de mi chaleco, el cual se le quedó en la mano, mientras que el otro
faldón, en cuyo bolsillo guardaba yo un billete de banco, no fue
desgarrado más que a medias.... Un sujeto fornido que venía detrás de
mí me dirigió repetidos golpes con un garrote de encina. Si hubiera
logrado pegarme una sola vez en la nuca, se habría ahorrado otros
esfuerzos. Pero siempre se le desviaba el golpe, y no puedo explicar
el porqué, pues me era imposible moverme hacia la derecha ni hacia la
izquierda.... Otro vino corriendo entre el tumulto y levantó el brazo
para descargar un golpe sobre mí, se detuvo de pronto y sólo me
acarició la cabeza, diciendo: ‘¡Qué cabello tan suave tiene!’ . . .
Los primeros que se convirtieron fueron los héroes del pueblo, los que
en todas las ocasiones capitanean a la canalla, uno de los cuales
había ganado un premio peleando en el patio de los osos....
"¡Cuán suave y gradualmente nos prepara Dios para hacer su voluntad!
Dos años ha, pasó rozándome el hombro un pedazo de ladrillo. Un año
después recibí una pedrada en la frente. Hace un mes que me asestaron
un golpe y hoy por la tarde, dos; uno antes de que entrara en el
pueblo y otro después de haber salido de él; pero fue como si no me
hubieran tocado; pues si bien un desconocido me dio un golpe en el
pecho con todas sus fuerzas y el otro en la boca con tanta furia que
la sangre brotó inmediatamente, no sentí más dolor que si me hubieran
dado con una paja."—Juan Wesley, Works, tomo 3, págs- 297, 298.
Los metodistas de aquellos días—tanto el pueblo como los
predicadores—eran blanco de escarnios y persecuciones, tanto por parte
de los miembros de la iglesia establecida como de gente irreligiosa
excitada por las calumnias inventadas por esos miembros. Se les
arrastraba ante los tribunales de justicia, que lo eran sólo de
nombre, pues la justicia en aquellos días era rara en las cortes. Con
frecuencia eran atacados por sus perseguidores. La turba iba de casa
en casa y les destruía los muebles y lo que encontraban, llevándose lo
que les parecía y ultrajando brutalmente a hombres, mujeres y niños.
En ocasiones se fijaban avisos en las calles convocando a los que
quisiesen ayudar a quebrar ventanas y saquear las casas de los
metodistas, dándoles cita en lugar y hora señalados. Estos atropellos
de las leyes divinas y humanas se dejaban pasar sin castigo. Se
organizó una persecución en forma contra gente cuya única falta
consistía en que procuraban apartar a los pecadores del camino de la
perdición y llevarlos a la senda de la santidad.
Refiriéndose Juan Wesley a las acusaciones dirigidas contra él y sus
compañeros, dijo: "Algunos sostienen que las doctrinas de estos
hombres son falsas, erróneas e hijas del entusiasmo; que son cosa
nueva y desconocida hasta últimamente; que son cuaquerismo, fanatismo
o romanismo. Todas estas pretensiones han sido cortadas de raíz y ha
quedado bien probado que cada una de dichas doctrinas es sencillamente
doctrina de las Escrituras, interpretada por nuestra propia iglesia.
De consiguiente no pueden ser falsas ni erróneas, si es que la
Escritura es verdadera." "Otros sostienen que las doctrinas son
demasiado estrictas; que hacen muy estrecho el camino del cielo, y
ésta es en verdad la objeción fundamental (pues durante un tiempo fue
casi la única) y en realidad se basan implícitamente en ella otras más
que se presentan en varias formas. Sin embargo, ¿hacen el camino del
cielo más estrecho de lo que fue hecho por el Señor y sus apóstoles?
¿Son sus doctrinas más estrictas que las de la Biblia? Considerad sólo
unos cuantos textos: ‘Amarás pues al Señor tu Dios de todo tu corazón,
y de toda tu alma, y de toda tu mente, y de todas tus fuerzas....
Amarás a tu prójimo como a ti mismo.’ ‘Mas yo os digo, que toda
palabra ociosa que hablaren los hombres, de ella darán cuenta en el
día del juicio.’ ‘Si pues coméis, o bebéis, o hacéis otra cosa,
hacedlo todo a gloria de Dios.’
"Si su doctrina es más estricta que esto, son dignos de censura; pero
en conciencia bien sabéis que no lo es. Y ¿quién puede ser menos
estricto sin corromper la Palabra de Dios? ¿Podría algún mayordomo de
los misterios de Dios ser declarado fiel si alterase parte siquiera de
tan sagrado depósito? — No; nada puede quitar; nada puede suavizar;
antes está en la obligación de manifestar a todos: ‘No puedo rebajar
las Escrituras a vuestro gusto. Tenéis que elevaros vosotros mismos
hasta ellas o morir para siempre.’ El grito general es ‘¡Qué faltos de
caridad son estos hombres!’ ¿Que no tienen caridad? ¿En qué respecto?
¿No dan de comer al hambriento y no visten al desnudo? ‘No; no es éste
el asunto, que en esto no faltan; donde les falta caridad es en su
modo de juzgar, pues creen que ninguno puede ser salvo a no ser que
siga el camino de ellos.’ "—Id., tomo 3, págs. 152, 153.
El decaimiento espiritual que se había dejado sentir en Inglaterra
poco antes del tiempo de Wesley, era debido en gran parte a las
enseñanzas contrarias a la ley de Dios, o antinomianismo. Muchos
afirmaban que Cristo había abolido la ley moral y que los cristianos
no tenían obligación de observarla; que el creyente está libre de la
"esclavitud de las buenas obras." Otros, si bien admitían la
perpetuidad de la ley, declaraban que no había necesidad de que los
ministros exhortaran al pueblo a que obedeciera los preceptos de ella,
puesto que los que habían sido elegidos por Dios para ser salvos eran
"llevados por el impulso irresistible de la gracia divina, a practicar
la piedad y la virtud," mientras los sentenciados a eterna perdición,
"no tenían poder para obedecer a la ley divina."
Otros, que también sostenían que "los elegidos no pueden ser
destituídos de la gracia ni perder el favor divino" llegaban a la
conclusión aun más horrenda de que "sus malas acciones no son en
realidad pecaminosas ni pueden ser consideradas como casos de
violación de la ley divina, y que en consecuencia los tales no tienen
por qué confesar sus pecados ni romper con ellos por medio del
arrepentimiento."—McClintock and Strong, Cyclopedia, art. Antinomians.
Por lo tanto, declaraban que aun uno de los pecados más viles
"considerado universalmente como enorme violación de la ley divina, no
es pecado a los ojos de Dios," siempre que lo hubiera cometido uno de
los elegidos, "porque es característica esencial y distintiva de éstos
que no pueden hacer nada que desagrade a Dios ni que sea contrario a
la ley."
Estas monstruosas doctrinas son esencialmente lo mismo que la
enseñanza posterior de los educadores y teólogos populares, quienes
dicen que no existe ley divina como norma inmutable de lo que es
recto, y que más bien la norma de la moralidad es indicada por la
sociedad y que ha estado siempre sujeta a cambios. Todas estas ideas
son inspiradas por el mismo espíritu maestro: por aquel que, hasta
entre los seres impecables de los cielos, comenzó su obra de procurar
suprimir las justas restricciones de la ley de Dios.
La doctrina de los decretos divinos que fija de una manera inalterable
el carácter de los hombres, había inducido a muchos a rechazar
virtualmente la ley de Dios. Wesley se oponía tenazmente a los errores
de los maestros del antinomianismo y probaba que son contrarios a las
Escrituras. "Porque la gracia de Dios que trae salvación a todos los
hombres, se manifestó." "Porque esto es bueno y agradable delante de
Dios nuestro Salvador; el cual quiere que todos los hombres sean
salvos, y que vengan al conocimiento de la verdad. Porque hay un Dios,
asimismo un mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre; el
cual se dio a sí mismo en precio del rescate por todos." Tito 2:11; 1
Timoteo 2:3-6. El Espíritu de Dios es concedido libremente para que
todos puedan echar mano de los medios de salvación. Así es como Cristo
"la Luz verdadera," "alumbra a todo hombre que viene a este mundo."
Juan 1:9.
Los hombres se privan de la salvación porque rehúsan voluntariamente
la dádiva de vida.
En contestación al aserto de que a la muerte de Cristo quedaron
abolidos los preceptos del Decálogo juntamente con los de la ley
ceremonial, decía Wesley: "La ley moral contenida en los diez
mandamientos y sancionada por los profetas, Cristo no la abolió. Al
venir al mundo, no se propuso suprimir parte alguna de ella. Esta es
una ley que jamás puede ser abolida, pues permanece firme como fiel
testigo en los cielos.... Existía desde el principio del mundo,
habiendo sido escrita no en tablas de piedra sino en el corazón de
todos los hijos de los hombres al salir de manos del Creador. Y no
obstante estar ahora borradas en gran manera por el pecado las letras
tiempo atrás escritas por el dedo de Dios, no pueden serlo del todo
mientras tengamos conciencia alguna del bien y del mal. Cada parte de
esta ley ha de seguir en vigor para toda la humanidad y por todos los
siglos; porque no depende de ninguna consideración de tiempo ni de
lugar ni de ninguna otra circunstancia sujeta a alteración, sino que
depende de la naturaleza de Dios mismo, de la del hombre y de la
invariable relación que existe entre uno y otro.
" ‘No he venido para abrogar, sino a cumplir.’ . . . Sin duda quiere
[el Señor] dar a entender en este pasaje—según se colige por el
contexto—que vino a establecerla en su plenitud a despecho de cómo
puedan interpretarla los hombres; que vino a aclarar plenamente lo que
en ella pudiera haber de obscuro; vino para poner de manifiesto la
verdad y la importancia de cada una de sus partes; para demostrar su
longitud y su anchura, y la medida exacta de cada mandamiento que la
ley contiene y al mismo tiempo la altura y la profundidad, la
inapreciable pureza y la espiritualidad de ella en todas sus
secciones."—Wesley, sermón 25.
Wesley demostró la perfecta armonía que existe entre la ley y el
Evangelio. "Existe, pues, entre la ley y el Evangelio la relación más
estrecha que se pueda concebir. Por una parte, la ley nos abre
continuamente paso hacia el Evangelio y nos lo señala; y por otra, el
Evangelio nos lleva constantemente a un cumplimiento exacto de la ley.
La ley, por ejemplo, nos exige que amemos a Dios y a nuestro prójimo,
y que seamos mansos, humildes y santos. Nos sentimos incapaces de
estas cosas y aun más, sabemos que ‘a los hombres esto es imposible;’
pero vemos una promesa de Dios de darnos ese amor y de hacernos
humildes, mansos y santos; nos acogemos a este Evangelio y a estas
alegres nuevas; se nos da conforme a nuestra fe; y ‘la justicia de la
ley se cumple en nosotros por medio de la fe que es en Cristo Jesús
...
"Entre los más acérrimos enemigos del Evangelio de Cristo —dijo
Wesley,—se encuentran aquellos que ‘juzgan la ley’ misma abierta y
explícitamente y ‘hablan mal de ella;’ que enseñan a los hombres a
quebrantar (a disolver, o anular la obligación que impone no sólo uno
de los mandamientos de la ley, ya sea el menor o el mayor, sino todos
ellos de una vez. ... La más sorprendente de todas las circunstancias
que acompañan a este terrible engaño, consiste en que los que se
entregan a él creen que realmente honran a Cristo cuando anulan su
ley, y que ensalzan su carácter mientras destruyen su doctrina. Sí, le
honran como le honró Judas cuando le dijo: ‘Salve, Maestro. Y le
besó.’ Y él podría decir también a cada uno de ellos: ‘¿Con beso
entregas al Hijo del hombre?’ No es otra cosa que entregarle con un
beso hablar de su sangre y despojarle al mismo tiempo de su corona;
despreciar una parte de sus preceptos, con el pretexto de hacer
progresar su Evangelio. Y en verdad nadie puede eludir el cargo, si
predica la fe de una manera que directa o indirectamente haga caso
omiso de algún aspecto de la obediencia: si predica a Cristo de un
modo que anule o debilite en algo el más pequeño de los mandamientos
de Dios."—Id., sermón 35.
Y a los que insistían en que "la predicación del Evangelio satisface
todas las exigencias de la ley," Wesley replicaba: "Lo negamos
rotundamente. No satisface ni siquiera el primer fin de la ley que es
convencer a los hombres de su pecado, despertar a los que duermen aún
al borde del infierno." El apóstol Pablo dice que "por medio de la ley
es el conocimiento del pecado," "y mientras no esté el hombre
completamente convencido de sus pecados, no puede sentir
verdaderamente la necesidad de la sangre expiatoria de Cristo.... Como
lo dijo nuestro Señor, ‘los sanos no tienen necesidad de médico, sino
los enfermos.’ Es por lo tanto absurdo ofrecerle médico al que está
sano o que cuando menos cree estarlo. Primeramente tenéis que
convencerle de que está enfermo; de otro modo no os agradecerá la
molestia que por él os dais. Es igualmente absurdo ofrecer a Cristo a
aquellos cuyo corazón no ha sido quebrantado todavía."—Ibid.
De modo que, al predicar el Evangelio de la gracia de Dios, Wesley,
como su Maestro, procuraba "engrandecer" la ley y hacerla "honorable."
Hizo fielmente la obra que Dios le encomendara y gloriosos fueron los
resultados que le fue dado contemplar. Hacia el fin de su larga vida
de más de ochenta años—de los cuales consagró más de medio siglo a su
ministerio itinerante—sus fieles adherentes sumaban más de medio
millón de almas. Pero las multitudes que por medio de sus trabajos
fueron rescatadas de la ruina y de la degradación del pecado y
elevadas a un nivel más alto de pureza y santidad, y el número de los
que por medio de sus enseñanzas han alcanzado una experiencia más
profunda y más rica, nunca se conocerán hasta que toda la familia de
los redimidos sea reunida en el reino de Dios. La vida de Wesley
encierra una lección de incalculable valor para cada cristiano. ¡Ojalá
que la fe y la humildad, el celo incansable, la abnegación y el
desprendimiento de este siervo de Cristo se reflejasen en las iglesias
de hoy!
DIOS GUIA LOS HUMILDES
"Encaminará á los humildes por el juicio, Y enseñará á los mansos su
carrera." Salmos 25:9.
"Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas." Mateo
11:29.
"Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que
había sobre la tierra," Numeros 12:3.
"Profeta les suscitaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré
mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare."
Deuteronomio 18:18.
" Fíate de Jehová de todo tu corazón, Y no estribes en tu prudencia.
Reconócelo en todos tus caminos, Y él enderezará tus veredas."
Proverbios 3:5-6.
"Y sabemos que á los que á Dios aman, todas las cosas les ayudan á
bien, es á saber, á los que conforme al propósito son llamados."
Rom:8:28: