Mientras Martín Lutero trabajaba en Alemania, otras luces estaban
apareciendo por otras partes, por toda Europa. La Gran Reforma había
comenzado.
Veamos a Menno Simons, quien encontró a Dios cuando presenció el
martirio de un hombre, y quien él mismo fue usado por Dios para traer
miles, en el norte de Europa, a Cristo. También a William de Orange,
quien al fin ganó la libertad de adorar a Dios en Holanda.
Lea acerca de Tausen, el "Reformador de Dinamarca," quien casi
encontró la muerte en sus esfuerzos de ayudar a su pueblo; y Olaf y
Laurencio Petri, quien denodadamente predicó el evangelio al rey de
Suecia, y ganó, no sólo a él, sino también a la nación entera para
Dios.
EN LOS Países Bajos se levantó muy temprano una enérgica protesta
contra la tiranía papal. Setecientos años antes de los tiempos de
Lutero, dos obispos que habían sido enviados en delegación a Roma, al
darse cuenta del verdadero carácter de la "santa sede," dirigieron sin
temor al pontífice romano las siguientes acusaciones: Dios "hizo reina
y esposa suya a la iglesia, y la proveyó con bienes abundantes para
sus hijos, dotándola con una herencia perenne e incorruptible,
entregándole corona y cetro eternos; . . . pero estos favores vos los
habéis usurpado como un ladrón. Os introducís en el templo del Señor y
en él os eleváis como Dios; en vez de pastor, sois el lobo de las
ovejas, . . . e intentáis hacernos creer que sois el obispo supremo
cuando no sois más que un tirano.... Lejos de ser siervo de siervos,
como a vos mismo os llamáis, sois un intrigante que desea hacerse
señor de señores.... Hacéis caer en el desprecio los mandamientos de
Dios.... El Espíritu Santo es el edificador de las iglesias en todos
los ámbitos del mundo.... La ciudad de nuestro Dios, de la que somos
ciudadanos abarca todas las partes del cielo, y es mayor que la que
los santos profetas llamaron Babilonia y que aseverando ser divina, se
iguala al cielo, se envanece de poseer ciencia inmortal, y finalmente
sostiene, aunque sin razón, que nunca erró ni puede errar
jamás."—Brandt, History of the Reformation in and about the Low
Countries, lib. 1, pág. 6.
Otros hombres se levantaron siglo tras siglo para repetir esta
protesta. Y aquellos primitivos maestros que, atravesando diferentes
países y conocidos con diferentes nombres, poseían el carácter de los
misioneros valdenses y esparcían por todas partes el conocimiento del
Evangelio, penetraron en los Países Bajos. Sus doctrinas cundieron con
rapidez. Tradujeron la Biblia valdense en verso al holandés. "En ella
hay—decían— muchas ventajas; no tiene chanzas, ni fábulas, ni cuentos,
ni engaños; sólo tiene palabras de verdad. Bien puede tener por aquí y
por allí alguna que otra corteza dura, pero aun en estos trozos no es
difícil descubrir la médula y lo dulce de lo bueno y lo santo."—Id.,
lib. 1, pág. 14. Esto es lo que escribían en el siglo XII los amigos
de la antigua fe.
Luego empezaron las persecuciones de Roma; pero en medio de hogueras y
tormentos seguían multiplicándose los creyentes que declaraban con
firmeza que la Biblia es la única autoridad infalible en materia de
religión, y que "ningún hombre debe ser obligado a creer, sino que
debe ser persuadido por la predicación."—Martyn, tomo 2, pág. 87.
Las enseñanzas de Lutero hallaron muy propicio terreno en los Países
Bajos, y levantáronse hombres fieles y sinceros a predicar el
Evangelio. De una de las provincias de Holanda vino Menno Simons.
Educado católico romano, y ordenado para el sacerdocio, desconocía por
completo la Biblia, y no quería leerla por temor de ser inducido en
herejía. Cuando le asaltó una duda con respecto a la doctrina de la
transubstanciación, la consideró como una tentación de Satanás, y por
medio de oraciones y confesiones trató, pero en vano, de librarse de
ella. Participando en escenas de disipación, procuró acallar la voz
acusadora de su conciencia, pero inútilmente. Después de algún tiempo,
fue inducido a estudiar el Nuevo Testamento, y esto unido a los
escritos de Lutero, le hizo abrazar la fe reformada. Poco después,
presenció en un pueblo vecino la decapitación de un hombre por el
delito de haber sido bautizado de nuevo. Esto le indujo a estudiar las
Escrituras para investigar el asunto del bautismo de los niños. No
pudo encontrar evidencia alguna en favor de él, pero comprobó que en
todos los pasajes relativos al bautismo, la condición impuesta para
recibirlo era que se manifestase arrepentimiento y fe.
Menno abandonó la iglesia romana y consagró su vida a enseñar las
verdades que había recibido. Se había levantado en Alemania y en los
Países Bajos cierta clase de fanáticos que defendían doctrinas
sediciosas y absurdas, contrarias al orden y a la decencia, y
originaban agitaciones y tumultos. Menno previó las funestas
consecuencias a que llevarían estos movimientos y se opuso con energía
a las erróneas doctrinas y a los designios desenfrenados de los
fanáticos. Fueron muchos los que, habiendo sido engañados por aquellos
perturbadores, volvieron sobre sus pasos y renunciaron a sus
perniciosas doctrinas. Además, quedaban muchos descendientes de los
antiguos cristianos, fruto de las enseñanzas de los valdenses. Entre
ambas clases de personas trabajó Menno con gran empeño y con mucho
éxito.
Viajó durante veinticinco años, con su esposa y sus hijos, y
exponiendo muchas veces su vida. Atravesó los Países Bajos y el norte
de Alemania, y aunque trabajaba principalmente entre las clases
humildes, ejercía dilatada influencia. Dotado de natural elocuencia,
si bien de instrucción limitada, era hombre de firme integridad, de
espíritu humilde, de modales gentiles, de piedad sincera y profunda, y
como su vida era un ejemplo de la doctrina que enseñaba, ganábase la
confianza del pueblo. Sus partidarios eran dispersados y oprimidos.
Sufrían mucho porque se les confundía con los fanáticos de Munster. Y
sin embargo, a pesar de todo, era muy grande el número de los que eran
convertidos por su ministerio.
En ninguna parte fueron recibidas las doctrinas reformadas de un modo
tan general como en los Países Bajos. Y en pocos países sufrieron sus
adherentes tan espantosas persecuciones. En Alemania Carlos V había
publicado edictos contra la Reforma, y de buena gana hubiera llevado a
la hoguera a todos los partidarios de ella; pero allí estaban los
príncipes oponiendo una barrera a su tiranía. En los Países Bajos su
poder era mayor, y los edictos de persecución se seguían unos a otros
en rápida sucesión. Leer la Biblia, oírla leer, predicarla, o aun
referirse a ella en la conversación, era incurrir en la pena de muerte
por la hoguera. Orar a Dios en secreto, abstenerse de inclinarse ante
las imágenes, o cantar un salmo, eran otros tantos hechos castigados
también con la muerte. Aun los que abjuraban de sus errores eran
condenados, si eran hombres, a ser degollados, y si eran mujeres, a
ser enterradas vivas. Millares perecieron durante los reinados de
Carlos y de Felipe II.
En cierta ocasión llevaron ante los inquisidores a toda una familia
acusada de no oír misa y de adorar a Dios en su casa. Interrogado el
hijo menor respecto de las prácticas de la familia, contestó: "Nos
hincamos de rodillas y pedimos a Dios que ilumine nuestra mente y nos
perdone nuestros pecados. Rogamos por nuestro soberano, porque su
reinado sea próspero y su vida feliz. Pedimos también a Dios que
guarde a nuestros magistrados."—Wylie, lib. 18, cap. 6. Algunos de los
jueces quedaron hondamente conmovidos, pero, no obstante, el padre y
uno de los hijos fueron condenados a la hoguera.
La ira de los perseguidores era igualada por la fe de los mártires. No
sólo los hombres sino aun delicadas señoras y doncellas desplegaron un
valor inquebrantable. "Las esposas se colocaban al lado de sus maridos
en la hoguera y mientras éstos eran envueltos en las llamas, ellas los
animaban con palabras de consuelo, o cantándoles" salmos. "Las
doncellas, al ser enterradas vivas, se acostaban en sus tumbas con la
tranquilidad con que hubieran entrado en sus aposentos o subían a la
hoguera y se entregaban a las llamas, vestidas con sus mejores galas,
lo mismo que si fueran a sus bodas."—Ibid.
Así como en los tiempos en que el paganismo procuró aniquilar el
Evangelio, la sangre de los cristianos era simiente. (Véase
Tertuliano, Apología, párr. 50.) La persecución no servía más que para
aumentar el número de los testigos de la verdad. Año tras año, el
monarca enloquecido de ira al comprobar su impotencia para doblegar la
determinación del pueblo, se ensañaba más y más en su obra de
exterminio, pero en vano. Finalmente, la revolución acaudillada por el
noble Guillermo de Orange dio a Holanda la libertad de adorar a
Dios.
En las montañas del Piamonte, en las llanuras de Francia, y en las
costas de Holanda, el progreso del Evangelio era señalado con la
sangre de sus discípulos. Pero en los países del norte halló pacífica
entrada. Ciertos estudiantes de Wittenberg, al regresar a sus hogares,
introdujeron la fe reformada en la península escandinava. La
publicación de los escritos de Lutero ayudó a esparcir la luz. El
pueblo rudo y sencillo del norte se alejó de la corrupción, de la
pompa y de las supersticiones de Roma, para aceptar la pureza, la
sencillez y las verdades vivificadoras de la Biblia.
Tausen, "el reformador de Dinamarca," era hijo de un campesino. Desde
su temprana edad dio pruebas de poseer una inteligencia vigorosa;
tenía sed de instruirse; pero no pudiendo aplacarla, debido a las
circunstancias de sus padres, entró en un claustro. Allí la pureza de
su vida, su diligencia y su lealtad le granjearon la buena voluntad de
su superior. Los exámenes demostraron que tenía talento y que podría
prestar buenos servicios a la iglesia. Se resolvió permitirle que se
educase en una universidad de Alemania o de los Países Bajos. Se le
concedió libertad para elegir la escuela a la cual quisiera asistir,
siempre que no fuera la de Wittenberg. No convenía exponer al educando
a la ponzoña de la herejía, pensaban los frailes.
Tausen fue a Colonia, que era en aquella época uno de los baluartes
del romanismo. Pronto le desagradó el misticismo de los maestros de la
escuela. Por aquel mismo tiempo llegaron a sus manos los escritos de
Lutero. Los leyó maravillado y deleitado; y sintió ardientes deseos de
recibir instrucción personal del reformador. Pero no podía conseguirlo
sin ofender a su superior monástico ni sin perder su sostén. Pronto
tomó su resolución, y se matriculó en la universidad de
Wittenberg.
Cuando volvió a Dinamarca se reintegró a su convento. Nadie le
sospechaba contagiado de luteranismo; tampoco reveló él su secreto,
sino que se esforzó, sin despertar los prejuicios de sus compañeros,
en conducirlos a una fe más pura y a una vida más santa. Abrió las
Sagradas Escrituras y explicó el verdadero significado de sus
doctrinas, y finalmente les predicó a Cristo como la justicia de los
pecadores, y su única esperanza de salvación. Grande fue la ira del
prior, que había abrigado firmes esperanzas de que Tausen llegase a
ser valiente defensor de Roma. Inmediatamente lo cambiaron a otro
monasterio, y lo confinaron en su celda, bajo estricta vigilancia.
Con terror vieron sus nuevos guardianes que pronto algunos de los
monjes se declaraban ganados al protestantismo. A través de los
barrotes de su encierro, Tausen había comunicado a sus compañeros el
conocimiento de la verdad. Si aquellos padres dinamarqueses hubiesen
cumplido hábilmente el plan de la iglesia para tratar con la herejía,
la voz de Tausen no hubiera vuelto a oírse, pero, en vez de confinarlo
para siempre en el silencio sepulcral de algún calabozo subterráneo,
le expulsaron del monasterio, y quedaron entonces reducidos a la
impotencia. Un edicto real, que se acababa de promulgar, ofrecía
protección a los propagadores de la nueva doctrina. Tausen principió a
predicar. Las iglesias le fueron abiertas y el pueblo acudía en masa a
oírle. Había también otros que predicaban la Palabra de Dios. El Nuevo
Testamento fue traducido en el idioma dinamarqués y circuló con
profusión. Los esfuerzos que hacían los papistas para detener la obra
sólo servían para esparcirla más y más, y al poco tiempo Dinamarca
declaró que aceptaba la fe reformada.
En Suecia también, jóvenes que habían bebido en las fuentes de
Wittenberg, llevaron a sus compatriotas el agua de la vida. Dos de los
caudillos de la Reforma de Suecia, Olaf y Lorenzo Petri, hijos de un
herrero de Orebro, estudiaron bajo la dirección de Lutero y de
Melanchton, y con diligencia se pusieron a enseñar las mismas verdades
en que fueron instruídos. Como el gran reformador, Olaf, con su fervor
y su elocuencia, despertaba al pueblo, mientras que Lorenzo, como
Melanchton, era sabio, juicioso, y de ánimo sereno. Ambos eran hombres
de piedad ardiente, de profundos conocimientos teológicos y de un
valor a toda prueba al luchar por el avance de la verdad. No faltó la
oposición de los papistas. Los sacerdotes católicos incitaban a las
multitudes ignorantes y supersticiosas. La turba asaltó repetidas
veces a Olaf Petri, y en más de una ocasión sólo a duras penas pudo
escapar con vida. Sin embargo, estos reformadores eran favorecidos y
protegidos por el rey.
Bajo el dominio de la iglesia romana el pueblo quedaba sumido en la
miseria y deprimido por la opresión. Carecía de las Escrituras, y como
tenía una religión de puro formalismo y ceremonias, que no daba luz al
espíritu, la gente regresaba a las creencias supersticiosas y a las
prácticas paganas de sus antepasados. La nación estaba dividida en
facciones que contendían unas con otras, lo cual agravaba la miseria
general del pueblo. El rey decidió reformar la iglesia y el estado y
acogió cordialmente a esos valiosos auxiliares en su lucha contra
Roma.
En presencia del monarca y de los hombres principales de Suecia, Olaf
Petri defendió con mucha habilidad las doctrinas de la fe reformada,
contra los campeones del romanismo. Manifestó que las doctrinas de los
padres de la iglesia no debían aceptarse sino cuando concordasen con
lo que dice la Sagrada Escritura, y que las doctrinas esenciales de la
fe están expresadas en la Biblia de un modo claro y sencillo, que
todos pueden entender. Cristo dijo: "Mi enseñanza no es mía, sino de
Aquel que me envió" Juan 7:16; y Pablo declaró que si predicara él
otro evangelio que el que había recibido, sería anatema. Gálatas 1:8.
"Por lo tanto—preguntó el reformador,—¿cómo pueden otros formular
dogmas a su antojo e imponerlos como cosas necesarias para la
salvación?"—Wylie, lib. 10, cap. 4. Probó que los decretos de la
iglesia no tienen autoridad cuando están en pugna con los mandamientos
de Dios, y sostuvo el gran principio protestante de que "la Biblia y
la Biblia sola" es la regla de fe y práctica.
Este debate, si bien se desarrolló es un escenario comparativamente
obscuro, sirve "para dar a conocer la clase de hombres que formaban
las filas de los reformadores. No eran controversistas ruidosos,
sectarios e indoctos, sino hombres que habían estudiado la Palabra de
Dios y eran diestros en el manejo de las armas de que se habían
provisto en la armería de la Biblia. En cuanto a erudición, estaban
más adelantados que su época. Cuando nos fijamos en los brillantes
centros de Wittenberg y Zurich, y en los nombres ilustres de Lutero y
Melanchton, de Zuinglio y Ecolampadio, se nos suele decir que éstos
eran los jefes del movimiento de la Reforma, y que sería de esperar en
ellos un poder prodigioso y gran acopio de saber, pero que los
subalternos no eran como ellos. Pues bien, si echamos una mirada sobre
el obscuro teatro de Suecia y, yendo de los maestros a los discípulos,
nos fijamos en los humildes nombres de Olaf y Lorenzo Petri, ¿qué
encontramos? . . . Pues maestros y teólogos; hombres que entienden a
fondo todo el sistema de la verdad bíblica, y que ganaron fáciles
victorias sobre los sofistas de las escuelas y sobre los dignatarios
de Roma."—Ibid.
Como consecuencia de estas discusiones, el rey de Suecia aceptó la fe
protestante, y poco después la asamblea nacional se declaró también en
favor de ella. El Nuevo Testamento había sido traducido al idioma
sueco por Olaf Petri, y por deseo del rey ambos hermanos emprendieron
la traducción de la Biblia entera. De esta manera, el pueblo sueco
recibió por primera vez la Palabra de Dios en su propio idioma. La
dieta dispuso que los ministros explicasen las Escrituras por todo el
reino, y que en las escuelas se enseñase a los niños a leer la
Biblia.
De un modo constante y seguro, la luz bendita del Evangelio disipaba
las tinieblas de la superstición y de la ignorancia. Libre ya de la
opresión de Roma, alcanzó la nación una fuerza y una grandeza que
jamás conociera hasta entonces. Suecia vino a ser uno de los baluartes
del protestantismo. Un siglo más tarde, en tiempo de peligro
inminente, esta pequeña y hasta entonces débil nación—la única en
Europa que se atrevió a prestar su ayuda—intervino en auxilio de
Alemania en el terrible conflicto de la guerra de treinta años. Toda
la Europa del norte parecía estar a punto de caer otra vez bajo la
tiranía de Roma. Fueron los ejércitos de Suecia los que habilitaron a
Alemania para rechazar la ola romanista y asegurar tolerancia para los
protestantes—calvinistas y luteranos,—y para devolver la libertad de
conciencia a los pueblos que habían aceptado la Reforma.
ORACIONES CONTESTADAS
"Y PROPUSOLES también una parábola sobre que es necesario orar
siempre, y no desmayar," Lucas 18:1.
"Por tanto, os digo que todo lo que orando pidiereis, creed que lo
recibiréis, y os vendrá." Marcos 11:24.
"Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá."
Mateo 7:7.